¡Trabajadores! ¡Renunciad a vuestra libertad!

¡Renunciad a vuestra libertad, trabajad de sol a sol, entregaos por completo a vuestro empleo y algún día, quizás también vosotros podáis formar parte de una élite nociva y paranoica!
Por George Monbiot

Cada vez creemos más ciegamente en que el duro esfuerzo en el trabajo nos abrirá las puertas de la élite, incluso cuando la calidad de vida empeora y el inmovilismo social es cada vez más definitivo.

Nos hemos convencido a nosotros mismos de que aquellos que ejercen el poder deben saber lo que se hacen, quizás porque contemplar la alternativa contraria nos resultaría demasiado espantoso. Sea lo que fuere, es difícil cuestionar que no sea la inteligencia la que guíe a la clase dirigente. Sin embargo, cada día vemos cómo nuestras condiciones de vida se van deteriorando: la mayoría de los jóvenes tiene escasas expectativas de convertirse en propietaria de un hogar o incluso de alquilar uno decente; con la aplicación del taylorismo digital, los empleos interesantes se están desmenuzando en porciones de trabajo soporífero y sin sentido; y la naturaleza, cuyas maravillas enaltecen nuestras vidas y de la que nuestra supervivencia depende, está siendo destruida a una velocidad terrible. Mientras tanto, aquellos a quienes acudimos en busca de protección, ya formen parte del gobierno, ya de la élite económica, lejos de detener este declive, lo aceleran.

El sistema político que arroja estos resultados se vertebra alrededor de la idea de la aspiración. Es decir, cada vez creemos más ciegamente en que el duro esfuerzo en el trabajo nos abrirá las puertas de la élite, incluso cuando la calidad de vida empeora y el inmovilismo social es cada vez más definitivo. ¿Pero a qué aspiramos? ¿A una vida mejor de la que tenemos o a otra peor?

Hace algún tiempo, se filtró a la prensa un comunicado de un analista de Barclays Global Power and Utilities de Nueva York dirigido a los estudiantes que iban a empezar las prácticas de verano en la empresa. Este dejaba entrever la cultura nociva que se les está inculcando. He aquí algunas frases: «Os presento los “diez mandamientos del poder” (…). Estos serán vuestro único credo durante las nueve próximas semanas (…). En este período, esperamos que seáis los últimos en salir de la oficina por la noche, sean cuales sean las circunstancias (…). Os recomiendo que os traigáis una almohada a la oficina, así podréis dormir más cómodamente debajo del escritorio (…), ya que durante este tiempo le profesaréis una devoción absoluta (…). En una ocasión, un estudiante en prácticas pidió un fin de semana libre para asistir a una reunión familiar y se lo concedieron. Y de paso, le pidieron que devolviera el blackberry y que recogiera sus bártulos (…). Se acabó la diversión, chavales: esto va en serio».

¿«Se acabó la diversión»? ¿Pero había empezado? Si los padres de esos estudiantes eran como los que describía el Financial Times el mes pasado, puede que no. El artículo en cuestión dejaba constancia de la aparición de un nuevo empleo: el «consultor de educación preescolar». Este, cuyos honorarios rondan los 350 € por hora, se encarga de buscar un parvulario donde inscribir a los retoños de sus clientes para así encaminarlos hacia una universidad de élite. En la crónica se citaba el caso de los padres de un niño de seis meses quienes ya habían decidido que el futuro de su hijo sería estudiar en Cambridge y trabajar en el Deutsche Bank, y el de una niña de dos años con tutor de matemáticas y alfabetización dos veces por semana y clases de dicción, lectura, teatro, piano, francés y natación semanales. ¡Y encima, sus padres estaban contemplando la idea de añadir a su horario chino y español! Según el artículo, «la pobre estaba tan tensa y agotada que ni siquiera se atrevía a abrir la boca».

En Nueva York, los «entrenadores de juego», cuyos honorarios son de 430 € por hora, enseñan a los pequeños las habilidades sociales que faciliten su admisión en las escuelas privadas más prestigiosas, como por ejemplo, ocultar gestos que puedan revelar trastornos del espectro autista, los cuales reducirían las posibilidades de su selección.

Adoptar esta actitud desde la infancia hasta la edad laboral es una negación de la vida y del amor, pues esta, en lugar de estar alimentada por el júbilo o el regocijo, lo está por una ambición que es tanto desesperada como inútil, ya que no es capaz de compensar aquello que destierra: la infancia, la vida familiar, las alegrías que trae el verano, el trabajo productivo y con sentido, la sensación que provoca la novedad y el placer de disfrutar del momento presente, entre muchas otras cosas. En aras de esta cultura perjudicial, la economía cambia de objetivo, el contrato social se reescribe y a las élites se las exime de pagar impuestos y de cumplir las leyes y otras limitaciones que se exigen en democracia.

Se nos induce a seguir a las élites allí donde vayan. Lo vimos el año pasado, cuando el ministro de educación del Reino Unido anunció la creación de un nuevo examen para los párvulos de cuatro años, como si los sistemas de evaluación no fueran ya lo suficientemente rigurosos. Y como era de esperar, una escuela primaria de Cambridge ha ido aún más lejos, pues en ella se separa en clases distintas a los críos de cuatro años de acuerdo con las habilidades que se perciben en ellos. El proyecto de Ley de Educación anunciado durante el discurso de la reina Isabel II supone una vuelta de tuerca más. ¿Sacarán los niños algún provecho de todo esto o les será perjudicial?

¿Quién sabe? Antes, los gobiernos solían evaluar cada cinco años la prevalencia de problemas mentales en los más pequeños, pero esto dejó de hacerse en 2004. Imaginemos, por ejemplo, que no se publique ningún dato desde 2004 sobre el cáncer infantil y nos haremos una idea del alcance de la despreocupación de los gobiernos sucesivos por el problema. Que la presión causada por la aspiración no mejore nuestro bienestar sino que lo perjudique es algo que trae sin cuidado a las personas que ostentan el poder. Sin embargo, otros indicios revelan este malestar: las camas reservadas a psiquiatría infantil aumentaron un 50 % en Inglaterra entre 1999 y 2014*, pero aun así no fueron suficientes para satisfacer la demanda. A los niños que sufren crisis mentales se les abandona en salas destinadas a adultos o incluso se les deja en celdas policiales debido a la falta de camas. Pongámonos en su lugar e imaginemos el impacto psicológico de pasar por una experiencia así.

El número de niños ingresados en un hospital por autolesión ha aumentado un 68 % en 10 años. Mientras tanto, los casos de pacientes jóvenes con trastornos alimentarios casi se han duplicado en tres años. Sin datos exactos, no podemos saber exactamente cuáles pueden ser las causas, pero es importante señalar que el pasado año, según la organización benéfica YoungMinds, el número de niños que recibió tratamiento debido al estrés provocado por los exámenes se triplicó.

Un informe internacional sobre el bienestar infantil recogió que el Reino Unido, donde este tipo de presión se hace sentir de manera especial, se situaba en el 13.er puesto entre los 15 países donde se evaluó la satisfacción vital de los más jóvenes y el 13.º en coincidir con la afirmación «Me gusta ir a la escuela». Asimismo, era el 14.º país donde los chavales estaban más satisfechos con sus cuerpos y el último de la lista con respecto a la seguridad de los niños en sí mismos. ¡Ya se ve lo bien que funcionan el hostigamiento, la presión y esa manera de empollar a los que sometemos a los jóvenes!

Con tal de ascender profesionalmente se nos instiga a que sacrifiquemos horas de ocio, aficiones y tiempo dedicado a amigos e hijos, a que pasemos por encima del cadáver de nuestro rival y a que nos pongamos a nosotros mismos contra los intereses comunes de la humanidad. ¿Y luego para qué? Para descubrir más tarde que no hemos conseguido mayor satisfacción que aquella con la que empezamos. En 1653, Izaac Walton describió la suerte de los «hombres pobre-ricos», quienes «se dedican todo el tiempo, primero a conseguir algo y luego, a vivir angustiados por miedo a perder lo ganado; son hombres condenados a ser ricos, que se pasan la vida amargados o jamás tienen ni un minuto libre». Hoy en día, esta suerte se confunde con la salvación.

¡Haced los deberes, aprobad los exámenes, sacaos la carrera y dedicad vuestra adolescencia a trabajar de sol a sol y quizás vosotros también podáis vivir algún día como la élite!

¿Pero quién en su sano juicio quiere una vida así?

Nota:
*De 844 camas (1999) a 1264 (enero de 2014). Al descubrir que estas últimas eran insuficientes, se anunciaron otras 50 camas suplementarias más.
El último libro de George Monbiot, «Feral», está ahora publicado en libro de bolsillo. Su página web es: http://monbiot.com.

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