Entrevista a Gabriel Kuhn (segunda parte): “El deporte no se va a ninguna parte; formará parte de un sociedad libre, al igual que las artes y diversas formas de ocio y juego”

Puedes encontrar aquí la primera parte de esta entrevista.

Gabriel Kuhn es un escritor, traductor y activista anarquista de origen austriaco. Nacido en Innsbruck, ha vivido y estudiado en diversos países (EEUU, Turquía, etc.) y actualmente reside en Suecia. Ha jugado al fútbol de manera semiprofesional y es doctor en Filosofía.

El mes pasado le preguntamos por los movimientos políticos y sociales en Suecia, el avance del fascismo en el norte de Europa y por algunas de sus obras, en las que analiza, entre otras cuestiones, las sociedades piratas del siglo XVIII y la resistencia del pueblo Sámi. Este mes hemos decidido terminar la entrevista preguntándole por su gran pasión: el deporte en general y el fútbol en particular.

Todo por Hacer (TxH): Un tema sobre el que has escrito prolijamente es el del mundo del deporte y su relación con el activismo político de base. Podemos destacar tus obras Soccer vs. The State (2011) y Playing as if the World Mattered: an illustrated story of activism in sports (2015), así como tu traducción del libro Antifascism, Sports, Sobriety: Forging a Militant Working-Class Culture (2017). ¿Cuál es la relación que ves entre el deporte y la política?

Gabriel Kuhn (GK): Nos guste o no, el deporte es una parte esencial de la sociedad moderna. Millones de personas se conmueven con él, ya sea como deportistas practicantes, espectadores o ambos. El deporte refleja la sociedad en general y, por tanto, también puede influir en ella. Incluso si no te interesa el deporte, tienes que reconocer que tiene un gran terreno político. Esa es la principal razón por la que los movimientos revolucionarios deberían preocuparse por él.

Para la gente como yo, que ama el deporte, también está la cuestión de cómo practicarlo en una sociedad emancipada. Gran parte del deporte moderno – caracterizado por su alto nivel de competitividad, su mercantilización y la idealización de la normatividad corporal y de las habilidades – no encajan bien con los valores de igualdad y solidaridad. Es un reto practicar el deporte de forma que se ajuste a esos valores. Pero es una tarea necesaria encontrar ese camino. El deporte no se va a ninguna parte; formará parte de una sociedad libre al igual que las artes y las diversas formas de ocio y juego.

TxH: ¿Cómo fue tu experiencia como jugador semi-profesional de fútbol? ¿Sufriste un desencanto con este deporte?

GK: Sí. Me encantaba el fútbol, pero las circunstancias hacían las cosas difíciles. Lo peor de todo era la influencia de los propietarios de los clubes y de los patrocinadores, gente a la que a menudo no le importa el juego pero que toma decisiones debido a su poder y a su dinero. Pero también hubo mucha falta de honradez en los fichajes y en las negociaciones de los contratos: falsas promesas, acuerdos por la puerta de atrás y mala comunicación. También había una cultura de vestuario sexista y homófoba, pero al menos allí tenías la posibilidad de intervenir; podías desafiar a la gente y marcar la diferencia. Era más difícil hacer algo contra los comentarios estúpidos de la grada, los cuales eran habituales. Y era casi imposible contrarrestar el poder de los propietarios de los clubes y de los patrocinadores. Los sindicatos de jugadores acababan de empezar en aquella época y, aunque hoy en día proporcionan cierta seguridad económica a los jugadores, todavía no tienen mucha influencia en el juego como tal. Se necesitarían organizaciones de deportistas mucho más fuertes y radicales para ello. En cualquier caso, cuando yo jugaba, el entorno hacía muy difícil estar a la altura de mis principios políticos. Fue una de las principales razones por las que terminé mi carrera futbolística muy pronto, con apenas 20 años.

TxH: A principios del siglo XX se fundaron clubes de fútbol anarquistas, sobre todo en Latinoamérica, pero algunos militantes no lo vieron con buenos ojos, pues podía distraer del objetivo principal: la revolución. ¿Cuáles fueron los debates que se dieron entre anarquistas argentinos y alemanes en esta época en torno al fútbol?

GK: En ese momento, los anarquistas de Argentina, Alemania y otros países estaban divididos sobre el tema, de la misma manera que el anarquismo se encuentra dividido en la actualidad en torno a este tema. Algunos militantes veían a los clubes deportivos como una forma importante de organizar a la clase trabajadora y desarrollar una cultura proletaria revolucionaria. Otros veían el deporte como el opio de las masas, creyendo que no había nada que ganar políticamente con su práctica. Entiendo esta postura, pero creo que es errónea. La gente que la sostiene confunde la forma en que se organizan y practican los deportes bajo el capitalismo con la naturaleza del deporte como tal. Como sucede con cualquier otra cosa, los deportes pueden organizarse y practicarse de forma liberadora, con un fuerte grado de autodeterminación y en un sentido de comunidad más que de competición. El deporte puede crear un entorno en el que los valores comunales y socialistas pueden florecer de forma alegre. Esto es muy importante para la política revolucionaria.

TxH: Tu militancia política comenzó con el ambiente straight edge dentro del mundo del hardcore. Has escrito dos libros sobre el tema: Sober Living for the Revolution (2010) y Straight Edge and Radical Sobriety (2019). Para quienes no se encuentren familiarizadas con este movimiento, explícanos qué es el straight edge y por qué te interesaste en escribir sobre este tema.

GK: El straight edge es una subcultura dentro de la escena del hardcore punk. Esencialmente, adopta los valores rebeldes antiautoritarios y del «hazlo tú mismo» del hardcore punk, al tiempo que rechaza el consumo de drogas, que, según la definición del straight edge, incluyen el alcohol y la nicotina.

En los años noventa, muchos chicos integraron el veganismo en su concepción del straight edge, pero, originalmente, éste no se encontraba vinculado a la liberación animal. Sin embargo, no deja de ser lógico que se hayan unido, pues una de las principales razones del rechazo original al consumo de drogas era que se buscaba que las personas actuaran de forma más responsable con los demás; este principio simplemente se extendió a los animales no humanos y al entorno natural.

Personalmente, soy straight edge desde hace más de 30 años y ha sido muy importante en mi vida. Crecí en una región en la que la bebida y las formas de violencia relacionadas con ella formaban parte de la cultura juvenil. El straight edge me ayudó a rechazar la presión de los compañeros que viene con ese ambiente. Fue muy importante saber que existía un movimiento mundial de personas con ideas afines.

Pero el straight edge es muy ambiguo políticamente. Rechazar las drogas, en sí mismo, no es ni de izquierdas ni de derechas. Puede ser adoptado y propagado por todo tipo de movimientos políticos. Y ha habido tendencias muy conservadoras dentro del straight edge, donde las nociones de una vida «natural» y «libre de venenos» podían generar sentimientos antiabortistas y homófobos. También ha habido mucho machismo. En mi libro, quería contrarrestar estas tendencias y documentar las numerosas corrientes emancipadoras que siempre han formado parte de la cultura straight edge.

TxH:¿Te sorprendió enterarte de que la Audiencia Nacional española había iniciado una investigación en el año 2015 al movimiento straight edge madrileño por delitos de terrorismo?

GK: No necesariamente. La gente straight edge ha estado involucrada en la acción política durante mucho tiempo y, en un clima en el que los activistas políticos son fácilmente atacados y confrontados con acusaciones escandalosas, quizás era sólo cuestión de tiempo que un grupo straight edge políticamente activo se convirtiera en uno de los objetivos de la policía. Supongo que el momento era propicio en el Estado español, dadas las circunstancias políticas. Me alegro de que finalmente resultaran absueltos y que los acusados hayan podido salir en libertad. No hace falta decir que las acusaciones y el proceso judicial en sí fueron una carga enorme, tanto para las vidas de los acusados como para la escena política más amplia de la que formaban parte. Esto forma parte de la agenda del Estado: se supone que la represión debe infundir miedo en la gente, por eso se lleva a la gente a los tribunales aunque sea difícil conseguir condenas. Por desgracia, es una realidad para los activistas políticos y algo para lo que tenemos que estar preparados.

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