Entrevista a Daniel Pont: “El Partido Comunista propició que la dictadura se convirtiera en democracia sin ningún proceso político de cambio”

Entre el azar y la necesidad. Historia de una vida, de Daniel Pont e Ignacio González (editado por Virus Editorial), podría ser la biografía de un ladrón, pero, en el fondo es la antibiografía de un revolucionario. Pont, uno de los fundadores de la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL), es un personaje conocido y querido en la cultura anticarcelaria. Participó en un jaque contra las instituciones penitenciarias españolas, que no llegó a nada. Pretendían denunciar ante la ciudadanía la violencia que sufrían en las cárceles, romper con la dicotomía entre presos sociales y presos políticos y, sobre todo, exigían poder beneficiarse de las ventajas de la amnistía. No llegó a nada, no; y, sin embargo, de alguna manera, lo cambió todo. Pura rebeldía.

Compartimos a continuación una entrevista que ha realizado Andrea Momoitio a Daniel Pont, la cual fue publicada originalmente en Píkara Magazine.

Parece mentira que te haya pasado a ti todo lo que cuentas en el libro, Daniel. Hijo de madre soltera, un posible padre Borbón, ¿por qué has tardado tanto en escribir tu historia?

Porque no es fácil confesar voluntariamente. Tiene que haber una provocación y, en este caso, la provocación fue un amigo: Nacho González, el coautor del libro [sociólogo y profesor de Criminología en la Universitat de Girona]. Un día le conté por qué los carteristas llevaban la manicura perfecta en las manos y me dijo: “Hostias, qué interesante”.

¿Y por qué llevan la manicura bien hecha?

Para no engancharse al meter la mano en los bolsillos con las uñas mal cortadas. Nacho me propuso empezar a hablar y nos juntamos con 37 horas de grabación. Han sido dos años y pico de interrogatorios o psicoanálisis, no lo sé.

Reconozco que me ha dado mucha envidia Nacho. Me hubiese gustado poder hacer un ejercicio como este. En la introducción del libro habláis de la doble autoría, le ponéis palabras a las dudas, a la metodología. No es una biografía al uso, tampoco simplemente recoge tus memorias. Tú no podrías haberlo hecho de otra manera.

No me hubiese atrevido a hacerlo. Nacho me aportó la posibilidad de convertir mis confesiones en un libro y ese fue el pacto que hicimos desde el principio. Él habló con diferentes alumnas que tenía en la facultad, que hicieron las transcripciones y a las que dedicamos un especial agradecimiento porque son trabajos que no suelen constar.

Hablas de “confesar”, ¿lo has confesado todo?

Yo ya por la práctica casi me he convertido en un charlatán, pero hay situaciones que, pese a que han prescrito, prefiero no contar. Nos asesoramos previamente para tener más tranquilidad. Confieso, por ejemplo, algún atraco que hice en aquellos años en Euskal Herria. Esos años fueron de una auténtica revolución a todos los niveles allí. No solamente por las dinámicas armadas que había en la época, sino por la revolución feminista, antinuclear, etcétera. Teníamos de informador a un trabajador de un banco y a un periodista de un diario que ya se cerró. Fue colaboración espontánea sin ninguna reivindicación política, pero teníamos, y tengo, muy claro que los auténticos ladrones son los bancos, no quien los atraca.

Colegios internos, reformatorios, cárcel. ¿Estaba escrito de alguna manera tu destino? ¿Tuviste otra opción?

Sí, claro, pero mi destino no era único, evidentemente. Era muy parecido al de miles de hombres y mujeres que nacimos, nacen y nacerán con el estigma de la marginación. Mi madre emigró a Madrid con 18 años semianalfabeta y se puso a trabajar con una recomendación en la casa de los duques de Sevilla. En la época no se aceptaban a las madres solteras y mi inscripción se hizo al margen. Luego, lo que es la vida, mi hija también está inscrita al margen por otras causas. Parece que el destino te persigue. Las cárceles y todas las instituciones de castigo están destinadas a los mismos y mismas.

Tu primera condena fue por la ley de vagos y maleantes. ¿Qué particularidades tenía esta ley?

Era una ley que, pese a que fue aprobada en la Segunda República, estaba destinada a condenar conductas y no delitos: vagabundos, gente indocumentada o delincuentes juveniles, por ejemplo. Yo tuve la mala suerte de caer bajo la jurisdicción de un juez criminal de San Roque, en Cádiz. Me aplicó tres años de internamiento en un establecimiento de trabajo: trabajo esclavo. La sentencia era condicional y podría ampliarse entre dos y cinco años más.

Cuentas que en el centro de rehabilitación de Teruel entendiste la distinción entre los presos sociales y los presos políticos. ¿Cómo es posible que sigamos haciendo esa distinción también hoy?

Es cierto que hay una diferencia, en principio ética. En Teruel empecé a ver que los presos estaban organizados en clanes que llevaban sus pinchos, sus armas artesanales fabricadas en la cárcel y se juntaban en clanes, clanes relacionados con el fútbol, paradójicamente. Los del Madrid, contra los del Atleti, contra los del Barça y tal. El primer intento de motín que intentamos provocar, un amigo navarrico y yo, fue con el fútbol como excusa. Daban un partido del Real Madrid contra el Barça y estropeamos la tele. Los presos políticos tenían víveres que les llevaba la familia; es lógico, tenían apoyo social que no teníamos el resto.

¿Fuiste a la mili con una carta de recomendación de una Borbón y robaste una pistola?

Sí. Isabel de Borbón, con la que trabajaba mi madre, me hizo una carta de recomendación que yo llevé al comandante. Me destinaron a Sanidad Militar y robé la única pipa que había en el cuartel. Empezamos a hacer atracos, íbamos muy lanzados, no teníamos miedo, éramos muy osados. Recuerdo que siempre iba con el gabán, con el cuello subido. El día de la Lotería Nacional hicimos una sucursal del Banesto y el Día de los Inocentes, una joyería. A mí las joyerías no me gustaban nunca porque en el mundo de la delincuencia el eslabón débil era el perista o la perista, que normalmente podía ser confidente de la policía. En plena Gran Vía madrileña, el Día de los Inocentes, sin necesidad de dinero, cometí un gran error. Llevaba diez meses en libertad y volví a entrar.

Tu historia está plagada de picaresca. Cuentas que, en otro momento, te autoinculpas en un delito en Barcelona para que te lleven a la Modelo porque te habían dicho que allí estaban planeando una fuga.

Y esa picaresca todavía se puede aplicar. Todavía incluso se pueden atracar bancos. Es complicado, lleva un proceso de trabajo de gente más o menos bien preparada y con buena información, pero puede hacerse.

¿Qué pretendía el grupo de personas que, en noviembre de 1976, en Carabanchel, fundó la COPEL?

Sabíamos lo que estaba pasando en Francia con Mayo del 68 o en Italia, con el movimiento autónomo. Sabíamos que había que espabilar. Entonces empezamos con la dinámica clásica de agitación y propaganda que, a pesar de todo, todavía funciona. Empezamos a agitar de una forma muy prudente. Se trataba de tirar el anzuelo para ver la reacción de los compañeros y vimos que eran muy receptivos. Recuerdo la primera asamblea que hicimos donde cualquiera podía expresar lo que pensase y sintiese. Un estafador, casualmente, dijo que había que seguir la vía pacífica para evitar la represión y ser más eficaces. Recuerdo que me subí espontáneamente encima de una mesa y dije: “A ver, hemos denunciado infinidad de veces a los jueces y no nos han hecho nunca caso”. En realidad, nunca utilizamos una vía de confrontación violenta contra los carceleros o contra los jueces. Y eso que había un número bastante grande de funcionarios de prisiones claramente fascistas y militantes en las organizaciones ultraderechistas.

“La violencia del Estado es absoluta. La cárcel no es posible reformarla”

El momento culmen fue el 18 de julio de 1976 con el motín de Carabanchel.

Fue muy mediático. En realidad no pensábamos que tendría tanta trascendencia. El detonante fue la autolesión colectiva. Pedimos que nos sacasen a la enfermería y, de una forma espontánea, agarrados todos con los brazos chorreando de sangre empezamos a cantar el himno de la COPEL, que está basado en la canción Bella Ciao.

¿Por qué no pasó nada parecido en las cárceles de mujeres?

Es que había muy pocas presas. Empezaban a entrar presas de intencionalidad política, pero el estrato social de las mujeres presas era muy bajo. A excepción de algunas, como Inés Palou. Ella venía de una familia burguesa catalana, tenía instrucción universitaria, pero la gran mayoría eran pobres.

Pero eso también pasaba con vosotros.

Sí, pero éramos muchos más.

La COPEL, sin embargo, no logró ninguno de sus objetivos.

Fue muy importante a nivel político y tuvo gran trascendencia, pero no conseguimos ninguna de nuestras reivindicaciones. Para mí y para unos cuantos compañeros supuso la satisfacción de haber superado el rol sumiso que socialmente te asignan como perteneciente a una clase social baja. Ya nacías con el destino escrito: futuro poblador de la cárcel. Rompimos con eso y demostramos que éramos capaces de romper la individualidad y de crear un movimiento colectivo con una coherencia y una fuerza importante. La transición fue un laboratorio donde se cocieron muchas historias. Triunfó la reforma, no la ruptura. Los fascistas, directamente, de la noche a la mañana ya eran demócratas. Para mí el gran traidor de esta mala película fue el Partido Comunista. Propiciaron que la dictadura se convirtiera en democracia sin ningún proceso político de cambio.

¿Qué impacto tuvo la COPEL?

Bueno, las cárceles no funcionaron, no recuperaron la normalidad en casi tres años. Pero pedíamos la desaparición de la cárcel y nadie nos apoyó. Solamente los grupos que llamaban de izquierda radical o extraparlamentaria y organizaciones anarquistas.

Dices que sales de la cárcel con odio de clase, ¿lo sigues teniendo?

Sí, con odio, claro. Odio legítimo. ¿Cómo vas a salir de la cárcel después de años de aislamiento? Tenía ganas de vengarme, claro. Ahora ya no tengo odio, pero no olvido.

¿Y qué pasa con las cárceles ahora?

Hoy en día vivimos en un sistema de control mucho más tentacular, mucho más difuso. La situación de las cárceles en la actualidad tiene relación con la situación social, económica, política que vivimos. Estamos en retroceso absoluto a todos los niveles. La violencia del Estado es absoluta. La cárcel no es posible reformarla. Tragamos casi todo y además de una forma inconsciente. La cárcel está metida dentro de nuestra vida cotidiana como algo necesario, pero sin cuestionarnos contra quién y para qué. Ahora estoy trabajando en un documental sobre la abolición, pero no solamente de la cárcel, sino de la cultura del castigo. Tenemos que quitarnos la cárcel y la policía de nuestro cerebro. Hablamos de las cárceles, pero en el Estado español existen otros centros que ni siquiera tienen régimen penitenciario: los CIEs. En este caso con el agravante tan cruel de estar recluidos sin haber cometido ningún delito.

¿Qué poso ha dejado la COPEL?

Se ha explicado como una especie de anomalía intrascendente. La historia de la COPEL se ha incluido dentro de la historia de la transición política y se ha dejado, no sé si voluntariamente, fuera su relación con los movimientos contemporáneos de su época.

A raíz de la película Modelo 77 se conoce algo más vuestra historia.

El contenido ideológico de la COPEL aparece muy poco en la película. Le falta contundencia, pero creo que es una peli necesaria.

Podrían hacerse muchas con tu historia.

Desde luego.

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