Consejo Regional de Defensa de Aragón. Autonomía y colectivismo. 1936-1937

Entre 1936-1937 el pueblo de Caspe, en Aragón, se convirtió en la capital internacional del anarquismo. Un referente único en la historia contemporánea de los pueblos, una experiencia de organización libertaria con estructuras horizontales, descentralización y autonomía política; pero también una producción colectivista rural. Un periodo de la historia libertaria que nadie ha deseado que trascienda, y así lo evidencia la doble derrota a la que fue sometido este Consejo Regional de Defensa de Aragón consecutivamente.

La Revolución social española y la cuestión del poder horizontal como telón de fondo

Su origen se debe a un contexto particular de lucha social contra el fascismo en España y el estallido de la Revolución Social. El fracasado Golpe de Estado militar en julio de 1936 supone el inicio de una guerra que determina la ocupación territorial del país entre las fuerzas militares sublevadas, y las fuerzas leales a la República española o las milicias populares antifascistas organizadas. La ocupación de las tres capitales provinciales por los sublevados propició, al desaparecer las estructuras del Estado en la mitad oriental de Aragón, la organización del Consejo Regional de Defensa de Aragón. Este organismo, presidido por el anarcosindicalista Joaquín Ascaso, administró durante diez meses las colectividades aragonesas con autonomía plena respecto del gobierno republicano central.

Ese mundo nuevo que llevaban en sus corazones se plasmaba sobre un anarquismo pragmático que afrontaba la cuestión del poder desde una funcionalidad emancipatoria. No se aspiraba a una conquista del poder construyendo una estructura autoritaria clásica similar a la estatal, sino que desde estructuras genuinamente de base popular, como la colectividad, el consejo o la federación, se practicaba un poder horizontal. Todas las relaciones sociales están mediadas por herramientas humanas para tomar decisiones, en todo grupo social que decide vivir en común se ejerce un poder, y los anarcosindicalistas de los años 30 no eran desconocedores de esta realidad científica. Sin embargo, aspiraban a que el poder que se ejerciese entre la humanidad estuviese mediado por herramientas no coercitivas, de autonomía plena del individuo, y también de horizontalidad colectiva.

Lucha en el frente, comités revolucionarios y la práctica del comunismo libertario

Esta entidad de gobierno popular surge de la tradición comunitaria de posesión y administración de la tierra, y la fuerte influencia anarcosindicalista en el campesinado aragonés a través del ideario de la CNT en ese territorio. Sin embargo, es bastante destacable que en aquellas regiones de Aragón donde no triunfó la sublevación militar, inmediatamente en el verano de 1936 se constituyeron comités revolucionarios, previo a la llegada de columnas de milicias libertarias procedentes de Catalunya y Valencia. La presencia posterior de estas milicias en la conformación del frente de guerra aragonés, en cambio, sí que fue fundamental para la defensa de las conquistas sociales alcanzadas en retaguardia, con esta estrategia del pueblo en armas, pudo hacerse frente a un gobierno republicano que quería imponer su autoridad. Es decir, se ocupó un vacío de poder inicial, que después el campesinado aragonés no estaba dispuesto a ceder a ninguna otra autoridad, porque se habían erigido en actores políticos de sí mismos.

La línea divisoria de norte a sur que partió a la mitad Aragón, delimitó una línea más o menos estable de frente de guerra hasta mediados de 1937 con las ofensivas republicanas consecutivas sobre Huesca, Belchite y Teruel, y finalmente desaparecido en la primavera de 1938 ante el avance sublevado. Este frente de guerra fue establecido entre un gran desconcierto en los días inmediatos a la sublevación militar. Si bien las tres capitales aragonesas quedaron en manos sublevadas sin demasiada lucha, la retaguardia estaba asegurada por la influencia de estas tres ciudades y la presencia de columnas de requetés carlistas desde Navarra y falangistas de la parte oriental castellana. En cambio en la franja oriental aragonesa, su cercanía a Catalunya como zona de influencia anarcosindicalista, y debido a que los guardias civiles no podían asegurar la integridad de los grandes propietarios y caciques locales, estos decidieron marcharse a zona sublevada. Se abandonó de esta manera un territorio rural de 25mil km2, y en torno a medio millón de habitantes, que organizaron una estructura de gobierno completamente horizontal y colectiva (siendo el único precedente similar el territorio libre del sur de Ucrania entre 1918-1920, en la época de Nestor Mahkno).

La fundación en el pueblo de Bujaraloz, cuartel general de las columnas anarcosindicalistas

La estructura inicial al calor de  la Revolución Social fue tomando una materialización a medida que la propia CNT era consciente del calado de las transformaciones que estaban dándose, y que por primera vez estaban siendo realizadas por el pueblo mismo. Para defender esta transformación revolucionaria de la vida campesina en Aragón, se decidió realizar un Pleno Extraordinario en Bujaraloz el 6 de octubre de 1936. Este pueblo había sido tomado por la Columna Durruti el 25 de julio en su inicial avance hacia Zaragoza, pero cuando tres días más tarde fueron bombardeados,  se replegaron y establecieron en ese municipio el Cuartel General de la unidad confederal.

En el Pleno Extraordinario de Sindicatos y Columnas del Comité Regional de Aragón, Rioja y Navarra de la CNT, asistieron 174 representantes de los sindicatos cenetistas de 139 pueblos aragoneses, además de miembros del Comité Nacional de la CNT y de diversas columnas confederales. En el mismo se debatió la posición a adoptar sobre una hipotética colaboración con los órganos de gobierno republicanos, y los límites a fijar para defender las conquistas revolucionarias logradas. De esta manera, se aprueba la creación del Consejo Regional de Defensa de Aragón, en la parte del territorio aragonés donde se ha proclamado el comunismo libertario y conformado por alrededor de 450 colectividades rurales. Se establecen tribunales populares en Caspe, Barbastro y Alcañiz; que tratan de evitar injusticias y venganzas represivas. El Consejo activó brigadas de alfabetización, y campañas de lectura algunos camiones recorrían los pueblos dejando y recogiendo libros.

Esta situación no era del agrado ni del gobierno republicano, ni de la Generalitat de Catalunya, que provisionalmente aceptaron la existencia de esta organización libertaria ante el ímpetu revolucionario contra el fascismo que representaban los sectores anarcosindicalistas. De manera inicial, se decretó por parte del Consejo Regional de Defensa de Aragón su sede en el municipio de Fraga, trasladado posteriormente a la localidad de Caspe en diciembre de 1936 por tener estación de tren que la conectaba con Barcelona directamente. Aunque si bien es cierto que en otros territorios se crearon consejos obreros para actividades económicas relacionadas con la industria o el transporte, en ninguna otra región se llegó a conformar una entidad con la fuerza y autonomía que se había logrado en Aragón, y que era capaz de mantener a raya el autoritarismo estatal. Los libertarios españoles tenían en mente lo que sucedió en el territorio libre de Ucrania, destruido por la fuerza por el Ejército Rojo, y por eso se cuidaban mucho de que no hubiera inferencias en los principios de organización horizontales y de las colectividades que habían fundado.

La irrupción del gobierno republicano, hostigamiento y disolución de la administración anarquista

Esta inferencia llegó el 23 de diciembre de 1936, con la legalización oficialmente por parte del Gobierno republicano, si bien ya desde octubre había reconocido su existencia mediante Decreto gubernamental. Dos días antes de su legalización, y condición necesaria para ello fue que la composición de consejeros incluyera no solamente miembros ligados a la CNT, sino también al Frente Popular (Izquierda Republicana, UGT, y Partido Comunista de España). A partir de enero de 1937 el carácter revolucionario del Consejo Regional de Defensa de Aragón se ve mermado progresivamente por la presión y el boicot sometido por el Gobierno central a través de los consejeros impuestos. Este es el caso de las escuelas de enseñanza, que estaban bajo la organización de los comités anarcosindicalistas, y que pronto volvieron a estar bajo control del gobierno. Las columnas anarcosindicales se desplazaron a otros frentes en la lucha contra el fascismo, y la militarización con la creación del Ejército Popular de la República merma la principal defensa de esta entidad libertaria que era el pueblo en armas.

Joaquín Ascaso recibió el nombramiento oficial como delegado gubernamental del Consejo el 19 de enero de 1937, siendo acusado más adelante en el mes de agosto por las autoridades republicanas del contrabando de joyas, y estuvo preso durante 38 días en la prisión de San Miguel de los Reyes, cerca de Valencia. Posteriormente huyó a Francia a través de Andorra, y se exilió más tarde a Latinoamérica. A mediados de febrero de 1937 se celebró un congreso en Caspe para crear una Federación de Colectividades regional, al que asistieron unos 500 delegados que representaban a 80 mil colectivistas de la parte oriental aragonesa. Las colectividades fueron un éxito como comunidades sociales autónomas, pero para los sectores marxistas en el gobierno republicano, era una piedra en el zapato. Incluso se producía un excedente alimenticio en dichas colectividades que era donado solidariamente a ciudades como Madrid, que eran objeto de asedio o bombardeos por los sublevados.

A comienzos del verano de 1937, y tras los conocidos Sucesos de Mayo, es decir, la violencia desatada del marxismo autoritario contra la organización anarcosindical, comenzó la confiscación de camiones de alimentos de las colectividades por parte de los carabineros republicanos bajo órdenes gubernamentales.

La autonomía alcanzada por el Consejo Regional de Defensa de Aragón no será perdonada por las autoridades republicanas, decididos a disolver esta entidad, el Ministro de Defensa Nacional, Indalecio Prieto, envió el 4 de agosto de 1937 a la 11ª División del Ejército, comandado por Enrique Líster al territorio aragonés. El 10 de agosto se disolvió el Consejo oficialmente, fue la primera de las derrotas que sufrió, y si bien no contamos la entrada al territorio de las tropas sublevadas un año más tarde, la segunda derrota consecutiva a la que nos referíamos será la del olvido.

La bandera del Consejo de Aragón como testimonio de ese mundo nuevo

Durante el periodo del Consejo Regional de Defensa de Aragón se puso en práctica el comunismo libertario, es decir se pensó en una nueva sociedad que practicara valores como la fraternidad o el apoyo mutuo, y ese ideal quedó reflejado en sus símbolos. La bandera elegida recoge un gran simbolismo representando a todas las fuerzas antifascistas en ese momento: el negro de la CNT, el rojo de UGT, y el morado en alusión a todos los partidos del Frente Popular. Esas tres franjas aparecen en horizontal, cortadas en su margen izquierdo por una representación triangular del blasón aragonés de barras verticales rojas y amarillas.

En cuanto al escudo, la representación de la letra ‘A’ de Aragón lo divide en cuatro cuarteles, que representa a cada uno de los territorios aragoneses: un olivo a la derecha en relación a Teruel, el río Ebro debajo en relación a Zaragoza y los Pirineos a la izquierda en alusión a Huesca. Y finalmente, unas cadenas rotas en el centro, que hacen alusión a la ruptura con el pasado y la creación de una nueva sociedad coronada por un sol naciente en su parte superior.

Esa insignia fue hace años localizada en posesión de un coleccionista privado, que tenía un banderín que debió ondear en algún coche aragonés en esa época, y capturado en Caspe por las tropas sublevadas en marzo de 1938 como botín de guerra según la inscripción original bordada en la misma. Ese es el testimonio del nuevo mundo que fundaron los libertarios aragoneses, una esperanza derrotada que tiene en su existencia misma un valor histórico inigualable. Una revolución trata de cambiar verdaderamente la vida colectiva de la comunidad que toma partido en esa transformación de raíz. Las autoridades progresistas republicanas echaron el freno a tal transformación revolucionaria que les adelantaba por la izquierda, no realizada por unos pocos, sino protagonizada por el pueblo en su conjunto, y eso es una lección de memoria social que no debemos olvidar.

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