El Rastro de Madrid: a río revuelto, ganancia de gentrificación

El Rastro de Madrid plantó sus puestos en el barrio de La Latina-Embajadores por última vez el pasado 8 de marzo. Impacientes por abrir, durante el pasado mes de julio los pequeños comerciantes de este histórico mercadillo han mantenido un pulso con el Ayuntamiento de Madrid ante las medidas impuestas por la Covid-19. Y es que es evidente que al capitalismo le urgía mucho echar a andar de nuevo la maquinaria de consumo, pero aún en esa idea inamovible hay distintos niveles que responden a las diferencias de clases sociales y tipos de consumo. El Rastro de Madrid ni siquiera se cerró en plena Guerra Civil española, y sin embargo la pandemia ha conseguido echarle el freno. No obstante, este mercadillo lleva ya decenas de años manteniendo numerosas confrontaciones por el desarrollo de su actividad. El Rastro es un fenómeno histórico, pero también un espacio de lucha, puesto que durante mucho tiempo y tras muchas multas, se conquistó, por ejemplo, la Plaza de Tirso de Molina como un lugar para los tenderetes de difusión de contracultura política y activista.

La pandemia es aprovechada por el Ayuntamiento de Madrid para dar su último golpe a un Rastro que viene siendo vapuleado desde hace ya mucho tiempo. A río revuelto, ganancia de capitalistas, para que se nos entienda. El histórico Rastro llegó a albergar diez mil puestos cada domingo y festivo del siglo XX, ocupando con tenderetes ambulantes todas las calles aledañas a la Plaza de Cascorro y calle Ribera de Curtidores. El siglo XXI trajo consigo una limitación legal estricta que no permitía que hubiese más de tres mil quinientos puestos, siendo a día de hoy poco más de mil los que regularmente se plantaban cada semana. El nuevo milenio también condujo a una gentrificación del mercadillo; muchos inmuebles de la zona fueron comprados por inmobiliarias o grandes empresarios, como Florentino Pérez. El Rastro comenzó a entrar en los planes de reconversión cultural e ideológica de los espacios urbanos por parte de las administraciones públicas. Éste aparecía en las guías de turismo, atrayendo al visitante internacional a una especie de mercadillo exótico y típico para vivir una experiencia completa en Madrid. El Rastro comenzó a volverse inhabitable, como el resto de los barrios del centro de la ciudad; un lugar donde antes acudían vecinas a pasear cada domingo o a tejer relaciones sociales en la cercanía, o donde comprar artículos de primera necesidad, ahora reconvertido más bien un gran centro comercial al aire libre para turistas.

Durante varios domingos del mes pasado han tenido lugar manifestaciones de comerciantes del Rastro y otros colectivos que ponen sus puestos en las calles cercanas. Unas mil familias viven casi exclusivamente de este mercadillo, que resiste a entrar en los estándares de consumo de las grandes tiendas. La informalidad y las relaciones contraculturales que se desarrollan son un valor social de este mercadillo; pero también es una actividad económica a pequeña escala de la que dependen directamente familias. El Ayuntamiento de Madrid, escudándose detrás de las medidas restrictivas de la Covid, ha propuesto a los comerciantes la reducción del espacio ocupado, así como un sorteo en el que accederían el 50% de los puestos que se levantan cada semana. Esto supone una reestructuración ya deseada desde hace tiempo por parte del Ayuntamiento, que aprovecha la emergencia sanitaria para llevar a cabo sus planes irreversibles para el Rastro. Además, pasa la pelota a los comerciantes, generando entre los mismos una competitividad y una sensación de la necesidad irremediable de una reconversión y ‘modernización’ a la nueva situación presentada.

Los centros comerciales abrieron sus puertas en esta ‘nueva normalidad’ hace ya semanas, unos espacios que siguen unas pautas de consumo regladas y de buen gusto en los patrones impuestos socialmente de cómo debe consumirse. Los mercadillos como el Rastro representan el regateo, el estraperlo, las prácticas sociales cotidianas que pueden rebasar los límites de lo normativo; y que suponen un riesgo a controlar. Un espacio en disputa que pretende con estas medidas desmantelar la organización histórica del Rastro, y que se ha manifestado en las calles estas últimas semanas. El Ayuntamiento de Madrid ha prometido devolver los puestos originales tras superar la emergencia sanitaria, pero las pequeñas comerciantes desconfían profundamente en esta promesa y temen que sea un punto de no retorno. Continuarán la confrontación con el ayuntamiento madrileño, y habrá que seguir atentas apoyando a estas trabajadoras y trabajadores; y además defender un espacio político como el de la Plaza de Tirso de Molina.

Comparte y difunde
Esta web utiliza cookies propias y de terceros para su correcto funcionamiento y para fines analíticos. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Ver
Privacidad