25 años de la segunda Intifada, una historia de resistencia

A finales de septiembre de 2000, los territorios palestinos se incendiaron. Fue el comienzo de la “segunda Intifada”, en referencia al levantamiento iniciado a fines de 1987. En esa ocasión, el hecho detonante fue la muerte de cuatro trabajadores palestinos el 8 de diciembre; y en septiembre del año 2000, lo fue la “visita” del político de extrema derecha Ariel Sharon a la explanada de las mezquitas en Jerusalén.

El hecho detonante: una provocación de Sharon

El 28 septiembre del año 2000, Ariel Sharon (entonces líder de la oposición israelí) visitó el exterior de la mezquita de Al-Aqsa, en Jerusalén, para demostrar que bajo un gobierno de su partido (el ultraderechista Likud, al que pertenece Netanyahu) la explanada de las mezquitas permanecería bajo control israelí. Tan solo diez días antes, los palestinos habían conmemorado la masacre de Sabra y Shatila, acaecida en 1982 durante la Guerra Civil del Líbano, en la que 2.000 refugiados palestinos habían sido asesinados por milicias cristianas patrocinadas por el ejército israelí. En esa época, el Ministro de Defensa había sido Sharon, por lo que su presencia en Al-Aqsa, acompañado de guardaespaldas armados, fue una intencionada provocación.

Otras causas: la ocupación y los Acuerdos de Oslo

Si parece que la visita de Ariel Sharon efectivamente actuó como un detonante, sería muy reductor ver el levantamiento que siguió como una reacción espontánea a una provocación israelí. Un examen de los acontecimientos de los meses anteriores a septiembre de 2000 indica, de hecho, que la “segunda Intifada” tiene lugar en un doble contexto de, por un lado, enfrentamientos crecientes entre palestinas y palestinos y el ejército israelí y por otro, la paralización del proceso negociado. Como había ocurrido en 1987, el año 2000 fue escenario de un aumento significativo de los incidentes entre las fuerzas israelíes y palestinas, especialmente con los enfrentamientos en mayo de 2000, durante las manifestaciones conmemorativas de la Nakba. El día del 15 de mayo, cuatro palestinos murieron a tiros y 200 resultaron heridos. mientras que nueve soldados israelíes resultan heridos, uno de ellos por un disparo palestino. Unos días después, las manifestaciones organizadas en apoyo de las y los presos palestinos también dieron lugar a enfrentamientos armados.

En el año 2001, la arabista Loles Oliván escribió que «a diferencia del levantamiento de 1987, la Intifada que comenzó a finales de septiembre de 2000 surgió en los Territorios Ocupados (TTOO) como un hecho popular espontáneo (en movilizaciones masivas en las grandes ciudades palestinas) bajo dos consignas convergentes: contra la ocupación israelí y contra los Acuerdos de Oslo. La relevancia que tiene la reivindicación unánime que el pueblo palestino viene haciendo de la ruptura con el marco de los Acuerdos de paz es trascendental, pues no sólo implica romper con el modelo que Israel ha impuesto gracias al apoyo norteamericano sino que, llevada a sus últimas consecuencias, podría suponer también cuestionar la representación política palestina derivada de los propios Acuerdos y la ‘funcionalidad’ adquirida en ellos por la Autoridad Palestina (AP) si ésta insiste en mantener el marco de Oslo«.

Los acuerdos de Oslo, pactados en 1993 por Yasser Arafat (el histórico líder palestino, dirigente de la Organización para la Liberación de Palestina), el primer ministro israelí Yitzhak Rabin y el por entonces presidente de los EEUU, Bill Clinton, habían sido premeditadamente ambiguos. En un primer momento habían ilusionado a la gran mayoría de los palestinos, pero con el paso de los años había quedado claro que no hacían más que servir a los intereses sionistas.

«Sus principales puntos consistían en la promesa por parte del Estado de Israel, de retirar gradualmente su ejército de la Franja de Gaza y de Cisjordania«, explica Mirta Pacheco. «Se creaba, en esos territorios un autogobierno palestino (la Autoridad Nacional Palestina -ANP-), con una Policía propia y la promesa de un futuro Estado palestino. Pero ese “autogobierno palestino” tenía grandes límites. El primero era que entre Gaza y Cisjordania estaba apostado el ejército israelí (como sucede actualmente).

El segundo, enorme, límite era que en esos territorios, se establecía una partición en zonas A, B y C (A: control civil y de Policía por parte de la Autoridad Palestina, 18% del territorio. B: control civil a cargo de palestinos y control militar de la A.N.P. e Israel, 21% y C: control civil y militar de Israel, 60% del territorio).

La situación de Jerusalén (Israel ocupó la parte oriental de esa ciudad -que estaba en manos de Jordania-, luego de la Guerra de los seis días en 1967), el derecho al retorno de los refugiados y la constante construcción de asentamientos israelíes (que hoy son pequeñas ciudadelas enclavadas en esos territorios), fueron directamente excluidos de esos acuerdos«.

«El fracaso de la cumbre de Camp David (celebrada del 11 al 25 de julio de 2000 bajo el patrocinio de Estados Unidos), atribuido por la narrativa dominante a la inflexibilidad de Yasser Arafat, subraya el callejón sin salida y las contradicciones del proceso negociado«, explica Julien Salingue. «Camp David debía desembocar en un acuerdo final, después del cual los palestinos ya no podrían reclamar nada. El primer ministro israelí, Ehud Barak, exigió que el acuerdo final fuera acompañado de una declaración palestina reconociendo que el conflicto había «terminado». Esta posición lleva al extremo la lógica de los acuerdos de Oslo; es decir, la sustitución de las resoluciones de Naciones Unidas por acuerdos bilaterales, y la demanda israelí de que la parte palestina acepte un arreglo definitivo mientras continúa la ocupación y una serie de cuestiones esenciales, como los territorios  bajo soberanía palestina, se posponen para negociaciones posteriores. Esta improbable combinación entre lo definitivo y lo provisional, que graba en mármol el principio de que la aplicación del derecho internacional no es el objetivo del «proceso de paz» sino un objeto de negociación, ya formaba parte de la filosofía de Oslo. Pero las demandas israelíes en Camp David equivalen a un reconocimiento explícito, por parte del propio Yasser Arafat, de su renuncia a la aplicación de las resoluciones de la ONU, una condición inaceptable para el presidente de la Autoridad Palestina, en un contexto a fortiori en el que la falta de avances sobre el terreno generaba desconfianza y radicalizaba a la mayor parte de su base. La continuidad de la colonización, la multiplicación de incidentes con el ejército israelí y la quiebra de la estrategia de legitimación del liderazgo de la Autoridad Palestina impidieron que el líder palestino regresara a los territorios ocupados después de haber rubricado un acuerdo por debajo de las resoluciones de Naciones Unidas y los objetivos proclamados durante la firma de los Acuerdos de Oslo. Por tanto, para él, la única solución era la negativa«.

El estallido de la Intifada

«Si las y los palestinos se movilizaron el día de la visita de Ariel Sharon a la explanada de la mezquita, fue al día siguiente (29 de septiembre de 2000) cuando realmente comienza el levantamiento«, prosigue Salingue. «De hecho, hubo muchas manifestaciones en la mayoría de las principales ciudades palestinas de la Franja de Gaza y Cisjordania, pero también en Jerusalén, donde murieron cinco palestinos. Al día siguiente, las manifestaciones, más grandes, son aún más numerosas, y mueren una decena de palestinos, incluido el joven Mohammad al-Dura en Gaza, cuya muerte fue filmada, imágen que contribuirá a una conflagración generalizada en los territorios ocupados el 1 de octubre. Se organizaron manifestaciones casi diarias, en las que se unieron todas las fuerzas políticas, y muchos líderes de la Autoridad Palestina (AP), el principal de ellos, Yasser Arafat, pidieron a las y los palestinos que se movilizasen. La represión no se debilitó, sino al contrario, y solo en octubre murieron  100 palestinos en incidentes con el ejército israelí. En noviembre, el número de víctimas palestinas fue de 109, es decir, casi cuatro por día: esta cifra ya no se alcanzará hasta marzo de 2002, cuando el día 29 se inició la operación Escudo defensivo.

Estas cifras, así como las del número de personas heridas (10.000 durante el último trimestre del año 2000) son indicativas de dos fenómenos relacionados: la masividad de la movilización en las primeras semanas de la segunda Intifada y la violencia de la represión israelí. Un informe publicado por el diario israelí Maariv el 6 de septiembre de 2002 reveló que, según el propio Estado Mayor israelí, el ejército disparó no menos de un millón de balas durante las tres primeras semanas del levantamiento, es decir, alrededor de 50.000 por día en promedio. El Centro Palestino de Derechos Humanos (CPDH) estableció que la mayoría de los heridos en Gaza (1.492 de 2.500) eran jóvenes menores de 18 años, lo que atestigua el hecho que durante los últimos tres meses del año 2000, la movilización palestina fue esencialmente popular y no la llevan a cabo grupos armados aislados. Finalmente, cabe señalar que más del 90% de las y los palestinos que fueron asesinados durante los primeros tres meses de la segunda Intifada murieron por heridas de bala infligidas, en la gran mayoría de los casos, durante las manifestaciones. En total, hubo 272 muertos en el lado palestino durante el último trimestre de 2000, y 41 muertos en el lado israelí, la mayoría de ellos militares.

Estos datos estadísticos, contrastados con los testimonios y artículos de prensa de la época, permiten identificar el tipo de levantamiento y de represión ante los que nos encontramos a fines del año 2000. La segunda Intifada se caracteriza ante todo por su carácter popular y masivo, por la participación de todas las fuerzas políticas palestinas en diversas iniciativas (lo cual se demuestra, entre otras cosas, por la pluralidad de afiliaciones políticas de las víctimas), y por la amplitud y celeridad de la represión israelí, que atestigua que el ejército se había preparado para nuevos enfrentamientos y no fue, como en 1987, pillado de improviso. Es importante señalar además que, si bien el levantamiento palestino tiene un rostro popular, su dimensión armada ya está claramente establecida. En efecto, las 41 víctimas israelíes durante estos primeros tres meses deben compararse con las 43 muertes registradas durante los dos primeros años de la Intifada de 1987. Si estas muertes hay que considerarlas en el contexto de la violenta represión israelí (272 muertes en tres meses, contra 310 para todo 1988), su número indica, sin embargo, que la parte palestina no está, como en 1987-1989, decidida a mantener un carácter absolutamente no violento en la protesta. Este fenómeno se confirmará cuando la segunda Intifada entre en su segunda fase, la de la lucha armada«.

Cinco años de lucha contra el tercer ejército del mundo

La Intifada fue girando de las manifestaciones masivas callejeras a tácticas de guerrilla urbana y otras acciones militares. Este enfrentamiento, muy desigual, duró casi 5 años y se cobró la vida de más de cinco mil palestinos. Del lado israelí el número de fallecidos ascendió a mil, de los cuales en su gran mayoría eran militares.

«A fines del 2001, el Primer Ministro israelí, Ariel Sharon, le gana las elecciones al partido Laborista, basado fundamentalmente en el sentir de los israelíes de más seguridad«, explica Mirta Pacheco. «Sharon observó la incursión imperialista en Afganistán contra los talibanes (incursión de los EEUU basada en la “guerra contra el terrorismo” que iniciara el por entonces presidente Bush) y dedujo de esto que era un buen momento para propinar un golpe mortal a la Intifada palestina. Por un lado continúa la política de su predecesor – Ehud Barack – de asesinatos selectivos a los líderes y activistas, sumado a que las tropas israelíes dieron muerte a decenas y decenas de niños y civiles palestinos. Israel cerró el aeropuerto de Gaza. Los gobiernos de Jordania y Egipto, dándole la espalda al pueblo palestino, impidieron que los heridos atraviesen sus fronteras y la ayuda humanitaria internacional (medicamentos, alimentos, etc.) fue bloqueada por las fuerzas de ocupación sionistas.

Desde hacía un año, la Franja de Gaza había quedado partida en dos por controles militares israelíes y la ciudad reclamada por décadas por los palestinos, Jerusalén, fue cerrada al paso de Cisjordania. Clausura de fronteras, abusos en los puestos de control, demolición de casas, arrestos masivos y la construcción de un muro del apartheid con el fin de arrebatarle a los palestinos las tierras más fértiles y las reservas de agua dulce cercanas al río Jordán, además de obstaculizar la comunicación entre las aldeas, convirtiéndolas en un sistema de bantustanes, mientras el ejército y los colonos controlaban los principales caminos y checkpoints. Este conjunto de medidas fueron (y son) parte de la batería represiva del sionismo.

La estrategia de Israel era doblegar a los palestinos, acabar con su resistencia y lucha armada y establecer una nueva relación de fuerzas definitiva a su favor, haciendo retroceder las aspiraciones del pueblo árabe sobre sus propias tierras. Pero las masas palestinas continuaron por cinco años sosteniendo su resistencia.

La Segunda Intifada fue derrotada vía el asesinato selectivo y la represión masiva a las manifestaciones del pueblo palestino. Esto demostró, por la negativa, que la lucha por la liberación de los palestinos requiere del apoyo activo de la clase obrera y las masas árabes de la región. Que deberán romper con sus propias burguesías, que más allá de los discursos y de ciertos tironeos, según la ocasión, van a la saga de Israel y de Estados Unidos. Dándole la espalda a ese pueblo oprimido.

Basándose en esta derrota, Sharon lanza en 2005, el “plan de desconexión de Gaza”, esta política implicaba sacar toda presencia civil israelí de ese territorio, a la vez que reforzaba la separación con Cisjordania. Esto sienta las bases para el bloqueo a Gaza –una verdadera cárcel a cielo abierto- que termina de imponerse en el 2007.

Queda claro que en los hechos es imposible pensar en un Estado palestino (conviviendo con el Estado sionista, con todas sus prerrogativas), con dos territorios separados entre sí por puestos militares israelíes y asentamientos de judíos y con recursos vitales como el agua, la energía eléctrica y el gas controlados por Israel y con toda su clase dirigente que una y otra vez afirma que jamás los cederá«.

La explosión de septiembre de 2000 colocó a la dirección de la Autoridad Palestina en una posición incómoda, ya que puso al descubierto las contradicciones inherentes al proceso de Oslo y a la posición de la AP, ni Estado ni movimiento de liberación nacional. La estrategia seguida hasta entonces por Yasser Arafat, a saber, una combinación improbable de negociaciones con Israel y apoyo a la radicalización de la sociedad palestina, mostró sus límites y empujó a la dirección de la AP a adaptarse a la nueva situación inducida por el levantamiento y tratar de sacar provecho de ella.

El estallido de la Intifada permitió a Yasser Arafat recurrir a una táctica familiar, refinada durante su larga carrera política, al-huroub ila al-amam (la “huida hacia adelante”). Ni iniciador ni planificador, en realidad aprovechó la oportunidad del estallido fortuito de una gran crisis e incidentes dramáticos, provocados por otros actores, y luego buscó intensificar y prolongar estos incidentes con el fin de llegar a una salida de la que pudiera beneficiarse. No ordenó la militarización del levantamiento, que fue sobre todo consecuencia de la violencia de la represión israelí y de las iniciativas tomadas por militantes y mandos intermedios de Fatah. Sin embargo, intentó aprovechar la evolución de los acontecimientos de la “segunda Intifada”, apostando por construir un equilibrio de poder militar con Israel para mejorar la posición palestina en las negociaciones. Esta opción resultó ser un fracaso, en particular debido a la inflexibilidad israelí (a fortiori después de la elección de Ariel Sharon), pero también a desacuerdos cada vez más notables dentro del núcleo gobernante de la AP.

En efecto, si esta adaptación táctica permitió a Yasser Arafat «estrechar los lazos» con el aparato de Fatah del interior y mantener cierta legitimidad a los ojos de la población de los territorios ocupados, aceleró su aislamiento en el escenario internacional y alentó el cuestionamiento de su autoridad incluso dentro del liderazgo de la AP. La exacerbación de las rivalidades dentro de esta dirección se manifestará en particular por los llamamientos a la «reforma» y por el distanciamiento cada vez más visible de Mahmoud Abbas, «líder de los opositores a la Intifada», de Yasser Arafat.

En las elecciones presidenciales palestinas celebradas el 9 de enero de 2005, unos meses después de la muerte de Arafat (que probablemente se produjo por envenenamiento), Mahmoud Abbas fue elegido presidente de la Autoridad Nacional Palestina. Sus promesas electorales incluían una negociación pacífica con Israel y el recurso de la no violencia para obtener los objetivos palestinos, pero no es fácil fijar una fecha definitiva que pusiera fin a la Intifada. Después de desplegar a la policía palestina para detener a combatientes, la Intifada finalizó en el mes de marzo. Pero no así la violencia. Por citar algunos ejemplos, el 9 de abril, un grupo de adolescentes palestinos que jugaban a fútbol a unos 100 metros de la Ruta Philadelphi fueron ametrallados por soldados israelíes cerca de la frontera palestino-egipcia, dejando un saldo de tres menores muertos. El 25 de abril, reservistas israelíes mataron a tiros a un taxista palestino de 32 años y a un sargento israelí que se hallaba cerca de él. El 4 de mayo, dos chicos palestinos de 14 y 15 años morían por sendos disparos israelíes durante una manifestación contra el muro de separación israelí en Beit Liqya. El 17 de agosto, colonos israelíes atacaron una fábrica palestina cercana al asentamiento de Silo, en la Cisjordania ocupada, y mataron a cuatro trabajadores palestinos. El 25 de agosto, en el transcurso de una incursión israelí en el campamento de refugiados de Tulkarem, soldados israelíes mataron a seis civiles palestinos, tres de ellos menores de edad. Según B’Tselem, ninguno de ellos participaba en enfrentamientos cuando fueron asesinados.

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