El CSO La Yaya. Crónica de la resistencia a un desalojo mafioso

Desde hace unos años, crear un Centro Social Okupado en Madrid está siendo cada vez más complicado. Cuando en junio de este año dábamos la bienvenida al CS La Ingobernable, que entraba y ponía en funcionamiento un edificio propiedad el Ayuntamiento, comentábamos que la policía estaba recurriendo al desalojo exprés para poner fin a las okupaciones políticas (bueno, matizamos, las vinculadas a los movimientos sociales, las de los neonazis del Hogar Social Madrid no están encontrándose con esos problemas).

Por eso, cuando a primeros de octubre un grupo de jóvenes presentaba el CSO La Yaya en un barrio tan poco dado a las okupaciones como Argüelles, nos sorprendíamos y alegrábamos a partes iguales. Según informaba el diario El Salto, el nuevo espacio nacía con la idea de montar un centro social que fuera para todo el barrio, de no discriminación, muy abierto, en el que se incida en los valores del ecologismo, el feminismo o el veganismo. Por eso lo llamamos centro socio cultural. También para llamar a los jóvenes a que desarrollen aquí sus actividades y escapen de la dinámica de parque y litrona y crear lazos nuevos, más sanos, eligiendo el nombre de La Yaya por el espíritu de solidaridad y de comunidad en el barrio del que nos hablaban nuestras abuelas.

Pero la alegría duró poco y la sorpresa se acentuó cuando el 11 de octubre la asamblea del centro social anunciaba que tras un intento de la propiedad, Iglesias Assembly, S.L., de la familia de Julio Iglesias, de llegar a un acuerdo económico para el desalojo del espacio (y un intento de soborno a un miembro del colectivo), ésta había contratado los servicios de Desokupa, una empresa de desalojos extrajudiciales formada por neonazis patrios y del este de Europa. Este grupo de mafiosos apareció por el centro social amenazando a la asamblea con que si el espacio no era desalojado de forma voluntaria antes del día 12 a las 12 horas, lo harían ellos con sus propios métodos.

Ante esto, el centro social se movilizó y pidió la solidaridad de los movimientos sociales madrileños, congregando a un gran número de personas dispuestas a resistir el intento de desalojo. Tras esa demostración de fuerza, la propiedad y Desokupa cambian de estrategia y unos días después deciden bloquear la entrada al centro con un control de acceso con una empresa de seguridad privada,. Dada la acumulación de gente, entre mafiosos, seguridad privada y solidarios/as, apareció la Policía Nacional, que tras dar un abrazo y un beso al capo de Desokupa, abandonó el lugar tras identificar a los/as okupantes y permitir que se llevaran a cabo los actos de coacción contra estos/as.

La asamblea decide resistir, por lo que queda gente dentro del espacio, sin agua ni luz, que es apoyada por gente del exterior que les pasa comida y lo necesario para aguantar. Mientras, las amenazas y provocaciones de Desokupa continúan, intentando arrancar la puerta y pintando la fachada de madrugada y por último, bloqueando las ventanas que servían a los/as okupantes de conexión con los/as compañeras/os de fuera con planchas de hierro. Nada de esto quiebra la resistencia de la asamblea, que se organiza para desbordar a los vigilantes privados y dar relevo y avituallamiento a los/as que permanecían en el interior.

Por fin, y tras dos semanas de asedio, los vigilantes abandonan el control de acceso y el barrio gana un nuevo centro social sobre lo que antes era una nave abandonada por más de quince años.

Desokupa, matones de extrema derecha al servicio de los grandes propietarios

El, por ahora, fracasado intento de desalojo del CSOA La Yaya ha supuesto la primera aparición pública en nuestra ciudad de la empresa Desokupa, que ya contaba con un largo historial de intervenciones en Barcelona. El mejor y más documentado trabajo de investigación sobre esta compañía, fue realizado el año pasado por el periódico catalán La Directa, analizando sus vínculos con la extrema derecha y sus actuaciones en los desalojos extrajudiciales en los que eran contratados.

El líder de esta organización es Daniel Esteve, quien ha hecho de la coacción su forma de ganarse la vida. Ya en 2008, fue detenido acusado de detención ilegal, vejaciones, amenazas y asociación ilícita al ser el cabecilla de Morosos BCN, una banda de porteros de discoteca que a través de la extorsión se dedicaba al cobro de deudas. Con esta experiencia, y reclutando a matones expertos en artes marciales y vinculados a la extrema derecha, inició la actividad de Desokupa, presentándose en sociedad con un desalojo de un edificio en Barcelona donde se pudo ver cómo sus sicarios entraban en las viviendas y expulsaban a la gente de sus casas ante la inactividad de la policía. Al día siguiente de que los accesos fueran tapiados, una inmobiliaria anunciaba su proyecto de construcción de pisos de lujo. Esta relación con inmobiliarias de alto standing fue señalada por La Directa, que en su artículo Aliados de Desokupa en la sombra, visibiliza quién está detrás y a quién sirve esta empresa, desgranando su colaboración con testaferros de grandes propietarios de vivienda, fondos de inversión, inmobiliarias y bancos.

Según las cifras aportadas por la propia empresa, que hay que poner en cuarentena puesto que pueden ser una estrategia publicitaria, Desokupa ha participado en más de 800 desalojos de viviendas en los dos años que lleva en funcionamiento. Esto ha llevado a que el Observatori DESC (Derechos Económicos, Sociales y Civiles) presente una querella contra la empresa por los delitos de violación de domicilio, coacciones, delito continuado de amenazas y organización criminal, dirigida también contra Daniel Esteve y contra sus matones Jivko Ivanov, vinculado con paramilitares ultranacionalistas serbios, y Ernesto Navas Palacín, neonazi condenado por intento de homicidio cuando aún era menor de edad por una paliza a tres antifascistas y por el apuñalamiento de otro joven.

Además, la PAH ha llamado a resistir contra los mafiosos que desalojan a familias y vecinos/as de Barcelona han iniciado la campaña STOP Desokupa para visibilizar y combatir a los sicarios que utilizan la intimidación y la fuerza para echar a la gente de su casa.

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