Polonia: un nuevo ataque a los derechos reproductivos de las mujeres

Las calles de Varsovia son un hervidero. Ni el miedo al virus, ni las medidas del gobierno para atajar los contagios (con la prohibición de reuniones de más de cinco personas), pueden frenar la rabia de miles de mujeres. Hace unos días, el Tribunal Constitucional, copado por jueces conservadores cercanos al gobernante Partido Ley y Justicia (PiS), ha declarado inconstitucional uno de los pocos supuestos bajo los que es legal abortar en Polonia: el de malformaciones graves del feto. Bajo esta condición se producían hasta ahora la mayor parte de las interrupciones voluntarias del embarazo. A partir de ahora, sólo podrá abortarse legalmente en casos de violación y de peligro grave para la vida de la madre; lo que, según las estadísticas, hace prácticamente imposible el aborto en el país. Quienes tengan medios, podrán seguir cruzando la frontera para abortar en Alemania o República Checa; para el resto, crecerán las intervenciones clandestinas, con todo lo que ello supone.

Esta estampa se produjo el pasado 22 de octubre. Desde ese día, las protestas masivas en las calles no han hecho más que aumentar. Manifestaciones, ocupaciones e incluso huelgas se han sucedido para intentar poner freno a este nuevo ataque a las mujeres y a su capacidad de decisión sobre sus vidas y sus cuerpos. La ola ha sido tan grande que el gobierno ha decidido posponer la publicación en el Boletín Oficial del Estado de la nueva modificación, dejando en standby la situación. Mientras, trata de ganar tiempo proponiendo la negociación de un acuerdo al que los colectivos feministas se oponen. Sin embargo, en ciertos hospitales, ya se está aplicando de facto la futura nueva norma, poniendo trabas desde ya a los abortos por malformación del feto.

Esta situación no es nueva para las polacas. Ya en 2016 hubo un intento por parte del gobierno del PiS de endurecer las condiciones de acceso al aborto, lo que fue frenado en las calles con las conocidas como Marchas Negras de mujeres (debido a su vestimenta durante las protestas). Pero la situación viene de lejos. Mientras que en los años 60 y 70 Polonia tenía una legislación en torno al aborto bastante liberal para la época, la “transición democrática” del 89 trajo consigo una serie de cambios reaccionarios en este ámbito, que se plasmaron en la muy restrictiva ley de aborto de 1990, más adelante reformada en el mismo sentido en el 93 y el 97. La alargada mano de la Iglesia Católica se extendía a todos los ámbitos de la vida en Polonia. Desde entonces, ni los gobiernos de liberales ni de socialdemócratas han tratado de modificar esta situación.

Las manifestaciones de estos días han puesto sobre la mesa algo más que una crítica al nuevo fallo judicial, se ha relacionado el aborto con el resto de fundamentos de la salud reproductiva y sus carencias en la sociedad polacas (prestaciones sociales, educación sexual, anticonceptivos y revisiones prenatales), así como la relación de la maternidad con otros ámbito socioeconómicos, como la precariedad laboral, los bajos salarios, la no accesibilidad a la vivienda o los trabajos domésticos y sus cargas.

Para poder entrar en más profundidad en el contexto de estas protestas, reproducimos a continuación parte de una entrevista realizada por la Plataforma para una Huelga Social Trasnacional a dos trabajadoras, Magda y Marta, pertenecientes al sindicato Iniciativa de los Trabajadores y participantes de las protestas de estos días. Esta entrevista puede leerse entera, en inglés, en el portal web libcom.org.

El miércoles 28 de octubre se convocó una huelga contra la sentencia del Tribunal Constitucional, recordando la huelga de mujeres que tuvo lugar durante la Protesta Negra de 2016. ¿Podéis contarnos algo sobre la participación en el paro y su significado?

MAGDA: Al igual que en 2016, no se registró oficialmente ninguna huelga, por lo que es difícil hablar de datos. Sin embargo, sabemos que decenas de miles de personas asistieron a las manifestaciones ese día. Solo en Poznań, unas 40.000 personas salieron a las calles. Más del doble que en 2016. Se organizaron “huelgas” en pueblos tan pequeños que nadie hubiera esperado. Hombres y mujeres se tomaron el día libre para presentarse en la protesta. Las pequeñas empresas no operaron ese día.

MARTA: Convocar una huelga general en Polonia no es una opción legalmente hablando. En nuestro sindicato respondimos a este llamamiento alentando a las personas a que se tomaran días de enfermedad, días de cuidados o que donaran sangre para no ir a trabajar. Sé que muchos de nuestros miembros utilizaron una de estas opciones y, de esta forma, fueron a protestar.

MAGDA: Sí, formalmente, a nivel de lugares de trabajo, ningún grupo de trabajadores organizó una huelga. Sin embargo, es de gran importancia que desde 2016 mujeres de diversas opciones políticas hayan llamado a la participación en huelgas de “protestas negras”. De esta manera, destacamos el papel de la mujer en el desarrollo del capital, la importancia del trabajo reproductivo no remunerado y la enorme voluntad de negarse al servicio gratuito y al sometimiento a la política y al capital.

¿Cómo ha cambiado la composición de fuerzas y extensión de la protesta en comparación con la Protesta Negra de 2016? ¿Cuáles son las diferencias más significativas?

MARTA: Estas protestas se diferencian de las de 2016 porque sus consignas son más radicales y porque las demandas son más sociales y económicas. A la mierda el PiS y Que se jodan son los lemas principales que se gritan en las calles. En cada protesta en diferentes ciudades se comprende ampliamente el aspecto de clase de la prohibición del acceso al aborto. Las mujeres saben que esta prohibición afectará a las mujeres pobres, no a las ricas. Nosotras, como mujeres sindicalistas, hemos estado asistiendo y en ocasiones organizando estas protestas con demandas económicas concretas, porque para que las mujeres sean libres, necesitamos estar menos atadas al trabajo y necesitamos una mayor independencia económica. En mi perspectiva, ha habido un cambio con respecto a 2016, ya que las mujeres y los hombres que hoy están en las calles quieren propuestas socioeconómicas concretas para mejorar nuestras vidas colectivamente.

MAGDA: Como lo mencionó Marta, es significativo que mucha gente muy joven, adolescentes, participe en estas protestas. Es bueno que esta experiencia se quede en los jóvenes. Desafortunadamente, los lemas dominantes ha sido A la mierda el PiS y Que se jodan, algo muy conveniente para los medios de comunicación y las viejas élites políticas que no quieren ningún cambio importante más allá que una modificación de las personas en el poder. Fue fácil empujar a los jóvenes hacia estos caminos. En 2016, gritamos huelga de mujeres ahora, recordando regularmente el contexto económico de la prohibición del aborto. Desarrollamos los postulados sobre los que escribe Marta en el Congreso Social de la Mujer, que se creó a partir de la energía que emergió en 2016. Desde entonces, los hemos recordado regularmente. La situación actual es mucho más difícil porque esta vez se tomó la decisión de endurecer el derecho al aborto. Por tanto, las protestas duran mucho más, son más numerosas e intensas, así como ha crecido el enfado de las mujeres hacia las autoridades y un profundo deseo de cambio. Sin embargo, si la única consecuencia de las manifestaciones actuales es la restauración del antiguo poder echando al PiS, negaremos una gran posibilidad de cambios materiales reales. Lo único que quedará es la conciencia de que el nuevo gobierno gobernará con la sensación de que, si nos cabrea, los derrocaremos también.

¿Veis un vínculo entre la explotación intensificada de las mujeres que trabajan en sectores esenciales (trabajadoras de la salud, limpieza, logística y trabajadoras agrícolas) y este ataque abierto a la libertad sexual y la autodeterminación de las mujeres?

MAGDA: Por supuesto. Para las mujeres, esto significa una mayor conformidad en muchos niveles diferentes. Mayor sumisión e inseguridad social significa mayor explotación. Esto se aplica no solo a las mujeres, sino a las familias proletarias en general. Es bien sabido que son, principalmente las familias de clase trabajadora, las que tienen acceso limitado a abortos en el extranjero o pastillas. Al mismo tiempo, todos sabemos que nadie nos apoyará si damos a luz a un niño discapacitado. Durante los últimos veinte años, los sucesivos gobiernos de Polonia han realizado muchos recortes, que afectaron en gran medida a las mujeres. Esta política fue seguida tanto por liberales, conservadores y socialdemócratas. En la década de los 90 se cerraron el 75% de las guarderías y el 40% de las escuelas infantiles y comedores. Año tras año, el funcionamiento del servicio de salud se ha ido limitado, y se han privatizado los recursos de vivienda social y comunitaria, lo que ha provocado un enorme aumento de los alquileres. Se recortaron las asignaciones y diversos tipos de ayudas sociales, como subsidios a bares mleczny (restaurantes con comida y menús a precios muy económicos), prestaciones para familias con hijos, etc. Todo el estado de bienestar se fue desmantelando con los años. Al mismo tiempo, las subvenciones a las empresas no han disminuido, y se han introducido muchas posibilidades de eximir de impuestos al capital. En resumen, no hay seguridad social, las pensiones hacen que la gente muera de hambre, el servicio de salud pública está en un estado deplorable, el costo de vida es alto (los precios en las tiendas son similares a los de los países occidentales) y los salarios en Polonia siguen siendo bajos. Trabajamos demasiado duro para sobrevivir, a menudo con muchas horas extras. Los polacos son líderes en Europa en cuanto al número de horas trabajadas al mes. Con todo, no podemos permitirnos una niñera, una guardería privada (solo el 5% de los niños en Polonia pueden encontrar un lugar en una guardería pública), comida en un bar, clases adicionales para niños, etc. Somos nosotras quienes asumimos todas estas responsabilidades educativas y de cuidado. No solo para los niños, sino también para los ancianos, para quienes nada está garantizado, ni plazas en hospitales ni en residencias. Como consecuencia, después de regresar del trabajo, tenemos muchas otras tareas que hacer. Este es el contexto en el que nos vemos obligadas a tener hijos discapacitados. Y esto lo hace el partido que, no hace mucho tiempo, quería privar a los niños discapacitados de la posibilidad de ir a una escuela pública ordinaria. El verano pasado también provocaron una ola de protestas al empeorar las reglas para la ayuda financiera para niños discapacitados y sus cuidadores, que ya eran lamentablemente pequeñas. Viviendo con miedo y degradación, el exceso de trabajo no conduce al desarrollo de una sociedad sana e igualitaria. Más bien conduce a la exclusión política y social. Nunca estaremos de acuerdo con eso.

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