«¡No a la Tala!». Los barrios de Madrid se movilizan contra la política arboricida y por una ciudad que merezca la pena

Comienza un nuevo año y la política arboricida de Madrid sigue avanzando a toda vela a pesar de la oposición de sus vecinas.

Resulta complicado determinar con precisión cuántos árboles se han cargado en los últimos años los gobiernos locales de Martínez-Almeida (Ayuntamiento de Madrid) y Ayuso (Comunidad de Madrid). Los últimos datos de los que disponemos son del año 2022, que nos muestran que entre enero de 2019 (año en el que comienza el mandato de Almeida) y diciembre de 2022, la capital ha pasado de contar con 400.739 árboles maduros a bajar hasta los 322.123 (una pérdida del 19%). Los árboles maduros son aquellos que se encuentran “en pleno vigor” o “que han alcanzado su tamaño máximo”, según indica la web del Ayuntamiento.

Vale que entre medias, en enero de 2021, tuvo lugar la tormenta de nieve de Filomena, que supuso la destrucción de unos 60.000 árboles (aunque varios fueron repuestos posteriormente). Pero, si ignoramos la nevada, los datos siguen siendo demoledores. Muestra de ello es que entre diciembre de 2021 (un año después de Filomena) y diciembre de 2022, la ciudad de Madrid perdió 59.107 árboles.

Por distritos, como ocurre siempre, quienes sufren las consecuencias son los barrios más humildes, porque parece ser que los árboles también entienden de clases: los mayores descensos corresponden a Villaverde y Puente de Vallecas, con pérdidas de su masa arbórea superiores al 70%, seguidos de Moratalaz y Usera, con porcentajes mayores del 55%. En el resto de zonas de Madrid el descenso es mucho menor y oscila entre el 83% de Latina hasta el 96% de Retiro. No existe ningún distrito de Madrid en el que se cuenten más árboles adultos que al inicio de la legislatura.

El modelo de ciudad que promueve el PP nos lo ejemplifican espacios como la Puerta del Sol o la Plaza Mayor: urbanismo de asfalto, cemento y hormigón, sin césped, ni zonas verdes. Descalzarse, sentarse a leer un libro o echarse una siesta en una plaza de la ciudad se ha convertido en impensable. Los bancos ya no son alargados y de madera, sino bloques individuales, de hormigón, sin respaldo y están situados a la intemperie. No están pensados para socializar. Las únicas sombras las encontramos bajo las sombrillas de terrazas climatizadas, donde un café cuesta más de 3 euros. Ciudades en la que no es posible el ocio sin consumir.

Cuando las madrileñas decimos que no pisamos el centro en Navidad no hay ningún elitismo cañí en esta crítica”, escribe en El Salto Irene Zugasti. “Lo que subyace es la amargura de ver cómo la ciudad que has habitado y las calles que tienes derecho a ocupar y a vivir son solo vomitorios hacia ninguna parte, y nosotras, sus ciudadanas, puro atrezo, molesto incluso, si no abrimos la cartera para ejercer la libertad. […] La ciudad expulsa a quienes solo quieren ejercerla, y se oferta para otros, efímeros, inversores, clientes; un destino en el que solo terminan por caber quienes pueden pagarse el AVE, el Airbnb, las entradas del Rey León o quienes capean con holgura financiera las compras, el taxi, la lotería y los churros, los regalos, las cenas, el piso, la letra del coche”.

Metro sí, pero no así

En el mes de febrero de 2023, el Ayuntamiento de Madrid autorizó a la Comunidad de Madrid la tala de unos 1.500 árboles para llevar a cabo las obras de ampliación de la línea 11 de metro. Las vecinas del barrio de Arganzuela salieron en masa a la calle bajo el lema de “No a la Tala” y consiguieron que se modificara parcialmente el plan, reduciendo el número de árboles afectados a unos 500 árboles en la zona de Madrid Río. Además, hasta que Ayuso rectificó, las obras se paralizaron, por lo que se consiguió ganar algo de tiempo e ir formando una plataforma fuerte.

Pese a ello, no se dieron por satisfechas y las movilizaciones han proseguido a lo largo de todo el año, defendiendo alternativas viables que garanticen que ningún árbol sea destruido. Y es que gran parte de esta tala no se debe a que sea necesaria para poder abrir una boca de metro o para que pase la tuneladora; una gran cantidad de árboles se van a sacrificar sencillamente por poder guardar la maquinaria de la obra en los descampados que se formarán y evitar así cortar el tráfico.

La tala de árboles es pura ideología neoliberal. Es el triunfo del individualismo sobre lo colectivo. Del coche sobre la naturaleza. Cincuenta años tarda un árbol en crecer y un minuto tarda en morir. Morir porque quienes nos gobiernan no quieren cortar y desviar el tránsito de los coches. Destruir nuestros espacios verdes por no incomodar a los conductores. Es para echare a llorar.

La ampliación de la línea 11 de metro era una deuda pendiente de la Comunidad de Madrid con las vecinas de los barrios por la que pasa, una de las zonas peores comunicadas de Madrid – La Peseta, Pan Bendito y Carabanchel Alto –. Ahora tendrán línea directa a Arganzuela, Atocha y Conde de Casal. Pero lo que es inaceptable es que, por no interrumpir el tráfico, por salvaguardar el comercio y el sacrosanto derecho a usar el coche por zonas céntricas de la ciudad, se vayan a talar tantísimos ejemplares de árboles maduros. Y, además, sin garantías de que vayan a ser repoblados. Incluso si se repoblaran por árboles jóvenes – que no generan tanto oxígeno, ni dan tanto cobertura vegetal como los maduros – el daño estaría hecho; pero sospechamos que en su lugar se instalarán grandes estaciones de metro con centros comerciales y más lugares de consumo.

El “No a la Tala” se extiende por la ciudad

En la segunda mitad de 2023, el resto de la ciudad se ha sumado a la lucha. Y es que las obras no afectan exclusivamente a los árboles del Madrid Río, sino a todos los que se encuentran en el nuevo recorrido de la línea 11. Por ejemplo, en la Calle Áncora, en Atocha, el Ayuntamiento ha autorizado cortar más de 60 árboles para que la Comunidad de Madrid pueda cavar una rampa de descarga que permita a los camiones sacar tierra de los túneles en construcción. O en la zona de Conde de Casal – una de las más concurridas y menos verdes de la ciudad, junto a la salida de la A-3 – se ha aprobado talar el pinar de la Calle Sirio para guardar la maquinaria de obra. Y el corte de árboles en Madrid Río se lleva a cabo por no cortar el tráfico en la Calle de Yeserías.

En los últimos meses, a las movilizaciones de la Asociación de Vecinas Pasillo Verde Imperial de Arganzuela se han sumado otras organizaciones vecinales, como las de Comillas y Retiro, así como diversos colectivos ecologistas, redes de huertos urbanos y activistas ambientalistas.

Las movilizaciones han sido constantes y variopintas durante los últimos meses: manifestaciones vecinales a lo largo de parte del recorrido de la línea 11 – por ejemplo, la Asociación de Vecinas del Retiro salió de Conde de Casal y fue etiquetando todos los árboles que iban a ser destruidos desde allí hasta Atocha –, la rotura de la valla protegiendo las obras en el Madrid Río y la consecuente entrada en el espacio de decenas de vecinas, demandas judiciales solicitando la paralización cautelar de las obras (presentadas por Ecologistas en Acción), denuncias ante el Parlamento Europeo (que ha abierto una investigación), pintadas en la zona de obras, etc.

El 11 de diciembre, la tala de árboles en el Madrid Río comenzó. Sin embargo, cuando los operarios llegaron a trabajar por la mañana, se encontraron con que varias activistas se habían subido a varios árboles y otras se habían encadenado a otros, mientras decenas de vecinas se concentraban fuera del recinto. Horas después fueron desalojadas por la policía – que detuvo a tres activistas por delitos de resistencia y desobediencia – y el arboricidio se llevó a cabo con éxito. Un arboricidio en nombre del progreso, del transporte público, de la interconexión de la ciudad.

Al otro lado del río, las vecinas del Parque de Comillas se encontraron ese mismo 11 de diciembre su parque arrasado. Apenas ha quedado un árbol en pie. Los operarios tampoco han tenido reparos en picar las canchas de fútbol donde a diario juegan los chavales y ahora este espacio público está listo para que entre la maquinaria pesada. Por su zona entrarán la tuneladoras y temen que se llevarán la peor parte. Muestra de ello son las alumnas del colegio público Perú, cuyo patio de recreo está orientado hacia el propio parque afectado por las obras y, a día de hoy, son las mayores damnificadas, además de las vecinas de las calles aledañas, por el ruido que escucharán y el polvo que respirarán durante los próximos cuatro años. Tanto la Asociación de Familias del Alumnado de la escuela, como la Asociación de Vecinas de Comillas, han planteado una entrada alternativa de la tuneladora, por la Plaza de Santa María de la Cabeza, junto a la A-42. Han intentado que se forme una mesa con el Ayuntamiento para ser escuchadas – como sucedió durante las obras de Plaza Elíptica – pero lo único que han recibido del consistorio es silencio. Algo impensable si hubiera sucedido en otros barrios más pudientes.

Más arboricidios

Arranca el 2024. Los árboles de Comillas y de Madrid Río ya han sido cortados. Los malos van ganando. Pero, no contentos con eso, anuncian un nuevo plan: la mayoría de los árboles que actualmente dan sombra en la céntrica Plaza Santa Ana, en el barrio de las Letras, desaparecerán este año, una vez arranquen las obras para reformar el parking subterráneo de titularidad pública que ha sido privatizado. El Ayuntamiento ha condenado a 28 de los 54 árboles del entorno. Serán talados cerezos, castaños de Indias o cipreses, algunos de ellos de gran porte y otros recientemente plantados por el consistorio.

Mientras tanto, la empresa privada que ha recibido la concesión para gestionar el parking – que se prevé que facturará 45,8 millones de euros durante los próximos 27 años de concesión y genera al año 800.000 euros de beneficio, una vez descontados sus costes de 564.125 euros anuales – deberá aportar 1.540 euros a los viveros municipales. Desde luego, se ríen en nuestra cara.

No se trata de la primera vez que Almeida aprueba un proyecto así. El año pasado dio el visto bueno a que se talaran 73 árboles para construir los parkings que el Real Madrid solicitó junto al Bernabéu. Y sabemos que este tipo de decisiones se irán repitiendo a lo largo de los próximos años. Porque unos simples arbolillos no pueden parar a una ciudad vibrante, comercial, moderna, a la que accedes en coche y pagas una pasta por aparcar en el centro, donde la libertad se ejerce a la hora de decidir qué producto comprar, o en qué establecimiento refugiarte del frío o del calor. Una ciudad para el turista, para el rico, para el que paga. Una ciudad en la que el resto de personas, y árboles, no podemos vivir.

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