Una genealogía de la lucha revolucionaria contra los desahucios

A estas alturas poca gente cuestiona que el movimiento por la vivienda ha sido el gran impulsor del ciclo de apoyo mutuo e incipiente sindicalismo social post 15M. A su alrededor ha ido brotando toda una red de sujeción ante la emergencia social (bancos de alimentos autogestionados, okupaciones, oficinas de derechos sociales…). Sin embargo, el movimiento traspasa la condición de dique: ha sabido dotar a la gente de herramientas de organización política y ha generado auténtico consenso social antagonista.

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Hay quien cuestiona el carácter revolucionario del movimiento, y es cierto que por sí mismo no modifica la estructura social –si bien cuestiona pilares tan fundamentales como la propiedad privada- pero parece un impulso suficientemente transformador como para pensarlo revolucionario ¿A condición de qué? De empotrarlo en un contexto más amplio a medio construir ¿A imagen de qué? De numerosas experiencias históricas que dibujan la trayectoria de la lucha por la vivienda, y contra los desahucios, como una herramienta política de cambio social.

La cuestión de los desahucios –en el inquilinato, que equivalía a decir hasta hace pocas décadas la forma de vida de casi toda la clase trabajadora- puede incardinarse fácilmente en el relato histórico de las luchas populares. Las semejanzas con la actual lucha por la vivienda son, en muchos casos, sorprendentes: las presencia preponderante de las mujeres en el conflicto, el recurso a la acción directa, el fuerte componente libertario de su organización, el ser respuesta a una coyuntura de emergencia social y el devenir en luchas políticas más amplias, son hilos de continuidad que podemos ver sujetando  las luchas actuales.

Un poco de historia

Ya en la Comuna de París (1871), el asunto de la vivienda tuvo una importancia central, procediéndose a la cancelación de los alquileres adeudados de vivienda. Manuel Castells llegó a decir hiperbólicamente que “la comuna es la huelga de alquileres más reprimida de la historia”. Sería el siglo XX el que vendría, sin embargo, a alzar la importancia de las luchas organizadas por la vivienda.

Una de las primeras movilizaciones importantes conocidas, despertando el siglo, se produjo en Buenos Aires. En 1895 la población de Argentina se había duplicado en 25 años y lo haría de nuevo durante los siguientes 20 años. La respuesta al aluvión fueron los conventillos y las casas de inquilinato, que recuerdan a nuestras casas de vecindad y a otras soluciones de hacinamiento. Frente a los palacetes de estilo francés de las élites, se aparecían decadentes los conventillos para trabajadores recién llegados. Albergues asentados en las antiguas casonas nobles de la ciudad, cuyos habitantes habían abandonado el centro para construir sus propios barrios lejos del pobre. En cada conventillo podían vivir hasta 350 personas (10 u 11 personas en una misma habitación). Entre los inmigrantes abundaban los españoles y los italianos, pero había presencia de muchas más nacionalidades.

En 1907 estalló la huelga de inquilinos de la ciudad de Buenos Aires, con fuerte presencia socialista y, sobre todo, anarquista entre sus protagonistas. Se reclamaba el descenso de los precios de los alquileres y vino motivada por una subida pactada de los caseros. Los habitantes de los conventillos se negaron a pagar los alquileres, presentando pliegos de condiciones a los caseros con demandas de mejora de las insalubres viviendas, además de petición de rebaja de precios. La huelga llegó a afectar a unos 2000 conventillos y a movilizar a 120.000 personas (un 10% de la población de Buenos Aires).

La prensa cubrió prolijamente la huelga, destacando los enfrentamientos que se producían entre mujeres y policías en los desalojos. La mujer, como actualmente en el movimiento por la vivienda, tuvo un papel destacado. Se produjo también la llamada “marcha de las escobas”, en la que mujeres y niños recorrieron el barrio de La Boca empuñando sus escobas “para barrer a los caseros”. Valga este fragmento de prensa de la época para entender la intensa participación de mujeres y niños en los conflictos:

En la calle Defensa existe un conventillo cuyo encargado quiso sentar plaza de hombre guapo, golpeando bárbaramente a un muchacho de tierna edad. (…) A las valerosas mujeres, después de derribarlo al suelo impidiéndole todo movimiento, se les ocurrió la humorada de quitarle los calzones, largándolo en tal facha a la calle, provocando la risa de todos los espectadores de este curioso y divertido sainete

Se consiguieron mejoras pactadas a título individual, aunque los precios no dejaron de subir y la desaparición de los conventillos vino dada, finalmente, por la construcción de suburbios.

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En 1907 se produjeron también huelgas de inquilinos en otras ciudades, como Viena o Budapest. Dentro del mismo ciclo podríamos enmarcar la pionera huelga de Barakaldo y Sestao, en 1905, cuando unas 2.000 familias paralizaron la actividad económica del Gran Bilbao durante casi un mes. Como en todos los ejemplos que estamos viendo, fueron las mujeres las de mayor protagonismo, llevando a cabo lo que hoy entendemos exactamente por un stop desahucio: convocar a la multitud a rodear la vivienda del jornalero al que se pretendía desahuciar. La resistencia de los huelguistas llegó a ocasionar la declaración del Estado de Guerra.

En el contexto de la Primera Guerra Mundial se producen numerosos casos de huelgas de inquilinos y la organización del movimiento obrero en torno al asunto. Los precios de los enseres básicos habían sufrido grandes subidas por la especulación acarreada por la demanda de importaciones a los países en liza. En España, por ejemplo, esta inflación se encuentra en la base de la Huelga General Revolucionaria de 1917. En este contexto, el precio de los alquileres también subió mucho.

En 1915 el problema de la vivienda y, concretamente, de los alquileres, está ya plenamente asentado en los pliegos de demandas de la clase trabajadora. Será en Glasgow donde el conflicto adquirirá dimensión insurreccional y se insertará en un proyecto más amplio de protesta de la clase obrera.

A causa de las restricciones de excepción impuestas por la guerra, no era sencillo ir a la huelga en las fábricas, y la batalla se trasladó a los barrios, protagonizada, una vez más, por mujeres y con fuerte implicación laborista. Los huelguistas interpelaron al gobierno, que tuvo que prometer programas de vivienda pública. Al acabar la Primera Guerra Mundial son muchos los países europeos, en general los socialdemócratas, donde el Estado comienza a desarrollar una política activa de vivienda pública y, por primera vez, los trabajadores van accediendo a la propiedad de las mismas.

Cualquier genealogía de los movimientos urbanos y populares en México se topa con el movimiento inquilinario de los años veinte, de nuevo, como en el caso argentino, con un fuerte componente anarquista. El problema de la vivienda en las ciudades mexicanas en proceso de crecimiento capitalista era el acostumbrado. Era un tema en boca de todos (partidos, gobierno, ciudadanos) que no encontró respuesta oficial alguna. Los sindicatos comunistas y anarquistas, apoyados en la realidad social, tomaron la determinación decrear sindicatos de inquilinos y apoyar una huelga a escala nacional. Hay autores que opinan que fue un movimiento espontáneo apoyado luego por organizaciones políticas, otros hablan de planificación…sea como fuere implicó a amplias capas de la sociedad mexicana.

En enero de 1922 las prostitutas del puerto de Veracruz inician las protestas por los precios de los cuartos de alquiler, y pocos días después se funda el Sindicato Revolucionario de Inquilinos. En Veracruz el discurso predominante es el anarquista. Seguidamente, los comunistas organizaron en la capital el movimiento, que pronto se extendería a todo el país. En Veracruz llegó a participar la mitad de la población y en México Distrito Federal hubo manifestaciones multitudinarias y se produjo un número de afiliaciones inusitado. Como en el caso de Glasgow, los inquilinarios ya no demandan ante los caseros sino ante las más altas autoridades del estado.

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Uno de los ejemplos más conocidos de resistencia popular a la carestía de la vivienda y sus nefastas consecuencias es el de la Barcelona de los primeros 30. Las huelgas de inquilinos anarquistas contaban ya con precedentes (Sevilla en 1919) y tendrán reflejos (Tenerife en1933).

Entre 1920 y 1930 llegaron 300.000 personas a Barcelona. La construcción de vivienda obrera fue escasa, dando como consecuencia las habituales situaciones de hacinamiento y subarrendamiento: en los primeros 30 la cohabitación no familiar alcanzaba al 21% de los obreros no cualificados. Es la Barcelona del barraquismo industrial, donde se forjaría uno de los ambientes más combativos y politizados de la Europa del momento, con especial incidencia del anarquismo y de la CNT.

En 1930, ante una subida brusca de los alquileres, se inicia espontáneamente una huelga de alquileres en el barrio de Barceloneta, que se extiende rápidamente a otros barrios. El trasfondo de la movilización es vecinal y asambleario. En 1931, ya durante la Segunda República, un grupo del Sindicato de la Construcción de CNT crea la Comisión de Defensa Económica (CDE), que se centra en el asunto de la vivienda y de los alquileres. La manifestación del Primero de mayo de ese año es convocada por el sindicato anarquista en la ciudad bajo el lema  «contra el paro, la inflación y por la rebaja de los alquileres”.

La huelga de alquileres llega el verano de 1931 y se alargará todo el año. Durante los meses de verano se multiplicaron las demandas de desahucio en las barriadas obreras de Barcelona, donde la CNT tenía un gran peso. Significativamente, el mayor número de impagos, en las barriadas periféricas, coincide con las zonas donde posteriormente habrá un mayor impulso de la revolución social y la instauración del comunismo libertario. Ante la intensa represión gubernamental, los huelguistas optaron por la acción directa, realojando a las personas desahuciadas de nuevo en las mismas viviendas o en otras ocupadas. Aunque la huelga se dio por terminada este mismo año, durante 1932 continuaron los impagos en barrios como Cases Barates, la Torrassa, el Clot, o en el Raval.

Y en nuestros días

Ya en la transición, el movimiento vecinal retomaría en España la lucha por la vivienda digna. En ese contexto también se pararían desahucios, se okuparían espacios como medida de presión y se reclamarían soluciones habitacionales, aunque el régimen de habitación de las clases trabajadoras iba cayendo –el giro se completaría en los ochenta- del lado de la vivienda en propiedad. Hoy, sin embargo, más de la mitad de los desahucios que se producen en el país son de nuevo por no poder pagar el alquiler.

De nosotros, y de nadie más, depende nutrir el entorno de apoyo mutuo y participación política de base que ha propiciado el Movimiento por la Vivienda. Su experiencia ha supuesto un raíl a seguir para el empoderamiento popular que, como hemos visto, no nace de hoy. Aún estamos lejos de poder pensar que nos movemos en un proyecto político profundamente transformador, pero, si conseguimos integrarlo en una lucha más global estaremos infinitamente más cerca de lo que sus protagonistas estuvimos antes.

Extraído de la web www.eltransito.me

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