Todo comenzó a mediados de abril, cuando estudiantes de diversas universidades de Estados Unidos decidieron acampar en sus respectivos campus, solicitando un alto al fuego en Gaza, la ruptura de relaciones con Israel, el fin de la venta de armas al Estado sionista y que las universidades cesaran sus contratos con la industria armamentística que alimenta el genocidio.
La respuesta a estas acampadas fue, por lo general, dura: 50 estudiantes y fotoperiodistas detenidas en Austin por policías a caballo, 93 en la Universidad del Sur de California, más de 100 en Boston y así por todo el país. Pese a ello, esta represión le pareció insuficiente al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que publicó un vídeo institucional suyo, grabado en inglés, en el que denunciaba que “lo que está ocurriendo en las universidades estadounidenses es horroroso. Turbas antisemitas están tomando el control de los centros educativos, piden la aniquilación de Israel y están atacando a estudiantes y profesores judíos. Recuerda a las universidades alemanas de la década de 1930. […] Esto debe ser parado y condenado, pero la respuesta de algunos rectores ha sido lamentable. La policía, por suerte, ha actuado. Pero tiene que hacer más”.
Una vez más, el sionismo instrumentalizando el antisemitismo para enterrar cualquier crítica al colonialismo y al genocidio. Sin embargo, no debemos olvidar que Israel no representa al pueblo judío, por mucho que intente arrogarse su representación. El sionismo obvia intencionadamente la desconexión de una gran parte de los judíos del proyecto y la cada vez más presencia judía en la causa palestina (y concretamente en las acampadas de Estados Unidos), que se niega a que se cometa un genocidio y otros crímenes en su nombre.
Sin embargo, las palabras del Carnicero de Gaza, así como la represión policial que se produjo de manera simultánea, tuvieron un efecto contrario al deseado y más acampadas surgieron como setas por todo el país norteamericano. De igual manera, se extendieron a países como Australia, Italia, Finlandia, Dinamarca, Francia, Gran Bretaña y, cómo no, al Estado español.
Acampadas en el Estado español
La primera acampada en el Estado español nació en la Universitat de València el 29 de abril. Una semana después, se sumó el Bloque Interuniversitario Pro Palestina de Madrid (compuesto por alumnas de la Universidad Complutense, la Rey Juan Carlos, la Carlos III y la Autónoma), que consiguió reunir alrededor de 300 estudiantes durante la primera semana de mayo. Actualmente hay unas 24 acampadas activas en en Galiza, Asturies, Cantabria, Catalunya, Balears, Aragón, València, Salamanca, Ciudad Real, Andalucía, etc., así como algunas inactivas en Euskadi y Navarra.
“Es nuestro deber señalar la complicidad de nuestras universidades, el gobierno español y el conjunto de partidos parlamentarios que lo sostienen con el genocidio que está teniendo lugar en Gaza”, explicó en un comunicado la Acampada de Ciudad Universitaria en Madrid el día de su creación. “Las universidades, dentro de las lógicas imperialistas impuestas por las burguesías nacionales, mantienen convenios de investigación e intercambio de alumnos con universidades israelís, blanqueando de esta forma el genocidio. Además, las universidades públicas están financiadas y tienen en sus consejos sociales a grandes empresas que participan de la venta de armas y colaboran de distintas formas con el sionismo.
En cuanto a nuestras instituciones, mientras se deshacen en declaraciones hipócritas, el Estado español siguen aceptando la venta de armas a israel y plegándose a los dictados asesinos de la OTAN. Los gobiernos occidentales en su totalidad -incluyendo aquellos liderados por la socialdemocracia u otras fuerzas progresistas- son cómplices, no solo de las masacres recientes, sino de la continuada existencia del aparato israelí de dominación y apartheid y de la represión contra quienes señalan esta complicidad”.
Las reivindicaciones de las estudiantes
Las exigencias de las acampadas han sido mixtas, en tanto que algunas se encontraban relegadas al ámbito exclusivamente universitario/académico y otras iban dirigidas al Gobierno central y al conjunto de la sociedad. Y han ido mutando a lo largo del tiempo. Por ejemplo, en sus primeros días, por ejemplo, entre ellas se encontraba el reconocimiento del Estado palestino, cosa que hizo el Gobierno el pasado 28 de mayo. Una cosa menos.
Cinco son los puntos que actualmente señalan las exigencias de la Red Universitaria por Palestina: (1) Una condena clara y explícita contra la destrucción deliberada de las universidades palestinas en la franja de Gaza, (2) una exigencia de alto el fuego inmediato y permanente en Gaza, (3) la dotación de recursos económicos para la recepción de estudiantes y personal académico en Palestina y la reconstrucción de las universidades de Gaza, (4) así como evitar cualquier fórmula de colaboración con las universidades israelíes que se relacionen con el genocidio en Palestina y (5) la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel por parte del Gobierno.
La respuesta de los rectores
El pasado 9 de mayo la Junta Rectora de la Conferencia de Rectores y Rectoras de las Universidades Españolas (CRUE), presionada por las movilizaciones, se comprometió a suspender los acuerdos de colaboración con los centros de Israel “que no hayan expresado un firme compromiso con la paz”.
Si bien se podría entender que este posicionamiento de la CRUE, hasta ahora inédito, podría ser una suerte de primera victoria y una muestra de la fuerza que tiene el estudiantado crítico, el comunicado no deja de ser un simple gesto, unas palabras vacías y carentes de compromiso que constituyen un brindis al sol, si la presión no continúa.
En una rueda de prensa las estudiantes acampadas dejaron claro que este gesto era insuficiente. “Entre las múltiples palabras vacías, no vemos una respuesta a nuestras reivindicaciones. No queremos que los rectores ‘revisen’ sus contratos, sino la ruptura total de las relaciones de todo tipo”, explicaron desde la Acampada de Madrid el mismo 9 de mayo. “Además de convenios con universidades israelíes, nuestras universidades mantienen relaciones con empresas que financian el genocidio palestino. No nos vale una revisión vacía mientras se lucran con la compraventa de armas que se utilizan contra el pueblo palestino”.
Las movilizaciones y acampadas estudiantiles han continuado su actividad desde entonces y han ido logrando algunas victorias más concretas. Por ejemplo, el 21 de mayo las Universidades de Granada, Sevilla y Jaén decidieron suspender su colaboración científico-técnica con las instituciones y centros israelíes. Y ese mismo día la Universidad de Burgos suscribió los cinco puntos de la Red Universitaria por Palestina.
Las acampadas: una herramienta histórica de lucha y una rica experiencia asamblearia
Históricamente, las acampadas han constituido una forma de presión muy poderosa. Supone traer el conflicto a la puerta del responsable del mismo, dar una visibilidad permanente y presionar de forma continua. Tu mera presencia, el lugar donde vives, comes y duermes e convierte en un constante recordatorio de lo que otros están haciendo mal.
La acampada fue la herramienta de lucha de los primeros dos meses del 15-M (en la Puerta del Sol, en la Plaça de Catalunya, etc) y se convirtió en el epicentro de unas movilizaciones sin precedentes. También ha sido, de toda la vida, el mecanismo utilizado por estudiantes para presionar a las instituciones universitarias. Tanto en la lucha anti-LOU como el movimiento contra el Plan Bolonia de los primeros 2000, las acampadas estaban a la orden del día, ocupando el hall de las facultades. Era imposible estudiar en una universidad en esa época e ignorar que había estudiantes con una serie de reivindicaciones anticapitalistas.
Además de forma de luchar y presionar, las acampadas son una magnífica escuela de asamblearismo. Enseñan a participar en asambleas y escuchar puntos de vista diferentes y debatirlos y nos muestran cómo se hacen las cosas desde abajo, sin dirigentes, ni intermediarios. En las acampadas se celebran asambleas donde se deciden horizontalmente las reinvindicaciones políticas y se planifican las acciones que se van a llevar a cabo, pero que también resuelven cuestiones prácticas sobre cuidados y el mantenimiento o reproducción de la estructura, que suele estar invisibilizado. Aprendemos que tan importante es decidir si mañana se va a irrumpir en una facultad a pegar cuatro gritos y desplegar una pancarta como establecer turnos de limpieza y de cocina para que podamos seguir luchando.
También son espacios de creatividad y de aprendizaje en su sentido más estricto. En las acampadas vemos pancartas con mensajes ingeniosos o con ilustraciones complejas y se imparten clases de dabke o de árabe y charlas de todo tipo – desde la historia de Palestina, hasta el movimiento queer en Palestina. Si una pasea por una acampada encontrará múltiples banderas palestinas, carteles recordando que es un espacio de lucha y no de ocio, miles de ollas y comida enlatada – principalmente vegana y/o halal – y jóvenes debatiendo, estudiando o descansando.
Las acampadas actualmente se están organizando por comisiones y por grupos de afinidad. Sus integrantes son conscientes de que esto es una acción de desobediencia civil y, ante un posible desalojo, se han creado microcomunidades que han tejido lazos de confianza y cuidados y que podrán perpetuar la lucha en otros espacios. Las comisiones se dividen por temáticas, como limpieza, cocina, cuidados o seguridad y cada día a las 17:00 bajan sus propuestas hasta una asamblea general que es de libre acceso.
“Han pasado 13 años del 15M, los habitantes de esta acampada no fueron espectadores directos de aquellas acampadas que surgieron desde la indignación en las principales plazas de España. Pero una suerte de esporas que han viajado en el tiempo han hecho que aquellas prácticas asamblearias hayan germinado hoy por Palestina”, escribía Sara Plaza en El Salto.
Cacerías nazis en defensa de Israel
En los últimos días de mayo se produjeron algunos ataques fascistas a las acampadas. En la Universidad de California, por ejemplo, un grupo de neonazis y ultraderechistas atacó la acampada con palos, gases lacrimógenos y otros objetos contundentes a mediados de mayo. Unos días después, ocurrió lo mismo en la acampada de la Universidad Complutense en Madrid –donde miembros de Skin Moncloa y Núcleo Nacional irrumpieron en el campamentos destrozaron carteles, palo en mano y profirieron amenazas y gritos antisemitas– y en la Universitat de les Illes Balears, en Palma –donde varios neonazis y ultras del RCD Mallorca agredieron y amenazaron a varios estudiantes, incluso vistiendo uno de ellos con una camiseta con la calavera emblema de las SS Totenkopf–. Y lo mismo ha sucedido en protestas de Ámsterdam, París, Lyon y Estrasburgo, donde grupos de extrema derecha buscan generar desórdenes para que la policía actúe y desaloje las acampadas.
“Cuando la ultraderecha lleva años haciendo de la islamofobia su bandera, su bando no puede ser nunca el de los árabes ni el de los musulmanes”, explica el periodista Miquel Ramos en un artículo en Público. “Los israelíes «son como nosotros», civilizados, occidentales, blancos en su mayoría, que mantienen a raya a la bestia árabe. Así que, los grupos nazis y fascistas vuelven a salir de caza, pero esta vez en defensa de Israel.
No hay ninguna contradicción entre ser un neonazi o un fascista y alinearte con el proyecto sionista. Hoy, todas las extremas derechas están defendiendo a Israel y el genocidio que está cometiendo, creyendo que así esquivan su reputación de antisemitas.
[…] Esa disociación entre Israel y los judíos es la que hacen hoy los neonazis para servir a la causa sionista atacando a los pro-palestinos. Porque ellos siguen odiando a los judíos igual que odian a los musulmanes, pero como siempre, están con los más poderosos, creyendo todavía que ese es siempre el bando de los vencedores”.
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