Entrevista a Mark Bray, autor de ‘Antifa’

El 14 de agosto de 2017, la nueva extrema derecha (Alt-Right) y el KKK se manifestaron en la ciudad estadounidense de Charlotesville. Su acto terminó con el asesinato por atropello de la contramanifestante Heather Heyer. No fue condenado por Donald Trump1. El presidente aseguró que entre las filas de las fascistas había “buenas personas”. Este crimen inició un ciclo de movilizaciones antifascistas, con el claro objetivo de negar a los fascistas la oportunidad de promover su política opresiva y proteger a las comunidades de los actos de violencia promulgados por su ideología de odio. En varias de estas movilizaciones, el activista Mark Bray ejerció de portavoz no oficial ante diversos medios.

Mark acaba de publicar en castellano su ensayo Antifa (editorial Capitán Swing, octubre 2018, 312 páginas), en el que proporciona un estudio detallado de la historia del antifascismo desde sus orígenes hasta nuestros días. Partiendo de entrevistas con antifas de todo el mundo, detalla las tácticas del movimiento y la filosofía que hay detrás de él.

Hemos entrevistado a Mark Bray sobre el avance del fascismo y las estrategias del antifascismo.

Todo por Hacer (TxH): Estados Unidos siempre ha presumido de estabilidad política, un Estado capitaneado por dos partidos que nunca se alejaban en exceso del centro político, al menos en materia de política doméstica (olvidémonos de la política exterior). ¿Se ha roto esta situación con la llegada de Trump a la Casa Blanca? ¿Se ha asentado la ultraderecha en el trono? ¿Sus políticas difieren de lo que podía ser la de George Bush o se trata más bien de una cuestión de discurso?

En términos generales, se puede afirmar que durante décadas ambos partidos se encontraban relativamente cerca del “centro” en el espectro político (aunque según los estándares europeos el Partido Demócrata se encontraría en el “centro-derecha” y el Republicano bien asentado en la “derecha”).

La crisis financiera de 2008 supuso que la opinión pública se fuera desencantando gradualmente con el “establishment” político, propiciando alternativas de derechas (capitalizadas por Trump) y de centro-izquierda, con la candidatura de Bernie Sanders a las primarias Demócratas como el máximo exponente del enfado popular, potenciado por el legado de Occupy Wall Street2. Ambos candidatos rompieron con algunos de los barones tradicionales de sus partidos. Trump, además, repudió las políticas hasta ese momento intocables del Partido Republicano: en política exterior se opuso a la guerra de Iraq (algo que no hizo en 2003), en economía se posicionó en contra de los tratados de libre comercio y defiende el uso de aranceles y, en lo racial, ha sido más explícito a la hora de apoyar el supremacismo blanco y rechazar a los inmigrantes. En este aspecto, ha abrazado las posturas de la extrema derecha. Sin duda, la presencia de figuras de la extrema derecha como Steve Bannon, Stephen Miller y Sebastien Gorka en su gobierno evidencian la influencia que tienen estas ideas venenosas en la Casa Blanca. Han ideado políticas como el “Muslim Ban” (la prohibición de entrada en el país de personas procedentes de “países musulmanes”), han intentado abolir el derecho a recibir la nacionalidad estadounidense por el hecho de nacer en territorio de este país (para evitar que lleguen personas migrantes y tengan hijos) y han detenido a niños extranjeros en campos de concentración.

Esta clara influencia ha servido para virar a todo el Partido Republicano más a la derecha, ha empoderado a ciertos sectores – hasta ahora marginados – de la extrema derecha y han permeado parte de sus ideas en la sociedad. Pero todo ello no nos debe hacer olvidar que las fronteras siempre son letales, con independencia de la retórica nacional y que Estados Unidos siempre ha sido un Estado supremacista blanco colonial. Trump ha exarcebado estos puntos, pero no los ha inventado.

TxH: ¿Qué se considera fascismo hoy en día?

El “fascismo” es notablemente difícil de definir, porque ha adoptado distintas formas en diferentes países, durante eras diferentes, dentro de regímenes y movimientos diferentes. En consecuencia, tiene sentido que el fascismo tenga un aspecto muy distinto hoy que en la Italia de la década de 1920.

Personalmente, prefiero hablar de los “espectros de lo fascista”. Puesto que los fascistas siempre han adoptado y descartado ideas con facilidad y han rechazado la coherencia racional, creo que tiene sentido analizar las constelaciones de rasgos y tendencias más que intentar dotarnos de una definición universal.

Ciertamente, el fascismo del siglo XXI en Europa y Estados Unidos gira en torno al supremacismo blanco, el ultranacionalismo y la anti-inmigración en el contexto de las crisis económicas. Aunque existen algunos grupos explícitamente nazis y fascistas, muchos otros tratan de disimular su xenofobia y sus ideas identitarias, reivindicando una promoción de su propia etnia sin oponerse de manera directa a otras razas. Esto, por supuesto, es una estafa retórica muy bien calculada.

Los fascistas siempre han intentado infiltrarse y aprovecharse de la noción de justicia de las izquierdas. En las últimas décadas se han justificado utilizando un discurso anticolonialista y antirracista. Esto supone un cambio muy signficativo respecto del fascismo primigenio.

TxH: ¿Cómo ha evolucionado la ultraderecha y qué diferencias existen entre las distintas formas de ultraderecha?

Como ya he mencionado, una importante tendencia que influyó en el Alt-Right en Estados Unidos ha sido el identitarismo, importado por la Nueva Derecha Francesa. En Estados Unidos existe la organización “Identity Europa”, que ha intentado organizar (con un éxito limitado) a los estudiantes en las universidades. En Europa existen colectivos similares, como lo son “Generation Identity”.

En Estados Unidos, además, existen organizaciones como el Ku Klux Klan, una marca de fascismo norteamericano con orígenes distintos al nazismo alemán o el fascismo italiano, pero que desde la década de los 70 se ha intermezclado con partidos fascistas tradicionales. Esto se hizo evidente, por ejemplo, en la Masacre de Greensboro de 1979, cuando cinco miembros del Partido Comunista de los Trabajadores fueron asesinados por el KKK y el Partido Nazi Americano.

Otro grupo muy activo en este lado del charco es el de los “Proud Boys”, que claman no ser racistas, sino meros defensores de la cultura occidental. Son anti-feministas y muy violentos. Últimamente han aparecido en los medios por sus ataques contra antifascistas.

TxH: ¿Cómo explicas el ascenso de partidos de ultraderecha en el mundo en los últimos años (Trump, Bolsonaro, Orbán, Salvini, etc.)?

A mi juicio, el factor más decisivo ha sido el fracaso de la izquierda para abordar las ansiedades económicas y sociales populares. Cuando la crisis financiera nos golpeó, la clase obrera se vio con dos alternativas: organizarse con sus compañeras y vecinas para crear redes de apoyo mutuo y enfrentarse a quienes ostentaban el poder, o culpar a las personas migrantes y racializadas.

Cuando partidos socialdemócratas como el PSOE en España o Syriza en Grecia aceptan e, incluso, impulsan políticas de austeridad y juegan a ser neoliberales, como lo hizo el Partido de los Trabajadores brasileño, la clase trabajadora sólo se ve con una opción “anti-establishment”: la extrema derecha. Y, aceptémoslo, resulta más fácil culpar a los extranjeros que organizar de manera activa un movimiento contra las élites nacionales y financieras del planeta entero.

El fascismo, bajo sus múltiples facetas, siempre reemergerá si los posos de los que crece (capitalismo, patriarcado, racismo, capacitismo, etc) no son erradicados.

Estados del bienestar, como el modelo sueco, han logrado ciertos avances en términos de proporcionar una calidad de vida digna para la gente, pero si no se acompaña de una mirada global y una perspectiva internacionalista, se genera el bienestar chovinista nacionalista que está creciendo en Escandinavia: “bienestar sólo para los suecos”.

TxH: A raíz de los discursos del presidente y de sucesos como el de Charlottesville, parece que el movimiento antifascista ha adquirido una dimensión y relevancia en EEUU que antes no tenía. ¿Estamos asistiendo a una revitalización de los movimientos sociales en EEUU?

Sí. Aunque el antifascismo militante ha ostentado un papel muy significativo a la hora de enfrentarse a la extrema derecha desde hace décadas en Estados Unidos, no fue hasta el año 2017 (especialmente tras los sucesos de Charlottesville) que el público general tuvo noticia de la existencia de «Anti-Rascist Action» y otros colectivos similares. La atención mediática que adquirieron, unida al miedo a la derecha más radical, ha resultado en un aumento significativo de la auto-organización contra el fascismo.

Otro gran hito de la revitalización de los movimientos sociales en Estados Unidos sería el movimiento Occupy Wall Street, aunque no podemos olvidar precedentes como las ocupaciones estudiantiles de California o la toma del edificio gubernamental en Madison (Wisconsin) en 20103.

TxH: Trump y el resto de gobernantes mundiales atacan a diario con su retórica a personas LGTBiQ, personas trans, migrantes, minorías étnicas, izquierdistas o a quien le dé la gana ese día. ¿Cómo se contrarresta esto? ¿Cuáles son los objetivos del actual movimiento antifascista en EEUU y qué estrategias utiliza para evitar que el fascismo promueva su política opresiva?

Desde una perspectiva social creo que tenemos que enfatizar dos cosas. La primera, que nunca podemos llegar a algún tipo de acuerdo con políticas tránsfobas, homófobas, capacitistas, racistas o patriarcales. En Estados Unidos, algunos líderes sindicales han afirmado que defender la justicia racial puede desembocar en la exclusión de trabajadores blancos. Esto es hacerle el juego al supremacismo blanco. Un movimiento obrero de verdad, que planta cara al capitalismo, debe entender y resistir las diferentes formas en que el Capital nos divide, creando diferentes jerarquías basadas en la identidad. La respuesta no consiste en ignorar esas diferencias, sino en organizarnos con una conciencia de cómo la explotación capitalista siempre se encuentra dividida por género y raza.

En segundo lugar, tenemos que impulsar y ampliar las sanciones sociales contra quienes profesan el racismo, el machismo o la transfobia. Debemos asegurarnos de que siempre debe ser socialmente inaceptable discriminar y abrazar posturas de extrema derecha. Como decimos aquí: “ninguna plataforma para el fascismo”. Esto debe ser siempre cierto, tanto para manifestaciones fascistas, como en nuestras interacciones diarias. Esto lo describo con más detalle en mi artículo “Trump y el antifascismo cotidiano más allá de golpear nazis” (Roar Magazine)4.

TxH: ¿Corre riesgo el antifascismo de caer en un frentepopulismo y centrarse sólo en el enfrentamiento con el fascismo? ¿Debe proponer y crear alternativas?

Antes de nada, creo que es útil distinguir entre el “antifascismo”, entendido como la totalidad de la oposición al facismo, y el “antifascismo” como una corriente específica del activismo en el Reino Unido y Estados Unidos que parte de la lucha contra el fascismo como un punto de salida para oponerse al Estado y el Capital. Al tratar a la policía como tu enemigo, al negarte a trabajar a través de los tribunales y los parlamentos, al utilizar la acción directa contra el fascismo, estos grupos no caen en el frentepopulismo. Pero cuando estos colectivos se alían y organizan con otras formaciones de tendencias diferentes (lo cual en ocasiones es una buena idea, bajo mi punto de vista), los riesgos y recompensas de la política de coaliciones empiezan a operar. Este riesgo no es exclusivo del antifascismo. Siempre que grupos radicales trabajan junto a organizaciones más moderadas se genera la posibilidad de que el resultado sea reformista. ¿Pero cuál es la alternativa? ¿Vamos a permanecer aisladas y no tener ni un mínimo impacto en las luchas populares?

Yo defiendo un uso selectivo y basado en principios de la estrategia de coalición, analizando sus oportunidades caso por caso. No siempre es una buena idea, depende del potencial para tener una influencia positiva. Y esto sucede también en el antifascismo. Existen determinadas formaciones, partidos y sindicatos que nos convendría evitar siempre, pero he dialogado con antifascistas de un gran número de países que han tenido experiencias positivas en la construcción de alianzas amplias contra la extrema derecha. Pero insisto en que nunca se deben perder de vista los principios que giran en torno al anticapitalismo y la lucha contra el Estado.

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1Más información en www.todoporhacer.org/charlottesville-barcelona/

2El entrevistado escribió un libro sobre este movimiento, titulado La Traducción de la Anarquía: el Anarquismo en Occupy Wall Street, editado por Volapük Ediciones (2015) www.todoporhacer.org/el-anarquismo-en-occupy-wall-street/

3Véase www.todoporhacer.org/546/

4Véase www.alasbarricadas.org/noticias/node/38083

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