Portugal. Resumen de año y medio de lucha

Durante los últimos años, Portugal era para el FMI y la UE el alumno modélico del sur de Europa. Mientras en otros países, como en Grecia, se repetían las imágenes de masivas manifestaciones y enfrentamientos en la calle, en Portugal ocurría todo lo contrario, la coalición de derechas consiguió un amplio apoyo electoral, a pesar de las duras medidas de austeridad que anunciaba en su programa, y la izquierda institucional, para variar, se encontraba paralizada, incapaz de ir más allá de sus ya habituales rituales de movilización.

portugal_fmiUna de las razones de esta aparente paz social, se encuentra en el gran peso que aun tiene la Revolución de los Claveles en la memoria colectiva de la sociedad portuguesa. Debido a esto, las instituciones democráticas se encuentran muy legitimadas, presentándose como una herramienta válida para obtener cambios sociales de relevancia.

La oposición de la izquierda institucional se encuentra dividida en dos bloques: por un lado, el PCP, Partido Comunista Portugués, uno de los últimos partidos estalinistas en Europa, y por el otro, el BE, Bloque de Izquierdas, que incluye a las distintas tendencias del trotskismo, sectores de la izquierda alternativa, ecologistas, etc. El PCP controla el sindicato más grande, la CGTP, y su relación con los movimientos sociales ha sido siempre, en gran medida, autoritaria, llegando a colaborar en más de una manifestación con la policía. El BE, juega un papel más suave, pero igualmente problemático. Este partido, que aquí en España sirve como modelo para Izquierda Anticapitalista, siempre se ha presentado como la expresión en el Parlamento de los movimientos sociales, siendo en realidad todo lo contrario, pues, por lo general, su estrategia consiste en infiltrarse dentro de las iniciativas sociales para encauzar sus decisiones. Por otro lado, desde finales de los 90, se ha asentado un pequeño movimiento anarquista en Lisboa y Setúbal.

El panorama político comienza a cambiar con la ocupación de la plaza de Rossio, en el centro de Lisboa, en mayo de 2011. Esta acción recibió su inspiración en lo que está sucediendo en las plazas españolas. La acampada a pesar de durar tan sólo diez días y tener un impacto social menor que la de sus homólogos españoles o norteamericanos, ofrece un lugar de encuentro para diferentes realidades. Activistas de todo tipo, y jóvenes sin experiencia política previa, se reúnen, creando una red informal que proporcionaría un contexto propicio para futuras movilizaciones y proyectos.

Son varios los puntos a destacar de esta experiencia. Gracias a la existencia de un equilibrio entre diferentes tendencias y una predisposición colectiva a ello, se consiguió, en cierta medida, que ninguna facción política ejerciera algún tipo de liderazgo. Por otro lado, el proceso de aprendizaje colectivo que se desarrolla en las calles, consigue destruir las fortalezas ideológicas e identitarias que mantenían a los movimientos sociales bajo tierra, incapaces de proporcionar una metodología de acción política y de organización que se extendiera más allá de los círculos de activistas y militantes.

Durante esa primavera se organizan varias manifestaciones que no consiguen reunir a más personas de las que ya estaban involucradas en la acampada. Pero algo realmente interesante comienza a suceder: la apertura de diferentes espacios autónomos en Lisboa que sirven de catalizador para la multiplicación de las relaciones y las redes formales e informales de activistas.

El 15 de octubre de 2011, tiene lugar una manifestación que denota que algo ha cambiado desde la primavera. En el marco de la convocatoria internacional del 15-O, diferentes grupos de la izquierda alternativa, organizaciones próximas al BE, etc., convocan una manifestación en Lisboa. Justo unos días antes de la protesta, el gobierno anuncia un duro paquete de recortes. Este hecho consigue incrementar la asistencia a la manifestación, superando significativamente el entorno activista que se había movilizado activamente en los meses anteriores. La manifestación termina frente al Parlamento y cuando la policía trata de detener a un hombre mayor, los/as manifestantes consiguen traspasar el cordón policial y tomar las escaleras del edificio. Este hecho genera una de las primeras divisiones en el movimiento: mientras cientos de manifestantes se enfrentan a la policía, parte de los organizadores, próximos al BE, a través del sistema de sonido, tratan de llamar al orden, pidiendo a los manifestantes que realicen una sentada en lugar de tratar de acceder a la escalera del Parlamento. El fracaso a la hora de impedir la confrontación con la policía resulta muy importante, pues en un movimiento aun embrionario, queda claro que no hay espacio para liderazgos, formales o informales, autoproclamados.

Tras el éxito de la manifestación del 15 de octubre, en medio de luchas internas, la coordinadora 15-O sigue organizando movilizaciones. El 24 de noviembre, el sindicato CGTP convoca una huelga general, donde se producen pequeños enfrentamientos con la policía frente al Parlamento, produciéndose violentas detenciones por parte de policías de paisano a personas que parecían “anarquistas”. En enero del 2012, en otra manifestación, un grupo de fascistas es expulsado violentamente cuando tratan de sumarse a la marcha.

Pero, los conflictos internos rompen el movimiento 15-O durante la huelga general del 22 de marzo. Se producen enfrentamientos con la policía tras una respuesta multitudinaria a la agresión y detención de un manifestante. Además, militantes del BE son golpeados por miembros del CGTP al ser confundidos con anarquistas.

La estrategia policial comienza a cambiar, pues anteriormente las unidades policiales asignadas a las manifestaciones no disponían apenas de experiencia en este campo, y se utilizaban para dar respuestas rápidas y contundentes, que acababan siendo muy caóticas. Esta estrategia generaba una continua mala imagen del gobierno. Conscientes de esto, las autoridades comienzan a utilizar policías antidisturbios más profesionales, entrenados especialmente para ello, y con equipos de paisano como apoyo. Estos nuevos agentes sorprenden a todo el mundo manteniendo la calma, incluso bajo una lluvia de piedras y botellas. Esta nueva estrategia, implicaba también que en manifestaciones más reducidas, los manifestantes eran rodeados e identificados uno a uno para posteriormente ser multados.

Mientras tanto, en la ciudad de Oporto, al norte de Lisboa, un centro social okupado, Escola da Fontinha, que había ganado mucha visibilidad debido a la exitosa cooperación entre vecinos y activistas, fue desalojado violentamente. El 25 de abril, aniversario de la Revolución de los Claveles, alrededor de 2.000 personas, un número impensable unos meses antes, espontáneamente marcharon por el barrio y vuelven a ocupar el lugar. A pesar de que fue desalojada violentamente de nuevo a la mañana siguiente, el hecho de que 2.000 personas se hubieran unido para una nueva ocupación es realmente significativo. En Lisboa, en solidaridad, un antiguo edificio perteneciente al ayuntamiento se ocupa también el 25 de abril. Esta ocupación duró un mes, hasta que fue también violentamente desalojado.

Pero, aunque se estaba viviendo un año de actividad política sin precedentes, aunque miles de personas habían salido a la calle, aunque numerosos proyectos fuera del ámbito de la izquierda institucional habían surgido, aunque la calle había sido una poderosa escuela para todos los que comenzaron en Rossio un año antes, todavía se consideraba que el nivel de conflicto social estaba lejos aun de ser el deseado, y que en la mayor parte de la población seguía reinando la apatía y la resignación.

En septiembre, un grupo de personas cercanas al BE, rompiendo con la burocracia de su partido, convoca una manifestación. Los activistas la consideran una más, pero una semana antes, el gobierno anuncia una ola de medidas que causa una indignación sin precedentes (hasta miembros históricos del partido en el poder hablan de robo a mano armada). La manifestación acaba desbordando a los organizadores, considerándose la más grande en los últimos treinta años. Esta protesta se reproduce en todo Portugal, incluso en zonas rurales donde ser producían las primeras manifestaciones en décadas.

En Lisboa, la manifestación comienza de una forma tranquila, pero se percibe una hostilidad contra la policía incluso antes de empezar. Cuando la manifestación llega a su destino, la Praça de Espanha, en el centro de la ciudad, comienza a extenderse un rumor de que algunas personas se dirigen al Parlamento, y de repente, varios miles marchan de forma espontánea e ilegal. Varias vidrieras de bancos fueron destrozadas a lo largo del camino, y los policías fueron abucheados repetidamente durante la marcha. A su llegada, las personas tratan de llegar a la escalera del edificio, pero son repelidos por la policía antidisturbios.

Lo que siguió a continuación fueron los disturbios más importantes de los últimos veinte años en Portugal. Durante tres horas, la policía sufre una lluvia constante de piedras y botellas. La multitud estaba compuesta por jóvenes de todo tipo, de barrios burgueses y de los guetos, anarquistas y modernos, ingenieros y desempleados, unos con capucha negra y otros con bermudas y chanclas. Durante toda la noche, tiene lugar un extraño enfrentamiento, donde la policía es consciente de que si reacciona muy duramente, aquello puede convertirse en algo muy salvaje.

Este hecho demuestra la compleja relación entre el gobierno y la policía. El gobierno, muy debilitado, temía que una violenta carga policial acabara cabreando a la gente aun más. Y la policía de Portugal, aunque son especialmente violentos, pues no tiene absolutamente ningún reparo a la hora de golpear a grupos específicos de personas, como inmigrantes, ultras de fútbol y anarquistas, las cosas cambian cuando se enfrentan a lo que ellos consideran «personas normales», pues tienen miedo de ser vistos como la guardia pretoriana del gobierno más odiado por los portugueses y ser convertidos en un objetivo para la ira popular, algo que ya estaba sucediendo. A las dos de la madrugada de esa noche, la gente todavía atacaba a la policía con piedras.

Los medios de comunicación, tanto de izquierdas como de derechas, censuran lo ocurrido. Pero una semana después, se vuelven a repetir los enfrentamientos en otra protesta.

Sintiendo que estaba perdiendo terreno, el secretario general de la CGTP endurece su discurso y convoca una manifestación, pero, por miedo a conflictos, termina tan rápido como comienza.

Ya en octubre, inspirándose en la protesta “Rodea el Congreso” que tiene lugar en Madrid, otra vez, el día 15, miles de personas se reúnen de nuevo frente al Parlamento. A diferencia de otras veces, la gente se mantuvo en silencio, y al caer la noche, algunas personas deciden unir sus manos y rodear el edificio. Este movimiento inesperado, asusta a la policía y carga contra ellos, produciéndose, otra vez, lanzamientos de botellas y piedras, forcejeos en las vallas que protegen el edificio, etc. Durante la protesta, dos secretas son descubiertos y perseguidos por una multitud, consiguen llegar a la línea policial pero se llevan unas buenas pedradas por el camino. Finalmente, la protesta se calma y va disminuyendo en número, pero algunas personas consiguen llegar a la casa oficial del primer ministro, donde destrozan algunas ventanas y lanzan fuegos artificiales al patio trasero.

La agitación social en Portugal supera todo lo ocurrido en los últimos treinta años pero surgen varios problemas. El primero de ellos, es el aumento evidente de la extrema derecha, no en la forma de un partido político o de un movimiento organizado, sino en el surgimiento de un discurso populista y nacionalista.

El lema de la Revolución de los Claveles, «el pueblo unido jamás será vencido«, fue alterado, hace unos años, por «el pueblo unido no necesita un partido» por parte de grupos anti-autoritarios, y en las últimas manifestaciones había ganado terreno rápidamente. Pero, sin embargo, de alguna manera ha perdido su raíz anti-autoritaria, y se canta como una crítica a la clase política, haciendo un llamamiento a la necesidad de líderes virtuoso suficientemente fuertes como para controlar a los «ladrones» y «criminales» que hay en el poder. Este tipo de populismo fascista ha sido siempre mayoritario en la derecha portuguesa, que está presente en las movilizaciones actuales, pues en las manifestaciones se puede escuchar a grupos cantando el himno nacional.

Junto a esto, la otra debilidad presente, es que el movimiento ha sido lento a la hora de crear estructuras autónomas o cualquier otra cosa que vaya más allá de las movilizaciones puntuales. Una pequeña red de centros sociales ocupados, huertos, etc. ha ido tomando forma, pero hasta ahora no se ha recuperado del golpe que sufrió en la primavera de 2012. Esta disparidad entre el poder del movimiento en las calles y su poder más allá de las calles es su mayor reto, y donde la falta de una tradición de organización autónoma muestra sus debilidades. Además, como la sociedad está cambiando tan rápidamente, el enfoque político a menudo se centra necesariamente en los hechos cotidianos y de corto plazo, en detrimento de proyectos a largo plazo de organización.

Para terminar, una anécdota que ilustra la descomposición interna en curso del Estado portugués, es que durante, el pasado 5 de octubre, cuando el país celebra su fiesta nacional, por temor a protestas, el acto oficial, con el presidente y toda su corte, tuvo lugar en un espacio cerrado al público. Pero aun así, una mujer mayor consiguió llegar a la sala y llorando increpó al gobierno la imposibilidad de sobrevivir con su salario. Anteriormente, alguien había saboteado la ceremonia de izamiento de la bandera, entregándola al revés.

Resumen de un texto extraído de www.libcom.org con ligeras alteraciones.

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