De contracultura y luchas obreras: represión e hipocresía en el margen oriental de Europa

No hay duda de que Rusia es un país extraño. Tanto, que parece posible modificar a conveniencia su posición geográfica, convirtiéndose en occidental cuando se hable de la Organización Mundial del Comercio, de la que entró a formar parte este mismo agosto, y en la Rusia oriental en cuanto a represión de libertades. Dos países que son uno solo, la cercana Rusia diplomática y la lejana Rusia represiva y autoritaria. Como si Occidente quisiera alejar de sí sus propios fantasmas.

La cuestión es que en este país insólito saltó hace ya unas semanas el escándalo del grupo punk feminista Pussy Riot. Hay poco nuevo que decir del caso. Tres integrantes del grupo han sido condenadas a dos años de cárcel por elevar una oración contra Putin. En realidad, cuatro versos de una canción vociferados en plena catedral de Moscú, principal templo de la Iglesia ortodoxa rusa. Vandalismo motivado por odio religioso, en términos más concretos. La respuesta desmedida de la justicia rusa demuestra su intención ejemplarizante. Lo obtenido, en cambio, ha sido una ola de solidaridad en todo el mundo, a la que incluso se han adherido Madonna, Paul McCartney, Sting y el siempre solícito antiputin Kaspárov.

Sobra decir (o quizá no) que en los países occidentales no estamos libres de situaciones similares que no han tenido el mismo trato ni en los medios ni entre los artistas. ¿Ejemplos? El más cercano, la detención de cuatro personas en un acción laicista y feminista en la capilla de la Universidad Complutense de Madrid, que tuvo como resultado una oleada de recriminaciones conservadoras contra los autores de la performance.

Es normal, entonces, que surjan resistencias y, de hecho, ya hay quien incluso se anima a considerar todo el asunto como una maniobra propagandística y, aún mejor, como un circo mediático que no hace sino crear un nuevo icono de ventas para engrasar el capitalismo.

¿Por qué tantas muestras de solidaridad no se expresan más a menudo? Una buena razón es la sencilla necesidad de criticar a la lejana y autoritaria Rusia. Otra sería la inteligencia y oportunidad de las propias Pussy Riot a la hora de realizar su acción. Sin entrar a valorar sus motivaciones, han sabido golpear fuerte y atraerse la atención necesaria. Prácticamente firmaron su sentencia al llevar adelante su plegaria, sabiendo de la necesidad del Gobierno de Putin de defender a la Iglesia ortodoxa, puesto que la población conservadora y religiosa constituye la principal base social del Gobierno, sacando a la luz la fractura existente en la sociedad, motivada por el clima de represión.

Pero volviendo a la idea de la lejana Rusia despótica, si buena parte de quienes han mostrado su apoyo a las Pussy Riot pretenden reducir la postura de estas al enfrentamiento con Putin, ellas mismas han rechazado esta idea, situando la crítica contra Putin en la línea del resto de luchas anticapitalistas occidentales. En una entrevista de Der Spiegel a Nadezhda Tolokonnikova (miembro del grupo) al comentario del periodista “Si entendemos apropiadamente sus performances, no solo se dirigen a Putin, sino también van contra el capitalismo”, ella responde contundentemente “Sí, somos parte del movimiento anticapitalista mundial, formado por anarquistas, trotskistas, feministas y autonomistas. Nuestro anticapitalismo no es antioccidental o antieuropeo. Nos consideramos parte de Occidente, y somos producto de la cultura europea.”

Por último, es interesante su valoración en dicha entrevista sobre el papel de la mujer rusa: “Las mujeres rusas están atrapadas en algún punto entre los estereotipos occidental y eslavo. Por desgracia, Rusia está aún dominada por la imagen de siglos de la mujer como cuidadora del hogar, y de las mujeres que crían solas a sus hijos, sin ayuda del hombre. Esa imagen sigue siendo cultivada por la Iglesia ortodoxa rusa, que convierte a las mujeres en esclavas, y la ideología de Putin de “democracia soberana” sopla en la misma dirección. Las dos rechazan todo lo occidental, incluyendo el feminismo. Pero Rusia, también, tiene una tradición de un movimiento de liberación femenina de estilo occidental, que Stalin aplastó. Espero que vuelva a levantarse… y que nosotras podamos ayudar a que ocurra.”

Si Rusia es singular, Kazajistán es puro misterio. Para la mayoría, simplemente no existe. Por ello, no es de extrañar que las protestas en este país ignorado no adquieran la misma notoriedad que en el vecino, a pesar de que los abusos sean parejos. En concreto, una huelga de trabajadores del petróleo en diciembre del pasado año, en Zhanaozen, al oeste del país, que exigía un aumento de los salarios y mejores condiciones laborales, se saldó con 16 muertos, 64 heridos y una docena de encarcelados.

En la línea de lo que comentábamos en la primera parte de este artículo, denunciar a Putin como figura autoritaria y antidemocrática es sencillo. Putin ha maltratado a las empresas energéticas occidentales, oponiéndose a los intereses de los países europeos e incluso ha encarcelado oligarcas como Mikhail Khodorkovsky. Pero los abusos de Nazarbayev en Kazajistán no son preocupantes, quizá se sobrepase con los trabajadores y pisotee sus derechos, pero ha abierto las puertas a la inversión y a “nuestras” empresas petroleras.

Efectivamente, Occidente no tiene necesidad alguna de criticar la democracia kazaja, su represión no exalta los ánimos liberales porque su Gobierno no ataca las reglas del negocio. Por eso, las muestras de apoyo en los medios languidecen al compararse con las recibidas por el grupo de punk ruso. Alguna noticia suelta puede aparecer aquí o allá, pero no veremos a Madonna o McCartney solidarizándose por unos trabajadores masacrados y encarcelados. La gravedad, en este caso, no tiene importancia, solo la política exterior y la imagen.

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