Tatuado en los nudillos

Odiar no está mal. Es una pasión vencida que no sólo puede quedar en manos de los vencedores. El odio no es neutral, y no debe serlo. Es una herramienta vital –y por tanto política- con la cual debemos avanzar hacia un amar que toma partido, que se posiciona. El odio -mirada, camino y esperanza- es un mecanismo de defensa primario que nos coloca en el mundo en relación al otro enfrentado. Y puede ser tal su potencia, que es necesario recuperarlo del patrimonio exclusivo de aquellos que lo han definido, dominado y censurado. Emana de él una luz tan abrasante que ha sido necesario despojarlo de toda virtud emancipadora y enmarcarlo en la lista universal de sacrilegios y herejías.

El odio y el amor son fuerzas armónicas que nos hacen glorificar la mutualidad entre iguales y detestar el parasitismo de los que pretenden serlo.  Son latidos saludables que nos atraviesan estampándonos nuestro placer y nuestra aversión.

El odio choca contra lo aséptico democrático, contra la Institución de la Diplomacia. El odio es el enfoque imprescindible para desenterrar una dignidad de clase asfixiada en cementerios de neologismos, centralidades y socialdemocracias pretendidamente radicales.

Todos les han declarado la guerra al odio y todos han odiado las guerras. Y tras adoctrinarnos –anestesia, letargo y alzheimer-  mediante sus infinitos aparatos ideológicos con que por esas sendas no se hallaban bondades algunas, se han guardado escrupulosamente tales dispositivos para ponerlos en práctica concienzuda aunque veladamente en el diario de los mortales. ¿Acaso avivar, gestionar y supervisar tanto la tragedia como la farsa no es odiar? ¿Acaso vivir hereditariamente satisfecho no requiere de tal vil entusiasmo hacia sus subalternos? El amo odia al vasallo, la élite odia lo popular… y no me vengan con cristianismos baratos.

Estoy hablando de materia y realidad. De dialéctica y movimiento. Una oda al odio desde una perspectiva metafísica o poética no es el cometido de estas líneas. Así, hablo de clase y conciencia, de necesidad y empuje; de enseñanza y victoria.

Porque la primera derrota que hoy escribimos las desposeídas es aquella que nos suprime la voluntad de oponernos con odio y franqueza, antipatía y honestidad, a las culpables de nuestro saqueo. El reverso, su triunfo culminado, se encuentra por tanto en el establecimiento natural de que la otra clase –el enemigo, el cobrador del plusvalor- sí puede odiar porque precisamente nos dice que eso está prohibido. Porque se ha enmascarado entre nosotros haciéndonos creer que ya no hay bloques enfrentados: diálogo, simbiosis y paz social.

Proceso de castración emocional del cual tenemos que estar agradecidas porque nos hace ser mejores personas. Que nunca dejen de ser el perdón, el sacrificio y la bondad los atributos propios de los pobres. Ante el expolio y crueldad capitalista: comprensión y buena letra.

Tómense esta licencia que me estoy permitiendo como una hartura existencial. La que extraigo de tantas arengas vacuas por miopes –o interesadas- y de tantos asaltos a los cielos con pátinas buenrrollistas. Ningún plan de choque, ni renta básica ni escaños a la izquierda nos van a salvar de nuestro desgarro asalariado. Nuestro futuro seguirá jugando a una denigrante máquina tragaperras  hasta que no comprenda que es la ruleta rusa la que tiene que entrar en juego. Porque hay un ellos y un nosotros, porque siempre lo ha habido y porque los que niegan la lucha de clases son los que la están ganando.

Aquí no seré un purista y rechazaré per se cualquier iniciativa política que quiera transformar el Ahora formando parte de la legalidad vigente a través del parlamentarismo burgués. Ni negaré que sus cantos de sirena me embelesaron durante un ratito. Entiendo el cortoplacismo, el posibilismo y la situación de emergencia social (provocada por sus odios; aceptadas por nuestras falsas prosperidades). Por eso mismo entonces, ¿no era un buen momento para intentar si no revolucionar, sí agitar a la clase proletaria, llamándola así como primer paso, mediante un ejercicio real de toma de conciencia que odia y ama, que destruye y construye? A la vista está que no, y a la vista está que quien quiera una verdadera transformación que otorgue el Poder a las sufrientes conscientes, deberá organizarse al margen y en contra de estructuras estatales.

Representaciones y puestas en escenas de un espectáculo más social e izquierdista que nos llevará a una mayor sumisión, frustración e individualismo. Un puro desastre. La catástrofe televisada. Si al menos no hubiera guiños, apretones de manos, rondas de conversaciones, palmaditas en la espalda, sonrisas complacientes, rúbricas protocolarias, minutos de silencio, negociaciones nacionales y mercadeos de condiciones… me podría creer que este nuevo corte de política siente más de lo que siente y que peleará más de lo que pelea. Pero nada. Mismo lenguaje, mismo relato, misma estructura.

Abogo por un odio político, estructural y profundo. Un odio maduro, consciente y útil. El odio que nos hace amar a quien te respeta y acompaña.

La realidad está forjada sobre el sufrimiento de muchos, y tal como consideró  Bertrand Russell, “tenemos necesidad de odiar a alguien cuando sufrimos, ya que si no es muy deprimente pensar que sufrimos porque somos imbéciles”.

Ciro Morales. Extraído de www.directa.cat (en catalán).

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