La Ciudad es Nuestra

Creada por David Simon, Ed Burns, D. Watkins, William Zorzi y George Pellecanos. HBO. Baltimore, 2022. 6 episodios.

La Ciudad es Nuestra supone el regreso de David Simon a Baltimore 14 años después de sus obras de arte The Corner y The Wire (las cuales han sido reseñadas en este periódico con anterioridad). A diferencia de sus anteriores incursiones en la televisión, que eran completamente ficticias (si bien inspiradas en hechos reales), absolutamente todo lo relatado en esta nueva miniserie, desde los nombres de los personajes hasta sus acciones, ocurrió de verdad.

La serie arranca poco después de las manifestaciones y el estallido de rabia que tuvo lugar después de que unos policías de Baltimore mataran a tiros a Freddie Gray, un joven afroamericano de 25 años de edad. Es en este contexto que el sargento Wayne Jenkins y su Unidad de Rastreo de Armas de Fuego empieza a medrar en el cuerpo de policía, por los buenos resultados de sus investigaciones: requisan más pistolas ilegales que nadie, sus tasas de detenciones son altísimas y todos los años incautan kilos y kilos de droga.

El único problema es que Jenkins y sus compañeros son corruptos hasta la médula: han creado una red que se dedica a robar y extorsionar a camellos y a ciudadanos que no han cometido ningún delito (en una escena, paran a una persona que conduce su coche sin cinturón de seguridad, encuentran que tiene mucho dinero en efectivo en el coche que acaba de cobrar de su empresa y se lo quedan), pegan palizas indiscriminadas (a veces para sacar dinero o información y en otras ocasiones por pura diversión), desmantelan bandas criminales para ayudar a otras organizaciones que les pagan e, incluso, trafican con parte de la droga que le quitan a sus detenidos. En un primer momento se autojustifican diciéndose a sí mismos que les pagan muy poco y que necesitan ese dinero extra para darle una buena vida a sus familias, pero al poco se lo acaban gastando en fiestas, strippers y hoteles de lujo. Y, si alguna vez meten la pata y detienen a la persona equivocada, no dudan en colocar droga en su coche (y, en consecuencia, arruinarle la vida) para justificar la detención. Sus acciones son ignoradas por sus superiores durante años, a los que únicamente les importa sus buenas estadísticas. Pero su corrupción tan vox pópuli en los barrios humildes de Baltimore (esos escenarios que nos son tan familiares de The Wire) que el FBI termina por enterarse y finalmente les acaba deteniendo y logrando que se les impongan elevadas condenas.

La Ciudad es Nuestra es la historia de la corrupción mafiosa en la que pueden incurrir algunos policías. Pero a través de flashbacks, siguiendo el camino de Jenkins desde que entra en el cuerpo hasta su detención y cómo se relaciona con compañeros de todo tipo, nos damos cuenta de que también relata la historia de la pequeña corrupción cotidiana, mucho más extendida. Por ejemplo, uno de los jefes del departamento de policía lee el informe de uno de sus subalternos y le enseña a mentir de forma correcta para justificar la paliza y detención que se lleva un señor por estar bebiendo una cerveza en el portal de su casa. “Tienes que contar que te pegó primero”, le explica. Incluso los policías que aparecen retratados como más decentes incurren en estas perrerías.

La serie nos muestra que el control policial (o la “policialización”) es un mal en sí mismo, que ha causado un enorme daño a la población más empobrecida. La principal misión de la policía de Baltimore es protegerse a sí misma; la segunda, a las élites políticas y económicas. Quienes patrullan las calles de los barrios humildes no están allí para proteger a sus habitantes, sino para imponer un orden social que pasa por dejar vacías las calles y detener a cualquier persona – sobre todo si tiene la piel oscura – que se encuentre sentada en la acera sin motivo alguno. En un ejemplo perfecto de lo que es un Estado policial, arrestan a decenas de personas por el mero hecho de “estar” en la calle, les mantienen detenidas durante 24 horas y luego les dejan en libertad sin cargos a cambio de firmar un acuerdo de que no demandarán al ayuntamiento. Y así a diario. “Si no hay nadie en la calle, no puede haber asesinatos”, dicen.

Por supuesto, tratándose de una serie de David Simon, no aparece únicamente un punto de vista, sino que se trata de una historia coral. Otros protagonistas de la serie lo conforman jueces, fiscales y abogados por un lado, el FBI por otro y los políticos locales por otro. También tienen un rol muy importante los miembros de la Oficina de Derechos Civiles del Departamento de Justicia, que realizan un estudio documentando miles de vulneraciones de derechos a manos de la policía y proponen una serie de reformas – que ellas mismas reconocen que son insuficientes – para aliviar la situación. Sin embargo, por razones presupuestarias, su plan es rechazado por el Ayuntamiento y por el cuerpo de policía, que invierte la mayor parte de sus recursos económicos en armamento y en las horas extra de sus agentes, que si no cobran por ir a juicios en los que son citados como testigos, no van.

Éste es un documento inmenso que muestra que la policía incurre en errores procesales y violaciones de la Constitución; que tienen patrones de tender trampas que, en el mejor de los casos, vulneran derechos civiles y, en el peor, supone una agresión directa contra las víctimas. Buen trabajo”, se dice respecto del informe de la Oficina de Derecho Civiles. Pero, ¿qué necesitas decir que no puedes decir? ¿Qué es lo que no quiere reconocer el Departamento de Justicia? ¿Por qué quiere detener la policía a todo el mundo? Su misión es la Guerra contra las Drogas. Y en una guerra, necesitas a guerreros. En una guerra, tienes enemigos. En una guerra, los civiles acaban heridos y nadie hace nada al respecto. En una guerra, cuentas los cadáveres y los llamas ‘victorias’. ¿Está la Oficina de Derechos Civiles dispuesta a reconocer que perdimos esta guerra hace años? ¿Que con ella no hemos logrado nada, salvo llenar nuestras cárceles y convertir en rutina la brutalidad policial? Por no hablar de una falta de confianza entre los departamentos de policía y los habitantes de sus ciudades”.

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