Más allá de la doctrina del crecimiento

«Crecimiento Económico» es un mantra que se repite de forma constante. Las élites políticas y económicas contemporáneas, tanto derechistas como muchos izquierdistas, todavía se adhieren a la doctrina de crecimiento olvidando sus muchas desventajas.

La destrucción del tejido social

Las sociedades capitalistas basadas en el crecimiento continuo están dominadas por el consumismo, degradando las vidas, generando personas atomizadas y apolíticas que sólo se preocupan por sí mismas. Como Erik Olin Wright observa acertadamente[1], la dinámica competitiva del mercado capitalista ejerce una gran presión sobre las economías para crecer tanto en la producción total, como en la productividad. Los beneficios se obtienen de la venta de bienes y servicios, cuanto mayor es la venta, mayores serán los beneficios. Por lo tanto, las empresas capitalistas están constantemente tratando de aumentar su producción y sus ventas. Una gran cantidad de recursos son dedicados específicamente a esta tarea, especialmente en forma de estrategias de publicidad y marketing, pero también en términos de políticas gubernamentales que facilitan sistemáticamente la expansión de la producción. En suma, esto fomenta un crecimiento orientado hacia el aumento de la producción.

En una sociedad capitalista basada en el crecimiento al tiempo libre se le da valor nulo, ya que no resulta ser una mercancía que se pueda vender en el mercado. Una dinámica de consumo continuo apoyada por determinadas formas culturales, crea individuos alienados y mecanicistas, independientes y aislados de una posible comunidad. En otras palabras: los seres humanos, capaces de un pensamiento autónomo, se transforman en un engranaje mas de la inmensa rueda del crecimiento, en nombre del crecimiento mismo.

El aumento de las desigualdades

El aumento de las desigualdades sociales es otro efecto negativo que acarrea el crecimiento económico constante. Según Jason Hickel, de la London School of Economics, el 1% más rico del mundo ha incrementado sus beneficios en un 60% en los últimos 20 años, mientras que la desigualdad económica mundial está en su punto más alto durante el mismo período, durante el cual la economía mundial ha estado en constante crecimiento. Los efectos negativos de la doctrina del crecimiento ya se percibían en 1897, cuando Errico Malatesta en su libro En el Café escribió:

«Estos males (desigualdad social, pobreza, desempleo) generalmente son más intensos en los países donde la industria está más desarrollada, a excepción de allá donde los propios trabajadores lograron, a través de la organización en el lugar de trabajo, la resistencia o la revuelta, mejores condiciones de vida .»[2]

Más de un siglo después, George Monbiot sostiene que,

«La vieja excusa de que debemos arrasar el planeta para ayudar a los pobres, simplemente no cuela. Por unas pocas décadas de enriquecimiento adicional para aquellos que ya poseen más dinero del que poder gastar, las perspectivas para el resto de habitantes de la tierra se ven disminuidas».

La doctrina del crecimiento económico constante contribuye al aumento de la desigualdad y la injusticia, y la riqueza que se produce es a menudo ilusoria: incluso para los ricos, este tipo de sociedad no es agradable, pero es, por el contrario, permitida por el cinismo y la violencia. Tal vez es hora de empezar a pensar más allá de la doctrina del crecimiento y de rechazar el infame lema thatcheriano de que «no hay alternativa» al capitalismo. En su lugar, debemos dirigirnos hacia la calidad más que la cantidad y la cooperación por encima de la competencia.

Una sociedad más allá del economicismo

Con el fin de ser capaces d4e imaginar y crear una sociedad que no se base en el crecimiento económico constante, debemos ir más allá del economicismo, es decir, del pensamiento mecanicista y consumista. Esto significa oponerse, en la teoría y en la práctica, al dominio que ejerce la economía en todas las esferas de la vida cotidiana, así como en nuestra mente y subordinarla a la política, con el fin de reflejar las necesidades y deseos humanos reales.

Una alternativa al capitalismo y al Estado-nación, es la sociedad autónoma. Según Cornelius Castoriadis, una sociedad autónoma no puede establecerse excepto a través de la actividad autónoma de la colectividad. Tal actividad presupone que la gente valora algo más que la posibilidad de comprarse un nuevo gadget. Se presupone que la pasión por la democracia directa, la libertad y los asuntos públicos tomarán el lugar de la distracción, el cinismo, conformismo y consumismo. También se requerirá la sustitución de las actuales instituciones nacionales y mundiales de gobernabilidad por el establecimiento de sistemas políticos autogestionados y autónomos.

Una sociedad autónoma se basa en la solidaridad, la igualdad, la autodeterminación y la democracia. Las necesidades de la sociedad están determinadas por los/as ciudadanos/as y no por los mecanismos del mercado y dogmas artificiales. La contaminación a gran escala y las fuentes de energía no renovables serán reemplazadas por las renovables a pequeña escala, dirigidas a la autonomía y la sostenibilidad local. Esto supone, entre otras cosas, el cese de la cuestión económica como valor dominante o exclusivo.

El precio a pagar por la libertad es la destrucción de la economía como valor central y su sustitución por la pasión por la participación política. De lo contrario, el precio que tendrá que pagar la humanidad por el estilo de vida consumista derrochador que la doctrina del crecimiento promueve será mucho mayor. Muchos científicos/as advierten que la Tierra no será capaz de mantener por mucho más tiempo las condiciones para la vida como la conocemos si nuestras economías siguen funcionando de la misma manera. Sin embargo un creciente número de personas están comenzando a no sentirse satisfechos con este estilo de vida consumista, ya que, tal como parece, el consumo constante no es una razón suficiente para vivir.

Autolimitación

La tecno-ciencia contemporánea se refleja en el famoso lema, «si se puede hacer, se hará, sin importar las consecuencias.» Esta lógica está estrechamente relacionada con la doctrina del crecimiento. La esencia de esta forma de pensar es que no importa si necesitamos algo o no; se creará una razón y se pondrán los medios para venderlo.

Castoriadis plantea la cuestión de la auto-limitación de los avances en la tecnología y el conocimiento, no por razones religiosas o totalitarias (señala el hecho de que Stalin decretó que la teoría de la relatividad es anti-proletaria), si no como una opción política, es decir, por el pensamiento. En otras palabras: romper con la heteronomía de la tecno-ciencia que domina el imaginario de la sociedad contemporánea y reemplazarlo por un pensamiento autónomo que abra muchos horizontes. La aparición de ciudadanos/as capaces de una autolimitación consciente de forma individual y colectiva es de crucial importancia para tomar la sociedad más allá de la doctrina del crecimiento. Esto sólo se puede hacer por la gente común a través de la apertura de espacios de participación y emancipación que pueden integrar la responsabilidad y la autonomía en todos los ámbitos de la vida humana.


Traducción de “Beyond the Growth Doctrine” de Yavor Tarinski para new-compass.net

1. Erik Olin Wright: Envisioning Real Utopias, Verso Books, London 2010, p. 66

2. Errico Malatesta: At the Cafe: Conversations on Anarchism, Freedom Press 2005, p. 30

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