Los zapatistas rompen el cerco: la vida de los nadies frente al capital

Los movimientos políticos de esta vieja Europa estamos inmersos en las resistencias de nuestra realidad como parte de la metrópoli colonial, somos el corazón de la bestia capitalista. Nuestras estrategias políticas están, en muchos casos, influenciadas por algunos factores que perpetúan nuestra desgracia como explotados en los tiempos del capitalismo tecnológico. Por un lado, arrastramos las evidentes carencias de las tendencias ideológicas del siglo pasado y sus prácticas obsoletas, no ya por lo desacertado de sus análisis, sino por sus tácticas ancladas actualmente en el elitismo activista desvinculado de lo social o en el folclorismo como marca registrada de la rebeldía. Reconozcamos que el capitalismo en sus centros de poder fuertes genera una oposición de efecto espejo, y como resultado de ello, nos encontramos esta izquierda postmoderna y anquilosada en antiguas recetas que aspiran (en el mejor de los casos) a medidas socialdemócratas reactivas desde el individualismo ante la evidente pérdida de una visión de realidad revolucionaria.

Sin embargo, esto no quiere decir que no se practiquen experiencias donde aprendemos nuevamente a (re)conocernos colectivamente, creando espacios autónomos o pequeñas escuelitas de valores y principios en continuada resistencia. Estos espacios políticos no son ajenos a la realidad global, aunque actuemos dando tropiezos en lo más cercano, miramos con gran interés y acierto hacia las periferias del capitalismo, donde se están librando luchas decididamente importantes para la humanidad. Una de estas periferias del capital en lucha desde hace siglos es Latinoamérica, y más concretamente como un referente mundial desde 1994 el sureste mexicano.

Un pequeño recorrido por el autogobierno en México en el siglo XXI

Las comunidades indígenas de Chiapas, que se levantaron hace ya veinticinco años, y que se dotaron de la entidad del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) para su autodefensa, son la consecuencia de inmemoriales episodios de resistencias. Las montañas de la selva Lacandona son un territorio de autogobierno de comunidades sociales que comprenden a miles de hombres, mujeres, niños y niñas que han luchado por conquistar su autonomía. Sin embargo, defender esa autonomía en la periferia marginal del capitalismo, esa tierra donde se expolian recursos naturales y recursos humanos, es una de las labores más difíciles de mantener en pie a contracorriente de las violencias gubernamentales.
La voz de quienes hasta entonces no tenían rostro, de quienes convivían con la muerte cotidiana, se alzó haciéndole frente al miedo; y su grito saltó fronteras para escucharse en muchos rincones del mundo. Se taparon las caras tras un pasamontañas para descubrirnos la dignidad, porque los zapatistas no quieren un mundo zapatista, sino un mundo donde quepan otros muchos mundos. Ya quedan lejos aquellos años 80 cuando surgió el EZLN como una guerrilla clásica de su tiempo, y en lugar de adoctrinar a las comunidades indígenas con sus dogmas de fe políticos, fueron estas comunidades quienes les hicieron abrazar las enseñanzas ancestrales de resistencia frente a siglos de desprecio. Las luchas cotidianas y las luchas más grandes están conectadas y hechas de lo mismo, a veces sentimos añoranza de luchas grandes y abandonamos, olvidando la importancia de las pequeñas luchas.

En los años que han seguido al levantamiento zapatista las comunidades han creado organismos de autogobierno, que si bien han potenciado la identidad social indígena, al mismo tiempo han potenciado la fuerza de la clase para oponerse contundentemente al capital, y mediante el ejercicio de un poder horizontal organizar lo que desde el gobierno pretendían perpetuar desorganizado. El camino al autogobierno es el cambio de estado (de Estado también) y la producción de lo común, es decir, construir espacios de autonomía haciendo más pequeña la injerencia del Estado en la comunidad y habilitando al mismo tiempo relaciones renovadas entre las personas.

Como podemos corroborar, la guerra y la lucha indígena es un continuo durante varios siglos, no es algo eminentemente del siglo pasado, y ni siquiera contemporáneo. La guerra contra el narcotráfico es un conflicto armado interno librado en México desde el año 2006 que enfrenta a los Grupos de Autodefensa Popular y Comunitaria contra el Estado mexicano y los cárteles que controlan diversas actividades ilegales, principalmente el tráfico ilegal de drogas, de armas y de órganos humanos. Este conflicto ha normalizado en la población las desapariciones y la guerra sucia, se masacra a la población, y los seres humanos son convertidos en objetos de mercantilización. La resistencia a esta guerra es la resistencia al capitalismo.

De esta guerra contemporánea podemos encontrar, en junio de 2006, el surgimiento de la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, que logró aglutinar a 365 organizaciones sociales, ayuntamientos populares y sindicatos de clase con una demanda única: la salida del gobernador Ulises Ruiz del Estado. Se convirtió en una de las más importantes experiencias organizativas del movimiento social en México a principios del nuevo siglo fuera del territorio de Chiapas. Igualmente, el Frente de los Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT) en el municipio de San Salvador Atenco, en ese mismo año 2006, logró detener la construcción del aeropuerto proyectado por el ex presidente Vicente Fox. Ya en el año 2011, tenemos otro episodio de autogobierno del pueblo mexicano, en esta ocasión en el municipio de Cherán, en el Estado de Michoacán, donde la comunidad social se organizó para expulsar tanto a las autoridades estatales como a las mafias narcotraficantes, generando su propio sistema de gobierno popular hasta la actualidad.

El zapatismo rompe el cerco en Chiapas, la autonomía política se abre camino

La coyuntura actual mexicana pasa por un frenesí progresista sembrado por el gobierno de Manuel López Obrador, un izquierdismo institucional que anima al avance de los intereses capitalistas como en otras experiencias de gobiernos progresistas en América Latina, y un retroceso de la oposición política popular esperanzada por el nuevo mandón. En este contexto, las comunidades indígenas, y concretamente los pueblos zapatistas han creado un frente unido de oposición desde abajo y a la izquierda. Tal es la magnitud de la confrontación, que el mismo gobierno de López Obrador quiere imponer un tren que destrozará ecológica y socialmente la Península del Yucatán a pesar de las voces disidentes que lo rechazan. Además, en su primer año de gobierno, se han incrementado mucho los asesinatos de activistas políticos y campesinos, como el crimen de Samir Flores, integrante del Congreso Nacional Indígena. Este se opuso frontalmente al plan gubernativo conocido como Proyecto Integral Morelos, y a la operación de la termoeléctrica Central de Ciclo Combinado de Huexca, en el municipio de Yecapixtla. Fue asesinado el pasado febrero tan solo dos días antes de la consulta ciudadana sobre la termoeléctrica propuesta por el gobierno de López Obrador en Morelos.  

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) rompió un cerco impuesto por el incremento de la militarización en la región por parte del ejército mexicano para presionar a las comunidades. La zona zapatista se expandió, actualmente ha sumado más Caracoles, Juntas de Buen Gobierno y Municipios Autónomos Rebeldes. Sin pedir permiso, como bien es costumbre, los zapatistas salieron el pasado mes de agosto de 2019 del perímetro al que estaban confinados. Como dicen ellas mismas, pasaron a la ofensiva organizativa. Es la mayor expansión de territorio liberado que han conseguido desde hace más de veinte años, es su manera de hacerle frente al nuevo mandón, y ampliar las bases de su apoyo social. Y esto lo consiguen en un año que se celebra su veinticinco aniversario, y en el que el mundo entero les gritó que no están solos. Este proceso que hoy permite a los zapatistas contar con más comunidades y estructura implicó años de trabajo silencioso.

Tras esta expansión territorial los nuevos Centros de Resistencia Autónoma y Rebeldía Zapatista (CRAREZ); se sitúan en las siguientes localizaciones: La Unión, Ocosingo; Tulan Ka’u, Amatenango del Valle; Poblado Patria Nueva, Ocosingo; Dolores Hidalgo, Ocosingo; Poblado Nuevo Jerusalén, Ocosingo; Jolj’a, Tila, y comunidad del CIDECI-Unitierra, San Cristóbal de las Casas. Son 11 centros nuevos, que junto a los 5 caracoles originales, componen un total de 16 caracoles zapatistas. Además, a los municipios autónomos originales, que eran 27, se han sumado nuevos municipios en ejido Santa María, Chicomuselo; El Belén, Motozintla; Tulan Ka’u, Amatenango del Valle, y ranchería K’anal Hulub, Chilón; que completan un total de 43 municipios autónomos zapatistas.  

El Mandón quedó atrás, pensando que su cerco, cercados nos mantenía. De lejos vimos sus espaldas de Guardias Nacionales, soldados, policías, proyectos, ayudas y mentiras. Fuimos y regresamos, entramos y salimos. Clic para tuitear

Desde las montañas del sureste mexicano, el Subcomandante Insurgente Moisés expresaba las siguientes palabras:
«La llegada de un nuevo gobierno no nos engañó. Sabemos que el Mandón no tiene más Patria que el dinero, y manda en el mundo y en la mayoría de las fincas que llaman “países”. Sabemos también que la rebeldía está prohibida, como están prohibidas la dignidad y la rabia. Pero en todo el mundo, en sus rincones más olvidados y despreciados, hay seres humanos que se resisten a ser devorados por la máquina y no se rinden, no se venden y no claudican. Muchos colores tienen, muchas son sus banderas, muchas las lenguas que les visten, y gigantescas son su resistencia y su rebeldía […]
[…] Así salimos.
El Mandón quedó atrás, pensando que su cerco, cercados nos mantenía. De lejos vimos sus espaldas de Guardias Nacionales, soldados, policías, proyectos, ayudas y mentiras. Fuimos y regresamos, entramos y salimos. Diez, cien, 1 mil veces lo hicimos y el Mandón vigilaba sin mirarnos, confiado en el miedo que su miedo daba. Como una mancha sucia quedaron los cercadores, cercados ellos dentro de un territorio ahora más extendido, un territorio que contagia rebeldía».

Los pueblos luchan por la vida y plantean un horizonte bajo la guía de nuevas relaciones sociales. Las asambleas donde se aprende a mandar obedeciendo, ponen en marcha la defensa de su autonomía y la praxis de una rebeldía que les lleva a caminar cuestionándose continuamente. El vínculo con la tierra les lleva a luchar contra el capital, la tierra y su cuidado es lo más valorado desde tiempos ancestrales.

Las respuestas están en construcción, discutiéndose desde abajo y debatiéndose numerosas temáticas locales verdaderamente importantes. Se ponen en primera plana política estas cuestiones que el zapatismo nunca ha olvidado. El objeto es hablar y escuchar al México de abajo, luchar por la organización de los pueblos, y que su voz retumbe en los centros que el poder cree suyos. Es decir, se trata de dialogar al margen del poder, y articular las luchas del pueblo. 

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Un comentario en «Los zapatistas rompen el cerco: la vida de los nadies frente al capital»

  • el 18/10/2019 a las 13:58
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    Creo que se olvida hablar de una cosa muy importante que es establecer relaciones con otros movimientos de resistencia pues la unión es lo que hace la fuerza y entre todos los movimientos de resistencia frente al opresor se le acaba derribando

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