Son unas histéricas

Cuando afrontamos la lucha feminista se producen situaciones que no se dan en otros ámbitos, esto es así principalmente por dos factores, el primero es que en este caso el enemigo “está dentro”, gran parte de la lucha se dirige contra aprendizajes que tenemos muy arraigados en nuestro comportamiento. Otra cuestión a tener en cuenta es el hecho de que hombres y mujeres tenemos necesariamente una visión distinta del mundo porque el mundo nos ha tratado de forma distinta, tener esto en mente a la hora de empatizar con la otra visión será lo que haga que podamos luchar juntos/as. A continuación reproducimos extractos de un texto de Ander Izaguirre que resulta muy ilustrativo en este último sentido: www.gentedigital.es/ comunidad/anderiza/2011/12/20/son-unas-histericas

He mandado una pregunta a una amiga. En vez de una contestación directa, me ha respondido con una lista de diez recuerdos de su vida (he cambiado detalles para preservar su anonimato).

“1- Cuando mi hermana tenía unos 8 o 9 años, un viejo se le acercó en la plaza y le dijo:  “Te doy un caramelo y me das un besito”.

2- Cuando yo tenía unos 12 años, fui con una amiga a la fábrica en ruinas que teníamos delante de casa. Apareció un viejillo con boina, amable, que se puso a hablar con nosotras y a seguirnos mientras íbamos por la fábrica pisando cascos de vidrio. Cogió confianza y me agarró del brazo. “Déjame que te levante, para ver cuánto pesas”. Yo solté el brazo, me aparté rápido. Me saltó una alarma. Y nos fuimos. Mi amiga me dijo: “Pero chica, cómo has reaccionado”. Me pregunto por qué reaccioné así y por qué otras crías no lo hacen. Qué hace que te salte esa alarma.

3- Con 13 años, un día esperaba a mi madre en la calle, junto al portal. Vino un chico de mi edad por mi derecha, muy pegado a la pared donde yo estaba. Me saltó también la alarma. Yo agarraba una carpeta y me la subí hasta la altura de las tetas, como protección. Pasó a mi lado y noté un pellizco fuerte en el coño. Me subió un escalofrío hasta la cabeza, me quedé helada, violada de algún modo. Recuerdo cómo me sentí ese día y muchos días después. Al día siguiente teníamos una celebración familiar, recuerdo la ropa que llevaba, las fotos que nos sacamos, yo con mi cara pálida y mis ropas verdes, triste, mancillada, recordando lo del día anterior. Siempre siento una gran tristeza cuando veo esa foto, tantos años después.

4- Unos años más tarde, ese mismo chaval empezó a pegar en el culo con la raqueta a una vecina. Otro día, pasaba con la bici por el parque y le pegó una torta en el culo a una amiga.

5- Con 16 años, en un tren me senté al lado de un hombre.  Tras un rato de charla, empezó a agarrarme la mano. Luego me pidió que le diera un beso. No me atrevía ni a moverme. Me ofreció 40.000 pesetas por irme con él a un hotel.

6- En Perú, en medio de la plaza de la catedral, un tío me tocó el culo. También allí, en el tren, un hombre sobó de arriba abajo a una compañera. En Londres, en medio de la calle, otro tío me tocó el culo.

7- En la universidad, a la salida de clase, un compañero se me acercó por un lado, me agarró los pantalones a la altura de los tobillos y me los subió de repente para que todo el mundo viera mis piernas sin depilar. Otro día, delante de más gente, me dijo “tienes las orejas más feas que he visto nunca”.

8- En un polígono de las afueras de mi ciudad, donde trabajaba, un hombre me gritó desde una furgoneta: “¡Te voy a comer el coñooooo!”. Otro día, en ese mismo polígono, bajaba una cuesta andando y un coche que subía pasó a mi lado, despacio, con unos tipos dentro. Seguí caminando, miré atrás y vi que se habían parado en lo alto de la cuesta. El coche giró, empezó a bajar, me pasó y se cruzó delante de mí. Se quedaron esperándome. Vi que dentro había cuatro hombres. Me puse nerviosísima y eché a correr hasta un hotel, donde había más gente, y el coche se marchó.

9- Cuando tenía unos 20 años, un amigo de mi padre, casado y con hijos, me llevó de una ciudad a otra en su coche porque le venía de camino. Yo iba en el asiento del copiloto. A mitad de trayecto, alargó la mano y la apoyó sobre mi muslo, mientras me decía “yo os tengo mucho aprecio, a ti y a tu familia”. No hizo nada más. Pero no era un modo de tocar normal. No hice nada ni le dije nada a mi padre.

10- Hace dos semanas, de noche en un bar, delante de mí a una chica le tocaron el culo. Se dio la vuelta y dijo “le tocas el culo a tu madre”. En la barra había dos tipos sonrientes, entre la oscuridad y la impunidad del bar. No supo cuál de los dos había sido. Esa misma noche, volviendo a casa caminando a las cuatro de la mañana, un chaval andaba haciendo el tonto con otro amigo, salió a mi paso y me dijo “guapaaaa”. Un poco más adelante, un chico me llamó desde la esquina de una calle, “pssst, pssst”, y me decía “chica, ven aquí”.

foto-8209Con esta amiga he hablado algunas veces de los pequeños abusos, acosos y presiones que en general sufren las mujeres a lo largo de su vida. Los abusos más graves están mal vistos, se denuncian, pero por debajo de ellos hay toda una gama tolerada de eso que llaman violencias de baja intensidad. Se aceptan, se toleran y hasta se ríen.

En estos últimos tiempos he preguntado por este asunto a varias amigas y todas, pero todas, tienen un repertorio de historietas así: pequeños acosos desde que eran crías, bromas pesadas, comentarios supuestamente graciosos en el trabajo sobre su físico, su vestimenta o su situación amorosa, chistecitos con los que se han sentido coaccionadas y marcadas… Y muchas comparten una sensación: todos esos episodios –que a ellas se les han quedado muy grabados- en teoría no son como para quejarse, para protestar, para ofenderse, porque entonces quedan como exageradas o histéricas. Si les molesta que cuando caminan por la noche un chaval les llame “guapa” desde la esquina, es que son unas avinagradas. El chaval no sabe –o le da igual- que a la chica se lo hayan dicho tres veces seguidas o que se lo digan con frecuencia en unas circunstancias que convierten el supuesto piropo en una actitud agobiante y amenazante.

A mí me da que en general los hombres no somos nada conscientes de esa presión frecuente que padecen tantas mujeres, nos cuesta ponernos en esa piel, ni nos imaginamos lo que tiene que ser aguantar una y otra vez bromitas o toquecitos o comentarios que se suponen chistosos. Muchos participan en esos pequeños acosos, otros ríen las gracias o les quitan importancia. No nos enteramos o no nos queremos enterar, pero todo ese ambiente de suave agresión acaba coartando la libertad de andar tranquilas por la vida sin que les molesten por el hecho de ser mujeres.

¿Acaso los hombres no padecemos acosos o presiones? Sí, claro, pero en un grado muy inferior, que no nos condiciona tanto. No hasta el punto de que se nos desarrolle una actitud psicológica temerosa, a la defensiva, que nos limite la libertad de andar tan panchos por la vida. Pondré un ejemplo personal.

Cuando yo tenía 16 años, un sábado por la madrugada iba andando solo por la ciudad, hasta el sitio en el que tenía candada la bici para volver a casa. Me crucé con un hombre que me paró para pedirme la hora. Las cuatro de la mañana. Continué mi camino y noté que el hombre me seguía. En vez de avanzar recto por la avenida principal, callejeé para comprobar si el hombre me seguía por casualidad o con intención. Y me seguía, me seguía en todos los desvíos y rodeos. Por fin me acerqué a la bici y me apresuré a soltar el candado. Entonces el hombre se acercó, se bajó los pantalones y los calzoncillos, y empezó a meneársela. Salí pitando.

En esta historia veo una gran diferencia con una mujer. Cuando el tipo chungo me seguía, yo creí que unas horas antes me había visto candar la bici y que me la quería robar. Ni se me pasó por la cabeza que yo corriera ningún tipo de peligro sexual. Con 16 años, en mi cabeza no existía ese miedo. Ese miedo que es el primero que le viene a la mente a una chica de esa edad. El chico de 16 años piensa que le pueden robar la bici. La chica de 16, que la pueden violar. Porque viven con esa preocupación desde crías y a lo largo de toda la vida: siempre hay un viejillo en el parque que las agarra y las soba un poco, un adolescente que en el colegio les mete mano o les baja los pantalones, un ligón de bar que se pone bravo con ellas delante de los colegas machitos, un jefe que hace gracietas desagradables sobre su aspecto…

*

Mi amiga me mandó esa lista de diez recuerdos como respuesta a mi pregunta. Yo solo le había preguntado qué le parecía un artículo de la periodista June Fernández.

June primero escribió en Facebook una lista de actitudes que le molestaban cuando hombres más o menos desconocidos le abordaban en las redes sociales tomándose demasiadas confianzas. Tras su texto, vino una cascada de comentarios de otras chicas, que relataban montones de situaciones parecidas que les incomodaban. Algún chico entró a quitar hierro al asunto, a decir que no era para tanto, que a los hombres también les pasan cosas…

June comentó: “Cuentas micromachismos y te acusan de hilar fino y de ser una paranoica”. Y después publicó esta entrada en su blog: ‘Paranoicas’.

Os recomiendo mucho que leáis esa entrada y el debate que se desarrolló en los comentarios, donde algunas mujeres cuentan sus experiencias. Y que juzguéis si esas mujeres son unas exageradas y unas histéricas o si los tíos deberíamos darle alguna vuelta a este asunto.

Ilustración: Karina Billa

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