Entrevista a Layla Martínez: «El neoliberalismo es profundamente antiutópico, ni siquiera defiende las utopías capitalistas»

Layla Martínez (Madrid, 1987) es editora de la editorial Antipersona, colaboradora habitual de medios como El Salto y autora de numerosos libros. Ha escrito sobre la explotación de la mujer en Gestación Subrogada: Capitalismo, Patriarcado y Poder (Pepitas de Calabaza, 2019) y sobre el papel de la mujer en la ciencia ficción en Infiltradas (Palabristas, 2018).

El pasado mes de noviembre publicó su ensayo más reciente, Utopía no es una Isla (Episkaia, 2020), un recorrido por proyectos utópicos pasados que nos devuelvan la capacidad de imaginar y que nos guíen para construir un futuro en el que merezca la pena vivir. Sostiene que la proliferación de distopías en forma de novelas, series y películas que estamos viviendo está siendo enormemente funcional para el neoliberalismo capitalista, que utiliza esta producción cultural a su favor, para mantener el orden actual y evitar los cambios. Si solo imaginamos un futuro peor, el presente nos parecerá admisible y no lucharemos para cambiar las cosas.

Tras leer esta obra nos pusimos en contacto con ella a fin de hacerle una entrevista y tuvo la gentileza de aceptar. Lo que sigue a continuación son las preguntas que le formulamos – y las respuestas que nos dio – a finales del mes de mayo.

En el momento histórico en el que vivimos de avance de la ultraderecha en el mundo, recortes de derechos, una pandemia global y la iniciación de numerosas guerras, proliferan las distopías, sobre todo en series de televisión y en novelas. Por eso choca descubrir que has roto con esta dinámica y has escrito un libro acerca de las utopías. ¿Qué te llevó a hacerlo?

Justamente esa sensación de que todos los discursos sobre el futuro parten de la idea de que iba a ser peor que el presente. Por supuesto el hegemónico, pero también los contrahegemónicos. Cuando daba charlas y talleres sobre la historia del futuro y la evolución de la ciencia ficción durante el siglo XX una de las cosas que preguntaba a los asistentes era cómo veían su ciudad dentro de cincuenta años. Di los talleres en muchos sitios, desde asociaciones de ciencia ficción a universidades o centros sociales autogestionados y la respuesta era siempre la misma: deterioro de las condiciones laborales, pérdida de derechos, aumento de la crisis ecológica, capitalismo de megacorporaciones, tecnología mejorada pero aplicada al control social… Me respondían eso incluso militantes de la izquierda radical, que en teoría se supone que deberían creer que lo que hacen puede conducir a otra sociedad. Y pensé que ahí había algo importante. Por supuesto no he sido la única ni la primera que lo ha pensado, pero creí que merecía la pena investigarlo.

En el libro dices que las distopías reflejan nuestras ansiedades y que, a diferencia de lo que sucedía anteriormente, ya no creemos que el futuro esté ligado al progreso y vaya a ser necesariamente mejor. ¿Cuándo crees que dejamos de pensar en el futuro en clave de utopía y lo empezamos a idear como una distopía? ¿Por qué sucedió esto?

Los teóricos de la posmodernidad, como Jameson, sitúan la pérdida de la idea de progreso justamente en el inicio de la posmodernidad. Es uno de los cambios clave para entender cómo se modifica el marco cultural. Ellos lo sitúan a finales de los años setenta y principios de los años ochenta. Yo creo que en ese momento tienen lugar algunos hechos históricos clave que convergen ahí, pero sin duda uno de los que más peso tienen en la pérdida de la capacidad de imaginar un futuro mejor es el ascenso al poder del proyecto neoliberal, con su bautismo de sangre en Chile y la llegada de Thatcher y Reagan. El neoliberalismo es profundamente antiutópico, ni siquiera defiende utopías capitalistas como las del capitalismo de posguerra, con sus adosados en los suburbios y su centro comercial. No hay un proyecto colectivo ni siquiera de tipo capitalista, solo hay un presente continuo de depredación constante.

¿Consideras útil la proliferación de distopías y obras literarias que piensan en clave negativa para advertirnos de los peligros que están por llegar? ¿O es preferible pensar en términos de utopía?

Yo creo que las distopías surgen por el deseo de alertar sobre los peligros de que suceda lo que se cuentan en ellas. Cuando Margaret Atwood escribe El cuento de la criada, por ejemplo, lo que busca es alertar de los riesgos de un recrudecimiento del patriarcado. El problema es el efecto combinado, el hecho de que prácticamente no se haya escrito otra cosa que distopías cuando se imagina el futuro. La realidad y la ficción se relaciona de forma compleja. La segunda refleja la primera, refleja nuestras ansiedades y miedos colectivos, también las esperanzas, pero también la modifica y la altera. Se corre el riesgo de que se conviertan en profecías autocumplidas.

¿Existe un futuro para nosotras? ¿O es inevitable el colapso? Algunas pensadoras creen que las utopías de antaño pensaban que los recursos eran ilimitados y que la utopía vendría cuando nos apropiáramos de la producción y que ésta sería infinita, pero que en la actualidad quizás la utopía pueda llegar en cómo organizamos los recursos finitos para gestionar de una manera ética el colapso. ¿Crees que de la catástrofe puede nacer la oportunidad?

Yo personalmente tengo muchos problemas con la idea de colapso en sí misma. La crisis ecológica no va a provocar un colapso de un día para otro como el que aparece en las series y las películas, la sociedad no se va a derrumbar un día concreto y todo el mundo va a saquear los supermercados como en una plaga zombi. A lo que nos enfrentamos es a un deterioro continuo y progresivo, que ya estamos viviendo. Cuanto más avance ese deterioro, más problemas tiene la supervivencia en la tierra de animales humanos y no humanos, como también estamos viendo ya. Pero la buena noticia es que estamos a tiempo de evitar las peores consecuencias de ese deterioro, que estamos a tiempo de echar el freno y detener ese avance. Eso supone un esfuerzo enorme, supone derribar el capitalismo entero en un plazo de tiempo muy corto, pero también nos permite imaginar sociedades mucho más justas y una vida mucho más dignas. La idea de colapso creo que es negativa políticamente porque nos condena a gestionar ruinas y porque extiende una idea muy paralizante: “si no se puede hacer nada, si el colapso es inevitable ¿para qué voy a intentarlo?”. Creo que es mucho más útil políticamente pensar a dónde queremos ir, qué sociedad vamos a construir tras el capitalismo, porque con eso al menos es más fácil movilizarnos. El miedo paraliza, la esperanza puede movilizar.

En este ensayo recorres el pensamiento de muchas personas que idearon un mundo mejor, empezando por Tomás Moro, pasando por el pensamiento marxista, las comunas victorianas, el panafricanismo y el ecosocialismo, entre otros. No son meras ideas y obras literarias, sino que convivieron con proyectos revolucionarios históricos. ¿Por qué escogiste estos hitos en concreto?

Quería que el ensayo hiciese un repaso en el que se tocasen diferentes épocas históricas y diferentes lugares del mundo, pero la idea es que fuera cortito, así que tenía que elegir. De los históricos intenté no dejar fuera a los más relevantes -me parecía que no tenía mucho sentido hacer una historia de la utopía sin el socialismo o la descolonización-, pero de los actuales intenté centrarme en aquellos que no eran tan conocidos o de los que solo se había conocido una faceta. Por ejemplo, no hablé de los zapatistas porque ya hay mucha información sobre ellos, en su lugar pensé en guerrillas que estuviesen actualmente activas y que además conjugan el ecologismo y el indigenismo con el socialismo, como los naxalitas. En otros casos, intenté dar una visión diferente de lo que habitualmente se ve en los medios, como en Venezuela, centrándome en el movimiento popular y en las comunas más que en otras cuestiones.

Sin embargo, muchos de estos movimientos también tuvieron sus lados negativos. Muchas de las primeras utopías se idearon desde una visión colonial, patriarcal e incluso clasista.

Sí, la idea era más ver el impulso utópico que hay en estos movimientos, la ambición por cambiar la sociedad sin ocultar desde qué posición estaba hablando el escritor o el teórico que las creó. Creo que la Historia está para eso, para coger herramientas que sirven, pero también para criticar las que ya no. Los movimientos sociales y las ideologías no deben de estar en urnas y mantenerse puros, sino ir mutando y cambiando.

Por último, describes el capitalismo como un sistema que te exige producir hasta la extenuación, sin importar cómo te sientas. De hecho, cuanto menos sientas y más aislada te encuentres, mejor. ¿Qué podemos hacer para romper con esta dinámica?

Es muy difícil romper esa dinámica, pero yo creo que la brecha para hacerlo está en el encuentro con los demás. Cuando estudié Ciencias Políticas nos decían que la política era la gestión del conflicto y a mí, ya entonces, me parecía una definición muy pobre. Yo prefiero entenderla como el encuentro con los otros, que a veces implica conflicto, y eso está bien, pero otras también esperanza, solidaridad, apoyo mutuo, ayuda. Creo que ese encuentro es lo único que puede darnos una oportunidad para cambiar las cosas de verdad. Sé que esto no es decir mucho porque pasar tiempo con los demás o implicarnos en colectivos, sindicatos, etc. no depende siempre de nosotros (muchas veces tenemos bastante con trabajo, cuidados, etc.), pero creo que es por ahí por donde va el camino a seguir.

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