
Por Noor D’Ávila. Extraído de Píkara
La resaca del intento de la Marcha Global a Gaza de cruzar a pie el desierto Sinaí hasta Rafah es una explosión de redes, eventos, reuniones y encuentros. Según escribo aún quedan integrantes de la marcha en El Cairo, donde fuimos implacablemente reprimidas por el Estado Egipcio; otras regresaron, cientos fueron deportadas y el resto se reunió en Túnez junto con la caravana Al-Soumud y la Flotilla de la Libertad. Los tres movimientos preparan la siguiente etapa de lucha tras los intentos fallidos de llegar a la Franja para insistir en la apertura de un corredor humanitario y el fin del genocidio palestino. La siguiente parada será en Bruselas, con varias jornadas de movilización del 20 al 27 de junio.
La ayuda humanitaria no entra en la Franja de Gaza por el paso de Rafah desde el 6 de mayo de 2025. “No entra ni un camión. El paso de Rafah está totalmente cerrado”, nos dice una fuente local durante nuestro paso por El Cairo.
La asistencia humanitaria ha sido militarizada a través de la Fundación Humanitaria, controlada por Estados Unidos e Israel. En menos de un mes más de 400 gazatíes han sido asesinados a tiros cuando se acercaban a los puestos de distribución de ayuda. Ante la inacción de los estados y los organismos internacionales habíamos decidido movilizarnos contra el genocidio, acercándonos lo máximo posible al pueblo palestino, que está siendo aniquilado ante nuestros ojos, día tras día. Ya han sido asesinados más de 50.000 palestinos, casi un tercio son menores de 18 años, según en Ministerio de Salud Palestino.
El pueblo palestino es un ejemplo de resistencia inquebrantable, que ha recurrido a todas las formas posibles para ejercer su derecho a decidir sobre su destino frente a la ocupación israelí; sin embargo, el aparato sionista no les da tregua.
La Marcha Global a Gaza debía llegar a El Cairo, desde donde las personas integrantes se desplazarían en autobuses hasta El Arish (a 240 kilómetros). Una vez allí, íbamos a cruzar el desierto a pie, unos 48 kilómetros. Nuestro primer obstáculo, sin duda, era pasar los controles del Gobierno egipcio de Abdelfatah El-Sisi, que no había autorizado la marcha. Viajábamos con una gran incertidumbre.
Preparamos nuestras coartadas y nuestros disfraces de turistas para pasar la primera prueba. En nuestro vuelo éramos más de 30 personas que formábamos parte de la marcha, el más lleno junto con otro de Barcelona que llegaba el mismo día. Y, como era de suponer, nos estaban esperando.
Mi pequeño grupo fue retenido. Un oficial de seguridad le dijo en árabe al otro “retén a los españoles”, justo antes de nuestro turno en la fila. Pero conseguimos pasar, aunque no todas. Varias compañeras quedaron atrás y fueron deportadas. Ya empezaban a dividirnos. El grupo era totalmente heterogéneo, con un grueso de mujeres, muchas jubiladas, personas de diferentes ideologías, con experiencia y sin ella.
Yo coordinaba el equipo sanitario. Conseguimos traer bastantes medicamentos y material sanitario, casi para “montar un hospital de campaña”, según apuntaron otras delegaciones. Buscamos las maneras de burlar la seguridad asfixiante del aeropuerto.
El plan era que las aproximadamente 4.000 personas de más de 80 países llegáramos a la ciudad de Ismailía, a 130 kilómetros de la capital, donde nos esperaban los autobuses para cruzar el desierto. Viajamos en taxis, autobuses y tren. Incluso hubo quienes hicieron parte del camino andando.
A las que viajamos por carretera nos pararon en dos checkpoints donde se organizaba una resistencia pacífica que se enfrentó a la agresión de los antidisturbios. Una compañera mexicana me contaba cómo la policía les tiraba botellas llenas de agua, les daba patadas y empujones e incluso cómo aparecieron dos personas con un látigo. “Nos agarramos bien fuerte unas a otras”, me decía.
Mi pequeño grupo llegó al destino previsto, burlando los controles mediante pequeños trucos y vías alternativas que los integrantes de la marcha iban compartiendo por el móvil. El camino lo hicimos probando, aprendiendo de las experiencias que iban fallando.
El grueso de la marcha se quedó en el segundo checkpoint, enfrentándose a cargas policiales, pero ya juntas con las banderas palestinas al aire. Nuestras intenciones, por fin al desnudo. Una vez llegamos a Ismailía paramos a comer, pero no supimos qué hacer. Nos debatimos sobre si tenía sentido seguir o si debíamos volver al segundo checkpoint donde ganábamos en número y podíamos resistir. Pero, a la vez, valorábamos crear un nuevo frente.
En el tiempo que tardamos en decidir, policías de paisano nos encontraron y nos arrestaron. Habían recibido órdenes de llevarse de la ciudad a todo el que tuviera aspecto de turista. Ese tiempo de indecisión fue clave.
Cuando Saif Abukeshek, coordinador de la campaña estatal española y miembro del grupo coordinador internacional, fue detenido junto con otros compañeros, el resto fuimos incapaces de comunicarnos de manera efectiva y decidir qué hacer.
Como grupo, además, no íbamos suficientemente preparadas para enfrentar esta represión, pero ahora tenemos más claro dónde empieza la frontera de Israel. Durante nuestro arresto en Ismailía sabíamos que nos devolverían a El Cairo. Llenaron la comisaría de agentes de policía y antidisturbios. Nos sacaron de allí y nos metieron en autobuses bajo amenazas y a empujones. Llegamos a El Cairo a altas horas de la madrugada.
Nuestra delegación contaba con un equipo legal incansable que día y noche monitoreaba a cada persona, con un sistema de chequeo varias veces al día. Cuando alguien faltaba o tenía problemas de cualquier tipo se activaban protocolos coordinados con compañeras que ayudaban desde nuestros diferentes territorios. En contadas ocasiones se recibió apoyo del Consulado español en Egipto.
Por momentos, la situación resultaba inabarcable. Desde el equipo legal se hizo un esfuerzo sobrehumano, acompañado por el incansable trabajo del equipo de comunicación que sostuvo a la marcha con un flujo constante de información sobre lo que iba ocurriendo.
Varios portavoces de la marcha, como el doctor Hisham El Ghaoui, de la delegación suiza, Manuel Tapial, de la delegación canadiense, el propio Abukeshek junto con Jonas Selhi y Huthayfa Abuserriya, de Noruega, estuvieron muchas horas en paradero desconocido. Los últimos tres fueron esposados, interrogados y golpeados con los ojos vendados, según informó Selhi en una breve llamada telefónica desde comisaria.
Desde las embajadas y la organización de la Marcha Global a Gaza aconsejaron a todas las integrantes que abandonaran el país lo antes posible. Existía un grupo de financiación donde personas que no podían viajar donaban a las que poníamos el cuerpo para poder ir y volver de forma segura. Las personas detenidas empezaron a ser liberadas. Las que nos quedábamos éramos cada vez menos.
En el equipo sanitario nos organizamos para dejar material sanitario en diferentes hospitales y oenegés que trabajaran con Palestina o población vulnerable. Esto resultó ser muy complicado, ya que no se aceptaban grandes donaciones de manera oficial. Una compañera enfermera y yo fuimos a uno de los hospitales más grandes de El Cairo, en una zona de bajos recursos, para dejar material sanitario, que recibieron tras un exhaustivo inventario.
Durante el tiempo que pasamos en El Cairo hubo todo tipo de propuestas para realizar acciones por toda la ciudad e incluso en las pirámides. Se quería visibilizar que seguíamos ahí. Un grupo realizó una acción espontánea en la histórica plaza de Tahrir, pero tales acciones estaban desaconsejadas.
Estábamos ante un escenario donde el pueblo egipcio tiene las manos atadas ante una brutal represión que para nosotras es diferente. Nosotras nos vamos y atrás queda la gente que lidia con las consecuencias represivas de nuestras acciones.
Esta marcha fue una acción desesperada. Había que hacer algo. Hay que hacer algo. Los últimos días en El Cairo en todos los restaurantes y cafeterías se mostraban imágenes contrapuestas de Tel Aviv y Teherán en una guerra global que no hace más que intensificarse.
Se cometieron errores, pero el esfuerzo fue enorme y necesario. Ahora se está tejiendo una gran red que pretende poner presión sobre los gobiernos. Pero cada vez más gente se da cuenta de que el problema es la forma en la se ha articulado la gobernanza global. El orden mundial debe cambiar, y eso solo puede hacerse desde abajo, con acciones contundentes.