Cuadros de guerra

Por Tanietta Santos

Cuadro primero: Bombardeo del mercado, espanto al temple. 25 de mayo de 1938

Como el humo de un sahumerio de sal, el olor a sardina fresca iba hilando los puestos del mercado central.

Temprano, con una luz de matiz marina, Rosa y su padre el malagueño, de pelo trigueño y amontonado, limpian el pescado para las señoras, que discretas piden la vez. Con sus pocas perras y los críos a horcajadas.

A Rosa se le florece el azahar en las mejillas cuando piensa en Roger. Desea verlo pasear entre los puestos, encontradizo. Abarcarle las sienes con sus manos frías de escama, enredar sus dedos a sus rizos claros, para no dejarlo marchar al frente. Su alborotado deseo hace impacientar al gran reloj.

Dan las once y veinte de la mañana, cuando un cielo puro y raso delata el gentío a los nueve aviones, rompiéndole el regalo a la primavera.

Los savoia italianos rugen profundos, en dos descargas, una de ida y otra de vuelta. Afinando puntería en un cuadrilátero de muerte.

Esta calle , Alfonso el Sabio, esa otra de López Torregrosa, aquella Rambla y el Paseo de Soto.

Noventa bombas clavan el hierro del techo al suelo, la metralla que en cortes transversales mutila. El caballo decapitado desde el balcón relincha, espantando a la suerte, que sin tripas sus crines trenza.

Desconsuelan las rondallas metálicas en mujeres y ancianos mal heridos, el llanto les revienta el nido a los críos. No quedan cuerpos enteros, ni remanso de paz en los duelos.

Son las once y veinte de la mañana y el reloj del mercado central se para, guardando su perpetuo silencio, envasado el tiempo al vacío.

Ilustración de Carmen Moya Verdú

Cuadro segundo: Sanguina sin nombre

Se remangan los paisanos para cargar a los más de trescientos muertos en carros, los apilan en metros. El olor a sangre es de hierro agrio y su reguero hace de señuelo a la parca.

Caminan quebrados con sus alpargatas de suela de yute, el pantalón raído y la bruma húmeda del levante enquistada en los ojos.

Rebuscan a sus padres, rebuscan a sus hijos, rebuscan a sus amantes…

¡ Tú, corre ve y dile a Roger, que la Rosa y su padre el malagueño, han muerto!

Cuadro tercero: Fresco de un velatorio

A Roger con el final de la Rosa, se le secó el corazón,

lo aderezó con clavo y canela y se lo comió.

Así murmuraban entre sus pocos dientes, las viejas en corrillo,

velando el alma de la muchacha, sin su cuerpo presente.

Escurriendo entre sus marchitos dedos, las piedras del rosario,

a las vueltas de sus cincuenta y nueve cuentas.

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