No somos un Banco de alimentos, pero…

Desde esta publicación siempre hemos defendido la solidaridad y el apoyo mutuo frente a la caridad. Como decíamos hace seis años, cuando hablábamos del trabajo del Banco de Alimentos de Tetuán, consideramos imprescindible “romper con la dualidad que se nos vende de buen/a ciudadano/a que da y pobre que recibe”.

Pero la realidad, cuando se baja al barro y se dejan en la mesa los libros y los panfletos con los que hemos crecido políticamente, nos da un hostión. En ese momento vemos a miles de personas que dependen de que los innumerables grupos de barrio que han surgido les den una bolsa de comida, a un trabajador que necesita urgentemente un móvil para poder trabajar en Glovo y llevar unas monedas a casa, o a una madre tratando de conseguir una mesa para que sus niños hagan sus deberes o un ventilador para poder soportar veinticuatro horas encerradas en casa.

Entonces, esa frontera que en los textos distinguía la bella solidaridad de la impura caridad, salta por los aires y nos obliga a replantearnos nuestras actividades. El problema no es nuevo y lo conoce y lo ha afrontado cualquiera que haya militado en un sindicato, en un grupo de vivienda o en cualquier colectivo o red de solidaridad que pretenda realizar un trabajo práctico con las vecinas con las que compartimos nuestro día a día.

Hace ya tiempo, decíamos que algunas cosas las teníamos claras, y entre ellas está que lo que nosotras entendemos por solidaridad es el apoyo entre iguales, de tú a tú, desde una perspectiva bidireccional, y con la clara intención de dotarnos entre todas de las herramientas necesarias para acabar con el problema de fondo (en este caso la pobreza). Pero ahora, en la práctica y en la situación de crisis brutal que estamos viviendo, las cosas no son tan sencillas. Es difícil evitar cierto asistencialismo, romper con ese rol del que da y el que recibe, no caer en reproducir ciertos patrones propios del capitalismo… Pero no es menos cierto que el momento es jodido, y es importante que nos apoyemos entre quienes estamos abajo en esta sociedad de clases. Y ciertas estrategias y herramientas propias son más necesarias, si cabe, cuando el Estado se repliega y abandona parte de los servicios que antes malcubría. Y lo que está claro es que estos problemas se pulen con la práctica.

Fotografia, se ve el texto "El barrio es nuestro" fabricado con letras de ladrillo

Por la honestidad con la que está escrito y porque creemos que afronta una realidad común entre los colectivos que en este momento están dado el callo para que, de verdad, nadie quede atrás, reproducimos este texto de las compañeras de la Xarxa d´aliments de Vallcarca (Barcelona):

Entre las personas afectadas por el confinamiento, se encuentran todas aquellas que ya se encontraban en una situación vulnerable antes de la crisis, y que el paso del Covid-19 ha dejado aún más desamparadas. Las medidas de confinamiento no están pensadas para una cierta clase de personas: para las que viven siempre al día, las que no tienen papeles, trabajan en la economía sumergida, no pueden tirar de ahorros durante dos meses y en muchos casos ni siquiera dos semanas, para todas las que viven amontonadas en un piso del tamaño de una caja de zapatos … todas las que ya vivían con el agua al cuello antes del virus.

Desde el inicio del confinamiento, desde los barrios se han puesto en marcha toda una serie de iniciativas para apoyarnos entre vecinas. Entre otros, se han puesto en marcha proyectos para conseguir y repartir alimentos entre las personas que no están pudiendo conseguirlos de otra manera. En Vallcarca hemos seguido el ejemplo de otros barrios y hemos puesto en marcha la Red de Alimentos. Cuando todo esto pase, queremos que sea un proyecto basado en el apoyo mutuo, en la implicación directa de todas las personas que quieran hacer uso de la red. Pero, hoy por hoy, dadas las circunstancias estamos funcionando de una forma básicamente asistencialista. Nosotros y, por lo que sabemos, el resto de proyectos de la ciudad.

Estamos orgullosas de no dar la espalda a nuestras compañeras de barrio, pero estamos haciendo una tarea que no nos corresponde a nosotros. Nosotros no somos ni queremos ser un banco de alimentos. No creemos en este modelo que tolera la miseria y se limita a poner pequeños parches para ir tirando. Es el único al que llegamos ahora mismo, por lo que lo hacemos, y no nos avergüenza. Pero eso no significa que nos tengamos que quedar calladas viendo cómo, por un lado, el Estado nos impone unas medidas de confinamiento que impiden a mucha gente buscarse la vida mientras, por otro lado, no les ofrece ninguna alternativa.

Nuestros esfuerzos, los de nuestra red de alimentos y de todas las redes de apoyo mutuo de la ciudad, de todos los grupos de apoyo antirracistas, son un pequeño empujón que, esperamos, ayudará algunas personas a salir adelante. Pero a veces, ante la frustración, tenemos la sensación de que estamos haciendo el trabajo sucio de las instituciones, y nos preguntamos si es lo que hay. Si no sería mejor dejar crecer la rabia en la gente hasta que se produzcan saqueos en supermercados como ocurrió en Italia, y el gobierno reaccione de una vez. En Italia, el primer ministro anunció un plan de ayudas de 4.700 millones después de los intentos de saqueo.

Nosotros no queremos jugar con la miseria de la gente, no hacemos cálculos estratégicos sobre cuánta pobreza hace falta para que se produzca una revuelta. No creemos en el Cuanto peor, mejor, y es por eso que hacemos lo que hacemos. Apostamos y apostaremos por la solidaridad, pero no por ello queremos dejar de señalar a los responsables de toda esta miseria estructural, que no ha comenzado con el coronavirus ni tampoco acabará con él.

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