Permisos intransferibles, ¿caminando hacia la igualdad?

Con el telón de fondo del circo electoral, son muchos los temas que se han tratado en debates, entrevistas, ruedas de prensa, etc. Pero hay uno que, para variar, ha quedado totalmente invisibilizado: los cuidados como práctica laboral no remunerada eminentemente femenina.

Sin embargo, hay una parcela que sí remunera el sistema. Hablamos de los permisos de paternidad y maternidad: el Decreto de Ley que regula los permisos iguales e intransferibles entró en vigor el pasado 1 de abril (aunque ambos permisos no quedarán del todo igualados a 16 semanas hasta el año 2021). ¿Nos hemos parado a analizar esta medida? Se nos vendió como valiente, feminista, igualitaria… Pero, realmente ¿damos pasos hacia un futuro más igualitario en el ámbito de los cuidados o seguimos caminando en círculos?

Empecemos abordando el asunto desde la perspectiva alimenticia: La OMS recomienda que una criatura recién nacida se alimente los 6 primeros meses de leche materna, añade que la leche es su alimento principal durante el primer año de vida y que se considera un ser lactante hasta los dos años. Pero al trabajo, la madre vuelve antes de los 4 meses. Puedes aplicar la reducción por lactancia hasta los 9. Y… adiós. Un tanto absurdo, ¿no? La madre es para su criatura el único vínculo con la vida tranquila que llevaba en el útero, con todas sus necesidades cubiertas, es sostén, seguridad y confianza para abrirse paso en este mundo hostil.

Pero esto pierde importancia cuando hay que volver al curro. Hasta ahora se ha negado sistemáticamente la ampliación del permiso de maternidad. No había presupuesto, era inviable. Pero, casualmente, el dinero y los recursos no faltan para quienes ya ostentamos privilegios: los hombres reclamamos igualdad reivindicando derechos… para nosotros mismos.

¿De verdad medidas como esta van a favorecer una mayor corresponsabilidad en la crianza? ¿Derivará esto en que de aquí en adelante se empiecen a equiparar el peso preponderante de las mujeres en los cuidados? ¿Aumentarán el número de hombres que accedamos a jornadas reducidas o a excedencias? ¿Quién faltará a trabajar cuando el niño esté malo o cuando haya que ir a una reunión del colegio? Nos gustaría creer que sí, pero de momento los números dicen lo contrario, según podemos leer en la noticia “El permiso de paternidad gana por primera vez al de maternidad” del Diario de León.

Si bien no pretendemos extrapolar la información de un medio local, no hace falta ser una lumbrera para prever que la situación se generalizará: si los hombres copan puestos mejor remunerados suceden dos cosas. Por un lado, el Estado gastará más dinero en cubrir esos salarios durante las 16 semanas que los de sus compañeras y, por otro, seguirán siendo las mujeres las que sientan la presión de dejar su empleo para cuidar, pues éste es más precario y supondrá un menor impacto en la economía familiar. Al margen de aumentar la brecha de clase.

Tema a parte es lo heteronormativo de esta ley. Pues si bien pone el énfasis en la “igualdad”, deja algo de lado la diversidad. Pues, ¿dónde quedan las familias monoparentales, por regla general, solo de madres? Su permiso no se amplía, y su carga es extra. O las parejas homosexuales. ¿Requieren también mecanismos para alcanzar la corresponsabilidad? ¿Son los mismos? En el caso de dos madres, ¿Qué rol adquiere la madre gestante y la no gestante? ¿Retiramos también las trabas a que la no gestante sea considerada madre de pleno derecho ante las instituciones?

Al final vivimos en una sociedad que afronta la cuestión de los cuidados desde la centralidad del mercado laboral. Las necesidades del bebé, su proceso de aprendizaje, los retos que afrontan las familias, pasan a ser secundarios; lo primordial es la rápida y eficiente reincorporación al mundo laboral de los padres. El mercado manda, no hay duda, y sus dinámicas son per se clasistas. Estos permisos se incrustan en un mercado laboral cada vez más precario, lo que conlleva una penalización para las familias más pobres, para aquellos con contratos laborales temporales, mal pagados, a tiempo parcial, o que directamente, están en el paro. Los recursos destinados a sus necesidades de cuidados son mucho más escasos, así como aumentan las posibilidades de que exista una presión que lleve a dejar de lado parte de estos permisos por miedo a la no renovación.

Y si a esta dinámica que economiza nuestras vidas se le añade la individualización y el aislamiento que genera el sistema, el cóctel queda listo. Madres deseando volver al trabajo para salir de la soledad y el agobio de criar solas, parejas sin redes familiares que son carne de guardería, les guste o no la idea… ¿Debemos interpelar solo al padre o a toda la sociedad? Poner en el centro a la criatura y sus necesidades implica generar un clima de inclusión de aquellas personas (grandes o pequeñas) no productivas económicamente. Queremos criar a nuestros bebés, pero no solos, queremos hacerlo de la mano de nuestra gente, de nuestra comunidad.

Por ir cerrando esta reflexión, no creo que los permisos iguales e intransferibles sean pasos adelante en una mayor corresponsabilidad en las tareas de cuidados, más bien una mera adquisición de nuevos derechos para quienes ya ostentamos bastantes. Lógicamente, se entiende que los permisos anteriores al Decreto Ley (y los actuales) son insuficientes, pero creo que sería más necesario ampliar los de la madre, o mejor aún, los transferibles, y que cada familia pueda repartírselo como quiera, en función de sus necesidades y las de su criatura. Pero vamos, que la cuestión trasciende este plano, y debería llevarnos a plantear cómo queremos que sea nuestra sociedad, como centralizar los cuidados, pues queremos disfrutar de nuestros hijos y que nuestras existencias se rijan por unas pautas más humanas.

No todos pensarán como nosotros en materia de crianza, no lo pretendemos. Es hora de que dejemos de señalar, juzgar y culpar a las madres. Opta por lo que te dé la gana: teta, biberón, deja tu trabajo o vuelve en cuánto puedas. Cada una se siente realizada a su manera. Pero vamos a reivindicar el poder llevar a cabo nuestras decisiones.

Este texto es fruto de conversaciones y debates centrados en la nueva realidad de nuestra familia. Los papás no hablamos solo de caquitas y biberones. Hoy decidimos escribir este texto de la misma manera en la que cuidamos, a cuatro manos.

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