¿Quién llenará de primaveras este enero?

Por Irantzu Varela. Extraído de Píkara

Es casi imposible tener una relación de pareja en la que no haya alguna forma de poder. Porque una de las dos personas es más lista, o más manipuladora, o tiene más tiempo, o más dinero, o más capital social o más amigas o más seguidores. Pocas relaciones son, de hecho, horizontales. Y en el caso de las relaciones de pareja, que -habitualmente- implican el dinero, las relaciones sociales, el uso del tiempo, el trabajo, el sexo y la convivencia, entre muchos otros elementos atravesados por el poder, la búsqueda de la equidad es un trabajo constante.

Dicho esto, hay algunas formas de poder que se vuelven problemáticas y que rozan la violencia, especialmente cuando tienen a su favor las columnas que sostienen el sistema. Y el sistema se sostiene sobre la violencia.

En una pareja entre un hombre y una mujer, hay una relación de poder estructural que favorece la posición de poder del hombre. Siempre. En todas las culturas. Independientemente de todas las circunstancias y de las personalidades de una y del otro. Porque no hay ninguna relación al margen del poder patriarcal, que educa a los hombres en la creencia de que el mundo entero, especialmente las mujeres, están a su servicio. Por eso hay incels y feminicidios. Un poder patriarcal que educa a las mujeres para estar al servicio de todo el mundo, especialmente de los hombres. Por eso hacemos el 89 por ciento del trabajo doméstico gratuito y por eso las trabajadoras del hogar están fuera del convenio colectivo. Y por eso no es lo mismo “si es al revés”. No es lo mismo que un hombre grite a una mujer, que al revés. No es lo mismo que un hombre pegue a una mujer, que al revés. No es lo mismo que un hombre mate a una mujer, que al revés. Porque lo habitual es que los hombres sean quienes gritan, pegan, interrumpen, subestiman, cuestionan, violan y asesinan a las mujeres. Porque “no todos los hombres”, pero -casi- siempre un hombre. Y porque si a una mujer se le ocurre gritar, pegar o asesinar a un hombre, sabremos su nombre y sus apellidos décadas después y harán series y libros y análisis sobre lo mala que es. Y muchas veces lo habrá hecho por defenderse, defender o vengar a sus hijas e hijos. Por eso la estrategia de sobrevisibilizar la excepcionalidad -que también forma parte de los once principios de la propaganda de Goebbels, el community manager de Hitler, concretamente, el cuarto, principio de la exageración y la desfiguración: convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave- es una forma de perpetuar el poder de los hombres y la opresión de las mujeres.

Y ¿qué tiene que ver este mitin con Alejandro Sanz? Pues que arrastrados por el complejo de lacayos que tienen muchos de quienes perpetúan las normas (y la opresión es la norma, y viceversa) desde los medios de comunicación, las voces que ayer gritaban ¿por qué no hay un MeToo en España? se han puesto a señalar a Ivet Playà, la chavala que ha contado que se ha sentido “utilizada, humillada e incluso sucia”, como una zorra pesetera que no tiene de qué quejarse porque, como aclara el cantante, solo eran “dos personas adultas, compartiendo su cariño, siendo libres”.

Mira, si tú conoces a los 16 años a un cantante al que admiras -como se admira con 16 años- que ha ganado 24 Grammys latinos y 4 Grammys de los que tienen green card, y el cantante te hace caso, te crees que te va a bajar la luna para que juguéis y le entregas tus emociones. Si él tiene 45 cuando se fija en ti, y ha vendido 25 millones de discos, la cordura la tiene que poner él. Y cuando cumplas 18 y él 47, también. Porque una relación con una diferencia de edad de 29 años, pues puede ser sana, oye, si tú lo dices. O puede ser divertida, o puede cubrir los daddy issues de una o los mommy issues del otro, o encontraros en la vida en etapas complementarias o qué sabremos los demás. Pero si tú eres uno de los cantantes más famosos del mundo y eres rico y podrías ser su padre o un amigo de su abuelo, y ella acaba de cumplir la edad para sacarse el carné de conducir y no puede beber en Miami, pues estás abusando. No sé si de ella, pero sí de tu poder. 

Porque con la edad no pasa como con el género, que siempre está claro que un hombre parte de una posición de poder, que todo a su alrededor perpetúa. El tiempo, como la edad, y como dice la Mala Rodríguez, “es ridículo, relativo, chaquetero”. Y puede haber parejas con 20, 30 o hasta 40 años de diferencia que tú me dirás que son muy felices, y yo te diré que alguien se está saltando una etapa vital, pero, oye, que la disidencia con las etapas de la vida también puede molar. Pero si el mejor argumento que tienen quienes defienden al hombre-blanco-rico-famoso-con grammys es que “ella ya era mayor de edad”, evidentemente todo el mundo está viendo la relación de poder. Y el poder, cuando es mucho poder, se parece mucho a la violencia. 

¿Cuándo hemos pasado del “hermana, yo sí te creo”? ¿Cuánto de rico y de famoso tiene que ser un tío para que nos creamos que la mala es ella? Todas sabemos lo que es tener 18 años, todas sabemos lo que es tener delante a un hombre al que admiramos y sentirnos presionadas a la vez que fascinadas, porque a todas nos ha entrado un profesor, un jefe, un famoso, un famosete, un cliente, y todas hemos sentido que no queríamos, pero no sabíamos cómo decirlo. O lo hemos dicho y no se nos ha hecho caso. Como cuando estás en paro y te dicen que hay cola para aceptar lo que no quieres tú. Todas hemos dicho que sí, cuando era que no. Por miedo, por parálisis, por las consecuencias, por si acaso. Todas sabemos que muchos hombres aprovechan su fama para romper con las barreras del consentimiento. 

No hace falta ser Spiderman para entender que “un gran poder implica una gran responsabilidad”. Y un hombre que lleva subido a los escenarios desde antes de que Ivet naciera, entiende perfectamente lo que supone que haya miles de personas que considerarían el mejor día de su vida el hecho de conocerte y estar contigo unos segundos. Lo mismo que cualquiera que haya tenido un público enardecido delante sabe interpretar la mirada de absoluta admiración y entrega en los ojos de una fan, igual que sabe que es imposible devolver esa mirada y que no hay que aprovecharse de eso. Igual que todos los hombres saben que los que se relacionan con mujeres que podrían ser sus hijas lo que quieren de ellas es lo que nunca conseguirían con las adultas.

Y eso lo saben todas las personas que defienden a Alejandro Sanz. Lo que también saben, aunque puede que no de manera consciente, es que el hecho de que algo sea legal no significa que esté bien. Y no es que yo sea muy del bien y el mal, que es una cosa muy católica (que justo en este tema no es que hayan hecho un gran papel) pero sí aspiro a que la gente que no piensa en el bien común lo pague, al menos con la pérdida de legitimidad. Las leyes no son más que normas que se han puesto históricamente los poderosos (en masculino no genérico) para protegerse de los daños que saben que son capaces de hacerse mutuamente. Por eso protegen la propiedad privada más que algunas vidas. Por eso es un argumento muy pobre (que hace la pelota a los ricos) el hecho de decir que “no hay delito” en lo que hizo Alejandro Sanz. Que, por cierto, en ningún momento ha negado que la relación se diera. Por eso se le exige a la chavala que denuncie, como si se pudiera ir a una comisaría a decir “hola, ¿qué tal?, vengo a denunciar a Alejando Sanz” y en ese mismo instante se abrieran las puertas del paraíso de la justicia y te convirtieras en Erin Brockovich.

Todas hemos conocido a algún cantante, actor o aspirante a que actúa como si el mundo le debiera el cumplimiento de todos sus deseos. De hecho, muchos hombres admiran a otros solo porque “consiguen” lo que ellos, mindundis de la convencionalidad y el trabajo asalariado, solo pueden desear en silencio en sus casas o a gritos con sus amigos. Por eso sigue habiendo un debate podrido sobre si “el amor tiene edad” o acusaciones de que “las estamos infantilizando”, cuando estamos hablando de relaciones de abuso de poder. Por eso nosotras sentimos asco por los hombres que, sistemáticamente, esperan a que la realización de sus fantasías no sea un delito. Y por las mujeres que fingen que a ellas no les ha pasado.

Mira, si te gustan sistemáticamente las personas que están en una posición de vulnerabilidad con respecto a ti, eres una persona de mierda. Y si el género, el dinero y el capital social están de tu parte, quienes comen del pesebre que tú llenas dirán que está todo bien, pero quienes sabemos que el bien es el bien común sabremos lo que estás haciendo. No hay torres tan altas como para que no nos las carguemos quienes sabemos que muchos fueguitos juntos nunca son insignificantes.

Cuidado, porque después de algunas tormentas no llega la calma. 

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