De campechano a corrupto. Malos tiempos en Monarquía S.A.

“En el otoño de mi vida, yo debería ser un escéptico. Y en cierto modo lo soy. El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero. Pero de algo estoy seguro: si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad. Nadie les podrá robar ese tesoro.” – Don Gregorio – ; personaje interpretado por Fernando Fernán Gómez en el filme La lengua de las mariposas.

Érase una vez un rey campechano que quería a sus súbditos, tanto o más como al dictador que le puso en el trono. Un monarca de los pies a la cabeza, salvo algún tropezón que otro; por qué no te callas por aquí, lo siento mucho me he equivocado y no volverá a ocurrir por allá… Un rey de los de toda la vida, es decir, con la misma cara de dignatario caduco que su tataratatarabuelísimo Carlos IV. Un jefe de Estado cerquita de la Iglesia, de los militares y de los empresarios, también amigo de los burdeles, de los negocios turbios y la farándula rancia de la que su casta se ha rodeado toda la vida. El juramento a los principios inamovibles del Movimiento Nacional le entronizaron, el mito de la Transición idílica lo encumbró con el beneplácito de los EE.UU. y otros países europeos, y fue incluso endiosado tras un 23-F más que discutible a día de hoy. Décadas más tarde, y tras años de escándalos que le han acorralado socialmente, ya es indefendible… pero también sigue siendo inviolable por la Constitución de 1978.

Más de tres siglos de Borbones ya van pesando demasiado al pueblo, se está haciendo demasiado larga esta autocracia actualizada para quitarle lo medieval de encima. Una dinastía que ha soportado contra viento y marea reformas, revoluciones, guerras… su esencia camaleónica ha sido una cuestión clave para resistir a la historia. La conformación del Estado español en el siglo XIX tenía su piedra angular en una monarquía que equilibrara las distintas facciones del poder autoritario; solo sustituida por Franco en esa labor durante el siglo pasado. Perpetuarse como institución indivisible de su reino le ha servido incluso en periodos donde ha sido desplazada provisionalmente; y esos periodos republicanos han sido en los que la ideología reaccionaria más se ha movilizado y trabajado incansablemente para reprimir, y reescribir la historia en favor de unos vencedores que parecen eternos.

Abajo los Borbones parece un lema imperecedero, un lema transgeneracional, una idea que vuelve una y otra vez. En estos tres siglos ha habido puntos de inflexión cruciales y escritos por el propio pueblo que se ha quitado de encima la etiqueta de súbdito. El 14 de abril se ha construido como una fecha simbólica de todo el movimiento antimonárquico, ya sea republicano o con tintes libertarios; y que es el inicio de un camino de autocrítica desde la izquierda. Sin embargo, a estas alturas creo que todas estaremos de acuerdo que no es permisible que la monarquía continúe sin una respuesta social mayoritaria; no solamente desde ciertos ámbitos activistas, no solo desde el folclore de las banderas y las canciones protesta, no solo desde los abuelos y abuelas que incansablemente nos recuerdan que nos va la vida en la labor de rescatar nuestra memoria.

Esta monarquía chapucera pero efectiva (a la vista está su perpetuación institucional) no caerá por su propio peso, siquiera se transformará en algo que ni de lejos será satisfactorio para las más vulnerables de la sociedad. Porque el afán por derrocar la monarquía parece una propuesta irrenunciable en el ideario de izquierdas, pero no solamente se debe conseguir por una cuestión de ideales. La estrategia emancipadora social y laboral, recuperar autonomía y autogestión en nuestras vidas, la cotidianidad común en la gran escala pasa por deshacerse de todos los poderes que nos oprimen. Si bien la monarquía es la cabeza, las violencias sociales y políticas se ejercen desde muchos niveles relacionados, eso es lo que le convierte en sistema a este régimen.

El cuestionamiento a la credibilidad y popularidad del rey emérito Juan Carlos I, el campechano, ha continuado tras la abdicación en su hijo Felipe VI, el preparao, en el año 2014. De hecho, podremos afirmar que seguramente pasará a la historia como un monarca corrupto, siendo apartado estratégicamente por su hijo en fechas bien recientes. Tras destaparse los escándalos de las comisiones que recibió en plena crisis del petróleo en los años 70; la supuesta red de corrupción que tejió junto a su socia y cómplice Corinna o su primo Álvaro de Orleáns, con cuentas bancarias suizas donde guardaba dinero negro de grandes financieros españoles pensando que no serían nunca descubiertos; su imagen institucional está completamente cuestionada.

Y cuando en el régimen una manzana reluce podrida, para evitar que se vislumbre que el cesto completo, es decir, que el sistema es el problema, se aparta esa manzana que ya no es necesaria. Obviamente no se le tira a un vertedero, sino que se le aparta cortésmente, y así es como en plena emergencia sanitaria del coronavirus, su hijo y monarca Felipe VI, le ha quitado la asignación monetaria pública anual y renunciará a su herencia material. Ese es su castigo por lo que tiene pinta de fraude y blanqueo fiscal durante todo su reinado, ya que constitucionalmente no podrá ser juzgado, pretenden que sea la redención de un rey mitificado políticamente y que no han conseguido esconder sus escándalos por la dimensión tan desproporcionada de los mismos.

Este lavado de cara de la monarquía no parece suficiente para recuperar credibilidad, socialmente hay un fuerte y latente movimiento antimonárquico que se manifiesta de diversas maneras, posiblemente el más extendido desde hace muchas décadas. Prueba de ello es que el CIS lleva cinco años sin preguntar por la monarquía.

El año pasado simbólicos referéndum contra la monarquía en numerosas ciudades pusieron en evidencia que los movimientos sociales quieren empujar al abismo para siempre a una monarquía que se ha situado ella solita en ese peligroso acantilado de la historia. El toque de gracia podría venir de dos orígenes distintos y con direcciones antagónicas; bien desde el poder mismo que sacrifique a su piedra angular para inventar un régimen regenerado y que igualmente asegure el status quo de la clase dominante; o bien desde abajo con unas propuestas sociales transformadoras que pongan la puntilla a la monarquía, y que arrastre a todos los poderes inquisitoriales que han pervivido hasta la actualidad.

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