Cuento de Navidad
Había una vez un ancianito, llamémosle Benedict, con bastante cara de ajo, que vivía en un sitio muy especial. El lugar donde vivía el ancianito no era muy grande pero si muy rico. Benedict era quien mandaba en esa pequeña cuidad llena de mármoles, pan de oro y piedras preciosas. Benedict debía ser un buen jefe, por que incluso más allá de los límites de su reino había gente que le quería y seguía sus órdenes. Cuando estaba ya cansado
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