Indignarse ya no es suficiente

No puede volver a dormir tranquilo aquel que una vez abrió los ojos” – Nanterre, mayo 1968.

El “movimiento del 15-M”: Una crónica de la primera semana

Los días previos al 15 de mayo, día para el cual estaba convocada una manifestación por el centro de Madrid, así como en otras 50 ciudades de todo el Estado, aún no presagiaban los acontecimientos que a raíz de las emociones desatadas por esas movilizaciones se iban a desencadenar. Las manifestaciones, convocadas por la plataforma “Democracia Real YA!” bajo el lema “No somos mercancías en manos de políticos y banqueros” se preveían masivas y así lo fueron (se manifestaron un total de al menos 130.000 personas, unas 20.000 en Madrid), pero lo que realmente desbordaría todos los pronósticos aún estaba por llegar.

La convocatoria, que se autodefinió como “ciudadana y apartidista”, contaba con un manifiesto que expresaba, con un lenguaje aglutinador y conciliador, su “disconformidad con el actual sistema político y económico” y la necesidad de una “revolución ética”. A pesar del discurso descafeinado, la convocatoria reunió a un buen número de gente que sentía la necesidad de expresar su rabia ante una sociedad que no les ofrece perspectivas, que les niega un futuro que, de alguna manera, se prometían más felices. La policía – esto no es ninguna novedad en Madrid – reaccionó de manera contundente ante la mínima amenaza de que los/as manifestantes, tras el final oficial de la convocatoria, se salieran del cauce de lo establecido, reclamaran las calles y cambiaran por unas horas el guíon turístico-lúdico-comercial dictado para el centro de la capital.

La jornada se saldó con 24 detenidos/as que – esto tampoco es ninguna novedad en nuestra ciudad – fueron maltratados/as, vejados/ as y retenidos/as de manera innecesaria durante dos noches en los calabozos de la policía.[1] . La multitudinaria recepción que se les brindó a su puesta en libertad fue una expresión de lo que entonces ya se había convertido en evidencia: la gente, literalmente, no se había ido a casa tras la manifestación, sino que se había tomado ésta como el comienzo de una protesta que iba a desbordar a todos/as: a los medios de comunicación, a los/as políticos/as, a los/as convocantes e incluso, a los/ as propios/as manifestantes.

Tras las cargas policiales por el centro de Madrid surgió la iniciativa de una cincuentena de personas de acampar en la Puerta del Sol. La acampada se hizo en solidaridad con los/as detenidos/as, pero también como continuación directa de la protesta: “queremos una sociedad nueva que dé prioridad a la vida por encima de los intereses económicos y políticos” clama el manifiesto de los/as acampados/as. La segunda noche el número de personas en Sol se había multiplicado, pero aún eran pocos/as, cuando llegó – tras las cargas del domingo – la segunda intervención por parte de las fuerzas del orden: a las 5 de la mañana el campamento es desalojado y una persona es detenida. Ese mismo día se producirá – en gran parte como respuesta a la violencia policial y a la prepotencia de quienes les mandan – una concentración en la Puerta del Sol. A pesar de los registros de la policía o de la megafonía de los transportes públicos de la ciudad, que, en un ridículo intento de las autoridades de amedrentar a posibles asistentes, advierte a los viajeros que la concentración ha sido ilegalizada, acuden unos/as 6000 manifestantes. Se vuelve a montar el campamento, y tanto por la respuesta de la gente, como por el mayor número de personas que deciden quedarse a pasar la noche, éste será más difícil de desalojar.

Las provocaciones por parte de las autoridades no cesan, pero a ritmo de prohibiciones crece también la asistencia; la Puerta del Sol se llena de personas dispuestas a saltarse la ley. La jornada de reflexión ante las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo (supuesta causa de las prohibiciones de concentrarse) es recibida en la plaza y sus aledaños por (en cifras de la policía) 28.000 personas.

Aprendiendo del pasado, del presente y de lo lejano: posibles lecciones de una revuelta ciudadana

El valor de este movimiento no radica en lo cuantitativo (es decir, en la cantidad de asistentes a las concentraciones diarias o en las simpatías generadas, si bien aquí radica su fuerza política, ya que sin esa afluencia masiva una concentración ilegalizada sería irrealizable), ni tampoco en el multitudinario desafío a la autoridad, ni en el hecho de haber silenciado la última semana de otra insufrible campaña electoral, sino en su manifiesta capacidad de autoorganización, en la solidaridad (no sólo) de los/as vecinos/as, en las ganas de debatir y construir conjuntamente que se están demostrando día a día. El hecho de que se haya asumido esta forma de hacer política, basada en el asamblearismo y la horizontalidad, es especialmente ilusionante teniendo en cuenta que una proporción importante de la gente involucrada se está socializando en estos métodos precisamente a raíz de esta experiencia.

¿Pero de dónde viene este movimiento, por qué aquí y por qué ahora?

Tanto los medios españoles como los extranjeros se parecen haber puesto de acuerdo para establecer una relación entre estas acampadas y las revueltas árabes, que en este preciso instante estarían cruzando el Mediterráneo… Este análisis extremadamente simplista no resulta muy útil a la hora de comprender las razones por las que ha cuajado el movimiento del 15-M: ni las condiciones sociales, ni las económicas, ni tampoco la composición de los/as manifestantes son comparables a ambos lados del mar. Probablemente el único elemento que establece cierto lazo es el método de la ocupación indefinida de un espacio público reconocible: la Plaza Tahrir en El Cairo, la Puerta del Sol en Madrid Si bien la toma de un espacio peatonalizado de por sí no supone un acto que irrumpa seriamente en la lógica de la ciudad, las dinámicas que se generan en este tipo de acción colectiva sí que encierran un potencial constructivo: la convivencia hace imprescindible el apoyo mutuo, y el espacio arrebatado a la normalidad puede servir para experimentar – por limitados que estos experimentos estén en el tiempo y el espacio – nuevas formas organizativas y vivir otra ciudad. Esto no es muy diferente a lo que se suelen proponer los Centros Sociales con mayor o menor éxito, pero con la ventaja añadida de que es brutalmente visible – y asumible por cualquiera. Sirva un paseo por los alrededores de Sol, una tarde de lunes tras una semana de acampada, como demostración de lo impensable: cuatro asambleas simultáneas, todas de al menos 100 personas, discuten temáticas como “asamblearismo vs. parlamentarismo”. En el centro de la capital se discute de política. En plena calle.

Los/as activistas madrileños/as no han sido los primeros en identificar el potencial de estas acciones: en los prolegómenos de la penúltima huelga general en Grecia (23 de febrero de 2011) circularon convocatorias que señalaban la intención de “convertir la Plaza Syntagma [sede del Parlamento griego] en la Plaza Tahrir” para “demostrar tolerancia e insistencia que será mucho más grande que lo que los cuerpos del gobierno puedan imaginar[2]. Este intento sólo fracasó por la violencia asesina desplegada por la policía ateniense, que no dudó ponerse a la altura de la policía de los regímenes autoritarios de Egipto o Túnez. En eso aquí aún está difiriendo la situación: quedaría feo emplear la violencia contra una pacífica acampada a golpe de porrazos mientras se está bombardeando las fuerzas de orden de un país que está reprimiendo una revolución “democrática” ”.[3]

Otra comparación muy manida es la contraposición “mayo 68 – mayo 2011”, obviando factores tan importantes como la extensión de la revuelta social que se produjo en Francia, que desembocó en una huelga general salvaje en la que participaron hasta diez millones de trabajadores/as durante casi un mes. Los elementos que ambos acontecimientos pueden tener en común se sitúan en otro orden: en ambos casos la protesta parte del ámbito universitario (en Madrid, el salto a otras capas sociales parece difícil, a pesar de cierta simpatía generada). Tal vez sea comparable también la “libertad de palabra” tantas veces mencionada en las crónicas de la revuelta del 68: un paseo por los alrededores de la zona Sol es capaz hoy de dibujar una sonrisa en nuestras caras, cuando entre la omnipresente publicidad y los cientos de lemas reformistas (“Por la reforma de la fórmula D’Hondt!”) se encuentra alguno perspicaz y provocador. Incluso en otros barrios del centro se están produciendo muchas acciones con spray, tela o plantillas, preferentemente en las fachadas de las entidades bancarias.

El “que se vayan todos” argentino de 2001 es otra revuelta popular que algunos pretenden haber visto resurgir en la Puerta del Sol. Es innegable que un elemento importante del descontento de los/as allí congregados/as surge del desengaño con los partidos políticos mayoritarios y, por extensión, con la clase política en general: “Idos a casa, politiquillos. Idos ahora cuando todavía os cabe el honor de la retirada silenciosa. Después no habrá tiempo y será muy doloroso. Estáis despedidos. Sin 45 días. Ni paro[4]. Pero de nuevo: salvemos las distancias…

El movimiento del 15-M puede haberse inspirado (mejor dicho: los/as manifestantes que lo conforman pueden haberse inspirado…) en algunos de los ejemplos citados, preguntándose durante años “¿Y aquí cuándo?”, pero no puede ser entendido sin entrar a considerar ciertas evoluciones dentro de los movimientos sociales españoles y madrileños. Las formas organizativas planteadas (la asamblea, la ausencia de líderes etc.), tácticas de la lucha antiautoritaria, han sido implantadas progresivamente allí donde ha habido la oportunidad: en las movilizaciones por una vivienda digna de 2005-06, en el movimiento estudiantil y las asambleas contra la Ley Bolonia, o también en fenómenos como la anual “semana de lucha social”. Una gran parte de los/as activistas de la Puerta del Sol se han socializado en este tipo de movilizaciones, hasta sentir las tácticas y formas descritas como propias. Por otro lado, la realidad político-social indudablemente ha contribuido a inflamar los ánimos: en 2003, tras la manipuladora gestión por parte del Gobierno del PP de los atentados del 11-M, la misma juventud que ahora se siente “indignada” salió a la calle para denunciar al Gobierno, teniendo claras que sus armas eran las urnas y su estrategia la alternancia en el gobierno. Siete años más tarde, los/as protagonistas del “pásalo” se han quedado sin esa alternativa: el salvador de entonces está absolutamente desacreditado, y las recetas del PP son de sobra conocidas. Si bien aún estamos lejos de poder hablar de una ruptura con el sistema parlamentario, se han dado pasos importantes. Las elecciones del 22 de mayo no han supuesto un referente para el movimiento (aunque los medios de comunicación hayan resaltado su supuesta intención de “reflexionar el voto”), la prueba es que planificó su permanencia y extensión antes de las elecciones y continúa haciéndolo después de las mismas.

Desencanto con los partidos políticos

Las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo, presentadas por los medios de comunicación de masas como un triunfo arrollador del PP y una debacle del PSOE, esconden lecturas alternativas: en un periodo de profunda crisis económico-social, la sociedad ha dado la espalda a las recetas de los principales partidos, que no identifican como alternativa real. Así, en la ciudad de Madrid, igual que en la Comunidad Autónoma, tanto el PP como el PSOE (éste evidentemente en mucho mayor proporción) han perdido votos.

En todo el Estado, el dúo PP-PSOE ha perdido casi un millón de votos, mientras ha crecido la opción de los votos en blanco y votos nulos (975.000 en total, rozando el 5% en Madrid) y en torno al tercio de los/as electores ha decidido abstenerse.

Votos absolutos

2007

2011

PP

875571

756952

PSOE

486826

364600

(datos para Madrid ciudad)

Perspectivas desde el kilómetro cero

De momento el movimiento ha sabido mantenerse dinámico y aprovechar el tirón: del accionismo inicial (trabajo de comisiones centradas en la logística de la acampada en sí), se ha pasado a los grupos de trabajo para temas de política, economía, medio ambiente, transporte, sanidad, vivienda, empleo, educación, cárceles, etc., y cuando la Puerta del Sol y aledaños comenzaron a representar más un límite espacial que un símbolo y una demostración de fuerza, se comenzó a plantear la extensión de las asambleas por toda la ciudad y la Comunidad Autónoma a través de asambleas de barrio (que comenzaron su andadura el 28 de mayo en más de 70 barrios y municipios de Madrid[5]), un paso imprescindible si el movimiento quiere pasar de mera anécdota de una semana pre-electoral a la construcción efectiva de tejido social. Una respuesta implantada e impulsada desde los barrios – algo que hoy está lejísimos de la realidad que vivimos en esta ciudad – es lo que realmente teme el poder; el hecho de que el movimiento del 15-M asuma ese camino como suyo es saludable e ilusionante.

El acto de acampar y ocupar el espacio público evidentemente no puede constituir un fin en sí mismo, y desde los primeros momentos no ha sido entendido como tal. La toma de contacto y de palabra, el debate interminable, la efervescente expresión político-artística, el redescubrimiento de los espacios comunes y la constitución de puntos de encuentro entre generaciones de activistas (impagables las conversaciones con los/as más mayores que recuerdan a los/as jóvenes que se encuentran a escasos metros de las antiguas celdas de la Brigada Político-Social), la base para llevar a cabo acciones de denuncia (bancos empapelados en el barrio de La Latina, o la ocupación simbólica de bancos en Valencia, así como el apoyo al boicot de desahucios en Murcia o la irrupción en el pleno municipal de Santa Cruz de Tenerife al grito de “hipócritas” son sólo unas pocas de las acciones directas que han tenido su origen en las acampadas a lo largo y ancho del Estado español) nacieron de la iniciativa de los/ as allí congregados/as.

Hoy por hoy, el movimiento se encuentra, literalmente, en el kilómetro cero. De momento ha conseguido reunir a personas – el primer paso esta dado. Pero queda desarrollar presión política, hacerse fuertes en los barrios. Esto no se alcanza con la ocupación – al fin y al cabo simbólica – de zonas peatonales, por muy ilegal que sea. El discurso heterogéneo y conciliador deberá en el futuro dar paso a una toma de consciencia más profunda, a un enfrentamiento con la realidad social que nos rodea. No podemos ser conciliadores/as hacia una realidad que no lo es. Entre el “Por la reforma de la ley electoral!” y el “Lo queremos todo, lo queremos ahora!”, hay un trecho insalvable. Un movimiento que en su inicio negaba incluso lo innegable, su condición de movimiento político, se irá encontrando en el camino, camino que comenzaron a andar aquellos/as que estaban convencidos de que “cobrar 600 euros es violencia”, de que “la crisis es el sistema” de que “no nos representan” y de que esta sociedad caduca nos ofrece poco pan y pésimo circo.

TODO EL PODER A LAS ASAMBLEAS.


[1] El “comunicado de lxs detenidxs de la mani del 15-M” detalla el trato recibido por parte de la policía.  Disponible en madrid.lahaine.org/comunicado-de-lxs-detenidxs-de-la-manife-2011

[3] No tienen desperdicio las declaraciones de Fidel Castro preguntándose irónicamente “si la OTAN va a bombardear también a España”…

[4] Comunicado de los/as acampados/as de la Puerta del Sol

[5] Más información: madrid.tomalosbarrios.net

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4 comentarios en «Indignarse ya no es suficiente»

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