Margaret Thatcher, Carme Chacón y el feminismo de Estado

Desde que recientemente se estrenó en los cines de todo el mundo la película La Dama de Hierro, la ex primera ministra británica, Margaret Thatcher, se ha puesto de moda. El filme, por alguna razón, se empeña en realizar una exaltación feminista a través de la figura de esta política conservadora que inició una guerra fulminante contra Argentina, aplastó las huelgas mineras, agravó el conflicto de Irlanda y liberalizó/privatizó los servicios y prestaciones sociales en su país. Lo que es innegable es que su firmeza, dotes de mando, frialdad y autoritarismo la convirtieron en el perfecto modelo de mujer que busca triunfar en un mundo gobernado por hombres a través de la emulación y mantenimiento de status quo.

Desde entonces, Thatcher ha marcado la pauta a seguir por cualquier mujer que desee acercarse a las esferas de poder. Este camino, al que podemos denominar feminismo institucional o de Estado, debe ser llevado a cabo por cualquiera, con independencia de su afiliación política. No importa si se trata Carme Chacón o de Soraya Sáenz de Santamaría. El feminismo de Estado de hoy se ha erigido como el equivalente al patriotismo de principios del siglo XX: si la ideología nacionalista fue el alimento espiritual de los millones de varones que perecieron en los campos de batalla de las dos guerras mundiales, la ideología feminista estatal cumplirá la misma función para las mujeres en los conflictos bélicos (mediante la incorporación de la mujer en los ejércitos del mundo), políticos (mediante su incorporación en los parlamentos) y sociales (mediante su inserción en las filas de los agentes sociales) por venir.

Para explicar el triunfo o el auge del feminismo de Estado existen diferentes razones. Por un lado podríamos hablar de un intento de lavado de cara de los gobiernos y partidos políticos, incluyendo entre sus filas personas que pertenecen a sectores discriminados por la sociedad, en este caso las mujeres. Algo parecido ha ocurrido en Estados Unidos con el presidente Barack Obama: le “colocan” ahí para simular un gobierno más cercano al pueblo.

El feminismo de Estado, por otro lado, se encarga de apaciguar la verdadera lucha feminista. El Estado propone mujeres líderes y leyes que victimizan a la mujer, haciéndonos creer que la discriminación hacia las mujeres es cosa de otro siglo.

Se ha inculcado en la sociedad una corriente feminista consistente en igualar la mujer al hombre dentro del capitalismo, y eso no es un feminismo emancipador para las mujeres. Que haya mujeres en el ejército y en la policía no es parte de una liberación, sino de una creciente opresión que las necesita como imagen y como recurso.

Seamos sinceras/os: la sociedad en la que vivimos sigue siendo machista o patriarcal. Las mujeres son tratadas como objetos. Podemos verlo en la publicidad, en la televisión, en las películas, etc. Nos venden un prototipo de mujer perfecta, dispuesta a pasar por cualquier cambio (incluso operaciones) para serlo si es necesario. Además las mujeres deben ser como los hombres capitalistas, es decir, entregadas a sus carreras profesionales como meta en la vida. También, y aunque digan que esto es lo que más ha cambiado, la mujer sigue vinculada al hogar, al mantenimiento y sustentación de la esfera privada de la familia. Esto lo observamos en que sigue siendo el reclamo de productos de limpieza y de alimentación. No ha dejado de ser la cuidadora de las/os demás, que sacrifica incluso su propio cuidado.

Ante esto no cabe el victimismo ni que el Estado intente proteger a las mujeres con leyes y campañas mediáticas. Lo que hace falta es tomar conciencia de la propia condición de ser sometida/o por el sistema y plantarle cara. El feminismo es una herramienta que libera de la opresión, por eso el feminismo de Estado es una farsa, ya que no libera, sino que oprime más a la mujer, en tanto que quiere hacerla creer que ya está liberada o que esa liberación está en manos de otras/os. Frente a la discriminación, a las agresiones y al maltrato no cabe quedarse calladas/os, pero tampoco vamos a dejarlo en manos del Estado. Crear grupos de personas oprimidas por la discriminación sexista que traten este tema y lo lleven como parte de su lucha diaria es un primer paso a dar.

Cine británico sobre la época thatcherista

¿Qué está haciendo Dios? Se lleva a John Lennon, se lleva a esos tres muchachos en Ainsley Pit y está pensando en llevarse a mi padre… ¿¡y la puta Margaret Thatcher vive!? ¿a qué está jugando?” – Phil, en Tocando al Viento (1996).

La década de 1980 fue una época muy jodida para pertenecer a la working class en el Reino Unido o en Estados Unidos, con Margaret Thatcher y Ronald Reagan llevando a cabo los ataques más viscerales de la historia (por ahora) contra los servicios sociales públicos. Si este Estado del bienestar es una conquista obrera o si se trata más bien de una serie de concesiones de la clase dirigente para calmar a las masas descontentas es un debate en el que no queremos entrar ahora; lo que queremos señalar es que la desaparición de las coberturas sociales, la destrucción de miles de empleos y la progresiva precarización de las vidas de quienes estaban en las filas de la clase obrera del momento marcó una época de miseria, desesperación y dolor, pero también de concienciación, movilizaciones, hermanamientos e ingenio para escapar de estas situaciones.

El cine realista social británico ha conseguido, de manera más que exitosa, retratar todos estos sentimientos y situaciones a través de la estética realista y la recreación – de forma comprometida – de historias a partir de lo cotidiano. Decía Leonardo Da Vinci en el siglo XV que “en cuanto nace la virtud, nace contra ella la envidia” y no podemos más que darle la razón al reconocer que es esto lo que sentimos cuando nos encontramos ante este movimiento cinematográfico cuya emulación no se ha podido llevar a cabo en España ni en ningún otro país de la misma forma.

El mayor representante de esta corriente es Ken Loach, director de Riff-raff (1990), cinta que retrata la vida de un trabajador escocés que trabaja de forma precaria (tanto es así que necesita okupar un apartamento vacío para tener una vivienda propia) para una constructora en Londres que, con tal de ahorrar costes, no pone todas las medidas de seguridad oportunas para garantizar la seguridad de sus empleados/as, al igual que ocurre con los/as trabajadores/as ferroviarios/as en su filme La Cuadrilla (2001). En Lloviendo Piedras (1993) retrata el drama del paro a través de la figura de un padre de familia cuarentón del norte de Inglaterra que hará lo que sea para comprar un vestido de comunión para su hija. Otros de los títulos vinculados a la temática de esta época que firma son La Canción de Carla (1996), Mi nombre es Joe (1998), Felices dieciséis (2002) y Buscando a Eric (2009). Todas sus películas se ruedan de forma natural, sin grandes recursos audiovisuales ni dramatismos más allá de las propias tragedias que viven sus personajes. Los/as obreros/as que aparecen no son grandes héroes a mitificar ni personas especialmente comprometidas (de hecho, una escena específica de Riff-raff puede herir la sensibilidad de aquéllos/as que reivindican los derechos de los animales); son gente normal y corriente, son las víctimas de las políticas neoliberales que se implementaron en su tiempo.

The Full Monty (Peter Canatteo, 1997) es una divertida comedia que relata la historia de seis obreros poco atractivos que deciden convertirse en strippers para ganar algo de dinero tras una ola de despidos en Sheffield (Inglaterra), una ciudad tradicionalmente vinculada con el sector de la metalurgia.

Otra película rodada en clave de comedia, aunque con algunos momentos realmente dramáticos, es Tocando el Viento (Mark Herman, 1996). En ella, una banda de música compuesta por mineros/as del norte de Inglaterra durante el gobierno de Thatcher sigue ensayando mientras, a su vez, se enfrentan al posible cierre de la mina, lo que supondría la pérdida de sus puestos de trabajo y la desaparición de dicha banda, una institución local con más de un siglo de historia.

Como otro filme sobre mineros/as podríamos citar Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000). La historia principal gira en torno a un niño de 11 años que quiere ser un bailarín de ballet profesional y cómo esto complica la relación con su padre. Sin embargo, como telón de fondo, se encuentran las profundas dificultades que tiene que atravesar la familia, en la que todos los varones trabajan como mineros durante las huelgas del sector en la década de los 80. Mientras duran las huelgas, los mineros sobreviven como pueden durante semanas sin ingreso alguno y siendo apaleados por policías.

Por último, nos despedimos con una breve mención de This is England (Shane Meadows, 2006), un drama centrado en un grupo de skinheads en 1983. Refleja cómo el movimiento skinhead original fue infiltrado por organizaciones asociadas al nacionalismo blanco en algunos barrios obreros gracias a su ataque populista contra la guerra de las  Malvinas y a su xenófobo discurso anti-inmigración. Lo mejor: su banda sonora.

Jornadas anarcofeministas

Los fines de semana comprendidos entre el viernes 3 y el sábado 18 de febrero tendrán lugar las Jornadas Anarcofeministas en el CALDO Vegano (C/ Orquídeas 7, <M> Tetuán). Más información en www.caldovegano.blogspot.com

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Un comentario en «Margaret Thatcher, Carme Chacón y el feminismo de Estado»

  • el 10/04/2013 a las 16:56
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    Se trata de especificar, como hace MacKinnon («Hacia una teoría feminista del Estado»), que en el sistema en el que vivimos «la fisiología de los hombres define la mayor parte de los deportes, sus necesidades de salud definen en buena medida la cobertura de los seguros, sus biografías diseñadas socialmente definen las expectativas del puesto de trabajo y las pautas de una carrera de éxito, sus perspectivas e inquietudes definen la calidad de los conocimientos, sus experiencias y obsesiones definen el mérito, su presencia define la familia, su imagen define a dios y sus genitales definen el sexo».

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