La Huelga del 14N y lo que vino después

En el número anterior analizábamos de manera más o menos extensa las razones para secundar la Huelga General, su sentido práctico e histórico, así como el cambio estratégico que consideramos que requieren los nuevos tiempos. El 14 de noviembre se hizo lo que se pudo. Y quien pudo, puesto que eran millones los que no tenían un trabajo al que faltar, y otros/as tantos/as quienes se vieron con la soga al cuello ante la posibilidad de perderlo.

Aún así, la huelga del 14N tuvo mejor acogida que sus predecesoras. Cabe destacar que, en más de 100 puntos del estado español, se celebraron aquel día manifestaciones convocadas por bloques autónomos, anticapitalistas, sindicatos de base, etc., que tuvieron una alta participación. En varios lugares superaron incluso a las convocadas por los sindicatos mayoritarios, que también fueron bastante multitudinarias. Cada vez menos gente duda de la necesidad de movilizarse, aunque siga siendo significativo el número de personas que no ven en el hecho de hacer huelga un instrumento verdaderamente legítimo y eficaz. Prueba de ello es que en las manifestaciones convocadas aquel día, el número de asistentes superaba de forma muy elevada al número de gente que había secundado el paro del trabajo. Es decir, que muchas personas madrugaron aquel día, fueron a su puesto, se llevaron su sueldo, y por la tarde salieron a protestar junto a otros/as que habían perdido el salario de un día y habían corrido el riesgo de ser represaliados/as por sus jefes. Así, claro está, la huelga no funciona como debería.

Pero eso no significa que la gente no esté disgustada y no quiera romper con la normalidad para reivindicar lo que es suyo. En lugar de demonizar a quienes trabajaron y fueron a las manis, pues de una manera u otra ahí estaban y por algo sería, merece la pena examinar cómo y por qué hemos llegado a este punto en que nosotros/as mismos/as relegamos a un segundo plano una herramienta tan importante. En primer lugar, como hemos dicho anteriormente, la Huelga General convocada como paripé de los sindicatos hace que algunas personas piensen que no merece la pena correr el altísimo riesgo que supone faltar a trabajar. Al día siguiente del 14N (igual que al día siguiente de todas las huelgas) los telediarios hablaban de la violencia de los piquetes, de la presión que ejercían sobre los pobres trabajadores impidiéndoles desarrollar su jornada con normalidad. Casi ninguno se detuvo a analizar la presión que muchos/as jefes/as ejercen sobre sus empleados/as, cuando les amenazan de manera directa o indirecta con hacerles perder su puesto si secundan la huelga. Saben que hay mucha gente desesperada y que no tienen más que chasquear los dedos para conseguir un/a sustituto/a barato/a. Además, después de las últimas reformas, los contratos de trabajo son tan inestables que una gran mayoría de los/as “afortunados/as” que tienen un contrato, están en régimen temporal o en período de prueba. En cualquier caso, aunque uno/a tenga en teoría derecho a hacer huelga, despedir es ahora tan fácil que la inestabilidad es una medida de presión añadida a la hora tomar una decisión que podría acabar con la única fuente de ingresos de una familia.

¿No son todas estas cosas razón de más para unirnos y hacer uso de las herramientas que tenemos? Por principios y por cabezonería diremos que sí. No es que la huelga ya no valga, sino que nos han robado su significado.

Una cosa que se llamaba “derecho a huelga”

Había una vez una cosa que se llamaba derecho a huelga, que ya antes de ser un derecho era un instrumento de la clase trabajadora para poder ejercer presión sobre patrones y los gobernantes, y luchar así por otros derechos. Se basaba en el apoyo mutuo entre compañeros/as, y aquéllos/as que no la secundaban eran considerados/as esquiroles. Mientras el resto de trabajadores/as perdían su sueldo y arriesgaban su puesto por el bien común, los/as esquiroles tragaban, callaban, se guardaban el dinero, y medraban en sus trabajos. Los/as huelguistas organizaban piquetes para convencer a los/as esquiroles de que debían apoyarles y, en caso contrario, intentaban que no perjudicaran el impacto de la huelga. Les dificultaban el acceso al lugar del trabajo, saboteaban las máquinas, etc., para que no pudieran desarrollar sus tareas con normalidad. Así, aunque los/as esquiroles no quisieran apoyarles, tampoco podían prestar sus servicios al patrón.

Pasaron los años, y los sindicatos verticales empezaron a corromper la herramienta, usándola según su conveniencia política. Los/as gobernantes y los medios de comunicación de masas, se aprovecharon de esta circunstancia para empezar a  cambiar el significado de aquel derecho y se inventaron otra cosa llamada “el derecho a ir a trabajar”. Se dignificaba así la figura del esquirol, su esfuerzo por “levantar el país”, y se criminalizaba la del huelguista y la del piquete informativo.

Todos los medios generalistas, incluidos los considerados izquierdistas y progresistas,  al día siguiente del 14N centraban sus informaciones sobre la jornada de huelga en un relato sesgado sobre los disturbios, los agravios de los piquetes hacia los/as ciudadanos/as que intentaban ejercer su “derecho a ir a trabajar”, y los daños en el mobiliario urbano llevados a cabo por “unos pocos radicales antisistema”. Criminalizaban la rotura de lunas de los bancos, como si los bancos no tuvieran nada que ver con lo que nos pasa, y como si no les hubiéramos regalado ya bastante dinero con el que arreglar sus lunas. Mientras, como siempre, mostraban un nulo interés en explicar el sentido de los piquetes o las razones por las que la gente está tan enfadada.

En cuanto a la represión, alguna noticia de policía “peganiños”; pero poco, o al menos nada útil, sobre los/as detenidos/as.

Cabezas de turco

Aparte del gran número de heridos/as, hasta 155 personas fueron detenidas durante la Huelga General. Entre ellos/as, dos miembros de la peña “Bukaneros”, grupo de hinchas del Rayo Vallecano que lleva 20 años animando a su equipo y oponiéndose al fascismo y a las injusticias desde las gradas de su estadio. La policía irrumpió en una de sus sedes durante la noche de la huelga, y Cristina Cifuentes no tardó en criminalizar públicamente a la peña, adjudicándole a este colectivo la responsabilidad de los disturbios de Madrid. Más tarde, algunos medios utilizaban una táctica similar, otorgándole toda la titularidad de la revuelta a los “Mutants”, un prolífico grupo de grafiteros de la ciudad. En ambos casos, se trataba de intentos de desviar la atención del hecho de que estamos todos/as cada vez más cabreados/as. En palabras del comunicado que lanzó  Bukaneros el 15 de noviembre: “Interesa más tratar a un pequeño colectivo como auténticos terroristas que hablar de las históricas manifestaciones de ayer o de la enésima actuación desproporcionada e inhumana de las fuerzas de seguridad”.

Como ya sucediera en la Huelga de marzo en Barcelona, una persona ha ingresado en prisión preventiva con el fundamento de la “alarma social”, cuando esto está prohibido por el Tribunal Constitucional desde la reforma del año 2003. Desde aquí, nuestro máximo apoyo a los/as detenidos/as y a todas las personas que se están viendo afectadas por esta nueva oleada de represión.

Las huelgas de recogida de residuos

Si bien la Huelga General da para muchas horas de sensacionalismo televisivo, no hay nada como las huelgas sectoriales para aprovechar y echar mierda encima a los colectivos que osan unirse por sus derechos. En esta ocasión le ha tocado a los/as trabajadores/as de la recogida de residuos de varias ciudades del estado español.

En Jerez, los/as empleados/as de la concesionaria Urbaser, convocaron el paro contra los recortes previstos por la Administración. Los 19 días de huelga hicieron crecer el conflicto hasta límites insostenibles. Entonces, el Ayuntamiento recurrió al método más que ilegítimo de contratar a una empresa externa de participación estatal para hacerse cargo, según ellos/as, de la prestación de los servicios mínimos. Los ánimos, cada vez más caldeados, derivaron en enérgicos enfrentamientos entre la policía y los/as vecinos/as quienes, como acto de protesta llegaron a incendiar 70 contenedores en una noche. Además, reivindicaban soluciones realizando cortes de tráfico, y rompiendo las bolsas para esparcir los restos por las calles. Finalmente, se desconvocaba gracias a un acuerdo que evitaba más de 125 despidos.

En Madrid, la huelga de recogida de residuos duró 72 horas, pero bastaron para que toneladas de basura se acumularan en las aceras hasta varios días después de ser desconvocada. El Ayuntamiento prevé recortar puestos y salarios aprovechando el cambio de contrata. De poco sirven las tasas de basura que se imponen a todas las viviendas por partida doble (En 1989 ya se incluyó la tasa en el IBI y, desde hace unos años, se cobra además por separado) y las subidas de los tipos impositivos, además de la reducción de la prestación del servicio de recogida selectiva. En otras palabras: pagamos más impuestos, tenemos peor servicio, y encima los/as trabajadores van a quedarse en la calle. Sin embargo, este tipo de situaciones se aprovechan para deslegitimar a los/as huelguistas, haciendo hincapié en el perjuicio y la incomodidad que nos generan. Así nos enfadamos entre nosotros/as en lugar de unirnos contra ellos/as. No nos dejemos engañar. Con quien hay que cabrearse es con los/as que nos cobran impuestos por vivir, y encima quitan a la gente su medio de vida, no con los/as trabajadores/as de la recogida de residuos, que bastante basura tienen ya encima.

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2 comentarios en «La Huelga del 14N y lo que vino después»

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