Que Estados Unidos se encuentra inmersa en una revolución conservadora no es ningún secreto. El trumpismo ha movilizado a un importante sector de su sociedad, que difunde alegremente bulos sin ningún respeto por la verdad y el rigor, alardea sin complejos su machismo y su racismo y demuestra a diario que los procesos legales y democrático-liberales no le importan un carajo. Solo les importa el poder, pero cada vez tienen menos miedo a hacerse con él por cualquier medio, incluso la violencia1.
Sin embargo, existe otra cara de Estados Unidos de la que se habla mucho menos: la de los movimientos sociales que, al margen de partidos e instituciones, se organizan de manera autónoma para defender los derechos humanos, los derechos laborales, el derecho a la vivienda, el medio ambiente, etc. Ya hemos hablado en este periódico de algunas de estas luchas, como el movimiento antirracista de Black Lives Matter, las iniciativas de Defund the Police o las reivindicaciones para subir el salario mínimo a 15 dólares la hora del Fight for 15. Y ahora, en esta pieza, queríamos hacer una breve mención a la proliferación de sindicatos en algunas de las empresas más importantes del país.
Crecen los sindicatos como setas
“Quiero agradecer a cada empleado y a cada cliente de Amazon por pagar todo esto” dijo Jeff Bezos, el propietario de Amazon, tras volver de un viaje de 10 minutos al espacio que le costó 5,5 mil millones de dólares en julio de 2021. Bezos es el tercer hombre más rico del mundo (su fortuna es superior a 139 mil millones de dólares) y es el segundo empleador privado de Estados Unidos, con más de 1,6 millones de trabajadores (sólo superado por Walmart, con 2,3 millones).
“Queremos agradecer a Jeff Bezos haber viajado al espacio, porque mientras se encontraba allí estábamos creando un sindicato” respondió, el 1 de abril de 2022, Chris Smalls, después de que se formara el primer sindicato de Amazon, concretamente en la planta de Staten Island (Nueva York).
Chris Smalls había sido despedido de Amazon en marzo de 2020, al inicio de la pandemia, junto a otras compañeras. Habían descubierto que un compañero había dado positivo por Covid y habían exigido el cierre del almacén para limpiar la instalación. La respuesta de la compañía de Bezos fue ponerles de patitas en la calle. Tres días después, la revista Vice filtró el informe del abogado de Amazon sobre los despedidos, en el que definía a Smalls de la siguiente manera: “No es inteligente, ni elocuente en su forma de hablar y, en la medida en que la prensa quiera centrarse en nosotros frente a él, estaremos en una posición de relaciones públicas mucho más fuerte”. A nadie se le escapó el trasfondo racista (Smalls es negro) que contenía la referencia a su forma de comunicarse.
Tras varios meses de organización, Smalls y otras compañeras fundaron el sindicato Amazon Labor Union (ALU), llevaron su despido ante los tribunales y la Justicia dictaminó que éste había sido ilegal. Y, en 2022, consiguieron que su planta de Staten Island votara a favor de instaurar el sindicato en el centro de trabajo, a lo cual Amazon respondió con un comunicado diciendo que se sentían “decepcionados porque creemos que tener una relación directa con la empresa es lo mejor para nuestros empleados”. Esto se logró pese a la fortísima presión de la empresa por reprimir las elecciones sindicales, en la cual Amazon invirtió 4 millones de dólares en consultores laborales, en crear webs antisindicales que informan sobre las desventajas de tener sindicatos y en mandar mensajes a sus trabajadores solicitándoles que votaran en contra. Desde su exitosa campaña, son múltiples las plantas de Amazon que se encuentran pendientes de convocar elecciones sindicales para decidir si se aprueba instaurar la ALU.
Las elecciones de Amazon se vieron solapadas el tiempo con las de Starbucks. A finales de 2021, una tienda de Buffalo (Nueva York) perteneciente a esta multinacional del café valorada en más de 100 mil millones de dólares (propietaria de 34.000 establecimientos en 83 países del mundo, de las cuales 9.000 tiendas están situadas en EEUU y emplean a 220.000 trabajadoras) aprobó la creación del sindicato Starbucks Workers United. Se convirtió en el único establecimiento de todo el país en tener un sindicato por primera vez desde 19852. Un par de meses después, a principios de enero de 2022, 10 establecimientos del estado de Nueva York votaron a favor de crear el sindicato. A mediados de marzo, 150 tiendas de todo el país se subieron al carro, en lo que se ha llamado la iniciativa más prometedora para revitalizar el moribundo movimiento obrero en Estados Unidos en décadas3.
Sin duda, estos sindicatos – así como otros que están surgiendo en otras multinacionales – tendrán muchos aspectos criticables: no son todo lo horizontales que nos gustarían ser, dependen demasiado del personalismo carismático de sus líderes y su crítica al sistema capitalista nos puede parecer tibia. Pero, en medio de la revolución conservadora que nos encontramos viviendo y en un país con una tradición antiobrera tan fuerte, ver a trabajadoras organizarse y crear colectivos que, en sus propias palabras, son “obreristas, antirracistas, internacionalistas, contrarias a la guerra” y a favor de los derechos de las personas LGTBIQ+ y trans, sinceramente, es un oasis en el desierto.
La revuelta prefascista
Por otro lado, se encuentra el lado más rancio, imperialista, racista, homófobo y machista del país. Sin duda, Trump ostenta una gran responsabilidad en virar a la sociedad estadounidense a la extrema derecha, en difundir fake news con mensajes racistas, homófobos y antisemitas y en fomentar que fascistas y conspiracionistas de Q-Anon lleguen al Congreso por estados como Georgia (Marjorie Taylor Greene) y Florida (Matt Gaetz). Pero, si bien es cierto que nunca han dicho abiertamente que no pasa nada por ser racista, también se ha de poner de manifiesto la responsabilidad que han tenido otros presidentes en derechizar al país, como Bill Clinton (que, en su guerra contra la droga, aprobó legislación racista y, además, capitaneó los bombardeos de la OTAN en Serbia y Kosovo), George Bush Jr. (que, en su guerra contra el terror, nos demostró que no pasa nada por diezmar países árabes y torturar a personas) o Barack Obama (que, para proteger las vidas estadounidenses, aprobó un programa de bombardeos con drones en Oriente Medio y construyó prisiones infantiles en su frontera sur para niños migrantes, las cuales fueron elevadas a la enésima potencia por Trump).
Además de polarizar a la sociedad estadounidense hasta el punto de que el estallido de una nueva guerra civil parece cada vez más plausible, el otro legado de Trump lo encontramos en las instituciones que, lejos de defender un mensaje propio de una democracia liberal (que a la postre podría parecer hipócrita, pero que al menos, en lo discursivo, pretendía defender los derechos humanos), se acercan cada vez más al de un Estado fascista. Podríamos citar múltiples ejemplos – como el “veto musulmán” – pero nos vamos a detener en uno: a finales del pasado mes de junio, el Tribunal Supremo de Estados Unidos revocó la sentencia de Roe vs. Wade de 1973 y eliminó la protección constitucional del derecho al aborto. Esto fue posible gracias a que Trump, durante su mandato, pudo nombrar a 3 jueces de este órgano, debido a la jubilación o fallecimiento de otros considerados “progresistas” o “conservadores moderados”. Para sorpresa de nadie, Trump designó a 3 magistrados ultraderechistas y profundamente antiabortistas.
La revocación de la consideración del aborto como un derecho fundamental supone que cualquier estado del país cuenta con plena libertad para legislar sobre esta materia como le plazca. Y, por ello, se prevé que en 26 estados (algo más de la mitad) se prohíba por completo o se limite hasta dejarlo impracticable. Por ejemplo, en Texas ha entrado en vigor una ley – cuyos efectos estaban suspendidos a la espera de que el Supremo se pronunciara sobre esta cuestión – que prohíbe el aborto pasadas las 6 semanas de gestación (un plazo en el que muchas mujeres todavía ni saben que están embarazadas), incluso en casos de incesto o violación, y que castigaría con penas de cadena perpetua por asesinato a cualquier gestante y al médico que practicara una interrupción voluntaria del embarazo, salvo que fuera para salvar la vida de la gestante.
La polarización en Estados Unidos es cada día mayor. De un lado, se encuentran las personas negras y latinas que sufren la violencia policial, las personas precarias que no cuentan con acceso al sistema sanitario, las personas asiáticas que han sufrido una oleada de ataques racistas a consecuencia de la pandemia, los pequeños delincuentes que trapichean con droga y les caen décadas de prisión, quienes montan sindicatos, colectivos de barrio y organizaciones de apoyo mutuo; y de otro lado quienes incitan al odio racista, quienes promueven las teorías de la conspiración (muchas de ellas en torno a cábalas judías que gobiernan el mundo) y la violencia, quienes promueven el belicismo, quienes están dispuestos a alzarse en armas contra quienes quieran limitar su acceso a todo tipo de armamento (incluso de guerra), quienes les niegan los derechos a las mujeres, a los musulmanes, a las personas LGTBIQ+, a las personas trans y a toda clase de minorías vulnerabilizadas. Hoy, el segundo bloque le está ganando la batalla al primero, y Estados Unidos es un país en el que las armas tienen más derecho que las mujeres. Este odio es una olla a presión que puede estallar en cualquier momento. Y cuando lo haga, se beneficiarán los de siempre: los fascistas que se aprovechan de situaciones de inestabilidad y desorden para volver al orden por la fuerza, con los mecanismos más autoritarios del Estado.
________________________________
1Además del asalto al Capitolio de enero de 2021, entre 2018 y 2022 se han producido matanzas en Pittsburgh (Pensilvania), El Paso (Texas) y Buffalo (Nueva York) – además de la Christchurch, en Nueva Zelanda – inspiradas en la Teoría del Gran Reemplazo que promueva la extrema derecha europea y estadounidense. El saldo es de 105 personas muertas y 81 heridas.
2En el año 2004, el sindicato anarquista Industrial Workers of the World (IWW) inició una campaña de sindicalización en el Starbucks Workers Union en Chicago y Nueva York pero, debido a la presión de la empresa, no lograron que se aprobara su creación. Sin embargo, el National Labor Relations Board revisó las prácticas anti-sindicales de Starbucks y determinó que la empresa había cometido más de 30 infracciones laborales. El IWW logró que algunos de sus afiliados que habían sido despedidos por intentar promover el sindicato fueran readmitidos.
3En la década de los años 60, en pleno desarrollo industrial, la tasa de afiliación sindical en EEUU era superior al 30%. En 1983, del 20,1% y en 2021, del 10,3%.
Pingback: Hay que bloquearlos a todos, pero no podemos.. – eulaliobe