27 de mayo de 2012. Día caluroso y soleado en el céntrico barrio de Lavapiés. Dos policías municipales de paisano se abalanzan violentamente sobre un senegalés en la calle Amparo y le detienen por la supuesta venta ambulante de material protegido por la licencia copyright. Sus amigos/as y vecinos/as, indignados/as, comienzan a gritar y a reprochar a los agentes su actuación. Uno de los agentes saca una porra metálica extensible – un arma ilegal y antirreglamentaria – y golpea repetidamente al primer subsahariano que dio la voz de alarma. Éste se quita una de sus zapatillas y pretende defenderse con ella. Es obvio que no están en igualdad de condiciones. Otro funcionario de secreta, ataviado con una camiseta de los Boston Celtics, mientras tira del detenido calle Amparo arriba, saca su pistola y comienza a apuntar a los/as africanos/as. Finalmente, abre fuego dos veces, provocando el pánico general. Se da la circunstancia de que la calle Amparo es muy estrecha y los balcones de las casas apenas distan unos diez metros de la calle, donde el agente disparaba. No huy más disparos que los del policía (a pesar de que, al día siguiente, los titulares de prensa hablarían de “tiroteo en el barrio de Lavapiés”). Los proyectiles podrían haber impactado en cualquier parte. Podrían haber alcanzado perfectamente a cualquier persona asomada a su balcón.
Los refuerzos policiales no tardan en llegar. Decenas de agentes, nacionales y municipales, esta vez uniformados/as, toman el barrio y comienzan a registrar portales en busca de los/as alborotadores/as. Los dos secretas de antes, una vez que han entregado el detenido a la Policía Nacional, justifican sus disparos argumentando que un nutrido grupo de militantes del movimiento 15-M junto a una jauría de descontrolados africanos les había atacado. Sin embargo, un vecino del barrio había grabado todo con una cámara y al día siguiente la escena por completo se pudo ver en periódicos digitales y telediarios.
Acoso policial constante
La población inmigrante de este emblemático barrio de Madrid asegura que la presión que sufren por parte de la policía es constante. En un comunicado titulado “Palabras de los senegales (comunicado tras los disparos en Lavapiés)”[1], explican que “nos paran cuando estamos sentados en las plazas del barrio, cuando paseamos. Y te pegan y empujan, tengas papeles o no. Te quitan el dinero, el móvil… te quitan lo que tengas. Si podemos, echamos a correr. Aunque no tengamos papeles, tenemos que sobrevivir. Si te expulsan 6 años, ¿cómo vamos a conseguir papeles?
Tenemos que cerrar la puerta de casa. Nos da miedo que entren y también nos da miedo salir. Aquí estamos más cerca de la cárcel o ya en la cárcel. Estamos peor que en Senegal. Allí estábamos con nuestras familias y amigos, aquí nunca hemos salido juntos de fiesta. A las 22 h en casa, si vas solo, te cogen. […]
A veces te dicen ‘negro de mierda’ o ‘vete a tu país’ para que te pegues con ellos y te detengan. Los secretas te dicen ‘que no quieren ver más negros’. Hay algunos policías que conocemos y nos quitan las cosas sin más, no son tan malos. Pero ahora con la crisis la gente no tiene trabajo y muchos chavales nuevos se meten a policía, no tienen ni idea y son muy fascistas.
En comisaría dicen ‘pon que éste estaba vendiendo droga’, ¿qué podemos hacer frente a eso? Allí hay palizas siempre, te pegan y dicen que les has pegado. Nunca nos llevan al médico. No podemos denunciar a los policías, nos dicen ‘no puedes denunciar porque eres un sin papeles’”[2].
Plantando cara a la policía
El mismo escrito de los/as senegaleses/as, lejos de ser derrotista, explica que no se pueden quedar de brazos cruzados: “¿Qué podemos hacer? Seas negro, ecuatoriano o español, nos tenemos que juntar.
Tenemos que luchar, no podemos quedarnos en casa. No puede ser que cuando se hace una manifestación sobre nuestra situación en la calle aparezcan 100 blancos y 4 negros. Eso es tutelaje.
Tampoco queremos mirar solo por lo nuestro, tenemos que estar en el camino junto a todo el mundo. No podemos venir a pedir ayuda y luego nosotros no ayudar a nadie. Hay que salir a la calle, los sin papeles tienen que ayudar también a los ‘ciudadanos’. […]
Desde [el día de los disparos] no podemos ir a vender, tenemos miedo. Estamos jodidos, nosotros y vosotros, todos. Pero nosotros más, siempre nosotros estaremos más jodidos.
La próxima vez que nos juntemos moros, negros, latinos y españoles se van a pensar mejor si disparar o no.
Aquí nada de paz ni amor, solo muerte, tenemos la muerte cerca”.
Como respuesta a la actuación policial, el domingo 10 de junio, la Asamblea Popular de Lavapiés y vecinos/as migrantes del barrio convocaron una manifestación por el centro de Madrid con el lema “¡Tiros a la mierda! ¡Fuera pistoleros de nuestros barrios!”.
Madrid, ciudad sin entrañas
Reproducimos a continuación un Comunicado elaborado y difundido por Radio Cabezas de Tormenta en su programa nº 15[3]:
El pasado domingo un par de secretas se encontraban combatiendo el crimen en las calles del centro, concretamente en Duque de Alba, al costado de nuestra Tirso de Molina. Este par de puntales de la sociedad, de valientes gladiadores de la libertad, perseguían a un puñado de enemigos del orden, el mercado y la convivencia. Su objetivo era un grupo de vendedores ambulantes. La carrera bajó hasta la calle Amparo, donde lograron trincar a uno. Golpes, gritos, chulería. El resto se revolvió, increpó a los estupas. Uno de ellos hizo el amago de enfrentarse armado con su propia zapatilla. Una deportiva gastada contra una porra extensible. Un gesto, un desafío. El policía que arrastra al detenido parece tener algún problema con sus esfínteres. Sin duda el tipo ha visto la tele, ha crecido con ella. Siempre le encantaron las series de polis, siempre quiso ser uno de ellos. Zurrar a los malos, besar a la chica guapa. Un tipo duro, curtido, alguien a quien temer. Va al gimnasio, tiene una buena colección de poses estudiadas. Y sin embargo ahora le baila el suelo bajo los pies, le gritan y alguien agita una zapatilla a escasos metros. Saca su pistola y encañona. Nadie parece achantar. La situación es triste y patética a la vez. Nuestro heroico secreta dispara al aire en mitad de la angosta calle madrileña. Dos veces.
Es la hora de comer, hace calor y la paella ya está sobre la mesa. Los vecinos se asoman a las ventanas y portales. Llegan los refuerzos, los curiosos y los indignados. El asunto se despacha y a las pocas horas la policía mueve una nota de prensa. Un dispositivo policial había sido asaltado por una coalición insurrecta de miembros del 15-M e inmigrantes subsaharianos. Los agentes de la autoridad recibieron una lluvia de escombros y se vieron obligados a realizar un disparo disuasorio. La patraña quedó desmontada gracias al vídeo de un transeúnte. No sabemos qué contaría el pistolero en el gimnasio, a su pareja, a su familia. Nos habría encantado escuchar sus argumentos. ¿Dónde están los cascotes, dónde la jauría de subversivos, dónde quedó su dureza?, ¿tan mal olía la zapatilla, chico duro? La alcaldesa, esa mujer terriblemente desagradable, ha sacado la cara por él. Por supuesto, es uno de los suyos. El problema es la presión a la que se ve sometida la policía, los ciudadanos desafectos que cuestionan las redadas racistas, los bolsos chinos con las marcas falsificadas. Nuestro problema es ella, son ellos. Nos da igual que alguien se gane la vida vendiendo en la calle o reponiendo estanterías del Carrefour, nos dan igual todas esas leyes que solo les protegen a ellos. Nosotros sacamos la cara por los manteros, son de los nuestros: gente que se busca la vida en las calles de esta ciudad sin hacerle daño a nadie. Los pistoleros simplemente están al otro lado, y nuestros sueños apuntan al día en que sencillamente no estén, pues no habrá nadie que necesite de sus servicios. La frase tan gastada que afirma que “sin pistola no son nada” ha cobrado todo su sentido en la calle Amparo, y también ha sido llevada un poco más lejos. En verdad, con el arma empuñada son todavía menos. Una imagen ridícula y distorsionada que viaja directamente desde la pantalla del televisor. Una amenaza real, pues las balas cercenan la carne y truncan la vida, que se manifiesta en un gesto tan repulsivo como impotente: encañonar a personas desarmadas y dispararle a nuestro precioso cielo —quizás le peguen tiros porque no han podido recortarlo ni privatizarlo—. Ahora bien, el domingo aprendimos una valiosa lección: los malos están empapados por el miedo. Como todos. Nosotros luchamos a diario por sacudírnoslo de encima. Ellos chapotean en su cobardía. Esta noche dormiremos a pierna suelta. Aunque vayamos perdiendo la partida, sonreímos.
Epílogo
Un día cualquiera del mes de julio. Hace más calor aún que el que hacía el pasado 27 de mayo pero, por lo demás, todo sigue igual. Los/as manteros/as siguen vendiendo DVD copiados para sobrevivir. Los secretas de gatillo fácil serán sometidos a una investigación interna cuyos resultados no se harán públicos y no les ocurrirá nada grave, de acuerdo con un portavoz de la Policía Municipal. Rodney King – un afroamericano que en 1991 sufrió una paliza a manos de policías blancos de Los Angeles, California, tras lo cual estalló una de las mayores protestas contra la actitud racista de la policía de la historia, que se saldó con 53 muertos y más de 2.000 heridos en seis días – ha muerto hace unos días. La policía sigue parando a personas a la salida del metro en función del color de su piel. En la superficie, nada ha cambiado. Ya veremos qué ocurre la próxima vez que apunten con una pistola a alguien.
[1] www.madrid.indymedia.org/node/20706
[2] Durante todo el tiempo en que se redactó este comunicado, en una asamblea multitudinaria de senegaleses/as y algunos/as miembros de la Asamblea del Barrio de Lavapiés, celebrada en una plaza del barrio, cinco coches de policía se apostaron a su lado y permanecieron observándoles.
[3] Comunicado elaborado y difundido por Radio Cabezas de Tormenta en su programa nº 15 (www.cabezasdetormenta.org/?p=269#more-269)
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