Érase una vez la primera huelga general en Catalunya

Los telares de las fábricas catalanas dejaron de funcionar, la clase trabajadora catalana se organizaba en el verano de 1855 en la primera huelga general en el país. Circunscrita territorialmente a algunas zonas de Catalunya, que es donde mayor desarrollo tenía la industria textil. No venía de la nada, ni se trataba de un movimiento espontaneísta, sino que era el reflejo de un bienio de luchas iniciado en la Revolución de 1854, y que reflejaba la pionera organización mutualista y sindical que comenzaba a atisbarse entre la clase trabajadora. Desde sus inicios, las condiciones de explotación a las cuales a postrado el capitalismo a las clases populares han sido tan urgentes de atender, que la fuerza obrera ya dejaría bien claro desde el comienzo que se construirían como sujeto político colectivo.

Los antecedentes: el conflicto de las selfactinas de 1854, y las reivindicaciones proletarias

Mientras que en julio de 1854 se producía un levantamiento popular en Madrid al calor de los acontecimientos políticos y monárquicos que se daban en la capital, también se produjo una revuelta popular en Barcelona y alrededores con enorme protagonismo del proletariado fabril. Este conflicto con mucha más claridad de un componente de clase, se conoció como el «conflicto de las selfactinas». Una expresión de acción directa y protesta contra la mecanización del hilado que facilitaba las denominadas selfactinas (del inglés, ‘self-acting’), que según los obreros catalanes provocaba el paro forzoso de muchos trabajadores.

Desde la anterior década en los años 40 del siglo XIX se venían realizando acciones colectivas e individuales de boicot a la implantación de las maquinarias en el proceso de producción textil, fundamentalmente en el área mediterránea. Igualmente, en Barcelona, por ejemplo, en el año 1835 en el contexto de revueltas anticlericales contra objetivos que apoyaban al carlismo, acabaría incendiada la Fábrica Bonaplata dedicada a producción de material para la industria textil, siendo fusilados cuatro obreros por estos hechos. Las máquinas selfactinas se introdujeron en Catalunya en 1844, y diez años después ya manejaban más de doscientos mil husos de hilado.

Iniciada la Revolución de 1854, rápidamente se extiende a otros centros urbanos, y en Barcelona concretamente se hace una declaración de huelga, produciéndose el 15 de julio varios incendios en fábricas textiles e incluso la ejecución del dueño de una fábrica y su capataz. Al día siguiente, el capitán general del territorio de Catalunya, Ramón de la Rocha, ordenó publicar un bando que defendiera la propiedad privada y la seguridad de los patronos bajo la pena de fusilamiento. Tres hiladores fueron asesinados el 16 de julio, pero dos días después en torno a cincuenta fábricas textiles permanecían cerradas ante las presiones obreras que reclamaban la retirada de la maquinaria de las selfactinas. Los principales obreros del textil expusieron sus exigencias, firmándose el 25 de julio una orden de prohibición de las selfactinas, siendo sustituidas por otras máquinas más antiguas.

Los empresarios del textil recurrieron esta prohibición ante el nuevo gobierno instaurado en Madrid, lo cual alargaría el conflicto, ya que el 8 de agosto, el nuevo capitán general en Barcelona, Domingo Dulce Garay, se reuniría con las sociedades obreras, y tres días después lo harían con el gobernador civil Pascual Madoz, sacándose un manifiesto obrero llamando al fin d e la huelga. Las sociedades obreras fueron interlocutoras políticas legitimadas por su propia fuerza para transmitir reivindicaciones proletarias. Se consiguió el compromiso del indulto a los obreros condenados, la apertura de un periodo de negociación y media hora de descanso más para los hiladores en la comida del mediodía; además, se redujo el tiempo de trabajo semanal de 75 a 72 horas. El gobierno denominado progresista derogaba la orden de prohibir las máquinas selfactinas, pero esta decisión se prolongó su publicación oficialmente hasta la primavera de 1855 ante el temor de reacciones obreras. Esto sentaba las bases y antecedentes de la primera huelga general en Catalunya.

Agrupémonos todos. Las sociedades obreras y el estallido de la huelga general textil

Debido a que el nuevo gobierno de Espartero quería dar una sensación social progresista, el contexto político permitió que surgieran asociaciones obreras que incluso llegaron a constituir una Junta Central, es decir, una federación de sociedades. Ya más del 50% de la población de Catalunya se encontraba en las zonas litorales y fluviales, invirtiéndose tradicionalmente la presencia demográfica en el interior rural. El campesinado estaba colapsado por la crisis de precios impuesta por la burguesía industrial, y los rescoldos de los conflictos del carlismo ultramontano en la Catalunya profunda. Mientras tanto, la clase trabajadora urbana, hija directa del pensamiento liberal, tomaba cada vez mejor conciencia de las miserias materiales a las que le abocaba ese capitalismo en plena expansión. La Barcelona obrera estaba apiñada dentro de unas murallas que aún mantenían un perímetro de un kilómetro de alcance de las balas de cañón con que la ciudad podía ser bombardeada. Ya había sucedido durante la regencia igualmente del general Espartero en 1842, cuando para reprimir algunas revueltas populares liberales, bombardeó desde el Castillo de Montjuïc centenares de casas de barrios humildes de la ciudad. Barcelona tenía, por lo tanto, unas pésimas condiciones de habitabilidad para las clases populares, hacinadas en viviendas antiguas y expuestas a enfermedades, desnutrición y alcoholismo, además, de unas condiciones laborales míseras.

Las fábricas concentraban en aquella época a centenares de trabajadores, y en áreas metropolitanas de la ciudad, la década siguiente comenzarían a construirse las colonias obreras industriales. De esta manera, el contacto entre estos trabajadores y la difusión de ideas transformadoras, cuando no revolucionarias que comenzaban a llegar desde Europa, quedaban plasmadas en la creación del asociacionismo obrero. Este entramado que se desarrollaría posteriormente, y sería el incipiente sindicalismo, actuaba en muchos niveles de la vida de los trabajadores, tanto en su alfabetización a través de los futuros ateneos, como en las mutualidades para cubrir contingencias por enfermedades.

El nuevo capitán general de Catalunya, el general Zapatero y Navas, puso fin a la tolerancia con la Asociación de Tejedores de Barcelona entre otras, e inició una política de represión del movimiento obrero en la primavera de 1855. En mayo, el gobierno de Espartero publicaba oficialmente el levantamiento de la prohibición de las selfactinas, interpretándolo los trabajadores como una traición, y comenzando a proponer movilizaciones. Se ilegalizaron las asociaciones obreras y mutualidades, y se produjo la detención de decenas de trabajadores. El 6 de junio de 1855 se ordenó la ejecución de Josep Barceló i Cassadó, uno de los principales interlocutores obreros que arengaba a la lucha, y setenta trabajadores fueron deportados a Cuba. Esto se trasladó a un estado de revuelta e insumisión obrera que culminaría con la declaración de una huelga general el 2 de julio de 1855, secundada por todos los sectores de la industria textil.

A la huelga compañeros, no vayáis a trabajar. ¡Asociación o muerto, pan y trabajo!

En la hora del almuerzo de ese 2 de julio, obreros de Barcelona, y algunas localidades como Badalona e Igualada abandonaron coordinadamente las fábricas. En el barrio de Sants fue ejecutado de un disparo el presidente de la organización patronal y diputado de las Cortes, Josep Sol i Padrís. Tanto el capitán general Zapatero y el Ayuntamiento de Barcelona exhortaban a los obreros de no dejarse guiar por discursos alborotadores, tratando de sembrar una división entre obreros de buena y de mala moralidad. Incluso el obispo de Vic hablaba a los obreros directamente de la necesidad de resignación en esta vida para las bondades de la vida venidera. Todas las autoridades políticas, militares y religiosas actuaban de manera coordinada también contra la fuerza organizada de la clase trabajadora.

Sin embargo, el 3 de julio se comprobó que esos llamamientos no surtieron ningún efecto, y la huelga se extendió a la comarca de Osona más al norte de la provincia barcelonesa. En la ciudad de Barcelona una manifestación esa tarde recorrió las calles de la ciudad, los obreros además acudieron al Ayuntamiento para exigir la entrega de una bandera roja requisada el día anterior por un policía municipal. El 5 de julio una comisión obrera partió hacia Madrid para entrevistarse con el presidente del gobierno, Baldomero Espartero, llevando como reivindicaciones el reconocimiento del derecho de asociación nuevamente, la jornada de diez horas y la constitución de un jurado integrado por obreros y patronos de manera mixta. La condición a esas peticiones fue poner fin a la huelga, que sucedería parcialmente el 8 de julio, cuando se abría nuevamente el comercio y las oficinas, y aunque las fabricas también abrieron, apenas obreros acudieron a ellas.

El 9 de julio hubo manifestaciones en las Ramblas, y el general Zapatero ordenó iniciar una despiadada represión. Se ocuparon militarmente algunas fábricas para obligar a retomar el trabajo, y el Ejército tomó algunos barrios obreros de Barcelona ordenando numerosas detenciones. La prensa tanto liberal como conservadora atacaba también desde sus páginas la autoorganización obrera y la fuerza que había desplegado en la huelga. El coronel Saravia, enviado personalmente por Espartero, fue quien puso fin a la huelga definitivamente el 11 de julio, convenció con vagas promesas de creación de un jurado mixto de obreros y patronos; aunque se jactaba posteriormente de no haber cedido a las concesiones obreras y que los detenidos cumplirían sus condenas.

El 7 de septiembre se hizo pública en Madrid una «Exposición presentada por la clase obrera a las Cortes Constituyentes», un texto escrito por un joven Francesc Pi i Margall que solicitaba la unidad de los obreros en un conjunto de reivindicaciones y el reconocimiento de asociacionismo obrero. Esta alocución se extendió a otras ciudades como Sevilla, Valencia, Alcoy o Málaga; constituía el primer gran movimiento peninsular obrero para una mejor organización de las luchas y conquistas que vendrían futuramente. En unos contextos se dio más un asociacionismo de carácter mutualista, y en otros casos más de lucha y carácter sindical, pero sin duda, esta huelga general del textil constituyó una experiencia fundamental en la incipiente organización obrera que solo las luchas venideras dotarían de mayor profundidad teórica y práctica.

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