Ya que se perdió el partido, veamos qué podemos rascar

Antes de la aparición en escena del llamado movimiento 15-M, aquellas personas que nos encontrábamos vinculados de una u otra forma a diferentes agrupaciones políticas o movimientos sociales teníamos enfrente un panorama completamente desolador. El mensaje y las propuestas lanzadas desde dichos colectivos apenas recibían cierta acogida o feedback por el resto de la población, y las convocatorias generaban principalmente indiferencia sino desaprobación.

Tras el período donde la repulsa a la guerra de Irak o a la gestión del desastre del Prestige dieron lugar a importantes expresiones de malestar, no se volvió a repetir un fenómeno de protesta similar hasta que tuvo lugar todo aquello que desembocó tras la manifestación y posterior acampada en la Puerta del Sol aquel 15 de mayo.

Pero tras esta manifestación, y sobre todo, tras la aparición en escena, en la ciudad de Madrid, de las asambleas de barrio con sus múltiples iniciativas (lucha antidesahucios, huertos comunitarios, redes de apoyo mutuo, grupos de trabajo de inmigración, círculos de aprendizaje popular, grupos de feminismo, etc.), para aquellas/os a las/os cuales nuestra militancia dio comienzo ya bien entrado este siglo, comprobamos in situ cómo, por primera vez, parcialmente ciertos discursos y prácticas tenían cierta acogida y aplicación en las calles de nuestra ciudad. Todo un subidón pero que en algún momento se vivió con demasiado entusiasmo. Un entusiasmo no sólo propio de algunos/as libertarios/as madrileños/as sino compartido por gran parte de aquella masa que llenaba las asambleas, y que, en ocasiones, se convertía en un estorbo para realizar un juicio razonable de lo que estaba ocurriendo.

Con el paso del tiempo, si bien hay que reconocer la importancia del tejido social que ha emergido en determinados barrios, que aunque sea aún minoritario, es todo un oasis en esta realidad de aislamiento generalizado, también hay que reconocer que los conflictos concretos emprendidos contra los/as de arriba han traído derrotas con importantes consecuencias. La amalgama de siglas, mareas, partiduchos, colectivos, asambleas, etc., cuando han delimitado su reivindicación fijando en su punto de mira determinada decisión del poder, no han cosechado un resultado triunfal. Pero si bien, evidentemente esto nos preocupa, nos inquieta más nuestra percepción sobre la falta de análisis colectivo y autocrítica dentro de los propios movimientos de protesta acerca de estas derrotas. Y como nos consideramos parte de este difuso y complejo bloque, vamos a intentar aportar nuestro granito de arena, tan sólo unas pinceladas, a una reflexión muy necesaria para tratar de combatir la desorientación típica que nos acompaña en este complejo contexto.
El primero que nos gustaría destacar es uno que nos va a acompañar casi de forma inevitable pues somos resultado de un proceso de socialización en el actual estado de las cosas. Pero esta casi inevitabilidad no nos debe achantar sino todo lo contrario, nos debe obligar a prestarle un plus de atención y esfuerzo. Hablamos de que arrastramos unas dinámicas de actuación y unos patrones culturales propios de la lógica capitalista, que se manifiestan en nuestra acción política, al igual que en el resto de aspectos de nuestra vida. La competitividad, la inmediatez, la velocidad, la cultura del éxito, el individualismo, etc., son actitudes que se reproducen en nuestras luchas y tienen como consecuencia que se produzca, por ejemplo, una pronta desilusión y abandono cuando no se obtienen resultados inmediatos, un salto de proyecto en proyecto sin producirse una continuidad prolongada en determinada actividad, enfrentamientos internos, conflictos entre diferentes colectivos (ocurriendo que a veces problemas de tipo personal se esconden tras un discurso político), etc.

Algunas de estas actitudes se han reproducido en las llamadas mareas en Madrid, concretamente en la de educación y sanidad, o en la lucha de los/as trabajadores/as de Metro. Las manifestaciones o huelgas que tuvieron lugar recibieron una acogida inusual para estos tiempos que corren. Pero, la inmovilidad del gobierno autonómico no condujo a una escalada de presión por parte de los/as trabajadores/as y usuarias/os en lucha, a un aumento de tensión en el pulso que mantuvieron, sino, o al menos según nuestra percepción, a que el desánimo y el pesimismo vencieran al empuje inicial. Esto ha podido tener lugar, a grandes rasgos, por dos motivos. El primero es que no se fuera consciente de la fuerza real y se abriera un conflicto sin realizar un análisis previo de cuáles son los recursos con los que se contaba, cuál es la mejor forma de optimizar éstos y hasta dónde se podía llegar con ellos. O, en segundo lugar, que disponiendo de los recursos, la estrategia no fuera la adecuada. La desilusión que genera el no obtener inmediatamente el resultado esperado, sumado a la frustración que provoca el no tener la respuesta de qué ha pasado, pues rara vez se realiza un análisis colectivo posterior, consigue, desgraciadamente, que las luchas se desinflen.

Cuando hablamos de falta de estrategia, nos gusta poner como ejemplo la repetición constante del mismo esquema dentro de una lucha, reuniones-propaganda-manifestación. La manifestación como acto central sobre el que pivota y depende cualquier lucha, siendo acompañada por, más o menos, siempre las mismas acciones, debe ser cuestionada. Plantear nuevas artimañas que complementen a las herramientas clásicas donde el proletariado puede demostrar su fuerza (la huelga y el sabotaje), debe ser un punto de debate obligatorio, en algún momento, en nuestros colectivos.

Otro punto a debatir es el efecto de los medios de comunicación sobre nuestras luchas, o el poder que les conferimos de forma más o menos inconsciente. Antes de nada, debemos tener claro el rol que juegan los grandes medios de comunicación, quiénes son sus dueños/as y qué intereses tienen, para poder aclarar el papel que les tenemos que otorgar.
El gran error que se comete es que a día de hoy ponemos en boca de toda la población todo lo que sueltan esta panda de mercenarios/as. Esta extrapolación acaba siendo realmente perjudicial, pues de esta forma, los medios adquieren la capacidad de influir en nuestro camino. Durante este tiempo hemos visto sus continuos esfuerzos por criminalizar cualquier protesta, ya fueran los/as conductores/as de Metro, los/as trabajadores/as de limpieza de Madrid o las/os estudiantes en huelga, les daba igual, pero teniendo claro que eso siempre va a ocurrir, lo realmente preocupante es lo que hemos vivido en más de una ocasión en primera persona: el cómo en reuniones o asambleas se proponía modificar la estrategia para cuidar la imagen pública.

Realizar un esfuerzo importante por contrarrestar su información, conseguir que entre los/as trabajadores/as nos identifiquemos como iguales con un proyecto común que hoy se materializa en tu sector pero que mañana será en el mío, es indispensable. Por ejemplo, durante los últimos paros de metro, nosotros/as no recibimos ninguna información más allá de la que soltaban por la megafonía controlada por la Dirección. El haber recibido un papel donde se explicara por qué estaba esperando 15 minutos en el andén, hubiera ayudado para que en ese momento empatizara con las/os trabajadoras/es en lucha y no me acordara de toda su familia.

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