La tragedia venezolana

Venezuela se ha convertido en el nuevo demonio a derrocar en el mundo. Mientras que existen una gran cantidad de regímenes despóticos y criminales en el mundo, gran parte de ellos en Oriente Medio, estos no merecen nuestra atención. Al fin y al cabo “son nuestros hijos de puta”. Desde hace más de una década se ha convertido a Venezuela en objetivo a abatir, poniendo a este país a la altura de otros grandes malignos de nuestra historia reciente como Osama Bin Laden o Sadam Hussein ¿Pero por qué?

La riqueza venezolana

Históricamente América Latina ha funcionado como el patio trasero de EEUU. Un territorio donde los gobiernos estadounidenses hacían y deshacían en función de sus intereses. Todas las dictaduras del continente fueron apoyadas y promovidas desde Washington. El único compromiso de EEUU es con las riquezas naturales del continente, jamás con sus pueblos, derechos y libertades.

Venezuela tiene las mayores reservas de petróleo del mundo, que representan un 20% del total, frente al 2% de EEUU. En un escenario futuro de escasez de recursos combustibles fósiles, quien controle el petróleo tendrá un gran poder. Ya ha sucedido en Iraq o Libia. Podrá parecer de un reduccionismo absurdo, podemos adornarlo con que el gobierno venezolano se autoproclama antiimperialista, que tiene una política de oposición a la hegemonía mundial estadounidense y que los yankees no pueden permitirse un rival político semejante. Esto no sería más que un relato, más o menos realista, pero al fin y al cabo una forma de adornar una realidad más concreta: la lucha por el acaparamiento de los recursos fósiles.

Una política extractivista

¿Cómo un país tan rico tiene tanta gente pobre? Es la clásica pregunta que se hacen los grandes medios de comunicación. Una pregunta trampa donde las haya. Mientras tratan de mostrar a un gobierno que mantiene a su población en la pobreza, ocultan que la pobreza es un hecho estructural e histórico en el país, como en tantos lugares de latinoamérica. Ingentes cantidades de población han sido sistemáticamente excluidas de la vida oficial de los países. Los pobres de hoy existían antes de Chávez o Maduro.
Un hecho es que con la llegada al gobierno del proyecto bolivariano se ha producido una, leve e insuficiente, distribución de la renta petrolera. El problema es que sustentar tu política social exclusivamente en un recurso finito y sujeto a los vaivenes del mercado supone un gran error estratégico. El descenso del precio del petróleo ha supuesto un enorme descenso de los ingresos del Estado y por tanto de su redistribución en forma de todo tipo de ayudas sociales. Si a esto le sumamos que la mayor parte de los productos de alimentación que se consumen eran comprados en el extranjero porque salía más barato que cultivarlos, tenemos los ingredientes necesarios para un descontento popular.

Militarización, corrupción y desarme popular

El actual gobierno de Venezuela llegó al poder empujado por un movimiento popular surgido a principios de los 90. Un movimiento radicado en los barrios periféricos y deprimidos, los barrios eternamente olvidados por todos los gobiernos. Junto con este movimiento popular una fuerza militar, dentro del propio ejército, de carácter nacionalista y soberanista, la conjunción de ambas fuerzas resultó en la figura de Hugo Chávez.

La victoria electoral de 1999 provocó el desarrollo de un proceso constituyente y la creación de una nueva constitución. Algo que se vivió como un hito del progresismo latinoamericano y una esperanza para las pobres y olvidadas. Más adelante se ha llegado hasta a plantear la transformación del Estado en un Estado Comunal. Todas estas ideas se ven rotas ante una dinámica a la que nunca se pone freno. El enésimo intento de transformación social desde el Estado y con apoyo militar se ha vuelto convertir en un proceso burocratizado y corrupto, fundamentado en la economía de mercado, donde los militares ocupan grandes puestos de responsabilidad, los mecanismos democráticos son cooptados y los movimientos populares puestos contra la pared en “conmigo o contra mi”.

La decadencia del progresismo latinoamericano

Hubo una época reciente en la cual había una mayoría de gobiernos progresistas y con apoyo popular en América Latina. Que en Ecuador, Brasil, Argentina, Bolivia, Uruguay o Venezuela existieran gobiernos con buena sintonía, un proyecto propio para el continente y una independencia verbal respecto de los EEUU, hacía más fácil el mantener los propios proyectos nacionales. Uno a uno estos gobiernos fueron cayendo por causas bastante similares: corrupción, desapego popular, crisis económica y el empujón desde EEUU a los candidatos locales. Lo que se vendía como un incipiente “socialismo del siglo XXI” terminó siendo la continuación de las políticas neoliberales, la desestructuración de los movimientos populares y la entrada final de la extrema derecha a los gobiernos derrocados.

Donde ayer Venezuela veía amigos y aliados hoy solo ve enemigos. La presión de los países latinoamericanos por derrocar a Maduro solo se entiende desde el odio ideológico y el cumplimiento con los deseos de los vecinos del norte.

Intervención militar y guerra civil

La autoproclamación de Juan Guaidó como presidente de Venezuela fue dirigida desde EEUU. Este movimiento es un paso más en la desestabilización del actual gobierno. Las sanciones económicas, la presión política y la movilización callejera con otras formas de acción en la misma línea. Los llamados de Guaidó a una intervención militar extranjera son constantes, lo que llevaría al país a una guerra civil con miles de muertos. Incluso miembros de la oposición venezolana, nada cercanos a Maduro, como Henrique Capriles alertan de esta situación. Los hechos que se suceden hoy en Venezuela son un calco de lo que ocurrió en Chile en 1973 con el derrocamiento de Allende y la instauración de una dictadura que volcó grandes esfuerzos en hacer desaparecer a miles de activistas de todo el espectro de la izquierda.

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