Desequilibrando el medio, jugando con las vidas

En estas líneas podéis leer tres pequeños artículos que giran en torno a temas más o menos vinculados. Los protagonistas de todos son animales no humanos, pero el trasfondo es algo un poquito menos obvio. Son diferentes especies que ven sus vidas peligrar gracias al animal más destructivo que ha pisado este planeta.

Hemos generado un mundo donde somos amos y señores, donde cada día y de muy distintas formas, jugamos a ser Dios. El intrusismo desmedido del ser humano en el medio ambiente ha roto un equilibrio precioso y delicado.

En dos de los siguientes textos abordamos la temática de animales endémicos que se han pasado a considerar plaga, por un lado los topillos por su impacto económico sobre las cosechas y por otro las cabras de la sierra de Madrid. Por distintos motivos que no adelantaremos en esta introducción, pero directamente relacionados con el uso del campo que se ha hecho a lo largo de la historia, nos encontramos con medidas completamente perturbadoras que dicen pretender atajar el problema. Una, ya probada y otra, de momento, paralizada.

El tercer caso gira en torno a los animales que mueren electrocutados por tendidos eléctricos, que son, por desgracia muchos. No es ninguna novedad y no es una cuestión que dependa de las energías sostenibles, pues el caso de aves y murciélagos que chocan contra las aspas de los aerogeneradores no es menos sangrante. Se trata, una vez más, de las barreras que ponemos en la vida de los otros animales. Si en una balanza estuviera en un platillo el camino más fácil y en la otra las consecuencias que esa vía tiene para el resto de seres vivos que comparten La Tierra con nosotros/as, el desnivel sería tan obvio a favor de nuestro egoísmo, que da igual cuánto se invierta, los linces siguen muriendo atropellados por nuestros vehículos.

Sembrando veneno

Hasta los/as madrileños/as más urbanitas hemos oído hablar en más de una ocasión de las famosas plagas de topillos que arrasan los campos castellanos cada pocos años. Tristemente, a muchos/as también nos suena ya familiar la solución institucional empleada en varias ocasiones y que consiste en “matar moscas a cañonazos”, concretamente mediante el uso de veneno rodenticida.

Pues bien, por muy disparatado que nos parezca a algunos/as, la historia se repite. A pesar de que la bromadiolona, el veneno utilizado contra el topillo campesino, fue excluida del registro oficial de productos fitosanitarios del Ministerio de Medio Ambiente, la Junta de Castilla y León solicitó en 2016 su utilización “por la vía de excepcionalidad” y ésta se lo autorizó el pasado mes de diciembre.

Como decíamos, esta ingeniosa idea del veneno no es ni mucho menos nueva. En febrero de 2007 se empleó por primera vez y a lo grande, esparciendo toneladas de cereal envenenado en el sur de la provincia de Palencia. La Unión Europea paralizó la medida (que, por cierto, no había conseguido frenar la plaga) ante una demanda de varias organizaciones ecologistas, pero la solución de la Junta fue más veneno, pero más discreto: metido en tubos primero, e introducido en cebos en las huras en un tercer asalto ya en 2008. La medida se repitió de nuevo al menos en dos ocasiones, en 2011 y 2014. El resultado obvio fueron miles de animales muertos a lo largo de toda la cadena trófica, desde las especies que comen grano, hasta los carnívoros y carroñeros que se los comen, entre ellos el milano real, rapaz en peligro cuyas poblaciones parecen haberse visto especialmente afectadas por los envenenamientos. Sin embargo, los estudios realizados tras estos episodios demostraron que las poblaciones de topillos decayeron con la misma velocidad en las zonas tratadas con rodenticidas que en las que no lo fueron. Y es que, como suele ocurrir con las plagas, el nivel de población del topillo tiende a disminuir drásticamente tras alcanzar un punto álgido, debido principalmente a causas naturales como la disminución de los recursos, sequía, enfermedades o depredación.

Con esto no queremos decir que se deba dejar a la naturaleza seguir su curso y asumir las enormes pérdidas a la agricultura que estas plagas puedan ocasionar. Existen medidas no agresivas propuestas por la comunidad científica y organizaciones ecologistas que son enormemente más eficaces que el veneno, y eso lo saben las instituciones responsables. Lo que pretendemos señalar es que, como en toda decisión institucional, su objetivo no es la solución del problema sino los votos que se puedan ganar o perder con el asunto, por lo que mientras ese tipo de medidas sean percibidas por los/as agricultores/as y afectados/as en general como más “contundentes”, poco les interesa plantearse soluciones verdaderas o atacar a las causas de los problemas.

Macho cernicalo vulgar aportando un topillo campesino al nido

Desde 2009, por ejemplo, Grefa (Grupo de Rehabilitación de la Fauna Autóctona y su Hábitat) y otras organizaciones desarrollan en áreas de Palencia, Zamora y Valladolid un programa de control biológico del topillo por depredación. Medidas tan sencillas como la instalación de postes y cajas-nido favorecen la presencia de depredadores que se encuentran de forma natural en las mismas áreas, como cernícalos, lechuzas o milanos, pero a los que la agricultura intensiva y homogénea desprovista de árboles y arbustos desde los que otear o donde anidar, ha expulsado en gran número, dejando vía libre a los topillos. Obviamente, para nosotros/as sería necesario como mínimo acatar ese problema y recuperar los linderos, arbolado y setos vivos en los márgenes de las parcelas, y ya puestos, ir más allá y replantearnos los efectos que la agricultura practicada hoy en día tiene en todo el medio del que formamos parte. Por el momento, habrá que reconocer que ésta y otras medidas similares nos parecen mil veces preferibles a envenenamientos y masacres por el estilo.

··· Cabras montesas en La Pedriza ···

Hace casi un año, el gobierno de la Comunidad de Madrid dio el visto bueno a un nuevo plan para el control de la población de cabras pirenaicas o montesas en el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. Dicho control se preveía realizar a través de la captura (en torno a un 25%) y la caza con armas de fuego (el restante 75%) de unos 2.500 ejemplares. De esta forma, se pretendía disminuir para el 2020 la población de esta especie en un 68%, pasando de los actuales 4.000 ejemplares a 1.500, que según varios estudios representaría su límite ecológico (una densidad de unas 10 cabras por kilómetro cuadrado). Sin embargo, desde el pasado octubre, el plan se encuentra parado a la espera de que se resuelva una denuncia presentada por PACMA.

Si bien la población de estos ungulados ha llegado a cifras críticas, este proceso es relativamente actual. La especie llegó a desaparecer de las montañas madrileñas allá por el siglo XIX, contabilizándose en 1905 poco más de una decena de ejemplares en todo el Estado, más concretamente en la Sierra de Gredos. La reintroducción de la especie en nuestros montes se produjo entre los años 1982 y 1992, partiendo de 67 ejemplares (41 hembras y 26 machos), que se liberaron en La Pedriza y el Hueco de San Blas. En estos treinta años, el crecimiento de la población de cabras ha sido espectacular, llegando a los casi 4.000 ejemplares actuales, en gran medida debido a las condiciones concretas de los montes madrileños, a saber, una falta completa de depredadores y una relativa seguridad otorgada por su asentamiento en una zona protegida.

Como es natural, esta superpoblación de cabras montesas está afectando negativamente al ecosistema de la Sierra de Guadarrama, tanto a la flora, alguna de ella protegida, como los arces o acebos autóctonos, que está siendo dañada a pasos agigantados, como al resto de fauna, que se ve afectada por la presión poblacional de las cabras y su consumo de recursos. Otro de los factores que preocupa es que esta falta de autorregulación de la especie puede acabar derivando en la aparición de epidemias, que pudieran provocar un hundimiento poblacional, concerniendo también a otras especies. Al final, el equilibrio se acabaría por encontrar (ya sea con o sin enfermedades), pero este lento proceso trastocaría enormemente la actual riqueza ecológica de la zona. Es por ello, que ante los problemas generados por una nueva y torpe intervención humana en la naturaleza (como es una reintroducción de fauna salvaje sin un plan específico de control poblacional previo), ahora toca ponerse las pilas, pero, ¿a qué precio? En este sentido, desde muchos ámbitos se plantean otras opciones de control poblacional que no pasen por la caza sistemática de miles de cabras, ya sean la reubicación de animales a otras zonas del Parque Nacional a través de un corredor natural, la extracción de ejemplares para poblar otros montes del centro de la Península, un control de fertilidad a través de vacunas anticonceptivas o la protección de las nuevas colonias de lobos ibéricos en nuestra sierra. Si bien, esta última media es la más completa, pues el lobo es el único depredador natural de la cabra, y con ello se conseguiría restablecer un equilibrio a largo plazo sin la intervención constante del ser humano.

¡Peligro! Tendidos eléctricos.

A raíz de la revista Quercus nos hacemos eco del hallazgo de diez buitres leonados muertos a los pies de una torreta concreta dentro de la red de tendido eléctrico de alta tensión de la provincia de Málaga, a cinco kilómetros de la buitrera de Sierra Crestellina.

Un hecho de semejantes características nos deja en una encrucijada en la que hay dos caminos para analizar, aunque también podemos considerar uno continuación del otro: por un lado, qué tipo de luchas concretas se deben llevar en nuestros radios de acción para evitar la muerte, especialmente de aves, en torno a los tendidos eléctricos y por otro nuestra responsabilidad directa en esas muertes.

los círculos indican donde se hallan los cadáveres de los buitres. (foto: Silvema Serranía de Ronda – Ecologistas en Acción)

No podemos mirar para otro lado y pensar que la responsabilidad recae sólo sobre la eléctrica de turno, dado que, dentro de este sistema gobernado por la oferta y la demanda, somos nosotros/as quienes realizamos un consumo desmedido, muy superior al de nuestras necesidades, si bien reflejo de las imposiciones de nuestra realidad. Para nosotros/as luchar por el fin de este sistema es algo tan necesario como obligatorio.

Igualmente podemos aprovechar para echar una ojeada a las luchas concretas que han surgido en torno a los puntos negros de las redes eléctricas que acumulan mayor número de muertes sin entrar a juzgar cuánto nos gustan o no, y reflejando simplemente que, dentro de lo que cabe, han resultado medianamente útiles, si bien no atacan a la raíz del problema.

Esto nos trae a Jaén, donde entre 2015 y 2016 se detectaron 1400 aves electrocutadas en la provincia. Este dato estremecedor propició la campaña “Pon un tendido en tu punto de mira” de cara a crear un inventario de tendidos eléctricos potencialmente peligrosos, gracias a la colaboración de voluntarios/as que revisasen toda la infraestructura eléctrica. El objetivo de la campaña fue llamar la atención sobre el problema y exigir, tanto a la administración pública como a las compañías eléctricas, soluciones.

La jugada les salió bien y consiguieron el compromiso y la reacción de las eléctricas para ir arreglando o cerrando los puntos más peligrosos (que concentraban mayor número de muertes o alguna de una especie protegida) llegando a intervenir en 117 apoyos (torretas) en el primer año de acción.

Aunque la iniciativa surgió de la Sociedad Ibérica para el estudio y la conservación de los ecosistemas (SICE), en la actualidad, junto con otros colectivos, han conformado la Plataforma SOS Tendidos Eléctricos que actúa en todo el Estado y en cuya web podéis encontrar información interesante, incluyendo un manual para la identificación de tendidos eléctricos peligrosos.

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