Não vai ter Golpe, vai ter luta

Não vai ter Golpe, vai ter luta1

Con el fin de entender los últimos acontecimientos que se están sucediendo en Brasil, publicamos el texto de una compañera madrileña que vivió durante un tiempo en este país. Nos cuenta el proceso de destitución de la presidenta Dilma Rousseff, alentado por las élites brasileñas, pero tambiénmuestra la otra cara de un Gobierno alejado de las clases populares

Estos días estamos siguiendo desde lejos, el proceso de impeachment o moción de censura de la presidenta brasileña Dilma Rousseff. Para quienes tengan dudas sobre a qué nos referimos, se trata del mecanismo de control de la actividad política de Gobierno por el cual la cámara baja legislativa puede derrocarlo retirándole su confianza y destituyendo al cargo que fue elegido previamente, para que cese en el ejercicio de sus funciones públicas.

Mientras la prensa internacional observa con estupor este momento, ya sea por la poca frecuencia con la que se utiliza este recurso, como por las chocantes votaciones del Congreso del día 17 de abril, la presentación por parte de la prensa brasileña es bien distinta. Ya desde comienzos del año pasado fue forjándose un claro malestar contra el gobierno del PT (Partido de los Trabajadores) y su gestión económica. El papel de los medios de comunicación en Brasil, cuyo monopolio se encuentra en manos de cinco familias y liderado por el grupo Rede Globo, ha sido vital para difundir en la opinión pública el pensamiento oligárquico en la defensa de la legitimidad del proceso de impeachment y de las manifestaciones “de bien” en la calle, que ha ido calando fuerte en la opinión pública.

Hace tan sólo unos meses era un sacrilegio ocupar las calles, estorbar al tráfico y juntarse en la vía pública sin autorización de las instituciones. Podemos recordar en los últimos años las movilizaciones que ha habido en contra del Mundial de Fútbol y la celebración de las Olimpiadas en Rio de Janeiro, de los históricos movimientos de trabajadores rurales sin tierra y de los urbanos sin techo, o de las masivas manifestaciones contra el aumento de la tarifa del transporte. Sin embargo, ante la necesidad de justificar las nuevas manifestaciones, ahora se aplaude constantemente que “la ciudadanía está en las calles”. Es indiscutible que así es, pero cuando se dice esto, ¿de qué ciudadanía estamos hablando y por qué se ignora deliberadamente a una parte de ella? No deja de ser sorprendente el repentino apoyo y permanente cobertura de los medios a las movilizaciones públicas ahora que vienen desde la derecha y el doble rasero para medir a los manifestantes de los movimientos sociales retratados como vagabundos, bandidos o en esencia despojos sociales con exceso de tiempo libre, frente a las familias patriotas con valores morales, que salen a defender la libertad y un destino mejor para el país, que ha sido tomado por la corrupción. protesto_tarde_luna3

La polarización que se hace desde los medios, tiende una vez más al binarismo: las manifestaciones de los pro-impeachment y las de los gobernistas. Se ha vendido alegremente que los cientos de miles de personas del amplio espectro de la izquierda que están saliendo a protestar contra la moción de censura están necesariamente ligados a partidos políticos y sus sindicatos, al Gobierno o al PT. Negar, difuminar e incluso estigmatizar a los sectores críticos al Gobierno pero que no por ello apoyan el impeachment, es una postura muy cómoda tanto para la derecha, como para el partido del Gobierno, que también se anota tantos de consolación y falsos seguidores.

Con todo y con eso, no podemos dejar de mostrar quiénes son estos buenos manifestantes que piden la cabeza de Dilma y hasta en ocasiones, la vuelta de los militares. Nos podemos hacer una idea del nivel de las protestas que son lideradas por blancos rubios, en un país cuya población es mayoritariamente negra (en todas sus tonalidades), en la que hemos visto la paradigmática imagen de la pareja blanca que pasea al perro mientras la empleada doméstica negra empuja el carrito de los críos y pasa su jornada de trabajo en una manifestación “a favor del cambio en Brasil”. ¿De qué cambio estamos hablando? Pareciera que hay quien desearía que Brasil no hubiese cambiado y no tener que pagar a la empleada doméstica y volver al régimen de esclavitud que estuvo por más de cuatro siglos en el país y que ha dejado unas terribles secuelas de evidente racismo estructural que perduran hasta hoy. impeachment

Cuando las consignas que mueven estas protestas son referidas a que el Gobierno arruina a los empresarios honrados que se esfuerzan por levantar el país, de nuevo podemos hacernos un esbozo de quiénes forman parte de estas protestas y de si la representación del “pueblo”, está formada única o esencialmente por empresarios en un país en el que las desigualdades sociales son verdaderamente hirientes. Pero siguiendo con la radiografía de las llamadas “protestas anticorrupción”, creo que la existencia de “palcos VIP” en las manifestaciones, habla por sí sola. Tal vez algunos se hayan quedado en los tiempos de la Copa, visto que su único contacto con colectivos en el espacio público, se remonta a los Fun Fest (perímetros delimitados durante el Mundial de festejos exclusivos), quizá esta sea la razón por la que todos los manifestantes visten el atrezzo con los colores de la Selección de fútbol.

Proceso de votación

La Câmara Federal, compuesta por 531 diputados, de los cuales menos del 10% son mujeres, apenas un 20% se identifican como negros y sin ninguna representación indígena, es la encargada de autorizar la apertura del proceso de impeachment, con al menos 342 votos. Una vez aprobada, el Senado tiene que confirmar esta votación y juzgar si la presidenta cometió o no “delito de responsabilidad”. Pese a su nombre, no se refiere a un delito en el sentido penal sino que se trata de una infracción política que la Ley brasileña recoge como los actos del Presidente que atenten contra la Constitución Federal y contra una serie de bienes jurídicos públicos, entre los que se encuentra la Ley de Presupuesto, cuya vulneración es lo que se imputa a la presidenta como delito de responsabilidad y supuesta base para el impeachment, a través de la llamadas “pedalada fiscales”, esto es, estrategias contables que consistirían en retrasar pagos del Tesoro Público a bancos públicos, así como la emisión de créditos suplementarios que superarían el presupuesto previsto para el año pasado.

Durante la votación en el Congreso, no sólo no hubo ningún informe que expusiese las alegadas infracciones presupuestarias, ni se invitó a expertos fiscales para que explicasen los aparentes motivos de la destitución, sino que la calidad de los argumentos a favor de la moción de censura fue absolutamente sorprendente y surrealista. En un Estado supuestamente laico, los motivos más nombrados para expulsar a la Presidenta de su cargo fueron; dios -invocado por unos 58 parlamentarios, y “mi” familia (“cuadrangular y evangélica” ¿?), respaldada por unos 100 diputados (con enumeración de los hijos, madres y hermanos, de cada diputado) aprovechando para saludar al nieto que está naciendo en ese momento. De ahí pasaron a las más variopintas motivaciones: “por los derechos de los niños”, “por el amor a la vida”, “por los sueños”, “por los masones de Brasil”, “por mi querida policía militar”, “por los productores rurales, ya que si el productor no planta, no hay comida ni cena”, “por los vendedores de seguros”…ahora sí quedó claro.

Nao vai ter golpe

Nadie se cortó mínimamente en defender intereses privados abiertamente para emitir su voto; a pesar de sus cargos como “representantes del pueblo” en la cámara legislativa. Jair Bolsonaro, conocido como el “Donald Trump brasileño”, votó, sin el menor sonrojo “por la inocencia de los niños”, seguido de “la memoria del Coronel Brilhante Ustra”, uno de los principales torturadores de la dictadura brasileña, que torturó personalmente a la presidenta Dilma y que es recordado dentro de sus tormentos, por llevar a los niños a presenciar las torturas de sus progenitores.

Como colofón al escenario circense repleto de pitos, gritos, carteles y banderas atadas al cuello a modo de capa de superhéroe, el diputado Wladimir Costa coronó el despropósito con un cañón de confeti y una canción patriótica; acabada la votación no quedaba claro si se celebraba que se había aprobado el proceso de impeachment o tardíamente se sacaban la espinita de la victoria del Mundial de Fútbol que nunca pudo ser.

Motivos para la destitución

Habiendo millones de quejas razonables y evidentes hacia al Gobierno, a la figura de Dilma o a su partido en conjunto, es importante pararse a analizar qué tipo de críticas son las que aparecen en los medios y de dónde parten. No puede obviarse el carácter marcadamente machista de las recurrentes críticas e insultos a la Presidenta. A modo de ejemplo, podemos citar un artículo repulsivo y ridículo que ha sido publicado recientemente en la revista Veja, en el que se ensalza el prototipo de mujer socialmente aceptado en la esfera pública, aplaudiendo los valores admirables de la “posible futura primera dama”, la mujer del vice-presidente, Marcela Temer, a quien definen como “bella, recatada y ‘de su casa’”, frente a las descripciones aparentemente negativas de Dilma como mandona, histérica y bollera.

Amén de las cuestiones fiscales, otra versión de los motivos de estas votaciones aparentemente contra la corrupción, como si la dimisión forzosa de Dilma fuese a acabar un problema endémico en el país, es que muchos de estas personas investigadas esperan que tras el impeachment, se suavicen las investigaciones penales que pesan sobre ellos. No deja de ser paradójico que, Dilma que es una de las pocas personas que aún no ha sido investigada por casos de corrupción, soborno o lavado de dinero, sea reprochada por estos parlamentarios, cuando más de la mitad de los que votaron solemnemente a favor del impeachment y contra la corrupción, se encuentran inmersos en procesos judiciales ligados a corrupción.

Sin duda, la crisis económica que recién está llegando a Brasil, con el desempleo y política de ajuste que ello ha supuesto, unido a la táctica desafortunada y cuestionable de última hora de Dilma de aforar a Lula colocándolo como Jefe de Gabinete de la Presidencia, ha terminado de colmar su amplio rechazo social. La idea de contar con Lula de nuevo en el Gobierno, sabiendo que ella no tiene los apoyos ni la popularidad que tenía su antecesor, ha sido un intento algo desesperado de ganar simpatías por nostalgia política por un lado e inevitablemente, ha creado numerosa suspicacias al nombrarlo como su principal asesor con rango de ministro, por lo que no podría ser juzgado por el juez responsable de los procesos penales del mayor escándalo de corrupción y blanqueo de dinero a gran escala que ha afectado a numerosos cargos públicos y dirigentes de grandes empresas, conocida como “Operación Lava Jato” (lavado de coches), en la que Lula ha sido nombrado en los autos de la investigación y que en caso de que se confirmasen los indicios de su participación, tendría que ser juzgado por el Tribunal Supremo. marcha-brasil-golpe.jpg_1718483346

Podemos discutir si es razonable que un mismo partido siga perpetuándose en el poder tras 12 años al frente, o si eso no es más bien una clara señal de autoritarismo y pérdida de visión. Además, el PT también está atravesado por casos de corrupción, la acomodación en los cargos públicos y los privilegios que ello conlleva, los oídos sordos a los movimientos sociales, y a la violencia institucional que arrasa impunemente a las ya oprimidas y maltrechas periferias. Sin embargo, también es innegable el cambio que ha habido en Brasil en materias de “bienestar social”, por paupérrimas e insuficientes que éstas sean. Pueden parecer migajas pero hasta no hace tanto, las reivindicaciones de las luchas de los más depauperados no tenían cabida en las agendas públicas ni por asomo. El gobierno del PT es un fraude sin duda, pero cuando la alternativa (al menos en términos de representación institucional) es la plutocracia, el temor de que además de los lobbies, ésta maneje también la dirección de las políticas públicas, es tremendo.

Manteniendo el rechazo al Gobierno, muchos colectivos han salido a criticar la moción de censura, pues consideran que se trata de una nueva elección indirecta y una salida inadecuada para canalizar el descontento frente al Gobierno y porque es imposible no ver que lo que lo mueve es la frustración de las élites económicas que no pueden aceptar, que pese a poseer los principales capitales y empresas del país y los medios de comunicación, el PT haya salido reelegido durante cuatro elecciones sucesivas. ¿Qué opción hay de barrer debajo de la alfombra 54 millones de votos? Pues el proceso de impeachment, que tan sólo necesita a 342 personas para sacarla de un plumazo.

¿Sin embargo, de qué democracia estamos hablando y para quién?

Flávio Renegado, un rapero conocido por sus críticas desde la favela, expresa elocuentemente el trasfondo que tiene el proceso de moción de censura: “en la comunidad (favela) nunca hubo democracia, sino abuso de la policía. La élite brasileña apoya el Golpe porque negro en la universidad incomoda y mujer en el poder molesta”. Para entender la magnitud de este proceso y su sobreexplotación en los medios, debe ser contextualizado y aterrizado en la rutina de supervivencia de gran parte la población.

En un país donde es evidente el terrorismo de Estado diario, donde se extermina a su juventud negra y pobre a plena luz del día, justificando las vidas segadas como “daños colaterales” o “autos de resistencia” (un eufemismo jurídico para hablar de legítima defensa cuando las balas provienen de la policía), un país que tiene la mayor tasa de homicidios violentos por encima de las doce principales zonas de guerra del mundo, donde campesinos que luchan por la tierra son eliminados por pistoleros de los caciques latifundistas del Norte con total aquiescencia del Estado, donde son asesinados 30 mil jóvenes al año, donde el uso de la tortura sigue siendo sistemático en la hacinadas prisiones y comisarías (un reciente informe de Amnistía Internacional, reveló que más del 80% de las personas detenidas temen ser torturadas), en un país donde todo lo anterior es perfectamente asumido y normalizado por la sociedad brasileña, queda claro que la preocupación social tiene sus prioridades. Al final, ¿quién tiene voz (y voto)? La mal llamada clase media, nunca va a ser víctima de estas violaciones, la principal preocupación que alerta entonces, es la pérdida de poder adquisitivo. Si en Europa nos acecha el auge del fascismo ante la austeridad y migración, en Latinoamérica una ola reaccionaria se disputa el poder con el populismo, mientras las clases populares continúan profundamente olvidadas y la única cara que se exporta, es la de aparente desarrollo económico.

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 Tras el sonado “Não vai ter Copa”, de las movilizaciones contra el Mundial de Fútbol, las manifestaciones contra el impeachment reciclan un “Não vai ter Golpe” (No va a haber Golpe de Estado) y algunos/as añaden “Vai ter Luta” (Va a haber lucha).

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