Crisis de oferta de trabajo miserable: Acumular a muerte y consentir hasta la muerte

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Es cierto que ‘la pandemia nos ha puesto delante la pregunta más radicalmente  filosófica y más subversiva: ¿qué es lo esencial?

Pero hay algo anterior y aún más cierto: en el transcurso de la pandemia, la que sigue esperando respuesta es una pregunta que tampoco es nueva: ¿a cuántos de nosotros, estamos dispuestos a seguir expulsando, abandonando y sacrificando?

O antes que eso: ¿cuántos de nosotros-as estamos dispuestos a vender nuestra moral de esclavo para seguir sosteniendo una sangría contra nuestros propios intereses?

O antes aún: ¿qué significa nosotros-as?

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Este texto tiene banda sonora. Se recomienda, por molesto que resulte, leerlo con la banda sonora en bucle y al mayor volumen posible. Todas las veces que el estruendo pueda repetirse en vuestro vecindario no compensarán la náusea acumulada por tanto brindis al aire, tanto aplauso autocomplaciente, tanta ficción abyecta de tele-solidaridad, tanto homenaje a la nada, tanta metáfora bélico-populista, tanta caridad institucional fingida, tanto respeto al mercenario y tanto desprecio por los nadies. Todo lo que ha salido a flote en las últimas semanas de marea vírica debería inyectarnos una monolítica y terrorífica sed de justicia colectiva.

–– ¿Quién te ha dado las órdenes? Iré a por él, es a quien debo matar.

[…] –– Bueno, en el banco hay un presidente, están los que componen la junta directiva. Cargaré el peine del rifle e iré al banco.

[…] –– Pero, ¿hasta dónde llega? ¿A quién le podemos disparar? A este paso me muero antes de poder matar al que me está matando a mí de hambre.

[…] –– Tengo que reflexionar. Todos tenemos que reflexionar. Tiene que haber un modo de poner fin a esto. No es como una tormenta o un terremoto. Esto es algo malo hecho por los hombres y te juro que eso es algo que podemos cambiar.

(J. Steinbeck, Las uvas de la ira, 1939).

El mercado-estado

Está claro que el mercado-estado no piensa en la vida como bien a defender y preservar por sí mismo. No puede. No es su tarea. Está muy claro. En las últimas semanas se ha escrito lo suficiente al respecto como para legitimar la revolución social definitiva a nivel planetario pero, por alguna razón que a estas alturas se antoja más que obvia, no basta con comunicarse por escrito.

No obstante, dado que se trata de una actividad básica (por lo tanto una necesidad y por lo tanto un derecho), habrá que seguir haciéndolo. Hasta que todo acabe de explotar y mientras todo acaba de explotar. La diferencia es si todo nos volverá a explotar en la cara mientras nos comunicamos peor o si comunicándonos mejor lograremos que la injusticia explote en la cara de “los codiciosos malnacidos que han causado esto”; si dejaremos que las uvas de nuestra ira vuelvan a pudrirse o si las haremos madurar con todo el afecto que necesita la merecida venganza cósmica de quienes han soportado siempre sobre sus hombros cada gramo de nuestra vida.

Está claro que el mercado-estado piensa la vida (la humana y toda otra) en términos de materia prima, input, recurso productivo, commodity o como mierdas quiera llamarle el evangelio capitalista compartido por todos los cerebros de ese puto matrix político-mediático que se gobierna desde un puñado de consejos de administración. Ocurre desde que el poder se hizo capital, desde que el capital se hizo con el poder, desde que hay poder y mientras este es ejercido soberanamente desde el capital. Desde que dios fundara su relación, la “ciencia” arreglara su matrimonio y las fuerzas armadas bendijeron su simbiosis.

Esas son las tres patas que nos hacen posible creer en lo increíble: que los límites de este infierno en el que vivimos se encuentran “fuera” de él y no en su funcionamiento más íntimo; que la bestia en cuyo vientre vivimos actúa “por nuestro bien”; que somos parte de ella y no la carne que la alimenta; que Roma paga a los traidores y que siempre habrá esperanza. Incluso ahora que la marea ha bajado como nunca, ahora que el horror y la basura salen a flote en un movimiento simultáneo a nivel planetario, queda por ver si la actual excepcionalidad pandémica nos ayudará a no seguir ayudando a esa bestia a acabar con nuestra propia vida y con toda forma de socialidad.

Hasta aquí, nada nuevo en realidad. La vida de Tom Joad en Las uvas de la ira es la de tantos y tantas en todas partes, antes y después de la Gran Depresión. La “bienvenida al nuevo orden mundial” no es siquiera la que reflejó Sidney Lumet en 1976. Detened un momento la banda sonora para escuchar a Ned Beatty en Network. Hace tiempo que la nueva normalidad es lo normal.

Más útil nos sería, por ejemplo, retroceder con Eric Williams cuatro siglos en el tiempo. Más que nunca cuando todas las leyes de oro del orden económico están saltando por los aires. Más que nunca ahora que los verdugos animan a sus reses ciudadanas a cantar Este virus lo paramos unidos en todos los idiomas posibles. Valete et plaudite! Nada de lo que nos ocurre puede comprenderse sin comprender las colonizaciones, los genocidios, el esclavismo y sus respectivas consecuencias en todas las partes del mundo, pero tampoco sin esa liturgia magnificente – siempre producida o dirigida desde arriba – que previene con ruido unánime la mínima expresión inconveniente de lucidez.

El excedente humano y el trabajo esclavo

Durante mucho tiempo en Europa han preocupado más las consecuencias de la emigración que las de la inmigración. Esta discusión se remonta hasta el siglo XVIII, cuando en el ideario del mercantilismo surgió el concepto de ‘riqueza’ de la población. Por aquel entonces se temía que la emigración pudiera acarrear una sangría económica, por lo que se procuraba limitarla e incluso prohibirla (H.M. Enzensberger, La gran migración, 1992).

Ese matrimonio arreglado entre capital y poder es el que convierte a la población como objeto de gestión económica y al gobierno que la gestiona como gobierno de la economía – qué rápido ha vuelto Foucault al teclado de tanto escribiente y qué fresco nos va a sonar el siguiente relato.

En el siglo XIX europeo se suceden las revueltas campesinas, crece la emigración a las ciudades y las plagas agravan el conflicto social. Si la gestión cuantitativa de la población obedece a las necesidades del sistema productivo, el eventual subproducto de esa gestión – la población sobrante, tan imprescindible para la estabilidad de la economía – es carne de sistema penal. Las “condiciones económicas” explican los movimientos demográficos y, con ellos, las políticas dedicadas a promover o controlar las migraciones y la natalidad, porque la correcta gestión del ejército de reserva es clave para contener los costes de producción. El ejército de reserva español tiene su propia historia de sobreexplotación, expulsiones, migraciones internas, campos de concentración y trabajo forzoso. También de abusos a la inmigración extranjera como forma de contener y disciplinar la mano de obra autóctona. Luego volvemos a esto.

En EEUU los inmigrantes italianos, judíos y griegos sustituyeron a sus predecesores irlandeses y alemanes a finales de siglo XIX. El tráfico de trabajadores infantiles aumentó y el excedente laboral sirvió para mantener unos salarios miserables. ¡Es el mercado, amigo!: si la oferta de mano de obra sube, su precio baja. Además, a las numerosas huelgas y rebeliones en los campos del Sur se respondía con los disparos del ejército y promoviendo el enfrentamiento carácter racial. Bendita estabilidad.

La “salida” de cada crisis implica siempre aumentos en la tasa de crecimiento de la producción o en la relación entre márgenes de beneficio y rentas del trabajo. Si para eso hay que alimentar el conflicto entre la población trabajadora – blanca y negra, autóctona y extranjera, masculina y femenina – o disparar contra manifestaciones, para eso están en todas partes las fuerzas del orden que defienden los derechos y libertades de la ciudadanía. Siempre ha sido así. En los EEUU de 1904, con 4.000 huelgas en ese solo año, las condiciones de miseria de la población inmigrante eran la otra herramienta empleada para desactivar las huelgas.

En 1920, los trabajadores negros cobraban un tercio de lo que ganaban los blancos (H. Zinn, La otra historia de los EEUU, 1980).

Avanza el siglo XX mientras la legitimación tecnocrática de los gobiernos convive con el linchamiento de negros en EEUU, la persecución de judíos y tantos otros colectivos en Europa o la represión sangrienta de sindicalistas en cualquier parte. Unas y otras guerras justificaban el recurso al fervor patriótico y el espíritu militar para atacar, directa o indirectamente, cualquier expresión del conflicto de clase. La guerra redecora el escenario de la reconstrucción europea como solución capitalista a la crisis de la Gran Depresión de los años treinta – cuando Tom Joad. Una consecuencia de esa recuperación fue el exceso de demanda de mano de obra y, con este, una presión al alza de su precio que entorpeció la lógica de acumulación. ¿Cómo se salvó ese “obstáculo”? Pues subempleando población migrante. Las industrias más prósperas se nutrieron en Europa y en EEUU del éxodo rural y las migraciones internacionales. Para eso hubo que desarrollar una estructura administrativa dedicada a negociar acuerdos migratorios con los países de origen y clasificar, seleccionar y reclutar a los individuos desplazados.

Entonces como siempre hasta hoy, esa gestión de la masa extranjera pobre consiste en rentabilizar “la enorme diferencia entre el modelo de inmigración oficial y la inmigración real”. Para eso sirve la aparente contradicción entre la necesidad de importar trabajadores semiesclavos y la promoción de discursos racistas contra las invasiones de extranjeros y su amenaza a nuestra identidad, seguridad y valores: decidir sobre nuestras vidas en función del régimen de acumulación. El espantajo racista sirve para mantener los salarios en niveles de miseria y, en todo caso, para sostener una transferencia hacia arriba de renta, riqueza y poder.

Si el estado-nación categoriza a los individuos según su condición de nacional (nacido), la condición de factor productivo pone en común el clasismo del discurso económico y el concepto de raza – con sus diferentes variantes. La migración se considerará ordenada si obedece a los protocolos de selección y su discriminación entre procedencias y contingentes. La gestión se considerará racional si trata a los seres humanos como cabezas de ganado y respeta el contrato en origen. La cobertura prioritaria de la mano de obra nacional (¡los españoles primero!) y la fractura entre trabajadores (ciudadanía) y subtrabajadores (nuda vida) garantiza esa división clasista del trabajo basada “en un conjunto de dificultades destinadas a anular los vanos deseos del extranjero de convertirse en ciudadano”.

El discurso de el nacional primero funciona para defender esa división entre miembros de una misma clase, porque un paso antes del discurso racista está la práctica del racismo institucional como clave de la economía política. Como insiste Manuel Delgado, “el (individuo o sistema) racista no excluye porque es racista; es racista porque excluye”. Y excluye porque debe hacerlo, y cuando sea conveniente, los adalides del America first o los hipócritas de la Europa fortaleza usarán las mismas manos manchadas de sangre para firmar permisos de trabajo a médicos extranjeros o cubrir la demanda de brazos sobreexplotados en el campo.

Mientras tanto, hoy:

Imágenes aéreas de Associated Press grabaron a trabajadores cavando fosas y unos 40 ataúdes alineados para ser enterrados. El corresponsal de CBS David Begnaud informa sobre la apertura de nuevas fosas en Hart Island (CBS, 10.04.2020).

Ante el colapso de las morgues, Nueva York entierra dos docenas de muertos al día por el virus en Potter’s Field. En número de entierros ha aumentado en Hart Island, donde un millón de cadáveres pobres o no reclamados han sido ubicados en los últimos 150 años (NY Times, 10.04.2020).

El alcalde lo niega y habla de ‘ubicaciones temporales’: ‘No habrá entierros masivos en Hart Island. Todo será individual y cada cuerpo será tratado con dignidad’ (B. de Blasio, alcalde de Nueva York, 10.04.2020).

¿Jugamos a adivinar cuántos de esos cadáveres son blancos? El Covid-19 – que emprendió su selecta expansión de la mano de los ciudadanos del mundo que transitan los aeropuertos internacionales – está infectando y matando a los afroamericanos en proporción horriblemente superior al resto, una tasa no muy distinta a la de las personas presas: el encarcelamiento de la población negra en EEUU lleva años y décadas multiplicando hasta 5 veces la de los blancos. Uno de cada tres varones negros vive o ha vivido bajo control penal en prisión, libertad provisional o condicional.

Louisiana acumula el cuarto volumen de casos de Covid-19 en el país y la mayoría de muertes se centra en Nueva Orleans, donde el 60% de la población es afroamericana. Más del 70% de las muertes por Coronavirus en Louisiana son afroamericanas. Detroit, con casi un 80% de negros, concentra la mayoría de casos en Michigan. Las muertes en la ciudad ascienden al 40% de todo el estado. En Chicago, el 30% negro de la población cuenta con el 70% de casos de coronavirus en la ciudad y más de la mitad de las muertes del estado (The Guardian, 8 abril 2020).

450 de las 4.435 personas presas en la cárcel del condado de Cook (Chicago) están contagiadas por la Covid-19 (La Vanguardia, 14 abril 2020). EEUU es el país más preso del mundo.

El glorioso reino de Es-ñapa

Trasladando lo recién dicho al otro lado del Atlántico:

Inmigrantes latinos ganan un 38% menos que los españoles (Cinco Días, junio 2019).

Trabajadoras de hogar y cuidados, sin derecho a subsidio o sin poder pedirlo porque no lo permite el SEPE (El Salto, abril 2020).

En Barcelona, un 0,5% (500/100.000, el índice más alto de la ciudad) de la población de Roquetes (Nou Barris) está infectado por Covid-19, en contraste con el 0,07% (76/100.000) de Sarrià-Sant Gervasi (La Marea – Apuntes de clase, 6 abril 2020).

Hay muchas otras formas de retratar la escena, como hay muchos ejemplos que ilustran el apuro de los gestores del mercado-estado y la caja de herramientas que utilizan para salir del paso.

El injusto e inhumano Real Decreto-ley 13/2020, de 7 de abril, por el que se adoptan determinadas medidas urgentes en materia de empleo agrario plantea una lista de “medidas de urgencia” funcionales a la necesidad del mercado y las adorna con el estribillo de no dejar a nadie atrás. Vergüenza. Las regularizaciones de personas en situación administrativa irregular no pueden ser “selectivas” porque un estado no puede decidir cumplir las normas supraconstitucionales de forma “selectiva”. Una ley racista como la Ley de Extranjería, que viola un derecho humano (“fundamental” en la Constitución) no debería existir. Si existe, como existe el racismo y el clasismo de estado – que matan con o sin pandemias -, es por las razones que hemos visto en el epígrafe anterior. ¿Tanto cuesta entender que ninguna vida puede ser mercancía como ninguna vida puede ser ilegal?

Pues para ejemplo (uno cualquiera) de solicitud patética con aspecto reivindicativo, nos atrevemos a acudir a change.org y leemos:

Solicitamos que de la misma manera que se moviliza a la población inmigrante para atender necesidades poblacionales básicas y bajo situaciones excepcionales, este país retribuya su sacrificio con la protección legal que les garantizará el acceso a derechos fundamentales que hasta ahora les han sido negados, de facto y de iure.

¿Retribuya? ¿Sacrificio? ¿Así “se “merece la condición de ciudadano” según quién y según dónde?

La adquisición de la nacionalidad española por carta de naturaleza, tiene carácter graciable y no se sujeta a las normas generales de procedimiento administrativo. Es otorgada discrecionalmente por el Gobierno mediante Real Decreto, tras valorar la concurrencia de circunstancias excepcionales.

¿Resulta que hace falta una razón para ver garantizado, de facto o de iure, un derecho fundamental? ¿Una ilegalidad cometida por el estado puede ser corregida de forma “graciable”? Por favor, un poquito de formalidad. Aunque sea bien sabido que así sucede, que la patente de la hipocresía se mantenga al menos en los sillones de sus creadores. El ejemplo de dignidad nace siempre en el mismo sitio:

Jornaleros sin papeles en Murcia lanzan una campaña con el hashtag خليها_تخماج# خليها#, que significa #déjalapudrirse (la fruta y la verdura) al mismo tiempo que reivindican regularización ya y salarios dignos. #regularizaciónmasiva.

Las medidas del Real Decreto son “motivadas” por perlas como las siguientes:

[…] se está produciendo una disminución acusada de la oferta de mano de obra que habitualmente se ocupa de las labores agrarias como temporera en el campo español […] lo que puede acabar por afectar severamente a la capacidad y condiciones de producción de una parte importante de las explotaciones agrarias españolas.

Esta reducción de mano de obra […] podría poner en peligro el correcto funcionamiento de la cadena alimentaria al completo, con la consiguiente repercusión negativa sobre los consumidores finales, tanto en términos de oferta como de precio, lo que resulta especialmente gravoso dadas las condiciones de vida derivadas de la situación de crisis sanitaria y la reducción de la renta disponible por las perturbaciones económicas generales, especialmente entre la población en mayor riesgo de pobreza y exclusión social.

[…] Es esencial garantizar que en origen existe una disponibilidad de mano de obra suficiente para hacer frente a las necesidades de los agricultores y ganaderos.

[…] buena parte de la actividad agraria, base de ese aseguramiento de la cadena alimentaria, depende de la utilización de mano de obra asalariada, ya sea de origen comunitario o extracomunitario, al tratarse de un sector […] que se fundamenta en buena medida en el empleo intensivo del factor trabajo.

[…] En algunos casos, los países de origen habitual de esa mano de obra han establecido restricciones para la salida de los ciudadanos de su país. En otros casos […] el temor al contagio está disuadiendo los desplazamientos.

[…] se observa con preocupación desde los sectores agrícolas que en la práctica no sea posible atender correctamente la demanda de trabajadores agrarios.

[…] Las medidas incluidas en el presente real decreto-ley vienen orientadas a favorecer la contratación de mano de obra para el sector primario. Con ellas se logra, asimismo, subvenir un problema colateral en materia de renta de los particulares que se hayan podido ver afectados por la crisis sanitaria de coronavirus ocasionada en la actualidad, de modo que se habiliten mecanismos para que puedan participar de empleos agrarios.

En la década de 1980, justo después de destruir más de dos millones de puestos de trabajo con una reestructuración productiva digna de Margaret Thatcher, España celebraba su bautizo como rincón Suroeste en vías de subdesarrollo de ese circo criminal llamado Unión Europea. RTVE censuró documentos como este el mismo año (1988) en que el ministro Solchaga vendía “el país donde se puede ganar más dinero a corto plazo de toda Europa y quizá también de todo el mundo”. Y vaya si lo ha sido. El problema es que Solchaga sabía muy bien para quién hablaba, pero un país entero se daba por aludido sin razón. El problema es que así seguimos a 15 de abril de 2020, “luchando unidos” por la deseada “vuelta a la normalidad”.

A principios de la década de 1990, el porcentaje de personas extranjeras en la población española rondaba el 1%. Veinte años después tocó su techo por encima del 14%. Entre 1990 y 2013, el mercado-estado español importó cerca de 6 millones de seres humanos, sólo por detrás de EEUU y las monarquías del Golfo Pérsico. Fuimos el ¡tercer! importador de fuerza de trabajo barata del mundo, todo muy “natural”. En 2010, la temporalidad entre asalariados extranjeros doblaba a la de la población española en todos los ámbitos y perfiles. Según el Ministerio del Interior, entre 2000 y 2010 habían llegado 163.396 personas en embarcaciones clandestinas. En el mismo período, la población inmigrante se multiplicó por seis – hasta seis millones en 2010 -, con un millón de regularizaciones extraordinarias. En enero de 2010, casi 900.000 personas vivían sin papeles en el reino de Esñapa.

O la política migratoria es un fracaso o el objetivo pregonado es un fraude”: el peso de nuestra economía sumergida es uno de los más altos de Europa, como lo es el de la elusión-evasión fiscal, y mantener una cifra estable de no-personas a la intemperie legal ha sido una condición necesaria para ambos fenómenos.

Agricultura, servicios domésticos, construcción, hostelería y pequeño comercio son, por ese orden, los sectores que concentran a la mayoría absoluta del trabajo barato importado. La proporción de personas extranjeras sobre el total de su población activa supera en todos ellos a la de españolas – en el caso de la mano de obra no cualificada, la diferencia es del triple. Y hablando de “reclutar personal no cualificado”, un dato menor pero alegórico: el 7% de la tropa en el ejército español era extranjera, pero sumaba un 43% de los muertos.

Solo para recoger fresa en Huelva – 55.000 temporeros en 2004 -, el contingente de mano de obra barata desde Europa del Este aumentó de 7.000 a 19.800 contratos en origen entre 2002 y 2004, permitiendo “que los patronos freseros tuvieran una abundante mano de obra disponible en los tajos y las plazas de los pueblos estuvieran llenas de trabajadores para cuando lo necesitaran, consiguiendo con esta inhumana estrategia una terrible competitividad entre trabajadores por un mísero salario”.

El 50% de los puestos de trabajo generados en el marco de la burbuja económica entre 2001 y 2005 (1,32 millones) fue ocupado por trabajadores extranjeros. Aparte de las “ventajas recaudatorias” para el estado, la “sostenibilidad de las pensiones” y otros argumentos miserables utilizados por la presunta izquierda, es curioso que el nivel educativo de los inmigrantes fuese mayor al de la población local pero la relación fuese inversa para las llamadas “segundas generaciones”. La mínima movilidad ascendente de los trabajadores autóctonos se apoya en el mantenimiento forzado de los peores empleos para la población inmigrante. En 2006, el salario medio de los extranjeros era un 25% menor al de los nativos.

Ese mismo año se aprueba el Plan de Acción para el África Subsahariana o Plan África, mientras los medios de comunicación llenan páginas y minutos con la “avalancha” de cayucos en Canarias (31.678 llegadas) y el número de turistas suma 9,5 millones. Inmigración, mafias, narcotráfico, terrorismo, cooperación, seguridad jurídica, solidaridad, humanitarismo, vigilancia, expulsión, encierro, militarización, proyectos empresariales ‘de cooperación’… Cinco años después, la segunda parte del Plan (2009-2012) se acompaña de un Plan de Exportación de Infraestructuras con 70 millones de euros en créditos FAD vinculados a la compra de mercancías españolas y la oferta del gobierno Español para hospedar al AFRICOM en la base militar de Rota. Saqueo de ida y esclavización de vuelta.

Los trabajadores extranjeros contribuyeron un 7% del aumento del PIB en el primer tramo de la burbuja (1996/2000) y nada menos que un 40% en el segundo (2001/2005). Según los datos publicados por el gobierno en 2006, la participación de la inmigración explica más del 50% del crecimiento del PIB en el período alcista del siglo XXI. Todo eso ocurrió al tiempo que los salarios reales se reducían, la participación de los salarios sobre el PIB menguaba a favor de los beneficios… ¡Es el mercado, amigo!: el gobierno desde el mercado sabe mantener a la baja el precio del trabajo, aun en periodos de exceso de demanda de fuerza de trabajo.

En resumen: el milagro español, como todos los milagros económicos de la financiarización, empobreció y endeudó a una masa creciente de trabajadores. El crimen estaba más que cometido y sus beneficios estaban asegurados mucho antes de que llegara la “crisis”. La doble utilidad del racismo estructural sirve a la vez para concentrar riqueza en niveles pornográficos y culpar al inmigrante por los efectos de ese crimen. España celebró la participación de la inmigración en nuestro milagro mientras apuntalaba el aparato necropolítico de la Europa Fortaleza.

Y llegó la depresión. A principios de 2011, cuando la tasa de paro entre la población nativa era de 18,6% para los hombres y 20,3% entre las mujeres, entre la población inmigrante los valores ascendían ya a 33,4 y 30,4%. El desempleo de los extranjeros jóvenes alcanzó el 48% en 2011, 19 puntos más que la de los extranjeros adultos pero muy similar a la de los autóctonos jóvenes.

Promover el racismo es una valiosa forma de maximizar de acumulación de capital: reduciendo al mínimo los costes que genera el empleo de mano de obra y sujetando sus reivindicaciones políticas se abarata el coste derivado de la producción y se disciplina la fuerza de trabajo. La degradación de las condiciones salariales y materiales de trabajo en España ha sido posible, incluso (sobre todo) en las fases de mayor crecimiento y menor productividad, gracias a la gestión racista de la inmigración.

Pero esa condición ha dejado de ser suficiente en la nueva normalidad que funda la Gran Depresión de 2008. Vivimos en la era del pleno desempleo y la pobreza laboral, gobernada por un mito llamado deuda. Hace mucho tiempo que las estadísticas del paro son absolutamente inútiles para comprender la situación. La destrucción de empleo agrava la pobreza pero la generación de empleo también lo hace, porque vivimos en un régimen de acumulación improductiva en el que los beneficios ni siquiera sirven para producir. Dejémonos de cuentos, por favor, por nuestra propia supervivencia. Se llama capitalismo y hace rato que alcanzó su clímax, ese en el que concentración de beneficio y administración de muerte convergen en sagrada simbiosis.

La memoria

“Tener memoria” es un problema porque nunca se tiene bastante memoria. Es un problema de límites y plazos sujeto a nuestra individualidad. Si la memoria de un cuerpo social perdurara más allá de la sucesión de biografías que componen sus generaciones, el problema estaría resuelto. Cuanto más colectiva fuese esa memoria, más pegada a nuestras vísceras viviría. Nadie tragaría hasta la muerte, ni mucho menos.

Hay cuerpos sociales formados por seres que jamás se han visto la cara, jamás se han dado la mano, ni siquiera han vivido el mismo momento y lugar, pero comparten mucho más que quienes hoy nos asomamos a nuestros respectivos balcones con pocos ladrillos de distancia. Seres que nunca han sido idénticos pero cuyas vísceras comparten el rastro centenario de esa memoria. Solo de ellos puede aprenderse que el problema no es la identidad sino la desigualdad.

Ni en tiempos de pandemia ni en días de fiesta mayor, el problema jamás ha sido ser diferentes sino ser desiguales. El problema no fue jamás el invento racial, étnico o cultural, sino la brutalidad racionalizada por ese invento, empujada desde arriba, movida por puros criterios de acumulación y legitimada “por escrito” mediante teorías miserables que han construido nuestra visión compartida del mundo. Así se ha concentrado, a sangre y fuego, el capital y el poder. Así se ha extendido, peor que el peor virus, la miseria y el dolor.

La visión compartida que esa historia impone es la escrita por los dueños de las armas, las fábricas, las bolsas y los parlamentos, pero nuestro mundo no es de ese reino y una consciencia inmortal nos lo recuerda, queramos verlo o no. La farsa no sustituye a la tragedia sino que se solapa y mezcla con ella en mil capas de basura amontonadas para contener esa consciencia.

Desindividualizando la memoria hasta el límite, haciendo explotar ese pleonasmo llamado “memoria histórica”, el odio infinito acumulado en todas partes desde mucho antes que Steinbeck inventara a Tom Joad sería ahora una flecha dirigida colectivamente con la mejor puntería jamás demostrada.

Sería o será. Una o mil flechas justas. Mil flechas “que coloquen la etiqueta de la injusticia a los codiciosos malnacidos que han causado esto”.

*

La gente camina por las vías del tren
hacia a algún lugar, sin vuelta atrás.
Los helicópteros de la patrulla de carreteras asoman sobre las colinas.
Sopa caliente en una fogata bajo del puente.
La línea de refugio se estira a la vuelta de la esquina.
Bienvenido al nuevo orden mundial.
Familias que duermen en coches en el Suroeste,
sin hogar, sin trabajo, sin paz, sin descanso.
La carretera está viva esta noche
pero nadie bromea a nadie sobre su destino.
Estoy sentado aquí, a la luz de la fogata,
buscando al fantasma de Tom Joad.
Lleva un libro de oraciones de su saco de dormir.
El predicador enciende una colilla para la última calada,
esperando a que el último sea el primero y el primero sea el último.
En una caja de cartón bajo el paso a nivel
tienes un boleto de ida a la tierra prometida.
Un vacío en la tripa y una pistola en la mano.
Durmiendo sobre una almohada de piedra
Te bañas en el acueducto de la ciudad.
¡Vamos!
La carretera está viva esta noche,
todo el mundo sabe a dónde lleva.

Sigo sentado a la luz de la fogata,
esperando al fantasma de Tom Joad.
Tom dijo: «Mamá, allá donde un policía dé una paliza a un chico,
cuando un bebé recién nacido llore de hambre,
donde se luche contra la sangre y el odio en el aire,
búscame, mamá, allí estaré.
Donde alguien luche por un techo,
un trabajo decente o una mano amiga,
dondequiera que alguien luche por su libertad,
mírale a los ojos, mamá, y me verás».
La carretera está viva esta noche,
todo el mundo sabe a dónde lleva.

Estoy sentado a la luz de la fogata
con el fantasma del viejo Tom Joad

(Bruce Springsteen)

*

Daniel Jiménez Franco, Universidad de Zaragoza

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