Siguiendo el hilo del artículo anterior, no queremos dejar pasar la oportunidad de volcar en estas páginas cierto discurso en torno a una de las polémicas que se sirvieron a lo largo de los JJOO. Nos referimos a la foto de vóley playa que dio la vuelta al mundo por mostrar un “choque de culturas” entre dos deportistas en función de su vestimenta y su reflejo en la vida cotidiana que ha causado conmoción este verano: la prohibición de vestir burkini en las playas francesas. Para ello ofrecemos el siguiente texto, obtenido del blog Guerra Eterna, publicado el 14 de agosto por Iñigo Sáenz de Ugarte. Podéis encontrarlo en www.guerraeterna.com/el-bikini-como-reserva-cultural-de-occidente/.
Ha servido una foto de una deportista de un país musulmán en los Juegos de Río para desenterrar prejuicios e ideas francamente confusas sobre el célebre concepto de “choque de las civilizaciones”. Todo eso sólo por un partido de voleyplaya. Qué no harán con las guerras y los conflictos políticos. Una jugadora egipcia compitió con el cuerpo cubierto por completo, piernas, brazos y cabeza incluidos. Una auténtica afrenta para los programadores de televisión que sitúan sus partidos en ‘prime time’ por la gran tradición de este deporte en muchos países.
Enfrente, una jugadora alemana con el uniforme de rigor, un bikini de dimensiones reducidas. Lo curioso es que muchos lo interpretaron como una muestra del retraso del mundo musulmán o de la discriminación –muy real– que sufren las mujeres en esos países. La paradoja viene porque esa imagen bien podría haber aparecido con otra interpretación en la propaganda de ISIS, Al Qaeda o de otro grupo yihadista, precisamente para utilizarla como carnaza propagandística, para hacer creer a los europeos musulmanes que en la sociedad en la que viven las mujeres son sólo son unas prostitutas a menos que vistan exactamente como ellos dicen que deben vestir.
Ellos ven a las mujeres como un objeto sexual y/o de procreación. Nunca como ciudadanas con los mismos derechos. No es necesario enseñarles un bikini. Unos pantalones son suficientes para provocar su furia.
La respuesta más apropiada a esa imagen bien podría ser la que dejó en la web de BBC una mujer alemana, Lissa Pelzer, de Stuttgart: “Creo que muestra hasta qué punto se considera el cuerpo de una atleta como una posesión pública. Debe verse, o debe no verse, de la forma que decidan los organismos deportivos, los países y las culturas en vez de que sean ellas quienes lo hagan”.
Lo de los organismos deportivos no es una exageración. Hasta 2012 las jugadoras de voleyplaya, no así los jugadores, estaban obligadas a llevar bikini en los partidos, y la parte inferior no podía tener una altura de más de siete centímetros en la cadera. También podían llevar un traje de baño completo.
La condición de deportistas quedaba subordinadas a tener un aspecto sexy por el bien de las audiencias televisivas. Era una imposición que nunca suscitó protestas por parte de los medios que publicaron sorprendidos la foto de las deportistas egipcias. A partir de 2012, la normativa se hizo menos restrictiva, entre otras cosas para permitir la participación de países de culturas diferentes. A fin de cuentas, los Juegos Olímpicos deben ser también una forma de fomentar la participación de la mujer en el deporte, que se enfrenta a todo tipo de obstáculos en muchos países, y en otros vive ignorada por los medios de comunicación y los patrocinadores.
El equipo egipcio aprovechó esa oportunidad, pero no de forma uniforme. Doaa Elghobashy iba toda cubierta, incluida la cabeza (suele llevar hiyab en su vida diaria). Su compañera, Nada Muawad, llevaba descubierto el pelo.
Cuando unos días más tarde, bajaron las temperaturas y llovió sobre Río, el equipo brasileño tuvo que jugar con pantalón y manga largas. Ese día, nadie definió esa ropa como un símbolo religioso.
Este fin de semana, se ha sabido que el alcalde de Cannes prohibió que las mujeres musulmanas entren en las playas de la ciudad vestidas con lo que llaman el burkini, que no es otra cosa que un vestido ligero que tapa todo, menos el rostro. Con la incoherencia propia de las justificaciones xenófobas o racistas, sostiene que esa vestimenta no respeta “las buenas costumbres y la laicidad” ni “las reglas de higiene y de seguridad”. En este caso, habrá que entender por “laicidad” la cultura oficial del Estado que, según este alcalde del partido de Sarkozy, dice a las mujeres cómo deben de ir vestidas en los lugares públicos. No es algo muy distinto a lo que ocurría en la España de los años 50 en un régimen en el que no había “laicidad” por ninguna parte.
Para unir la ignorancia a la intolerancia, el alcalde David Lisnard dijo en una entrevistaque “el burkini es el uniforme del islamismo extremista, no de la religión musulmana”. Ahora los gobernantes supuestamente laicos también dan lecciones sobre otras religiones.
El hiyab (el pañuelo que cubre la cabeza) es un símbolo religioso y también cultural. Puede significar cosas diferentes para personas distintas. Es incluso un mecanismo de autoprotección en países como Egipto donde el acoso sexual en la calle en un problema endémico. En países occidentales, puede ser un gesto de rebeldía en una sociedad en la que los musulmanes son una minoría. En algunas sociedades musulmanas, también procede a veces de la presión familiar y de la mayor parte de la sociedad que aspira a que las mujeres observen códigos de conducta similares a los de sus madres y abuelas.
En definitiva, como decía Lissa Pelzer, toda esa presión social, las prohibiciones en Francia y las miradas confusas sobre la vestimenta de jugadoras de voleyplaya nos devuelven a épocas que no olvidamos y a países actuales: lugares y momentos donde los hombres decían y dicen a las mujeres cómo deben ir vestidas. Ese es el choque cultural que importa.