Días de tormenta

Pues sí llueve, y bastante. Llevamos dos semanas, aquí en Madrid, algo desapacibles. Días de bochorno y tardes de tormenta. Por fin parece que estamos en primavera, aunque ya quede poco. Pero no es a estas tormentas a las que hacemos referencia en el título, sino a las inclemencias mediáticas de estos días. Como era de esperar, el tema “catalán” sigue copando periódicos, telediarios y morbosas tertulias. Tras casi medio año de tiras y aflojas para formalizar un nuevo Govern, por fin tenemos fumata blanca, habemus nuevo president (bueno, lo tienen en Cataluña, aunque con tanta disputa de posesiones del territorio, ya nos perdemos con el lenguaje); Quim Torra es el nuevo sheriff, un nombre que no aparecía en las cábalas de estas últimas semanas, pero que parece haber tomado la delantera de la mano de sus buenas relaciones con Puigdemont. Pero ¿quién es Quim Torra? Lo primero que le viene a la cabeza a cualquiera que esté siguiendo esta telenovela desde fuera de Cataluña es que estamos ante un racista de manual. La prensa no ha parado de repetirlo, Pedro Sánchez, Albert Rivera, la legión de tertulianos/as… todos/as coinciden en lo mismo, estamos ante un ultranacionalista supremacista. Sus tuits sobre los/as españoles/as le delatan. Sus artículos ya no lo sabemos, son demasiadas palabras las que hay que leer, mejor quedarnos en los 120 caracteres, que la desinformación se absorbe mejor en frases cortas.

Pero vayamos más allá de los 4 tuits de turno. Quim Torra es abogado, trabajó durante años para una aseguradora y, cuando fue despedido de la misma, fundó la editorial A contra vent. También ha sido, aunque durante pocos meses, presidente de Ómnium Cultural, así como director del Centro Cultural del Born durante los años de alcalde del convergente Xavier Trias. A través de su editorial ha tratado de recuperar el trabajo de ciertos periodistas y políticos catalanes de los años 20 y 30 del siglo pasado. Es esta faceta, también recogida en varios de sus artículos en diferentes periódicos locales, donde deja patente sus simpatías y predilecciones ideológicas por el incipiente catalanismo de principios de siglo XX, marcadamente conservador y católico (qué raro ¿eh?), y desde dónde saca del olvido a “grandes héroes de la patria”, como los hermanos Badia, filofascistas que destacaron en la conformación del pistolerismo antisindical de la Cataluña de la época (todo un ejemplo, cómo no).

Más allá de todo esto, la subida al trono de Quim parece suponer la derrota de la vía rupturista. La reclamación por la independencia ha transmutado en la omnipresencia de la palabra república. Eso sí, una república futura, que viene con calma. Las palabras cambian, pero el mensaje sigue siendo el mismo, las élites catalanas del procés siguen deambulando en el simbolismo, en el mundo de las ideas, sin pasar a materializar nada. No hay posibilidades objetivas dirán, pero se ve que tampoco intenciones. Parece que el PDeCAT ha fagocitado por completo a ERC y a la CUP (clave ésta última, con su abstención, en el nombramiento de Quim Torra como president), y nos encaminamos hacia la enésima vuelta a la negociación. Eso sí, todo ello condimentado con una buena dosis de falsa dicotomía “catalanes vs españoles”, que tantos sentimientos levanta y tantos votos da (con el acceso a cargos y fondos públicos que ello supone), y que tan bien viene a los/as agoreros/as de la dicotomía adyacente, la de “españoles vs catalanes”, no lo olvidemos. Identitarios/as los hay por doquier, de Quim podemos pasar a Naranjito Rivera, que sólo ve españoles/as allá a donde mire, ya sean urbanitas, trabajadores/as, pensionistas, multimillonarios/as o fontaneros/as, todos eslabones de la gran saga del pueblo español. A fin de cuentas, qué mejor forma de hacer invisible las diferencias de clase que el creernos todos/as hijos/as bastardos/as del Cid y sus hazañas (o del héroe legendario de turno de toque).

Volviendo a Quim Torra, otras de sus declaraciones que han pasado algo más desapercibidas (cosa rara) son las relativas al mundano sistema sanitario catalán, al que ha alabado como modelo de éxito y sobre el que pretende profundizar de la mano de la república. Un modelo basado en la dualidad público-privada, en las externalizaciones de servicios, en los recortes y las listas de espera, un gran negocio para las empresas privadas pero que sale menos a cuenta para nosotros/as, los/as trabajadores/as. Sin más, por poner más cartas sobre la mesa.

Y es que lo que en un momento pudo verse como un atisbo de ruptura con el statu quo actual, parece que queda en nada. La pelea entre élites locales y nacionales por quién y cómo se reparten el pastel continúa y todo se refleja como un combate en el que la dependencia está asegurada, la dependencia dentro de la cadena de acumulación capitalista. Sólo parecen estar en juego los/as gestores/as de nuestra ruina. La realidad está podrida, nuestras vidas giran a la deriva en un mundo de precariedad y explotación, pero amarrarnos a abanderados/as no nos salvará del temporal, sino que nos hundirá, más si cabe, en el desconcierto generalizado. Al menos así lo vemos algunos/as mientras los hechos no nos demuestren lo contrario.

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