Vitoria, tres de marzo de 1976

Un mes de marzo como este, hace cuarenta años, tiene lugar uno de los episodios más inspiradores en la historia de la lucha obrera: la huelga de dos meses sostenida por la clase trabajadora de Vitoria. Y también uno de los más trágicos, pues va a costar la vida de cinco personas y a dejar una imborrable huella de dolor en la de otras miles. Cuarenta años, que se dice pronto. Parece poco tiempo a ojos de la Historia, con mayúsculas, pero en el día a día de quienes sufrieron la represión aquel 3 de marzo de 1976 representan una verdadera eternidad. Cuarenta años, lo que dura una dictadura. Casi una vida. Cuatro décadas de abandono hacia las víctimas del estertor franquista, que moría matando con el beneplácito de los artífices de la “transacción democrática”. Un largo tiempo de olvido y silencio institucional, cuando no de oscura complicidad, que cuestiona, una vez más, el compromiso de la mayoría de la clase política con la verdad histórica.

En 1976, tras años de recesión económica, el gobierno aprueba un decreto de congelación salarial que hace recaer el peso de la crisis sobre la clase trabajadora y que prende, sin saberlo, la mecha de la indignación. Apenas dos meses después de la muerte de Franco, los conflictos laborales se multiplican en todo el país con una sucesión de huelgas indefinidas, manifestaciones, sabotajes y piquetes, con amplio apoyo social. En Vitoria, concretamente, el pisoteo de la dignidad obrera y la falta de voluntad negociadora de la patronal radicaliza a miles de trabajadores y trabajadoras, que, en un ejemplo de aprendizaje político acelerado, dan un paso adelante para poner en práctica algunas de las clásicas tesis consejistas y libertarias. Ante tal amenaza, los ideólogos de la vieja guerra y sus herederos políticos elaboran una estrategia para frenar el avance obrero e imponer una fórmula continuista que defienda sus intereses y extirpe de una vez por todas el fantasma de la lucha revolucionaria, una receta que se materializa, un año después de la masacre, en los Pactos de La Moncloa, las elecciones generales y la nueva Constitución Española. Vitoria, que tradicionalmente ha sido una localidad tranquila, una pequeña ciudad de burgueses, curas y militares, se convierte de la noche a la mañana en escenario de dos visiones antagónicas del mundo.

El origen del conflicto se remonta a los años cincuenta. Entonces, el impulso de nuevas áreas de desarrollo económico provoca en la ciudad un crecimiento industrial desmedido, y la población pasa de cincuenta mil habitantes a más del triple en cuestión de veinte años gracias a una masa obrera llegada de zonas pobres de Extremadura, las dos Castillas, Andalucía y Galicia. A finales del 75, los trabajadores más activos políticamente acuerdan una plataforma reivindicativa conjunta de cara a la siguiente negociación de convenios, un acuerdo que giraba en torno a exigencias como la subida lineal de 6.000 pesetas, jornada semanal de 42 horas, media de descanso para el bocadillo, 30 días de vacaciones, 100% del sueldo en caso de baja o enfermedad, elección directa de representantes, etc. No han terminado las fiestas navideñas cuando la plantilla de Forjas Alavesas, la primera en parar, hace estallar el conflicto. Muy pronto le siguen Gabilondo, Mevosa, Aranzábal, Areitio y muchas otras. En cuestión de días, una veintena de empresas, entre fábricas y talleres, apoyan el paro, celebraban asambleas y eligen a sus propios representantes. La respuesta de la patronal y el gobierno no se hace esperar: cierre de fábricas, detenciones, despidos, represión policial… La autogestión y el rechazo al Sindicato Vertical supone un desafío al poder institucional inaceptable para la clase dirigente, que se revuelve con dureza. La represión y la criminalización que sufren los obreros y obreras hace trascender las reivindicaciones, que hasta el momento son estrictamente laborales, al ámbito político.” De poder a poder”, reza uno de los lemas. Ya no se trata del trabajo, sino de algo más ambicioso: la libertad y los derechos sociales, la solidaridad de clase, la autonomía. El apoyo a los detenidos y despedidos forma un frente común, se crean asambleas conjuntas para definir estrategias, se convocan nuevas movilizaciones y se ejerce mayor presión sobre los esquiroles. A mediados de febrero, la organización obrera en la ciudad vasca ha crecido exponencialmente y la asamblea se ha convertido en una herramienta de lucha eficaz. Todo ello, sumado a la muerte del dictador, las movilizaciones pro-amnistía, la indignación por los fusilamientos y las ansias de cambio provocan una sensación colectiva de oportunidad y hacen de Vitoria un referente de lucha. Las muestras de apoyo llegan desde todas partes -incluso del extranjero- en forma de dinero para las cajas de resistencia y de alimentos con los que sustentar a las familias más necesitadas. Todo el mundo aporta lo que está en su mano: comerciantes, bares, estudiantes, empleados de Banca, sanidad, amas de casa…

Aunque el protagonismo del relato suele estar asociado a los hombres, sobre todo a los líderes más reconocidos, es importante señalar el papel que desempeñan las mujeres a lo largo del proceso. Las que son trabajadoras en plantilla se unen, como sus compañeros, a las asambleas de fábrica, y las que trabajan en el hogar participan en las asambleas vecinales organizadas en los respectivos barrios. Al mismo tiempo, unas y otras confluyen en la creación de una asamblea propia, de la que surgirá la futura Asamblea de Mujeres de Álava. Con la sombra de la Sección Femenina de Falange todavía presente en la tradicional sociedad alavesa, las mujeres buscan resquicios por los que desgarrar las viejas costuras del patriarcado, conscientes del papel que el incipiente capitalismo patrio les reserva en la reproducción de la fuerza de trabajo. Participan activamente en piquetes y manifestaciones, forman parte de las comisiones representativas de las fábricas en lucha, marchan por el mercado con las bolsas de la compra vacías para denunciar la carestía, participan en grupos de autodefensa, organizan cajas de resistencia y actos recaudatorios, presionan para lograr más apoyo social, y, desde luego, sufren la represión en su propia carne.

cartel LAB 1º aniversario

En el transcurso de tres semanas, la clase obrera de Vitoria protagoniza tres huelgas generales, la última de las cuales se convoca para el tres de marzo. Aquel miércoles de ceniza ha pasado al imaginario de la izquierda, tristemente, como uno de los más cruentos episodios de represión policial. Ese día, la asamblea general informativa está prevista para las cinco en punto, como es habitual, en la iglesia de San Francisco de Asís, en el barrio de Zaramaga. La policía no tiene potestad para entrar en el templo, según el Concordato firmado por el gobierno con la Iglesia, motivo por el cual los obreros las eligen como centros de reunión ante la imposibilidad de hacerlo en las fábricas. A falta de una hora para la cita, los alrededores de la parroquia están abarrotados. La huelga general ha sido un éxito. A la mañana, varias columnas han marchado hacia el casco viejo desde las fábricas, y se comenta con temor que la policía ha usado fuego real y que hay heridos. Aunque el ambiente es de cautela, nadie se resiste al contagio de la euforia. Veinte minutos antes del comienzo de la asamblea hay unas cuatro mil personas dentro de la iglesia; afuera, posiblemente el doble o el triple. Policía y Guardia Civil han cortado los accesos, han rodeado la iglesia y esperan instrucciones. Tras un primer intento de desalojo impedido por el párroco, el mando policial da luz verde al operativo. Inmediatamente, las bombas lacrimógenas caen por decenas en la iglesia, donde la gente rompe las ventanas para respirar. Muchas personas escapan por ellas; otras tantas, se atrincheran en la sacristía. Algunos policías asoman sus metralletas por los vanos y disparan al interior, donde horas después se recogerían docenas de casquillos de bala. A quienes salen del templo, un pasillo de uniformados les recibe a patadas y golpes de fusil. Mientras, una parte de los huelguistas la emprende a pedradas contra los agentes para tratar de liberar la salida, a lo que los policías respnden haciendo uso de las armas de fuego. Disparan a matar, y así lo hacen. La gente corre en todas direcciones para huir de las ráfagas de metralleta y los tiros de pistola. Las calles adyacentes se convierten en un auténtico campo de batalla en el que la sangre no tarda en correr. Las transmisiones policiales de aquella jornada no dejan dudas acerca de su intención: «Charlie a J-1. Al parecer en la iglesia de San Francisco es donde más gente hay. ¿Qué hacemos? -Si hay gente, ¡a por ellos! (…) No podemos desalojar, porque entonces… ¡Está repleta de tíos! Repleta de tíos. Entonces por las afueras los tenemos rodeados de personal, ¡vamos a tener que emplear las armas! Cambio. -Gasead la iglesia. Cambio (…) ¡J-3 para J-1! Manden fuerza para aquí. Ya hemos disparado más de dos mil tiros. -¿Cómo está por ahí el asunto? -Te puedes figurar, después de tirar más de mil tiros y romper la iglesia de San Francisco… Te puedes imaginar cómo está la calle y cómo está todo. -¡Muchas gracias, eh! ¡Buen servicio! -Dile a Salinas, que hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. Aquí ha habido una masacre. Cambio. -De acuerdo, de acuerdo. -Pero de verdad: una masacre».

V de vi(c)toria

Tres son los muertos esa tarde. Y dos más a lo largo de las horas siguientes. En total, cinco obreros asesinados por la Fuerza Pública, caídos bajo los disparos. Pedro María Martínez Ocio, Francisco Aznar, Romualdo Barroso, José Castillo y Bienvenido Pereda, esos son sus nombres. Más tarde, se suman dos más: Vicente Antón Ferrero, en Basauri, y Juan Gabriel Rodrigo, en Tarragona, asesinados durante sendas movilizaciones de solidaridad con Vitoria. Y aún hubo otro, en Roma, abatido por los Carabinieri durante el acto de repulsa frente a la embajada española. Al balance final, además de las muertes, hay que añadir más de un centenar de heridos de diversa consideración, muchos de los cuales han sufrido las consecuencias de sus heridas durante toda la vida. Es el caso de Andoni Txasko, portavoz de las víctimas en Martxoak Hiru Elkartea (Asociación 3 de Marzo), a quien un grupo de policías dejaron prácticamente ciego tras una brutal paliza.

Aquellos sucesos han estado presentes en la memoria de los vecinos y vecinas de Vitoria-Gasteiz durante cuatro décadas. Y aún lo están; cómo olvidarlo. Ya en el siglo XXI, la creación de la asociación supuso un nuevo empuje en la denuncia de la represión y la exigencia de verdad, justicia y reparación. La respuesta institucional, la mayoría de las veces, ha sido el silencio. Las esperanzas están puestas ahora en la causa abierta en Argentina, a cargo de la jueza María Servini, para juzgar los crímenes franquistas y a sus responsables. En el caso concreto de Vitoria, la responsabilidad política señala, entre otros, al entonces Ministro de la Gobernación, Manuel Fraga; a Adolfo Suárez, Ministro Secretario General del Movimiento, que le sustituía en funciones mientras aquel se ausentaba del país; a Rodolfo Martín Villa, entonces Ministro de Relaciones Sindicales; y al General Campano, Director de la Guardia Civil. Seguramente, las compañeras y compañeros más jóvenes nunca hayan oído hablar de esto, incluso en el propio País Vasco. Vitoria ha pasado a formar parte del relato que nunca se cuenta, de la historia en minúscula, la de quienes se alzan contra el poder y la autoridad. Por eso, es necesario preservar la memoria de aquella lucha que hoy nos sirve de inspiración, y también la de quienes perdieron su vida en defensa de una sociedad justa e igualitaria.

[Novela] Todo que ganar

Autor: Juako Escaso. Editoriales Txalaparta y la Oveja Roja. 410 páginas, 2015.

Todo que ganar es una doble novela unida por una ciudad, Vitoria-Gasteiz, y por el destino de dos mujeres, madre e hija.Todo que ganar
Elena, anticipada a su futuro, dispuesta a ganar la libertad y
a exprimir la vida a pesar de los obstáculos en la Vitoria de 1976. E Indar, en 2014, inmersa en un presente donde apenas queda rastro del sentimiento de clase ni rumor de las victorias que nuestros mayores se atrevieron a soñar. La necesidad de Indar por averiguar quién fue su madre y reconciliarse con un pasado reprimido y ocultado nos sumerge en el relato de esa doble búsqueda que es, al fin y al cabo, la misma. Dos miradas
para indagar en el nexo con el pasado y entender algunos de los hechos que prefiguran la realidad político-social de hoy, para aprender de una de las experiencias más importantes de organización obrera autónoma, y, por supuesto, para provocar una reflexión sobre la manera en que construimos el futuro.
Dos historias que hablan de luchas políticas y de grandes acontecimientos, pero también de resistencias cotidianas y anónimas, de sueños e ilusiones, de esas mujeres que son siempre, aunque la Historia lo oculte, el corazón de los procesos
de transformación social.
Dos hilos para una novela que mira allá donde el poder no quiere que miremos: a nuestra falseada transición y a nuestro engañoso presente; a la represión y la sangre vertida por el Estado para controlar el movimiento obrero autónomo de los 70. Dos hilos que se unen para recordar que nuestra única posibilidad ha sido y sigue siendo la lucha.

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3 comentarios en «Vitoria, tres de marzo de 1976»

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