Todo el odio que tenía dentro

Autor: Servando Rocha. Editorial La Felguera. Madrid, 2021. 500 páginas.

A comienzos de los sesenta, tras el estreno de West Side Story, una generación de chavales de la periferia madrileña llenos de ira y con estiletes en los botines, toma las calles e imita a las pandillas de la película. Bailan en los pasillos del cine, agreden a transeúntes, roban coches, huyen de la policía y protagonizan verdaderas batallas campales con otras bandas. «La misteriosa banda suburbial de los Ojos Negros, de la que todos hablaban —cuenta Moncho Alpuente—, ocupaba el primer puesto de la lista de chicos malos». Ángel Luis —una especie de cheyene castizo que hace de extra en películas de indios y vaqueros—, líder absoluto de los Ojos Negros, es una figura colosal temida por todos. Dum Dum Pacheco, delincuente juvenil, legionario y miembro de la banda, se convierte en uno de los boxeadores más famosos, y también peligrosos, que sale de prisión y combate vigilado por agentes. A partir de su vida («Entonces solo tenía tres ídolos: Hernán Cortés, Franco y Elvis Presley», afirma) descubrimos una historia mayor: la historia jamás contada de la España brutalista, desde la posguerra y el franquismo hasta la llegada de la democracia.

Efectivamente, Todo el odio que tenía dentro no es solo la pseudo-biografía de un personaje de primeras tan poco simpático como es el boxeador Dum Dum Pacheco (fascista y legionario, entre otras), sino que es un retrato de un Madrid ya olvidado y de una curiosa variedad de personajes que lo habitaron, a los cuales Servando Rocha rastreó y entrevistó a lo largo de varios años durante la preparación de este libro. Boxeadores sonados, chavales de la periferia montando bandas juveniles, torturadores como Billy el Niño en la DGS, refugiados nazis que fundan revistas izquierdistas, falangistas amantes del pop, mercenarios de las OAS francesas abriendo templos de La Movida y hasta Camilo Sesto se encuentran en los escenarios de este Madrid, escenarios que van desde bailes, discos y piano bares hasta calabozos, cárceles, calles de barro y chabolas y, por supuesto, rings de boxeo. Un recorrido intenso y a veces incluso agobiante, pero que sin duda merece la pena.

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