
Este mes de agosto, durante una ola de calor que duró más de dos semanas, una serie de incendios –los más grandes jamás registrados– arrasaron, con total impunidad, el noroeste de la España Sacrificada: Asturias, Galicia, Tras-os-montes, León, Extremadura, Picos de Europa fueron envueltos en llamas. Joyas naturales como Las Médulas, la Serra do Courel, el Parque Natural do Invernadeiro y la Serra de Pena Corneira son un simple recuerdo. La inacción fue, una vez más, la tónica general de todos nuestros gobernantes, tanto los que tenían competencias medioambientales como los que las delegaron o se encomendaron a la lluvia –como hizo la ministra de Defensa– como solución ante el déficit de medios técnicos.

Olas de calor, cambio climático e incendios
Durante las olas de calor aumenta el potencial desecante de la atmósfera y nos encontramos con que muchas plantas se secan, por lo que liberan más energía al quemarse. Disminuye también la humedad en la hojarasca, facilitando la ignición y propagación del incendio. Es decir, que por el cambio climático y la subida de temperaturas que le acompaña, las zonas más húmedas, que normalmente actuarían de cortafuegos, se vuelven tan secas como las de su alrededor.
Explica Eduardo Robaina, en la revista Climática, que “el cambio climático ejerce un control cada vez mayor sobre la meteorología de los incendios y la superficie quemada interanual, y está cambiando progresivamente la actividad de los incendios globales. En el caso de Europa, durante las últimas décadas (1980-2020) se está produciendo un “cambio sin precedentes” en el régimen de incendios en verano y primavera que se relaciona con los efectos del calentamiento global, según concluye un estudio recién publicado en la revista científica Scientific Reports. El aumento de las olas de calor y la sequía hidrológica, eventos extremos cada vez más habituales y potentes debido al cambio climático, son dos factores claves para desatar esos fuegos devastadores”.
Además, el estudio revela, entre otras cuestiones, que el área del Mediterráneo se calienta un 20% más rápido que el resto del mundo y que sus grandes cordilleras (Pirineos, Alpes, Sistemas Ibérico y Cantábrico, Apeninos, etc.) corren un severo riesgo de arder enteros. Según las proyecciones, si la temperatura sube 2ºC, habría 20 días más de riesgo de incendio extremo para 2100. En cambio, con un calentamiento de 4ºC serían 40 días de riesgo por incendios forestales extremos.
Esto no es una cuestión menor, pues, según Robaina, “los bosques del continente europeo absorben anualmente cerca del 10% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero, lo que se traduce en unas 360 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) por año. Esto es muy relevante pues los incendios dan lugar a ciclos de retroalimentación positiva del cambio climático: a medida que aumentan las temperaturas también lo hace el riesgo de incendios; los incendios liberan CO2, que a su vez causa el aumento de las temperaturas. Mientras, las zonas boscosas arrasadas por el fuego son cada vez menores y la cantidad de gases de efecto invernadero que atrapan disminuye, lo que hace que aumente el calentamiento global. En definitiva, un círculo vicioso del que es muy difícil salir”.
Por otro lado, además de traducirse en más incendios, la menor disponibilidad de agua provoca el debilitamiento de las especies de cultivo y la propagación de enfermedades como hongos y plagas, afectando a los niveles de producción. Además, la combinación entre altas temperaturas y de emisiones contaminantes eleva los niveles de ozono y, con ello, las enfermedades respiratorias, los problemas cardiovasculares y la productividad de los cultivos.
Cambio climático y capitalismo
La principal causa del calentamiento global es el cambio climático, pero es fundamental entender que éste viene provocado a su vez por el modelo de desarrollo capitalista. Sin la política de consumo desenfrenado y de crecimiento ilimitado del capitalismo, no existiría el cambio climático. De hecho, la historia del desarrollo económico y de la acumulación de capital desde la revolución industrial es la historia del cambio climático; puesto que el carbono que se emite a la atmósfera tarda siglos en diluirse, actualmente estamos sufriendo los efectos de las emisiones de combustibles fósiles que se llevan produciendo desde finales del siglo XVIII.
En el Estado español, las emisiones netas de CO2 en 2021 se estiman en 278 millones de toneladas, 20 toneladas más que hace cuatro años. El transporte es el primer factor que contribuye al calentamiento global, aportando el 29% de las emisiones totales a nivel nacional. Le sigue la industria, con el 21% de las emisiones. El actual modelo de agricultura y ganadería intensiva contribuyen con un 13% adicional a las emisiones de CO2. Por último, la generación eléctrica aporta un 11% de las emisiones totales de CO2 en España. No hay duda, pues, que las emisiones se deben al mantenimiento de un nivel de producción voraz, salvaje e insostenible.
Por ello, autores como Andreas Malm prefieren sustituir el término “antropoceno” (la constatación de la humanidad misma como fuerza autodestructiva del entorno geológico) por “capitaloceno”. Para Malm la disponibilidad de combustibles fósiles fue un factor esencial en la configuración del capitalismo histórico, no tanto por las posibilidades tecnológicas que abría, sino a causa de sus efectos políticos. Según Malm, inicialmente la máquina de vapor no era más eficiente o barata que los molinos de agua. Su generalización fue la consecuencia de una estrategia capitalista dirigida a concentrar los recursos productivos para, de ese modo, dominar las reglas del juego en los mercados de trabajo emergentes y controlar a la clase trabajadora.
Ser conscientes de que el cambio climático no es una suerte de condena contra «la humanidad», sino del capitalismo, es útil para que sepamos qué dinámicas debemos destruir y para aprender a decrecer de forma responsable, pero también para alejarnos de un marco de misantropía, de decir que el problema es «el ser humano» porque somos una plaga, que es una idea que a su vez lleva a la frustración y a la sensación de impotencia.
El negocio privatizador
“Es bien sabido que la gestión por parte de los políticos de turno de lo “publico”, más bien “estatal” dado que lo único público que hay en dicha gestión es el dinero de nuestros impuestos, ha estado marcada desde hace décadas por lo que es: un inmenso negocio”, explican la Coordinadora en Defensa del Territorio, Aliente y el Observatorio de la Sostenibilidad en un comunicado publicado el 20 de agosto [lo hemos extraído del Portal Anarquista Oaca].
“Sea la educación, la sanidad, la atención a los mayores, o los incendios, en su gestión se abre una inmensa posibilidad de enriquecimiento para unos pocos. En todos los casos no es tanto un problema de insuficiencia financiera, sino más bien de a qué se dedican nuestros dineros.
Prevalece por tanto el interés particular: privatizar la extinción y repartirla entre todo tipo de empresas y, sobre todo, anular cualquier intento serio de desarrollar un sistema de prevención, dado que ello pondría en riesgo su negocio. Porque desarrollar un sistema de prevención implica abordar las causas de los incendios, vetar cualquier interés crematístico sobre la naturaleza y nuestros bosques, frenar la hemorragia de la despoblación, priorizar la producción agroecológica de proximidad, mantener y mejorar los servicios públicos…medidas que permitirían unas zonas rurales vivas durante todo el año. Justo lo contrario de la tendencia actual: vaciar el mundo rural para poder aplicar el mantra extractivista escudándose en una inexistente transición energética.
Estamos asistiendo a la misma realidad que vivimos en las crisis del Covid, o en la Dana de Valencia. Crisis en las que, ante la insuficiencia de medios, la incapacidad y la desaparición del Estado, la solidaridad del pueblo surge para enfrentar el problema. Desde los que han decidido permanecer en sus pueblos para defenderlos, hasta todos aquellos que en estos momentos están participando en labores de extinción o de apoyo a los afectados. Sin embargo, en los próximos días veremos movilizaciones en las que participarán algunos de los que son parte del problema. Aquellos que los propios bomberos forestales, los que se están jugando la vida mientras los políticos se lanzan improperios en un juego perfectamente calculado, denuncian que han apoyado el proceso de privatización1.
Mientras, según expertos, el desastre de la planificación forestal nos acerca ya a los 8 millones de hectáreas quemadas en las últimas décadas. Hoy, tres años después del incendio y los muertos de la Sierra de la Culebra volvemos a la casilla de salida. No se ha avanzado absolutamente nada. La repoblación se está realizando por grupos al margen de las instituciones. Los servicios públicos siguen siendo recortados. La despoblación se ha incrementado. Los grandes proyectos de macrorenovables y todo tipo de industrias toxicas o proyectos extractivistas invaden las zonas rurales. Mientras las temperaturas escalan y ya hemos sobrepasado siete de los nueve limites ambientales, el mantra del crecimiento sigue dirigiendo las políticas públicas en una carrera suicida hacia un destino pavoroso. No nos sirve este modelo económico, la prevención y la defensa de la naturaleza son incompatibles dentro del capitalismo”.
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1Aquí se refieren al hecho de que los sindicatos oficialistas CCOO y UGT firmaron un acuerdo con la Junta de Castilla y León que dio carta blanca a la Administración para aumentar la privatización del Operativo de Lucha contra los Incendios, mantener la precariedad y temporalidad de los trabajadores y destruir el empleo de más de la mitad de las vigilantes de incendios de toda la comunidad autónoma.