Moria: Cuando lo único que le faltaba al infierno era arder

En la madrugada del pasado 9 de septiembre, el campo de personas refugiadas de Moria, situado en la isla de Lesbos (Grecia), que albergaba a cerca de 13.000 personas (cuatro veces su capacidad oficial) en condiciones deplorables (lo cual se debe a una decisión política de la UE), quedó destruido en un incendio. Debido a los fuertes vientos, las llamas se propagaron con rapidez y arrasaron con prácticamente todo, especialmente contenedores y carpas.

Las habitantes del campo (recordemos, que son refugiadas políticas que huyen de guerras empezadas por Occidente), ante el avance del fuego, trataron de huir hacia la ciudad de Mytilini, pero el paso les fue cortado por la policía. Acamparon, durmiendo muchas a la intemperie, en el campo o en la carretera. El agua y la comida empezó a escasear, pero ese mismo día el gobierno griego reaccionó justo con lo requiere una emergencia como ésta: un barco militar con armamento pesado atracó en la isla. Desde entonces la isla ha sido tomada por policías antidisturbios envueltos en banderas griegas y el ejército, encargado de restringir la libre circulación. El 12 de septiembre las fuerzas armadas reprimieron protestas – en las que había niños – con gases lacrimógenos (apuntados a las cabezas, a bocajarro) y duras cargas.

Desde la comodidad de nuestras casas pudimos observar casi en directo las horribles fotos de las carpas ardiendo gracias al trabajo de activistas como Irene, la activista y periodista con cuenta de Twitter @Feminazida. “Soy incapaz de saber cómo se documenta el horror sin caer en un espectáculo que golpee la dignidad de las personas que lo sufren. Tenemos imágenes de bebes, niñas, jóvenes, mujeres, hombres y abuelos con tremendas lesiones por los botes de humo y la violencia policial”, confesaba la compañera. Y es que ella nos ha demostrado que para documentar el horror no era necesario invadir la intimidad de las habitantes de Moria y mostrar sus caras de dolor: imágenes como la de miles de folios de solicitudes de asilo destruidos, sobre el barro, generan el mismo pavor, pues representan sus esperanzas deshaciéndose en cenizas.

A día de hoy se está abriendo un nuevo campo, con unas condiciones igual de terribles que el anterior, lo cual evidencia que el ejecutivo heleno está dispuesto a cometer los mismos errores del pasado. Como dice Irene, “mantener los campos de refugiados no es una opción. Los solicitantes de asilo necesitan garantias procesales y legales, alternativas dignas de vivienda y políticas de reparación por la violencia sufrida. Esto no es apuntar alto, esto es un acuerdo de mínimos”.

Compartimos a continuación un artículo del periodista Hibai Arbide Aza, publicado en El Salto el pasado 11 de septiembre bajo el título “Lo que nos jugamos en Lesbos” que refleja perfectamente la gravedad de la situación.

Lo que nos jugamos en Lesbos

En Lesbos se juega una partida en la que los derechos humanos son lo único menos importante que las necesidades y deseos de los refugiados. El Gobierno griego suspendió unilateralmente la Convención de Ginebra el pasado 1 de marzo. Suspendió el derecho de asilo con el respaldo de la UE —tanto de la Comisión, como del Consejo y del Parlamento—. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, “agradeció” (sic) a Grecia ser el «escudo europeo” (sic).

Desde entonces hemos visto cómo guardacostas griegos disparaban fuego real contra refugiados indefensos en el mar, organizaciones de juristas pro derechos humanos han documentado deportaciones colectivas prohibidas por la legislación internacional, el New York Times descubrió que Grecia estaba usando cárceles secretas para migrantes indocumentados cerca de la frontera con Turquía y el gobierno heleno ha usado la pandemia de covid-19 como excusa para restringir la movilidad y los derechos de los refugiados.

Grecia impuso una severa cuarentena en marzo, como la mayoría de los países europeos. En mayo el estado de alarma se fue levantando paulatinamente en todo el país, excepto en los campos de refugiados de las islas. Cuando se quemó Moria, sus habitantes estaban encerrados allí desde marzo. Para ir a la ciudad se les exigía un permiso gubernamental que en la práctica era imposible de conseguir. Hemos explicado en mil y un reportajes las horribles condiciones de vida que había en Moria; no me detendré a explicarlas de nuevo. Solo quiero recalcar que el acceso a la higiene era imposible en un campo donde el hacinamiento y la masificación obligaban a hacer cola para todo.

La primera ola de covid-19 en Grecia pasó, afortunadamente, con muy poca incidencia. La segunda no. La segunda está provocando contagios en todo el país y, a diferencia de la primera, llegó a Moria. El día antes del incendio las autoridades habían detectado 35 positivos en el campo de refugiados y poco más de un centenar más en el resto de la isla.

Las autoridades no quisieron evacuar de Moria a las 35 personas que dieron positivo. El miedo y la paranoia se disparó entre los refugiados, conscientes de la imposibilidad de mantener distancia social o siquiera lavarse las manos. La dirección del campo dijo que construiría cabañas para mantener aisladas a esas personas en el propio campo. La indignación por ello, sumada a la frustración acumulada durante meses o años se hizo insostenible. Una vez más desembocó en peleas masivas por la noche. Así es como comenzó el fuego.

Tras el incendio, decenas de miles de personas están a la intemperie. Las autoridades no han localizado a nueve de las 35 las personas positivas. La policía bloquea el acceso a Mytilini, la capital de la isla. Les ha obligado a acampar en el arcén de la carretera, el aparcamiento de un supermercado o una gasolinera. Los casos de covid se están disparando pero no hay acceso a PCR. Varios voluntarios que tratan de atender la emergencia, que sí han podido hacerse pruebas, han dado positivo.

Los intereses en juego

El Gobierno quiere lanzar un mensaje de firmeza. Sabe que a su electorado no le importan los más mínimo los derechos humanos de los refugiados y cualquier preocupación al respecto será interpretado como una cesión. Lesbos fue conocida en todo el mundo como la isla de la solidaridad. Sus habitantes fueron candidatos al Nobel de la paz. Pero ahora, el porcentaje de población local favorable a los refugiados es cada vez más pequeño. Los dueños de la gasolinera y el Lidl han cerrado el agua corriente y los baños. La mayoría de los comercios cercanos se niega a venderles comida o agua.

Entre la población local el sentimiento más común ahora es el hastío. Están hartos de que haya tantos refugiados en su isla. Un porcentaje cada vez mayor de la población autóctona considera que un número tan alto de refugiados supone saturar los servicios públicos y el transporte de la isla, así como deteriora la imagen de la misma. Las ideas explícitamente racistas, que hasta hace poco eran minoritarias, crecen cada vez más en el caldo de cultivo del hastío.

Desde hace años, los ataques racistas contra refugiados y ONG no dejan de multiplicarse. Los puntos de inflexión fueron los progromos de 2018 y la oleada de ataques de febrero de 2020. Durante la pandemia se redujeron los ataques debido al confinamiento, aunque nunca cesaron del todo. Ahora los grupos organizados antirefugiados ven en el incendio la ocasión que esperaban para culminar su estrategia de expulsar a los solicitantes de asilo.

Al día siguiente del gran incendio, grupos de vecinos cortaron con camiones todos los accesos a Moria. Quieren que sea imposible limpiar los terrenos y habilitar el campo de nuevo. Su estrategia pasa por empeorar aún más las condiciones de vida de los refugiados hasta que se mueran o sean trasladados. Hay casi 4.000 niños y niñas en esta situación.

Desde la desaparición de Amanecer Dorado, en Lesbos no hay una organización de extrema derecha, en el sentido formal. Se trata más bien de un amalgama que explica el antifascista Kapios Tadopoulos —identidad en redes de un activista que por motivos de seguridad prefiere mantener el anonimato—: “Especialmente en cuentas locales de Facebook, se dio una espacio a los xenófobos y racistas que constituyen una gran parte de la población de derechas de la isla. A ellos se unieron los miembros de Amanecer Dorado que, de alguna manera, se han quedado poco a poco huérfanos del liderazgo del partido. Ahora todos han formado un único grupo en la isla. Ya no se distingue quién lleva la esvástica y quién es de derechas. Son casi todos un solo cuerpo, se han unido”.

El fuego ideológico que aviva la extrema derecha en las islas griegas es el conflicto con Turquía. Un conflicto territorial, histórico, con implicaciones religiosas alimentado por los nacionalismos de ambas orillas que requeriría de mucho más espacio que lo que permite este artículo. Los fachas griegos ven a los refugiados como peones musulmanes que envía el neo-sultán Erdogan para conquistar Grecia. Una gran parte del Gobierno griego está ideológicamente alineada con esta posición y la otra parte, más cínica, sabe que, aunque eso es una burda mentira, le reporta votos.

El rearme de la extrema derecha en Lesbos y las demás islas de Grecia no es solo una amenaza para la vida de miles de personas. Los ataques de la extrema derecha son instrumentalizados por las autoridades locales, el gobierno griego y las instituciones europeas para incumplir sistemáticamente las obligaciones impuestas por el derecho internacional humanitario. Los fachas son la fuerza de choque que permite que los verdaderos responsables se limpien las manos.

Frente a ello, no basta con no estar de acuerdo con los fachas. No basta con sentir compasión. No es momento de expresar solidaridad. El Gobierno español y el resto de gobiernos de Europa deben actuar ya. Basta de mirar para otro lado; reubicación inmediata y sin condiciones de todos los solicitantes de asilo de Lesbos.

Para más información sobre lo sucedido en Moria recomendamos seguir a las cuentas de Twitter de @Feminazida e @Hibai_. También recomendamos la serie de artículos publicados en La Marea y las entrevistas a la periodista Patricia Simón en el programa 2×03 de NTMEP (disponible en iVoox y Youtube) y a Hibai Arbide en La Cafetera de radiocable.com

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3 comentarios en «Moria: Cuando lo único que le faltaba al infierno era arder»

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