Blackfaces: racismo a fin de cuentas

Hace unas semanas leíamos en la página web del colectivo feminista Afroféminas una serie de artículos que nos dejaron mal cuerpo. No por cotidiano y normalizado, el racismo que muchas veces destila esta sociedad deja de sorprendernos (y asquearnos). En este caso, todo venía a cuento de unas fiestas navideñas, la cabalgata de Alcoy. Resulta que entre los protagonistas de esta cabalgata de encuentran los llamados pajes o patges, una serie de personajes que durante el transcurso de la celebración se dedican a subir por escaleras y portales repartiendo regalos. Hasta ahí todo normal, sin embargo, el problema viene, tal y como comentan desde Afroféminas, por el hecho de que estos pajes recorren Alcoy con la cara cubierta de betún y unos enormes labios rojos, dando pie a un blackface masivo. Un anacronismo histórico que representa una imagen distorsionada y ridiculizadora de la comunidad negra.

Pero empecemos por el principio, ¿qué es y qué representa el blackface? Pues este no deja de ser un término poco conocido dentro de nuestras fronteras. El caso es que el blackface es una práctica que se inició en EEUU durante el siglo XIX con la representación de las personas negras en el teatro. Era parte de una serie de shows teatrales donde personas blancas, denominados Ministrels, se pintaban la cara con betún, los labios de rojo chillón y se vestían con diferentes atuendos, realizando sangrantes parodias de los afroamericanos. Una mezcla de prejuicios, caricaturizaciones y hostilidad que terminaban por ser una forma más de visibilizar los privilegios de la población dominante blanca de la época.

“Lógicamente, no es posible someter a la servidumbre a los individuos sin inferiorizarlos parte por parte. Y el racismo no es más que la explicación emocional, afectiva y algunas veces intelectual de esta interiorización” – Frantz Fanon

Con el tiempo este tipo de actuaciones teatrales se extendieron hacia Europa, y se siguieron representando hasta los años 60 del siglo pasado, momento en el cual la fuerza de la lucha de la población afroamericana por sus derechos acabó por hacerlas desaparecer. Pero si bien el blackface ha desaparecido de los escenarios, no lo ha hecho como práctica habitual entre mucha gente. Sin conocimiento de causa en bastantes ocasiones, pero ahí sigue, derivada de una falta de educación al respecto por parte de nuestras sociedades. No hay más que ver casos como el de Griezmann, el delantero del Atlético de Madrid, envuelto estos días en una acalorada polémica por el disfraz que eligió para una fiesta y que colgó en las redes sociales. Se disfrazó de jugador de baloncesto con todo el cuerpo pintado de negro y una peluca afro. Lo que pretendía ser un homenaje a los Harlem Globlertrotters se convirtió en un acto racista en el que se resaltaba más el color de la piel de alguien por encima de su valor como persona.

Pero más allá de estas pequeñas polémicas, en nuestro país esta práctica está más extendida de lo que podría parecer. Si bien es cierto que como término blackface no es prácticamente utilizado (al menos hasta ahora), como concepto apenas lo manejamos, forma parte de actos tan normalizados que no asumimos hasta que no nos los hacen ver. Es jodido, pero hemos aceptado como cotidianos una serie de representaciones que ridiculizan y ayudan a discriminar a una parte de nuestros amigos, vecinos o compañeros de curro. Podemos darnos de bruces con blackfaces en la publicidad (véase los Conguitos o el Cola-Cao), en la televisión (con parodias de todo tipo) o, ante todo, en diferentes manifestaciones culturales (ya sean carnavales, fiestas patronales, cabalgatas de Reyes…). Las tradiciones o las representaciones históricas sirven como excusa para no querer ver muchos de estos casos, para obviar el problema.

Para terminar, os dejamos con las palabras de Afroféminas, que nos parecen suficientemente claras. “Esto ofende, ofende mucho. Ofende porque estereotipa, ridiculiza, no incluye y falsifica nuestra imagen. Somos reales, no somos personajes de fantasía que no se encuentran en las calles de Alcoy y del resto de España. No podemos aludir al pasado para evitar los cambios. Estamos aquí y nos duele vernos como una payasada sin personalidad, sin matices, sin humanización.”

American actress and singer Judy Garland (1922 – 1969) in blackface as Judy Bellaire in ‘Everybody Sing’, 1938. (Photo by Silver Screen Collection/Getty Images)
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