Una cálida noche de mayo de finales del siglo XVIII, el pequeño pueblo burgalés de Coruña del Conde entraba en la historia de la aeronáutica. O al menos, así debería haber sido. Uno de sus vecinos, el ingenioso pastor Diego Marín Aguilera surcaba, durante unos cientos de metros, los aires de la localidad en un extraño aparato planeador recubierto de plumas de águila. El viaje de Diego, que pretendía planear hasta la cercana localidad de Burgo de Osma, no tuvo mucho recorrido, pero el sueño del que emanaba venía de lejos. Desde niño, el vuelo de las águilas fascinaba al joven Diego, quien con los años fue cultivando una importante pasión por la creación de inventos, desde una máquina para aserrar bloques de mármol hasta otra para los batanes. La invención y su pasión por el arte de volar confluyeron; técnica, observación y sueño se hicieron realidad, y sólo un pequeño error de construcción dio al traste con su aventura.
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