“La humanidad se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden” – Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, 1936
El confinamiento en plena cuarentena parece haber sido un elemento social democratizador, supuestamente toda hija de vecina lo hemos sufrido, y hemos estado bajo las mismas condiciones de encierro. Sin embargo, sería bastante irresponsable e irreal pensar que la cuarentena ha sido una situación vivida de la misma manera por todas las personas, un mal menor del que haber sacado una experiencia memorable o un elemento de cohesión social. Sí es verdad que se pueden encontrar puntos comunes en la sociedad de tendencias que se han desarrollado durante la cuarentena, y que muestran mucho de nosotras mismas como comunidad social fragmentada y profundamente individualizada. En líneas generales estamos viviendo este confinamiento desde un imaginario colectivo cultural de clase media, es decir, desde la despreocupación sobre las condiciones de vulnerabilidad de grandes grupos sociales de la población.
El confinamiento como un guión de cine distópico personalizado
Mucho se ha escrito sobre los sinsabores y limitaciones culturales que hemos sufrido en el confinamiento, pero muy poco sobre las implicaciones políticas y sobre nuestra autonomía colectiva. Las redes digitales se han impuesto como una obligación para socializar, los vídeos en Youtube o los directos en Instagram se han implantado como la única ventana cultural al exterior y a la verdad, conformando un mundo de apariencia. Todas veíamos al principio extenderse esta pandemia como si de un guión de película hollywoodiense se tratase, y es que ya son bastantes años tragándonos distopías apocalípticas en el cine, que cuando entramos en contacto con la realidad de esta emergencia sanitaria global nos sentíamos viviendo un guión cinematográfico. Todo nos hace pensar que hemos continuado viviendo en esa especie de burbuja, como si fuésemos espectadores de nuestra propia película individualizada, y como sentenció hace siglos William Shakespeare: el mundo entero es un teatro.
Se nos repiten constantemente mantras sociales en términos infantilizados, nos hablan de una población unida en la desgracia, y que sin embargo vive asomada a los balcones para aplaudir religiosamente cada día a media tarde una sanidad que nunca nos preocupó, o para denunciar a vecinas sin aplicar ni una pizca de empatía. La desmesurada oferta gratuita de arte y cultura para no aburrirnos, los innumerables tutoriales de ejercicio vigoréxico, la eco-cocina con eco-productos muy eco-saludables pero muy poco eco-accesibles; son algunos de los aspectos culturales protagonistas de nuestras cuarentenas. Lamentamos que cerrasen las terrazas de los bares, lamentamos la cancelación de conciertos y de teatro, parecía que no podríamos sobrevivir sin fútbol, y la realidad es que sí se puede. Somos la sociedad del espectáculo que caminamos topándonos con nuestras contradicciones sin haberlas siquiera pensado ni mirado de cerca como para razonar por qué podemos permitirnos ser imperfectas. Los mensajes extremadamente positivos y de libro de autoayuda como ‘saldremos de esta’, ‘hay que estar unidos’, ‘quédate en casa’… nos alejan de las experiencias sociales diversas, cuando la realidad es que debemos comenzar a luchar desde la retaguardia del confinamiento.
Idealización del aislamiento humano y uberización de nuestras vidas
Pensamos, a veces, y solo de pasada que hay quien no tiene balcón, quien no tiene ni siquiera paredes, ni techo para quedarse en casa. O quien vive en una infravivienda, en condiciones de hacinamiento. Disfrutar de la cultura también depende de unas condiciones materiales dignas. Hace no demasiadas semanas la artista Rosalía afirmaba que el aislamiento potencia enormemente la creatividad, en un efectivo intento social de idealizar el aislamiento humano, sin tener en cuenta que no estamos confinadas por elección propia, no hemos elegido quedarnos en nuestras casas. Afirmar que el aislamiento es positivo para el proceso creativo desde tu mansión es un insulto a las cientos de miles de mujeres, hombres y peques que están encerrados en sus casas con situaciones de emergencia social y sin cuidados personales. Todas tenemos que procurar nuestro bienestar psicológico y físico, y más en una situación global donde el apoyo mutuo y las distracciones son necesarias. Todas tenemos derecho a convivir leyendo, escribiendo, viendo películas, cocinando y autocuidánonos… pero no sirve de mucho idealizar este estado de cosas para todo el mundo, porque ya partíamos anteriormente a esta situación de una desigualdad social horrible que se ceba mucho más con las vulnerables.
Por otro lado debemos tener en cuenta en el tema laboral que todo este proceso de despidos masivos o defensa a ultranza del teletrabajo, se da en un contexto de avance hacia modos de producción que requieren de menos mano de obra, y difuminan los contornos del ámbito laboral. Esto es la uberización de nuestras vidas, en las que no sabemos si trabajamos o practicamos el coworking, donde nuestras casas se convierten en oficinas laborales, no sabiendo ya diferenciar cuándo finaliza nuestro tiempo y espacio para la productividad. Es ingenuo pensar que esta crisis demostrará que muchas personas pueden trabajar desde sus casas, el capitalismo promueve la dependencia de los sistemas de producción, y aprovechará para profundizar la precarización del trabajo. Saldremos con un contrato de empleo de aplicaciones digitales, en lugar de un contrato laboral formal al cual ponerle contenciones gracias a los derechos laborales conquistados. El estudio online se está imponiendo igualmente desde la misma conceptualización productiva, decenas de miles de estudiantes están realizando una cantidad ingente de tareas académicas digitales, sin que la estructura educativa se plantee los factores sociales y familiares impeditivos que puedan estar viviendo en sus hogares.
La necesidad de una reescritura desde abajo y a la izquierda
La narrativa de esta pandemia, del confinamiento y de las medidas de emergencia social, se está escribiendo desde ese capitalismo cultural global y decadente que ha conseguido hacer de nosotras mismas un producto de autoconsumo. Es necesario hacer escapadas del mundo de la idealización de la cuarentena, poner encima de la mesa de debate las cuestiones sociales cotidianas, reconocer nuestras carencias y puntos fuertes, y dar rienda suelta a las acciones solidarias, no para seguir mirándonos el ombligo, sino para reescribir un relato del presente desde abajo y a la izquierda.
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