¡Felices Fiestas! Entre el consumismo y la contaminación

Cuando valorábamos el posible contenido de esta edición aún estaba candente la pseudo-peatonalización de la Gran Vía con motivo de la Navidad. El ayuntamiento aprovechaba la ocasión para fardar del bajón de contaminación que se producía en el centro de Madrid y que sin embargo no ha sido suficiente como para evitar las sucesivas restricciones de tráfico que han tenido lugar en la capital la última semana del pasado 2016.

Hay un par de detalles que llaman especialmente la atención: por un lado, la sensación, más que la certeza, de que, en el mundo de las redes sociales y la difusión gratuita de noticias en la web, proliferan las opiniones más absurdas y se convierten en noticia. Por otro, una tendencia chunga a negar “lo que no vemos”, como la contaminación y el cambio climático, nada propia de una sociedad con gran tradición religiosa, y una postura bastante absurda teniendo en cuenta el récord de altas temperaturas que vamos alargando mes a mes.

¡Feliz consumismo!

Detrás del corte de la Gran Vía y de la calle Atocha solo hay un afán por facilitar a los viandantes sus compras navideñas. El pico de consumo que se produce en estas fechas es vital para los comercios. Sin embargo, la concentración de tiendas que realmente necesitan esa facturación extra para sobrevivir no está afincada, precisamente, en la Gran Vía.

Las empresas que tienen sede allí son grandes cadenas, muchas de ellas de productos vendidos a bajo coste, que arrastran en sus procesos productivos una precariedad laboral que pone los pelos de punta. Desde el origen del producto en condiciones de semi-esclavitud en la otra punta del mundo, hasta los contratos mensuales, cargados de horas extra, de los que hacen gala en estas fechas.

La excusa

Sin embargo, “no hay mal que por bien no venga”, y pese a los/as detractores/as que ha tenido el corte de este eje de Madrid, no se pudo negar que la contaminación por NO2 se redujo en el centro, según el medidor de la plaza del Carmen.

El dióxido de nitrógeno, o NO2, es un contaminante atmosférico típico de las zonas urbanas, dado que su producción está asociada a la combustión de los vehículos motorizados. Su obligado control figura en distintas leyes a nivel europeo, que regulan la cantidad de este gas tóxico e irritante que debe haber presente en el aire. Cantidades que llevan tanto tiempo vulnerándose, como la ley que los regula existiendo.

Su presencia está ligada, según distintos artículos que se pueden leer en la web de Ecologistas en Acción, a más de 4000 muertes al año en este Estado. Sus efectos van desde irritación en ojos y mucosas, típica de los días especialmente contaminados, al enfisema que puede llegar a padecerse, similar al del consumo de tabaco, tras largas temporadas sometidos/as a bajas concentraciones. Su presencia atmosférica en días lluviosos desencadena el proceso de lluvia ácida, especialmente dañina para el medio ambiente.

Recomiendo investigar las mediciones que se realizan en los distintos puntos de la capital, después de haber revisado las Directivas y protocolos marcados desde Europa, para averiguar cuánto y con qué descaro, las vulneramos.

El Ayuntamiento entra en acción

No entraremos en detalle con las medidas que el Ayuntamiento ha estado tomando en las últimas semanas para intentar paliar el aumento de NO2, pues son de sobra conocidas y se han tratado en todos los medios informativos. Ha aplicado el protocolo establecido para la situación controlando el aparcamiento y la circulación en el centro de Madrid y, en una ocasión, en función de la terminación de la matrícula del coche.

Las medidas, por supuesto, nos parecen poco contundentes ante tamaño problema. Tan claramente impopulares (vista la cantidad de enemigos que tiene el “ayuntamiento del cambio” entre el pueblo y los medios de comunicaciones que obedecen a los intereses económicos que el propio ayuntamiento presume de agitar, más bien tímidamente, desde nuestro punto de vista), que nos hacen preguntarnos por qué ningún tipo de formación política, por muy autodestructiva que fuese, iba a llevarlas a cabo si no fuera necesario.

No es que esperásemos ningún tipo de respuesta contundente a las problemáticas que no resultan rentables desde ninguna institución gubernamental, por lo que la sorpresa no nos la causan tanto desde el consistorio como desde sus detractores/as.

De ingeniería social y otras chorradas egoístas

Siendo completamente honestos/as, la palpable falta de respuesta de la gente ante los procesos de contaminación, cambio climático y las problemáticas ambientales en general, nos horrorizan enormemente. La incapacidad de la sociedad para valorar el bienestar del planeta y de la salud por delante de la comodidad personal nos da ganas de gritar y maldecir a nuestros/as compañeros/as de trabajo, estudios, transporte, etc. Y zarandearlos hasta que nos entiendan.

Es un tema especialmente desesperanzador, que, por otro lado, nos ha hecho reír a carcajadas ante las quejas y argumentos más estúpidos que hemos podido ver en internet. Desde energúmenos que consideran que las medidas de restricción del tráfico son ingeniería social para ver hasta dónde tragamos (uno que no conoce los números del paro, supongo), como el que compara los controles de matrículas con los check points del Berlín dividido tras la II Guerra Mundial. O aquello de que, si no se ve, no existe… Para reír o llorar, elijan ustedes.

Propuestas o muerte

Nos encantaría poder rellenar líneas y líneas sobre nuestras propuestas de acción frente a la contaminación. Pero hay un par de motivos por los que no podemos hacerlo: por un lado, este tipo de políticas medioambientales se ajustan al modelo de mundo globalizado, donde las personas de a pie, en un contexto especialmente atomizado, poco o nada podemos hacer para influir en ellas (sin querer quitar un mínimo de importancia a las grandes movilizaciones que se llevan a cabo en las reuniones de estados en las que se trata sobre política mundial).

Por otro lado, cualquier propuesta reformista que se limite a aumentar el control (aunque sea sobre la cantidad de partículas contaminantes que respiramos) se nos queda coja, pues el problema no es cuántos coches circulen, ni por dónde. Al final todo responde a lo que valorábamos al comenzar el artículo, ese consumismo exacerbado que nos hace pensar que tener dos coches es mejor que uno, en vez de replantearnos lo cómodo que sería no tener que conducir y poder vivir cerca de los sitios que visitamos a diario. La propia existencia de las ciudades, no como asociaciones de personas libres que buscan vivir, sino como el conjunto de individuos condenados a levantarse cada mañana para conseguir dinero, choca frontalmente con la posibilidad de tener un aire limpio.

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