La fiebre del oro (3): Una visión histórica de la minería en Sudáfrica y California

El oro es algo diabólico. Te hace perder tus valores y provoca que tu carácter cambie por completo. Tu alma deja de ser como había sido antes” – El Tesoro de la Sierra Madre (1947)

No se sabe a ciencia cierta en qué momento histórico comenzaron los seres humanos a excavar la tierra en busca de oro. Las joyas más antiguas que se conocen fueron descubiertas en Bulgaria y datan de hace unos 7.000 años. Podemos concluir entonces que la minería de oro es prácticamente una constante en la historia escrita de la humanidad. Una constante y una maldición, salvo para unas/os pocos/as.

En números anteriores hemos analizado las consecuencias adversas que está teniendo la minería en la actualidad, en lugar como el Estado español o Grecia, donde se sufren el impacto negativo sobre la naturaleza y el expolio económico que solo beneficia a grandes multinacionales. En este artículo buscamos darle un nuevo enfoque a esta problemática. Queremos explicar las consecuencias de la minería en otro tiempo y lugar. Momentos históricos en que el oro ha justificado las matanzas más importantes que se conocen. Hablaremos de la Fiebre del oro de California de finales del siglo XIX, y de la sudafricana Guerra Anglo-Boer de principios del XX. Dos episodios muy oscuros de la historia más reciente.

La fiebre del oro de California

Entre los años 1848 y 1855 unas 300.000 personas migrantes, guiadas por la noticia del descubrimiento de oro en Sutter’s Mill, llegaron a los alrededores de San Francisco. Este fenómeno social se bautizó como la Fiebre del Oro de California (California gold rush en inglés). Los primeros en llegar procedían de otros puntos de Estado Unidos y se les conoció como los forty-niners en referencia al año de su llegada, 1848. El resto se iría sumando desde otros países de Latinoamérica, Europa, Australia y Asia. La noticia de Sutter’s Mill había dado la vuelta al Mundo en unos pocos meses.

california 2La Fiebre del Oro de California se ha estudiado como antecedente de la comunicación masiva a nivel mundial. Pero la noticia del descubrimiento de Sutter’s Mill no viajó sola. El mensaje se acompañó de información no contrastada, como la cantidad de oro hallada, y de información manifiestamente falsa y exagerada. Los rumores decían que “en San Francisco se pavimentan las aceras con oro” o que “nadie es pobre en California”. Estas fantasías se convirtieron en lemas del Sueño Californiano. Por supuesto, la realidad fue bien distinta.

Los comerciantes sacaron mucha más ganancia que los propios buscadores de oro. El hombre más rico en California durante los primeros años fue Samuel Brannan, el anunciador del descubrimiento de Sutter’s Mill. Como artista de la especulación, Brannan compró todos los suministros de minería disponibles en San Francisco y los revendió con considerables beneficios en las primeras tiendas de Sacramento, Coloma y otros lugares cercanos a los campos de oro, que también eran suyas. Sin embargo, sólo un 10% de los buscadores obtuvo algún tipo de beneficio, los demás mantuvieron su situación o sufrieron pérdidas.

Los efectos de esta migración repentina fueron espectaculares. En poco tiempo, la aldea diminuta que fuera San Francisco se convirtió en una gran ciudad, pero mantenía la ausencia de sistema legal o gobierno. California se encontraba técnicamente bajo control militar de EEUU desde la Guerra con México en 1846. Pero las tropas existentes se concentraban en la frontera con el país sureño, muy lejos de San Francisco. En la práctica, el resto de la región era territorio sin Ley. Sin Ley, sin instituciones, y sin poderes legislativo, ejecutivo o judicial. Los/as 15.000 residentes blancos/as de California actuaban sujetos/as a una confusa mezcla de reglas mexicanas y estadounidenses, consensos locales y su juicio personal; y los/as 150.000 indígenas americanas/os se mantenían fieles a sus normas tribales.

La llegada de los forty-niners supuso la implantación de nuevas normas. La primera: no existía la propiedad privada, ni impuestos asociados. El oro, en sus palabras, era libre de ser tomado. Cualquier persona (blanca, por supuesto), tenía derecho a tomar las tierras que quisiera, pero solo en la medida en que esas tierras fueran efectivamente explotadas (una práctica denominada “claim-jumping”). Los mineros reclamaban las tierras y comenzaban su explotación en la parte suficiente para determinar su potencial. Si la tierra se consideraba de bajo valor, como ocurrió en la mayoría de los casos, los mineros la abandonaban y proseguían su búsqueda. La violencia fue la herramienta más popular de resolución de conflictos. Uno/a de cada doce migrantes en busca de oro murió víctima de un crimen violento. Por ello, las alianzas entre grupos resultaron esenciales para sobrevivir, generando caciquiles relaciones de poder y dependencia que se perpetuaron durante décadas.

Quienes ostentaban los medios de producción y las mejores tierras, por lo general los forty-niners (las/os primeras/os en llegar), se aprovecharon de la ausencia de legislación anterior y de la falta de recursos para hacer valer la ley e impusieron un modelo de capitalismo salvaje sumamente cruel.

Simultáneamente, ante la aparición del metal precioso, el Estado no tardó en recuperar el interés por Californiacalifornia. Aprovechando la alta tasa de criminalidad, trasladó el ejército a los núcleos mineros y dio alas al planeamiento institucional. En este periodo se fundaron pueblos y ciudades; también se convocó la asamblea constituyente que redactó la Constitución del estado, se celebraron elecciones y los representantes fueron a Washington para negociar la admisión de California. En 1850 California se incorporó como estado de la Unión, implantó la recaudación de impuestos a los/as californianos/as y se desarrollaron nuevos medios de transporte, como el barco de vapor y las líneas de ferrocarril.

El primer ferrocarril transcontinental de EEUU se inauguró en 1869. Fue financiado por el oro y para el oro. Su objetivo era mejorar el flujo del metal precioso hacia las grandes metrópolis del este del país. El proyecto daba continuidad a la construcción del tramo occidental de Sacramento, que se había concluido 6 años antes gracias a la mano de obra semi-esclava procedente de China. Los trabajadores chinos (todos hombres), que habían llegado siguiendo el rumor de Sutter’s Mill, aceptaban los salarios más bajos que se ofrecían: menos de un dólar diario frente a los tres dólares que cobraban los blancos. Tras una huelga las/os trabajadora/os chinas/os conseguirían superar levemente el dólar diario. Sus condiciones de trabajo, además, eran pésimas pero aceptadas. Trabajaban hambrientos, expuestos a condiciones ambientales nefastas, enfermedades, etc. Miles de trabajadores chinos murieron de agotamiento e inanición durante la construcción del ferrocarril

Por si no fuera suficiente, esta población soportó el racismo exacerbado del Anti-Chinese Movement que perpetró el asesinato masivo de personas asiáticas e impulsó una de las leyes más racistas de EEUU (y esto dicho de un país en el que la esclavitud era legal hasta hace 160 años): el Chinese Exclusion Act. La ley proscribió la inmigración procedente de China y legalizó la segregación racial. Entre otros detalles, se prohibió a las prostitutas blancas acostarse con hombres chinos para evitar la mezcla de etnias. Como consecuencia, nació una de las primeras tramas internacionales de tráfico de mujeres chinas, a las que obligaban a prostituirse para servir a sus compatriotas en el oeste de EEUU.

El pueblo chino no fue el único que sufrió las consecuencias de la explotación europea, la expansión capitalista, el supuesto desarrollo y el racismo institucional. Las personas nativas de la región también fueron víctimas. Las enfermedades y la hambruna afectaron al 60% de la población local. A los que no mató el hambre, los mató el genocidio europeo, en su afán por controlar los territorios del oro. Se justificaron prácticas aberrantes como la venta de cabelleras de “indios” a 25 centavos o cabezas decapitadas a 5 dólares, mediante las cuales el gobierno de California recaudó más de un millón de dólares. Además, unos/as 4.000 niños/as fueron vendidos/as como esclavos/as, a 60 dólares los niños y 200 las niñas. La población indígena, estimada en unos 150.000 habitantes en 1845, quedó reducida a menos de 30.000 personas en el año 1870. En 1900, el número se había rebajó a 16.000.

El medio ambiente también sufrió un impacto considerable. La grava, la tierra suelta y los químicos tóxicos empleados en la minería mataron animales y deterioraron los entornos naturales, que tardarían 150 años en recuperarse.

Las Guerras en Sudáfrica por el control del oro

En 1886, unos años después, otro descubrimiento de oro originó una cruenta guerra. Esta vez en la sudafricana República del Transvaal. Pero retrocedamos unos años para ponernos en contexto.

A mediados del siglo XVII, los/as bóers o afrikaans, colonos/as holandeses/as, se instalaron en el Cabo de Buena Esperanza y fundaron la Colonia del Cabo para reabastecer sus barcos con rumbo a Oriente. Intentaron esclavizar a la población autóctona, pero ésta se rebelaba constantemente. Optaron entonces por algo más sencillo: importar esclavos/as de India e Indonesia. Los/as descendientes de estos/as esclavas suman hoy el 30% de la población sudafricana. Los/as bóers controlaron el sur de África hasta que en 1806, durante las Guerras Napoleónicas, cuando los/as británicos/as desembarcaron en sus costas y les arrebataron la Colonia del Cabo para asegurarse de que no cayera en manos de los/as franceses. La fricción entre bóers e ingleses se vio agravada por la abolición de la esclavitud en todo el Imperio británico en 1833, algo que los/as descendientes de los/as holandeses/as consideraban que atentaba contra sus derechos y forma de vida. Los/as 12.000 holandeses/as iniciaron entonces el llamado Gran Trek, una emigración masiva inspirada en el bíblico Moisés (tengamos presente que eran súmamente religiosos/as) hacia el interior del continente. Allí crearon sus propios Estados (Natal, Estado Libre de Orange y Transvaal) independientes de Inglaterra en los que la esclavitud era legal. En el proceso, masacraron tribus para arrebatarles sus tierras en batallas tan emblemáticas como la del Río Sangriento de 1838. Entre estas tribus, estaban los zulúes, que habían derrotado a los/as británicos/as en 1820.

anglo boerLa Colonia inglesa del Cabo coexistió con las tres colonias afrikaans durante buena parte del siglo XIX, época que ambos bandos europeos aprovecharon para experimentar con nuevas técnicas de guerra. Por ejemplo, en 1879 los ingleses probaron las ametralladoras Gatling, una de las primeras armas de repetición, inventadas en EEUU. Demostraron así su supremacía militar frente a los zulúes en la masacre que supuso batalla de Ulundi.

El descubrimiento de oro en 1886 en el Transvaal, cerca de lo que hoy es Johannesburgo, incrementó las tensiones entre bóers y británicos/as. Un tsunami de buscadores de oro inundó el país. Entre ellos, el inglés Cecil John Rhodes, fundador de la empresa AngloAmerican, que comerciaba con oro y diamantes. La mercantil se convertiría en el imperio más rico de la historia y él en uno de los cinco hombres más ricos del mundo. Con el apoyo del gobierno británico, en 1895 Rhodes pudo fundar su propio país, Rhodesia, que abarcaba lo que en la actualidad es Zimbabwe y Zambia.

Rhodes levantó su imperio a costa de la mano de obra de esclava y del expolio de recursos naturales a los/as indígenas. Y el daño medioambiental en el territorio no tuvo parangón. Hay quien compara el paisaje de las afueras de Johannesburgo con el aspecto de un queso gruyère debido a las perforaciones del suelo. Esto, unido a los niveles de contaminación, garantizan la esterilidad de esta tierra, donde se establecieron algunos de los townships (poblados chabolistas) de black Africans (denominados “ubuntu”) durante los años del Apartheid, en el siglo XX.

Un intento de golpe de Estado perpetrado por Rhodes, por entonces Primer Ministro de la Colonia del Cabo, y el intervencionismo inglés sobre las minas, provocaron el enfado de Paul Kruger, presidente de los/as bóers, que declaró la guerra al temible imperio en 1899. Diestros cazadores, los bóers eran los mejores tiradores del mundo y conocían bien la zona. La vasta mayoría de ellos eran granjeros, pero compensaron su falta de instrucción militar con el desarrollo percusor de tácticas propias de una moderna guerra de guerrillas. El resultado hizo mella entre los soldados ingleses pese a estar dotados de mejor armamento y mayor número de tropas.

Los británicos desplegaron a 250.000 soldados para hacer frente a 18.000 bóers. Murieron 22.000 ingleses y sólo 7.000 guerrilleros bóer. Ambos bandos utilizaron a pueblos africanos subyugados causando la muerte de unas 20.000 personas. Se trata del primer gran caso de africanización de los conflictos europeos previo a las guerras mundiales, las cuales tuvieron importantes campos de batalla en este continente.

anglo boer 2Desesperado por la eficacia de los afrikaans, el mandatario inglés Horatio Kitchener ordenó en 1900 la matanza sistemática de los/as niños/as y mujeres de los bóers y la quema de sus granjas. Para llevar a cabo la masacre se construyeron los primeros campos de concentración de la historia, posteriormente emulados por franceses y alemanes durante las Guerras Mundiales. En este nuevo experimento militar murieron entre 25.000 y 28.000 civiles a quienes se expuso a la malnutrición, a enfermedades y a incesantes ejecuciones como medidas de presión para forzar la rendición de los bóers.

El exterminio de sus familias disuadió a los campesinos afrikaans que se rindieron y cedieron a Gran Bretaña el control absoluto de zonas repletas de recursos mineros. Poco después, la unión de Sudáfrica se formalizó y se incorporó al Imperio. Las leyes que configuraron el sistema legal del Apartheid no tardarían en llegar, como el Mines and Works Act de 1911 que impedían a los/as ubuntu (africanos/as negros/as) y coloureds (descendientes de los/as esclavas/os asiáticos/as) acceder a puestos de trabajo reservados para blancos/as, especialmente relacionados con las minas de oro y diamantes.

La vigencia actual de estas historias

La búsqueda de oro ha justificado que la industria y la ciencia trabajen al servicio del negocio de la guerra. El paradigma de estas disciplinas ha diseñado las técnicas de exterminio masivo que han permitido las matanzas más crueles de la historia hasta conseguir, incluso, la desaparición de pueblos enteros. También el oro ha significado un daño irreversible sobre el medioambiente.

En nuestros días ya no se inician guerras por el control del oro. No hace falta. El 80% del oro del mundo proviene de Sudáfrica y se encuentra en manos de multinacionales europeas y estadounidenses (www.todoporhacer.org/marikana). En nuestros días las guerras se inician por el control de otros recursos naturales. Basta mencionar la Guerra de Irak de 2003 como ejemplo paradigmático.

Pero la guerra no es el único medio del expolio. El saqueo de los recursos naturales de pueblos desaventajados se produce también por medios más sutiles y encubiertos. La privatización del agua en Latinoamérica (www.todoporhacer.org/privatizacion-del-agua-de-madrid-a-cochabamba), las extracciones de coltán en El Congo (www.todoporhacer.org/esto-es-europa) o las brutales condiciones laborales en Bangladesh (www.todoporhacer.org/conflicto-textil-en-bangladesh), son algunos de los miles de ejemplos de explotación.

Este derramamiento de sangre, groseramente cotidiano, la miseria inducida y la catástrofe medioambiental de nuestro presente sin duda serán analizadas en el futuro con la misma perspectiva crítica de quienes hoy nos avergonzamos de los efectos de la Fiebre del Oro en California o de las guerras sudafricanas.

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