Un conflicto obrero del siglo XXI: la huelga de Pizza Hut Xixón

La mañana del 6 de enero, Día de Reyes, 21 trabajadoras de Pizza Hut Xixón se disponían a empezar una larga jornada que finalizaría a medianoche. Hasta aquí todo normal, lo habitual en cualquier negocio de hostelería. Lo que no era tan habitual es que el motivo de la maratoniana jornada fuera una huelga y que los trabajos a desarrollar durante más de 12 horas consistieran en la colocación de pancartas y carteles en el establecimiento y sus alrededores, así como el reparto de octavillas a las numerosas personas que se acercaban al centro comercial en el que se ubica la pizzería. Aquella jornada transcurrió a través de la acción de un piquete simbólico de trabajadoras y allegadas que congregaba a medio centenar de personas, pues la tienda permanecía cerrada a cal y canto gracias a una plantilla que decidió ir a la huelga por unanimidad en una asamblea de trabajadoras celebrada la semana previa.

Esta imagen se repetiría los días 11, 18 y 25 de enero y volverá repetirse los próximos de 15 y 25 de febrero en el marco de un conflicto que dura ya casi un año, cuando el establecimiento, hasta entonces una franquicia, pasó a ser propiedad directa de la cadena. Desde entonces las trabajadoras exigen que se les pague el SMI actualizado, es decir 950 euros al mes con 14 pagas, en lugar de los 735 euros que regían en 2018; reclaman también la equiparación salarial de las compañeras de nueva incorporación con el resto de plantilla y el final de la múltiple escala salarial para empleadas que ejercen las mismas funciones. Además se exigen el cómputo de los 15 minutos de descanso como jornada efectiva, la consolidación de la jornada laboral realizada y otras reivindicaciones relacionadas con la seguridad e higiene en el trabajo.

Sin embargo el motivo desencadenante de la huelga no han sido estas reivindicaciones, comunicadas a la empresa hace ya un año, sino un acto de solidaridad. A finales de noviembre de 2019, el trabajador más veterano de la plantilla y que más se había significado en la exigencia de estos puntos ante la empresa fue sancionado con un mes de empleo y sueldo tras dos décadas sin haber cometido una sola falta. Tras su reincorporación la respuesta de la plantilla no se hizo esperar y una semana después daba comienzo una huelga que pretende dejar claro a la empresa que tras la reivindicaciones no está solo una persona sino todo el colectivo y que sancionar no sale gratis.

LA ESTRATEGIA EMPRESARIAL DEL S.XXI

La empresa es un buen ejemplo de la patronal del siglo XXI. Para empezar, la dueña es Telepizza, quien posee los derechos de explotación de Pizza Hut en España y debe abrir en los próximos años 200 tiendas de la franquicia americana. Hace poco más de un año Telepizza compró las escasas franquicias que quedaban de Pizza Hut en España. Ahí está el origen del actual conflicto laboral al degradarse más las condiciones laborales preexistentes, aunque la mutinacional niegue la mayor en prensa y en las reuniones de mediación. Según su versión, todos los trabajadores están bien pagados y sus sueldos varían en función del tiempo que llevan trabajando. Quédense con este punto porque es importante ¿El motivo? Que en el convenio de Prodelivery (el que rige en las pizzerías) hace más de dos décadas que se eliminó la clausula de antigüedad, lo que significa que todos los trabajadores tienen que cobrar lo mismo. Sin embargo no lo hacen.

Telepizza, en una socorrida estrategia patronal, tiende a segmentar las condiciones laborales y de remuneración salarial de sus trabajadoras, tratando de conseguir por la vía de los hechos lo que la naturaleza de los convenios rechaza: la individualización de las condiciones laborales de cada asalariada. Además acogiéndose a acuerdos previos con el comité de empresa, Telepizza se niega a aplicar a la subida del SMI, aduciendo que de haber diferencias, éstas serán subsanadas con posterioridad o cuando lo ordenen los tribunales. Esta actitud pone en evidencia otra extendida práctica patronal, aquella que dice que la ley y los convenios solo se aplican para sancionar pero nunca para tener en cuenta aquellos aspectos que favorecen a las trabajadoras.

REFLEXIONES SOBRE UN PEQUEÑO CONFLICTO LOCAL

El conflicto en Xixón pone de manifiesto varias cuestiones sobre la práctica sindical y de la clase trabajadora. En primer lugar un asunto tan desagradable como cierto: las medidas gubernamentales, como el aumento del SMI, o los grandes acuerdos entre patronal y sindicatos se quedan en nada sino van acompañados de unas organizaciones sindicales con músculo, esto es, pegadas al tajo y con capacidad para vigilar el cumplimiento de acuerdos, convenios y leyes, y en su caso, para imponerlos mediante la lucha sindical. En Telepizza/Pizza Hut y en tantos otros lugares, la presencia sindical en los tajos (y en la empresa) es inexistente, hasta el punto de que toda una gran cadena con un beneficio en 2019 de 5,4 millones de euros puede decidir no aplicar la subida del SMI por su cuenta y riesgo, y lo que es peor, sin miedo a sanciones o respuesta colectiva.

Los grandes sindicatos, más implicados en su baluarte tradicional, la industria extractiva y de transformación, o en los servicios públicos, orillan decenas de sectores laborales que congregan a cientos de miles de trabajadores: desde la informática a la hostelería, pasando por el comercio o la limpieza. En lugar de tener un presencia activa y directa prefieren delegar su participación en dichos sectores a la omnipresencia que les brinda su figura de “sindicatos más representativos” o actuar en base a comités intercentros con poca capacidad (y menos gana) de implantarse tajo por tajo, haciéndose presente allí donde están sus representados.

El resultado es visible: cualquier acuerdo, cualquier convenio, cualquier estrategia sindical de carácter macro o incluso cualquier decreto del Gobierno son susceptibles de convertirse en papel mojado y esto pasa con excesiva frecuencia. Algunos sindicatos minoritarios y combativos como CGT o CNT (quien ha impulsado la convocatoria de la asamblea de trabajadores en Xixón) han hecho ciertos movimientos en diferentes sectores de escasa tradición sindical y de acción colectiva pero al igual que los sindicatos mayoritarios a los que tanto critican, centran sus esfuerzos en un sindicalismo tradicional (industrial) que relega a grandes capas de trabajadores precarios, esos mismos a los que defienden a capa y espada en sus discursos pero a los que no tienen en cuenta en su estrategia sindical ni a corto, ni a largo plazo.

Por su parte los trabajadores ajenos a los sectores industriales o la administración pública, entienden los sindicatos como organizaciones ajenas y tienden únicamente a utilizarlos para denuncias jurídicas o como en este caso, para dar cobertura a una acción colectiva que se desarrolla al margen de las organizaciones sindicales, incluso de las que ofrecen la cobertura legal para una movilización.

A pesar de todo, este conflicto concreto pone sobre el tapete algunas realidades muy positivas e ilusionantes que no deberíamos perder de vista. La primera es la huelga en sí. Que 21 trabajadores de un sólo establecimiento desafíen a Telepizza/Pizza Hut y realicen paros sistemáticos los días de máxima producción es un hecho que por sí solo debe producir el regocijo cualquier persona de bien. En segundo lugar porque demuestra que queda espacio y que hay potencialidad para acción colectiva en sectores laborales desorganizados, que son la mayoría, y eso no es una noticia menor. En tercer lugar porque una huelga cuyo causus belli es la solidaridad de toda una plantilla con un trabajador represaliado por la defensa de los derechos de todos sus compañeros, pone de manifiesto que la solidaridad obrera existe más allá de la imagen idealizada de un pozo minero y ésto es un detalle que no debe pasarse por alto. Es algo que hay que cultivar.

En el Estado español ha desaparecido una parte importante de sector industrial, pero aún queda clase trabajadora. Un volumen muy importante de clase trabajadora que padece unas condiciones laborales y de vida precarias, que solo podrán revestirse y transformarse mediante la acción colectiva. Para ello hace falta valentía, determinación y constancia porque posibilidades existen. Convendría tenerlo en cuenta desde el repartidor de pizzas que con 18 años afronta su primer trabajo, hasta el secretario general de un sindicato que con 60 lleva toda una vida representado a la clase obrera. Convendría tenerlo muy en cuenta no sea que antes lo hagan otros.

Por Héctor González. Historiador y activista sindical

Publicado en El Salto

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